En realidad, he de confesar, que se trata de mis digresiones. Por eso, advierto que para cualquier curioso lector, podrían ser poco interesantes, intrascendentes, banales y hasta aburridas. Entonces -me pregunto- ¿para qué las escribes? Aún no he hallado respuesta para esta pregunta.
lunes, 30 de noviembre de 2009
Cae sobre los hombros del día, hoy, el frío, como una capa de nieve, se mueve inquieta la mar, afila las uñas el viento, ayer, acontecimiento cultural importante de este principio de siglo, le ganó el Barcelona al Madrid. No importa que la crisis permanezca, que nadie acierte con caminos para salir de ella, que hayan secuestrado a otras personas y se pagará otro rescate y así sucesivamente, como si de una lúgubre industria se tratara, eso sí, con la muerte como posibilidad de cualquier desenlace para cualquier día, con motivo de cualquier descuido de los buenos o de los malos, y todos se rasgarán las vestiduras del idioma en busca de la frase más altisonante, más expresiva, pero a los muertos es a los que se entierra, dejan de sufrir, y empieza el sufrimiento de su entorno, para el que la pérdida es siempre irremediable. Y todo ocurre en las puertas de la Navidad, que insiste en ser mensaje de amor. Incluso para cualquier ateo, cualquier agnóstico, cualquier incrédulo, cualquier escéptico, la navidad, incluso escrita con minúscula, tiene, incluso como leyenda, que sería si no fuese la Navidad con mayúscula de los creyentes en su misterio, entre los que me cuento por ese acto de la voluntad en que consiste la fe, el inconmensurable valor aún entonces de ser un mensaje de amor, que habría sido escrito, durante y en su misma, con su misma historia, por la comunidad humana.
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