sábado, 28 de noviembre de 2009

El sol puede estar detrás de cualquier nube, que se quita y por el paisaje se desborda la luz encendiendo todos los colores que dormían. El sol despierta los colores y la lluvia los olores. Uno y otra es como si empezasen a tocar, ocultos, en el foso, y el proscenio adquiere una vida que ya estaba ahí, pero no era más que niebla. La niebla podría contener grandes cantidades de materia, pendiente de que la energía articule realidades vivas nuevas. Casi siempre, la niebla tiene metidos sus pies en el agua y dicen los sabios que la vida empezó en el agua. Podría haber ocurrido que en un lejano principio, que ahora imitan los bancos de niebla mucho más fluida, grandes masas de espesa niebla contuviesen el barro en que se insufló el soplo de la vida. Desde entonces, cada vez que pasa la muerte, detrás viene la vida recuperando y reciclando, reconstruyendo, y en eso consiste la base de la historia, o tal vez el hilo conductor de que pende la continuidad de lo humano, cada vez más complejo, más sofisticado, y, a la vez, para compensar, tan banal e insustancial. Lo que nos separa cada vez más por desgracia, no es, con serlo mucho, la riqueza y la pobreza, sino la inteligencia cultivada y su defecto o la falta de cultivo de extensas campos de ella. De la pobreza, incluso a cierta edad, hasta con crisis, no es que sea fácil, pero cabe salir con cierta soltura, de la ignorancia es mucho más difícil, y para remediarla ni cabe el último recurso de la lotería. Lo que no se estudió en su tiempo, cuesta mucho más hacerlo después y llega un momento en que, como ocurre con los términos preclusivos de un proceso, ya es imposible de remediar la carencia. En ese espacio entre la sabiduría y la ignorancia, en una extensa cueva, duermen los bárbaros y se entrenan, en la más profunda oscuridad.

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