sábado, 31 de octubre de 2009

Cada semana son
siete las campanadas del reloj
de mi existencia,
las siete iguales. Soy
yo el que diferencia
su sonido,
estridente unas veces, otras sordo,
a veces
fallido
como si el bronce hubiese roto,
la esperanza
quebrada por mi incredulidad. No puede
ser otro día,
es ayer,
tal vez sea mañana.
¿Quién ordena los días
para que a la del alba, cada hora
ocupe su lugar, quién las flores
para que se produzca el caos del jardín?
Solemne, marca hoy
la pauta de la vida recobrada, el rumor
del agua.

viernes, 30 de octubre de 2009

El otoño,
como un hombre cualquiera, se debate
entre el ser
y no ser del viejo Hamlet,
con su soga a cuestas,
de palabras vacías. Hamlet naufragó en el odio,
el otoño,
en este veranillo insólito, disfrazado,
que no es de fiar, dice el portero
de mi comunidad, y enciende la calefacción,
y, como consecuencia,
abrimos las ventanas y ha entrado un pájaro,
que en seguida, se ha vuelto loco, los pájaros,
seminaristas de ángeles,
tienen miedo de la libertad de los hombres, se cubren,
para no ver,
los ojos con sus inmensas alas,
y por eso tantos hombres se hacen un lazo corredizo de palabras
y se ahorcan
a la hora mala de la atardecida,
cando no tienen
a quien contarle
la pena honda, que hay siempre brillando, como una moneda,
en el fondo
del pozo
de cada conciencia,
y al ángel lo condenan, por cien mil años más,
a ser pájaro y ángel
custodio
de otro hombre triste, y otro y otro y otro ...
Estamos vivos. Es como una novela de ciencia ficción, si bien se mira. Imagínate que eres un espectador, no humano, flotante en el lindero del universo, que de repente acabas de descubrir que la energía de que formas parte, de algún modo, es posible que se concrete, disfrace o revista de la forma caprichosa que sin duda tiene nuestro cuerpo, con sus cinco –algunos hablan de seis- sentidos, capaces de trasmitir a la capacidad de comprender, para estos seres opaca, traslúcida algo definible como sensaciones. Para ti, pura esencia, ya te digo, al borde del universo, una “sensación” es algo incomprensible, la impureza que se interpone entre la sabiduría y la comprensión, que es un paso más allá de lo que cualquier humano, dotado, cuando más, de inteligencia, es capaz de entender. La inteligencia es camino que gira y se retuerce sobre sí mismo, puro laberinto incapaz de llegar, pero que puede intuir y así verse a la vez impelido y anhelante de llegar hasta la sabiduría.
Tal vez desde ahí presientes la belleza sensorial, a la vez que engañosa, de la vida y comprendes que alcanzar la vida y recorrerla es un hermoso privilegio, una brillante trayectoria, algo que diferencia el ser del misterioso no ser, esencia incomprensible de la nada.

jueves, 29 de octubre de 2009

Deben llevarse las ideas, por orden alfabético, en la agenda electrónica, igual que se atesoran los plantones en el invernadero, también ordenados para cuando llegue el momento de espetar o de plantar en cada arriate o en las hojas de tierra abierta, olorosa, recién removida. Las ideas, si no, se olvidan, inexorablemente, y no sé cómo recobrar aquello tan acertado que pensé esta mañana, o tal vez antes, o quizá no llegué a pensarlo, sino que fue un juego de luz sobre la corteza de un árbol, al pasar, lo que me sugirió no sé qué, pero que me dije: tengo que escribirlo, y ahora se ha ido para siempre, que llegas a cada despacho y hay un montón de papeles que requieren atención, te pasan recados, recibes, sonríes, aceptas, te niegas sucesivamente y para cuando levantas la vista hay un tropel de vivencias alborotadas, que he de sosegar, incluso, a veces, cerrando los ojos, para seguir caminando a tientas, en el mundo desconocido, siempre nuevo, sin nombres aún, de las ideas, que, como los nasciturus de la discusión, podrían resultar abortados por cualquier violencia innecesaria. Las ideas abortadas, como los niños –todavía fetos- parecía como que habían sido elegidos para tener vida, gozar de la existencia, con todos sus avatares, pero no, a última hora, algo ha ocurrido en alguna parte, que rompe con las leyes de la naturaleza, obnubila y obceca a la que podría haber sido madre y todo se queda en un olvido apresurado, un vago dolor del corazón tal vez.

lunes, 26 de octubre de 2009

Es inevitable preguntarse, yo lo hago, lo que hice mal –otras veces no hace falta, ya me doy cuenta yo mismo-, pero en muchas ocasiones desconozco la razón de que parezca mal lo hecho con la mejor voluntad. Y en seguida me explico que hay muchas personas diferentes y me trato con muchas de ellas y no puedo pretender, si son diferentes, que ni siquiera entiendan cómo y por qué pienso yo lo que pienso o escribo lo que escribo. Y esto, que a lo mejor no es más que una disculpa banal de la propia estupidez, puede que precisamente por ello, me consuela y reconforta, enciendo de nuevo la pantalla y vuelta a empezar a tratar de ordenar las palabras que flotan, suben, bajan, se entrecruzan, y se trata de tomar las adecuadas para ir construyendo las frases y la página donde cuento lo que hay alrededor.

La dromomanía de la vida. No. La vida no es que tenga la manía de caminar, es que no le es posible detenerse y cada jornada se completa a base de gente, personas concretas y determinadas, que nacen y mueren o realizan el tránsito entre uno y otro de esos dos hechos. Ese tránsito en que se engarzan las cuentas de los días, ese hilo sutil que nos permite ser precisamente nosotros mismos a cada cual, engarza brillos, reflejos, opacidades, transparencias, en definitiva, acontecimientos, que, uno por uno, nos van deformando la textura interior e integran la línea histórica en que consiste la conducta. Me pregunto, hoy es día de preguntas, si no será esa conducta la que, despojados ya de la posibilidad de sentir o de recordar, nos coloque en lo que llamamos eternidad. Allí seríamos, por lo tanto, definitivamente, lo que hemos sido, esto que estamos siendo, el hilo que engarza, de nuestra personalidad, y las cuentas, allí engarzadas, de cuanto nos trascendió de todo lo que nos rodea, influye, manipula, determina y deforma hasta provocar el gesto cansado con que ese desconocido nos mira todas las mañanas, cuando, maquinilla de afeitar en ristre, nos acercamos al espejo.

domingo, 25 de octubre de 2009

Casi no queda sueño en que soñar otro cuando llega de súbito el alba y nos despierta con ese sonido especial que nadie sabe si es el de la luz, que rebota en las cosas que tenía olvidadas y hace ese ruido de sorpresa que es como el sonido múltiple de las gotas de agua que van cayendo, alternativa o simultáneamente en varios recipientes. L canción inesperada del nuevo día es así otro milagro concéntrico con el de haber sobrevivido una vez más a la noche, de que no recuerdas si fue insomnio o sueño alguno de sus tramos. A poco, identifico el rumor del agua que pasa, ese río cercano, u chapoteo de nutria retrasada y los besos que fingen en la piel del agua las primeras truchas que saltan a cazar mosquitos tiernos. Las nubes son a esta hora rojizas, y, hoy, tenues como velos de novia pudorosa. Es domingo, octubre se desliza sobre las hojas secas, que crujen de dolor y placer, hacia el veranillo de san Martín, cuando la matanza y el sellado del hórreo que asegura el invierno. ¿O ya no? ¿Están ahora los hórreos vacíos? Hay como un desconcierto de lo habitual. El mundo está cambiando, la sociedad, el tejido de los pueblos. Nos cruzamos con gentes recién llegadas de pueblos cuyos nombres ignorábamos y que nos miran con el mismo desconcierto que nosotros a ellos. No sabemos, porque no fuimos niños juntos, lo que decirnos para entender la broma, el amor o el desprecio. Nos miramos, pienso que tratando de adivinar lo que hay en el fondo de los ojos del otro, donde empiezan las ilusiones, los miedos y los sueños que nos condujeron a la encrucijada del cruce, donde las primeras palabras, de cada cual en su idioma, son siempre ininteligibles y deberíamos tender la mano y la sonrisa, pero extendemos la desconfianza, a esta primera del alba, todos entre despiertos, pero no del todo, y dormidos, pero ya tampoco del todo dormidos y todavía con el recuerdo amparándonos, del cobijo del nido que se ha quedado provisionalmente vacío, hasta que Luis Rosales repita, de atardecida, aquello de que: “gracias, Señor, la casa está encendida”, que ojalá así sea, en estos tiempos inciertos, de miseria y luz entretejidos.

viernes, 23 de octubre de 2009

Hagamos un alto en la primera hora de esta mañana de octubre, con los hayedos ardiendo el ocre de su intrincada hojarasca teñido de oro viejo por la salida, aún tímida, como tanteando el alba, del sol. A esta hora, tal parece que se haya desterrado el mal del mundo. Todo es esperanzador, incluso el declinante semicolor, todavía no color, de las hojas secas, temerosas y temblorosas hasta que llegue el que en mi tierra llamamos “viento de las castañas”, un viento seco y caliente, asfixiante, que procede del sur y cosecha los erizos preñados de castañas. Nada augura, recién recreado todo, la aterradora serie de cosas que han de pasar en seguida, en cuanto los humanos nos incorporemos, de nuevo por primera vez, a la creación e insistamos en la violencia de esa pugna constante por ser los primeros mientras predicamos que lo importante no es llegar, como tratamos atropelladamente de hacer, los primeros, sino que lo importante es participar y siempre de acuerdo con las reglas. Las reglas, como sabéis, las vulneramos con la mayor desvergüenza. A esta hora, sin embargo, maravillados como estamos de haber nacido, de estar aquí, de que se nos permita un nuevo día de sentir apasionadamente con los cinco sentidos atentos, ávidos, anhelantes, incluso llegamos a la convicción de que a partir de hoy vamos a comportarnos de la manera más ejemplar. A esta hora de este nuevo día, sentimos un escalofrío de amor por toda la demás gente. Resulta esperanzador.
Hoy es otro día,
de la salmodia, la cantilena, la letanía
de los días,
que se van repitiendo, todos iguales, menos dos
-todos los demás no son
más que imágenes,
símbolos,
recuerdos o presagios, según,
de los únicos dos días que en realidad existen-
el día de nacer
y el de morir,
los demás son ensayos fallidos,
o adulterados recuerdos
durante que inventamos, para entretener el ocio,
el odio, la maledicencia,
la envidia,
el amor,
las alegrías súbitas, las penas
insoportables y las aventuras de verano
o los grandes almacenes
a que un día,
siempre un día, otro día inexistente,
quedarán reducidas las grandes ciudades de ahora mismo.

martes, 20 de octubre de 2009

Dubitativo
recorro el camino de hoy,
que no sé si es el mío
o el mío se ha borrado ya, cuando escogí,
en aquella encrucijada, éste,
donde acabo
de encontrar el cansancio de dudar,
tener ese miedo inconcreto
que nunca sé de qué es en realidad. Y sin embargo
adivino
que cualquier camino,
también cualquier camino equivocado,
lo hacen mío mis pasos, el sudor,
cada huella,
las palabras que en él voy olvidando,
como arbustos, unos floridos, otros secos
en los bordes
donde el brezo y la aulaga,
donde susurra el viento
incomprensibles mensajes de ánimo.

lunes, 19 de octubre de 2009

Me consuela saber
que los muertos
no lo están para siempre. Nada
puede morir
cuando ha nacido. Cambia, se mueve, anda, emigra
más allá del silencio
que calla entre los planetas
desconocidos,
saltando
de estrella
en estrella, cuando cada estrella muerta
sigue emitiendo luz,
dispensando,
con su temblor –probable miedo- en lo oscuro,
el proyecto
de nuevas
alegrías. Me consuela saber que un día, acordes,
seremos
la misma luz.
Tú, que tanto me amabas, y tú, y todos vosotros
comprendidos
por fin,
en un jadeo,
un suspiro,
todo.
Hay un búho, ahí atrás, o no sé si una lechuza, que ulula a veces. Me gusta como suena, es como a luz de luna. Sí. Eso es lo que quiero decir, el ululato del bicho ése suena como es la luz de luna. Del mismo color. Estará llamando a alguien, digo yo. En el mundo de los avechuchos ¿habrá también, como en nuestra televisión, tiempo de anuncios? ¿Qué anuncia un búho? ¿Abundancia de ratones campestres? Un poco más arriba, atrás, he dicho “nuestra” televisión, pero mía no, desde luego. Si fuese mía le quitaría en seguida un montón de programas y de series que no puedo soportar. Haber, debe haber hasta a quien le gusten, porque si no, no los pondrían. Mejor, pues, que la televisión no sea mía, ya que no soy yo nadie para dictar reglas ni sobre gustos ni sobre ninguna otra cosa, a Dios gracias. Debe ser terrible eso de poder dictar reglas, leyes, normas que los demás estén obligados a seguir y cumplir. Incluso al perro, me gusta permitirle corretear por donde le guste y pararse donde prefiera y por eso utilizo para salir a la calle uno de esos mandos de rabo largo, que le permiten, si no hay puñeteros coches, deambular de un lado a otro, reconociendo minuciosamente las huellas debe ser de sus congéneres, que examina, olfatea y creo que hay veces que incluso lame con fruición. Lo van a fastidiar con una ordenanza nueva que ha dictado el cónclave municipal respecto de la limpieza de las calles. Resulta ahora que tienes que pagar impuestos para los gastos de la administración, supuestamente a tu servicio, pero cada vez te imponen mayores y más variadas servidumbres. Te dicen que has de poner en la calle la basura a la hora exacta a que a ellos les conviene; has de reciclar y separar las diferentes clases y categorías de basuras, para que luego ellos las reciclen a su gusto, y ahora, para colmo, no podrás regar tus plantas ni sacudir tus alfombras y encima deberás enseñar al perro a que mee en los imbornales de las alcantarillas y deberás recoger sus deyecciones sólidas para echarlas en los bidones. Une a eso que tienes que realizar la liquidación de tus impuestos, adelantar su pago durante el año y pagar multa cuando te equivoques, ya me contarás. Y ni siquiera ponen papeleras, bidones o lo que sea, frecuentes, y allá tienes que ir tú, con la mierda del perro a cuestas y la misma expresión entre crispada, angustiada y nerviosa, que lleva el conductor de un coche cuando no encuentra dónde aparcar.

domingo, 18 de octubre de 2009

Ni siquiera sabía cómo se llamaba, ni lo supe hasta que dieron la noticia de su muerte, pero desde que escuché sus primeras retransmisiones de los partidos de fútbol, ninguna otra ha vuelto a divertirme como él lo hizo con las suyas, apoyado en Kiko Narváez y Julio Salinas. Ignoro si su desenfado pudo molestar a algún estrecho de esos que siempre hay o parecer, como también he leído estos día que las retransmisiones que hacía eran “poco técnicas”, para mí, quiero dejar constancia escrita de que fueron inolvidables, originales, divertidas y capaces de salvar incluso el aburrimiento que ahora producen algunos partidos de fútbol maquinados por profesionales del antifútbol y el antideporte defensivo en general, que han llegado a suponer justificables esas que llaman “faltas técnicas” o “faltas tácticas”, para ellos explicables y hasta justificables al igual que las feroces tarascadas de algún que otro profesional de la zancadilla, el rodillazo o el agarrón susceptibles de detener, aunque sea a costa de lesionar, al artista contrario, de otro modo para ellos inalcanzable.

Ahora he descubierto que se llamaba Andrés Montes y que lo echaron de la cadena que antes había tenido el acierto de permitirle espero que crear una escuela, un modo de hacer, que alguien será, también espero, capaz de continuar y seguir desarrollando con pareja fortuna a la de la arrolladora originalidad de este profesional, tan capaz de transmitir la emoción del encuentro que así lo merecía como de divertir aunque se tratase de uno cualquiera de esos soporíferos ejercicios de oposición al empate a cero que con tanta frecuencia nos invitan a echar un sueño, ahora que las transmisiones suelen hacerse a horas cada vez más intempestivas. Descanse en paz.

viernes, 16 de octubre de 2009

Se necesita, a veces, escribir, sin saber siquiera acerca de qué. Enciendes la pantalla, abres el programa, ves ante ti el papel, o su imagen, limpia todavía de letras y de palabras, de frases, sabes que ahora, caído en la tentación, ya no te queda más remedio que escribir. Recuerdas las páginas últimas de tus lecturas más recientes, y tu discusión mental con el autor, que ganaste, tramposo, porque él no estaba para defenderse y tú hablabas por él y le fingías razonamientos insuficientes, como cuando juegas solo al ajedrez y te haces la trampa de meditar tus jugadas y responderte con las mediocres del otro yo apenas fingido para que te sirva de entrenador sin ser más que un aspecto un poco más mediocre de ti mismo.

Leo opiniones acerca de lo correcto, lo legal, lo ajustado a Derecho. Un jurista opina que todo vale para atrapar al malo, reducirlo y apartarlo de la sociedad en la medida de lo posible; otro dice que eso lo excluyen los derechos fundamentales y la libertad protegida por la democracia y el Estado de Derecho. Es divertido estar observando desde fuera el culto a la democracia sin especificar, nadie lo hace, cuando la democracia deja de serlo, se convierte en lo que Plotino llamaba oclocracia y deja de ser respetable, para convertirse en una aberración de su concepto.

No voy a proponer verdades como puños. No las tengo. No tengo más que mis verdades, en constante confrontación, en cada momento erosionadas por su contacto con verdades que esgrimen los demás en estas justas en que la vida misma consiste, donde aprendes a trompicones, pero para mí, una democracia deja de serlo cuando se trata de convertir, y de hecho a medias se logra, en la tiranía de unos pocos, a través de las muchas artimañas que lo permiten, con desprecio de la procedencia de integrar en las decisiones de la mayoría los detalles que así lo merezcan de cada minoría mayor o menor. Las minorías no deben ser destruidas, sino cultivadas para que, si lo merecen y puede ser bueno para el bien común de los más posibles, sean capaces de ocupar las responsabilidades del poder y la representación.

Discrepo de quienes dicen que hay un sistema de gobierno mejor siempre que todos los demás. Opino que cada sistema de gobierno es una herramienta cuyo uso puede ser oportuno en un ámbito determinado y en una determinada época y el mejor para ese pueblo en un momento dado, en definitiva. Tengo la impresión de que hoy, aquí, a mi alrededor, hay dos equipos políticos numerosos y varias minorías, todos los cuales emplean demasiado tiempo en tratar de desprestigiar y si es posible aniquilar a sus rivales. Con la de cosas que hay pendientes de hacer en un tiempo como éste que nos ha tocado vivir, en que nada menos que tendríamos que inventar una economía, después un sistema económico, al mismo tiempo un sistema social y al final una nueva sociedad con que enfrentarse a los evidentes adelantos de un milenio en que creo que se está a punto de descubrir infinidad de cosas que se derivan de los impresionantes y vertiginosos logros finiseculares.
Debe haber por ahí una excursión de nostálgicos, que escriben, responden a las entrevistas, comentan, pontifican respecto de lo que antes había y hemos perdido. Me dan cierta pena porque se empecinan en no mirar sino atrás y no se dan cuenta de que a cambio tenemos muchas cosas que entonces no había. Si queréis –les dirá de buena gana- podríamos fingir aquello, pero entonces sólo podíamos imaginar, y eso los más imaginativos, cosas de las que tenemos ahora, que son, además, las que nos permiten ser desdeñosos y aparentemente suficientes.

No éramos más felices, sino más jóvenes, y eso es lo que en realidad echamos de menos, sin darnos cuenta de que a cambio tenemos ser como somos ahora mismo, adultos o selectos, es decir, lisa y llanamente viejos, circunstancia que nos permite opinar acerca de lo que, de vivir, hemos sacado cada cual en consecuencia que es la vida.

Desde luego, un hermoso privilegio, que puede teñirse de inmenso dolor, pero contiene también siempre la posibilidad de salir afuera de uno mismo y soñar a capricho otros mundos o destruirlos por el sencillo trámite de idear otro o pensar en otra cosa.

Disponemos de un piano abierto ante cada uno, y de la posibilidad de darles a las diferentes teclas de la vanidad, la envidia, la soberbia, la generosidad y escuchar cada sonido, que enternece, lastima, agobia o ayuda a quien viene al lado, convive inexorablemente con nosotros y a su vez se relaciona con nuestra fragilidad según su condición y las circunstancias que a ambos nos rodean y agitan como si fuésemos dados en un mismo cubilete.

jueves, 15 de octubre de 2009

El tiempo, a veces, se destruye en sueños en que el reloj se deteriora inesperadamente sin saber por qué, como los que Dalí pintaba, imposibles y retorcidos. En este caso, no se convierte el reloj en limaco, sino que se desprenden las agujas y quedan bailando, inútiles, bajo la cupulilla de cristal, como si el tiempo, esa, repito, paradoja increíble, se quitase su careta y apareciera como es, desbaratado en un caos o en la quietud inimaginable. Sólo puede ocurrir durante el caprichoso deambular de un sueño, porque la vida, inexorable, sigue moviéndolo todo con esa energía que no permite pausas. Poco importa que detengamos nosotros el paso, se siente el perro, esperando, con la lengua fuera, en la ribera del río, esperando que le tiremos la pelota o el palo que ha de ir diligente a buscar y traernos, moviendo, satisfecho de su trabajo, el rabo, inconsciente de que le hacemos trabajar en balde. En cualquier caso, todo sigue moviéndose, de arriba abajo, de un lado a otro, porque, de no ser así, la vida no sería vida.

miércoles, 14 de octubre de 2009

Las voces terribles, reconvertidas en palabra escrita, de los apocalípticos maestros de la realidad acendrada, sin el paliativo de los adjetivos, los disfraces, lo que llaman la cursilería, tan indispensable en la literatura, por lo menos a ratos, como detalle suavizante de los perfiles equivalente a la niebla matinal, sin que todos estaríamos heridos por la dureza inexorable de lo que es, sin más, atroz unas veces, otras miserable. Hacen falta también los enternecedores poetas del encanto apacible, además, sin duda, de esos que al recitar te arrancan a tiras la piel del alma, la dejan en carne viva y llanto. Somos, sin duda, los humanos, afilados y acerados, pero susceptibles de caricia y hasta de beso apasionado, que es como la exaltación del contacto interpersonal. Me aburren los excluyentes. Quienes desprecian a los que llaman bárbaros y los que abominan de la empalagosa dulzura. Y tal vez como premio, puedo disfrutar de poemas escritos por unos o por otros, cada cual a su hora, en su momento. Y de sus relatos. Y, ahora, de la heterogénea locura, que es ya como un clamor, de los blog, que, como espejos, además de lo que se pone en ellos, van recogiendo la personalidad múltiple de toda una humanidad dispersa por los escondrijos, los recovecos, los escaparates de la red en que divaga, murmura, grita una multitud cada vez mayor y más abigarrada. -

martes, 13 de octubre de 2009

¿Ya no pensamos, la mayoría, puede que ni siquiera una minoría apreciablemente grande, que tenemos una patria común? Una muchacha inexpresiva, en la ventanilla de la televisión, ayer noche, manifestaba que para ella el de patria es un concepto incomprensible, y otro personaje de una de esas tertulias colectivas que forman para sorprendernos en directo, a los ingenuos, los fuera de moda, tal vez arrollados por la paradoja del tiempo, que nos dejó en la orilla del paisaje nuevo, diferente, puede que otro mundo, aseguraba que él era un escéptico, en eso de las patrias y las naciones, conceptos que deberían, según él, revisarse a la baja, se diría, oyéndole, que hasta podría convenir sacar ambas palabras del diccionario, para que no equivocasen a más gente. ¿Sabéis lo que os digo? Dejadme morir en paz, con mi patria y a poder ser en ella. En un oquedal de mi patria, a poder ser en tierra sagrada, dejad un recipiente cualquiera, con mis cenizas, o, si preferís, esparcidlas por el suelo de mi patria, la chica incluida en la patria grande, mi nación, esa misma que a vosotros ni os importa saber qué es. Un paisaje, los lugares que encuadernan mis recuerdos y el de los míos, que me precedieron en ir elaborando una historia y unos proyectos comunes, una caravana propia, en el camino iniciático sucesivo de nuestras vidas, el ámbito donde hice amigos, enemigos e indiferentes, movidos y a la vez asentados sobre principios de una cultura, como consecuencia una ética, como consecuencia un comportamiento común, concretado en canciones cantadas a coro, por más que desafinásemos, fiestas convividas, ilusiones y desengaños compartidos. Mi patria, mi hoguera común con tantos otros leños, tan heterogéneos, si queréis, pero capaces de hacer el fuego común.

lunes, 12 de octubre de 2009

¡Como si fuera tan fácil subirse al tren del otoño sin untarse de la pintura de nostalgia recién dada a cada vagón de la paradoja del tiempo! Ya no saben qué hacer para salirse de lo que consideran rutinario, es decir, de lo que en realidad hacemos casi todos cada día. Pero lo cierto es que no todos somos capaces de convertirnos en guías, de la noche a la mañana. Y lo que escribimos como novedad se advierte que es como la falsa moneda, que nadie quiere llevarse a la cuenta de resultados como pérdida y por eso muchos tratan de pasarla al siguiente y que se arregle. Leo hoy una crítica que tilda de cursi al nostálgico por impregnación de otoño. No te das cuenta de que el otoño, cuando llega y desdibuja, difumina lo que ya no era, además, más que palidez cansada de fin de verano, cuando hasta muchos amores de vacaciones, que hasta ese momento habían sido eternos, empiezan a desvanecerse, el otoño es la suma de recuerdos de todos los otoños gozados o sufridos por cada uno de nosotros. Y crecen los crepúsculos, para ir acostumbrándonos a las noches de invierno, llenas de miedos y crujidos ilocalizables. No puede evitarse estar triste y que la tristeza mantenga sus habituales ribetes nostálgicos. Tal vez sea necesario, antes de escribir nada, pararse a pensar que el hombre, además de todas las demás infinitas facetas posibles, es, somos todos, según, un poco o un mucho cursis. Está en nuestro natural. Por eso los hombres, sobre todo cuando llega la edad de la arterioesclerosis, también lloran.

sábado, 10 de octubre de 2009

No es preciso ir a ninguna parte para caminar. Cuando creías estar descansando, allá va tu pensamiento inconsciente, quemando las brasas del último sueño, viviendo con ese instintivo anhelo con que, agotado, todavía hace el animal libre un último esfuerzo por llegar más lejos y seguir viviendo. No admite vacíos, el privilegio de vivir, y sientes aún cuando te parecía haber logrado salir de ti mismo y estar reclinado en la quietud del imposible silencio, la soledad que no es posible al humano, acompañado como va por todas sus diferentes posibles personalidades, el baúl de disfraces de que sacamos el de cada día y desgraciado, o no sé si feliz, de ti, cuando llega uno, un día en que te dispones a sacar el que corresponde, al disfraz, me refiero ahora, y no queda, en el fondo, más que la madera áspera, sin barnizar, del fondo.
Cerca de la mar, eterna,
el río va cansado y soñoliento. Se duerme
bajo las ramas
de que la umbría viste
su carne viva oscura.
Dice el río,
solemne,
las últimas palabras, que serán
lo que el paisaje recuerde. Luego mueve
las campanillas de espuma
de una niñez fingida, recobrada,
al parecer, para que muera la dulzura y mude
en ser de nuevo agua brava,
salobre,
indómito fragor de desmedidos
afanes,
mar abierta,
energía.

viernes, 9 de octubre de 2009

¿Qué es el tiempo,
qué la vida,
qué es todo,
qué es nada?

De repente, has subido a lo más alto de cualquier montaña
y no sabes si eso ha servido a alguien
para comer mañana,
ni si quedará ahora mismo alguien abajo,
donde la distancia sideral oculta los cadáveres de las estrellas
que siguen
en el cielo,
pero ya no están. No me pidas que te lo explique,
cuando nada tiene
una explicación realmente fiable,
nada es como fue o como será, de modo que en el fondo
nada es nada
más que un planeta vacío en que hierven,
tal vez porque algo, ahora mismo, esté naciendo,
nuestros disparatados pensamientos,
giróscopos polícromos
que han de mezclarse para que la vida siga
o para que acabe
de nacer,
y sin embargo,
somos,
de una manera inexorable
y estremecedora.
Cuando alguien pregunta y mides de modo instintivo la respuesta, sabes que nunca hay una contestación adecuada. Y casi nunca puedes dar la que se te ocurre y consideras sería la más cercana a tu propia certidumbre porque no eres libre de decir lo que tal vez deberías, que en alguna parte, para alguien, por alguna razón, sonaría como esas campanas rajadas, puede que sólo hendidas, pero que ya no dan el sonido rotundo de las que ahora ya casi no suenan, no se oyen o no se escuchan más que por ese irritado vecino que por otra parte vive hace mucho tan cerca del campanario que casi y en la medida de lo posible, se ha acostumbrado.

El otoño se ha recostado en la ladera del monte, de ambos montes, escasos de estatura, que cierran sin embargo el paisaje y lo reducen y me reconducen la mirada hacia la mar, grisácea como un espejo aburrido de que nadie se mire, más que de noche en noche, coquetas, las estrellas temblorosas, que alguien me dice que tal vez no existan ya y lo que vemos desde aquí abajo, lo que se refleja en el espejo de la mar otoñal, no es más que un recuerdo atrapado en la paradoja del tiempo, en la telaraña del recuerdo, la tardanza en llegar de la noticia de algo extinguido. Esa imagen de la estrella que puede haber elegido cualquier observador para preferirla por el capricho de sus guiños, podría no ser ya más que fantasma de sí misma, muerta al mismo tiempo que se extinguió el último dinosaurio, que no pudo verla en el cielo, por más que entonces ya existiera y hubiese enviado ya la postal, el mensaje que ahora estamos recibiendo, en cierto modo, la carta embotellada de un astro naufragado en la soledad del universo, tan acompañada y tan sola.

miércoles, 7 de octubre de 2009

El hogar es un nido que dura como los de las cigüeñas, los mirlos o las golondrinas, lo que nuestros hijos necesitan para aprender a volar. Después se convierte en un castillo, un refugio o un museo, que recorren, curiosos y maravillados, nuestros nietos. -
Sale, el caminito de madera, por encima del traicionero barro de la marisma, en cada recodo hay un banco de madera donde puedes sentarte a mirar la mar, que jadea, cansada, al allegarse a la precaria faja de arena de la orilla, lejos, arropando sus besos de espuma bajo la niebla escasa y sucia.

Hace una tarde gris, otoñal, apacible, que sugiere la vuelta al rincón preferido. Casi todo el mundo tiene un rincón preferido. Yo no sé preferir uno entre los varios a que retiro mis pensamientos cuando acabo de leer algo que me hace divagar en busca de otras respuestas.

Hay, por lo menos para mí, rincones preferidos para leer, para pensar, para imaginar y para sortear las dificultades que la incertidumbre convierte en temor. Y, desde hace relativamente poco tiempo, desde que llegó la televisión, suele haber otro rincón donde el sueño te asalta en cualquiera de las sesiones de anuncios que entrecortan las películas y las reconvierten en folletones por entregas. Echo a veces, cuando no llego a dormirme del todo, que alguien, cuando se reanuda la proyección, me haga un resumen de lo ocurrido hasta la tanda de anuncios. Tal vez por eso repiten tanto las mismas películas. Como cuando, opositores, volvíamos una y otra vez sobre el mismo tema, que acababa por aburrirnos, enloquecernos, de algún modo reconvertirnos en el paciente borrico de la noria.
Nacer es ya morir un poco, en cuanto el nacido inicia al serlo su vulnerabilidad y cada momento que haya pasado desde el de nacer es otro menos de la vida que le queda, pero mejor no pensarlo, que de lo contrario, cada mínimo espacio de tiempo que pasara, sería un mínimo espacio de agonía o una repetición premonitoria de la muerte, que, decía el clásico, debe venir tan escondida que no se la sienta venir. El clásico no dice que no se oiga, sino que no se sienta, es decir, que se previene contra los cinco, tal vez seis, sentido. Mejor estarse al momento presente, sin más preocupación que lo que puede mejorarse, es decir, el futuro, sin regodearse en lo pasado, ya escrito e inmutable, por más que se dé en contar de tan diferentes maneras por cada uno de los que allí estuvieron. Ahora mismo, cabe en cambio hacer rectificaciones urgentes y preparar las del futuro inmediato u otras, con más calma, para el más lejano, sin descuidarse, que ahora las cosas se precipitan y en una generación se producen cambio que antes tardaban varias generaciones en producirse. Cambiar es estar vivo. No sentirla venir y mantener activo el laboratorio de los sueños, proyectando, cuando tengas muchos años, como si fueses a vivir muchos más. Habrá quien se ría, pero no te importe, porque nada impide que cualquier día, en medio de alguna de las selvas más intrincadas, donde quedan espacios que no ha pisado el hombre blanco, podrían hallar el manantial o la planta o quien sabe si el insecto capaces de prolongar las expectativas de vida en términos matusalénicos. O a lo mejor ese hallazgo está reservado para los colonizadores de la Luna, para cuando horaden el primer pozo artesiano y alumbren el agua que hay ya quien dice que yace en el subsuelo del satélite de los enamorados.

martes, 6 de octubre de 2009

La diferencia entre una tarde apacible y la de lluvia que nos ha sorprendido, al perro y a mí, en la ribera de la oscuridad de la ría, con su agua disfrazada de profundidades, no es más que una mojadura inesperada. Un correteo de gente sorprendida, una pareja aprovechando el tiempo para besarse en el soportal de un garaje. Pasa otro vejete, cada vez somos más, en esta época de pocos niños, se sonríe con ruido de cojinetes gastados y nos advierte a los dos, al perro y a mí, que nos vamos a poner él dice que como sopas, pero es como un par de gallinas mojadas. Y por si l agua que cae de esta nube perezosa que ha llegado a la caída de la tarde, pasa un automóvil y nos salpica del charco que hay debajo del puente, donde hicimos una parada de alivio, un precario, mínimo cobijo. Ahora, tras de la ducha caliente y la toalla áspera, he alzado, como una cabaña india, el cono de luz de la lámpara, bajo que los personajes de la novela policíaca que estoy leyendo y yo, nos contaremos una truculenta historia. Bueno, será el autor de la novela quien la cuente y yo el que sorberé l cuento como cuando escuchaba las leyendas que contaba María, la cocinera antigua, que había hecho el viaje de su vida a las islas Canarias, de que contaba y no acababa más que para contarnos las más viejas leyendas de cuando nuestra villa ni siquiera existía y era un lugar donde se encontraban pescadores y piratas venido de allende los siete mares. Nunca he sabido por qué, en los cuentos, en las leyendas, en las consejas más antiguas, es tan frecuente que haya siete ríos, o siete mares, o siete montañas, que son trascendentales para algo o para alguien.

lunes, 5 de octubre de 2009

No buscamos
con el debido ahínco, puesto que el buen padre Dios
existe, seguro,
yo lo quiero creer, y por eso
lo creo, y sin embargo,
hemos llegado a viejos
buscando
sus huellas
sin encontrar nunca más que palabras,
eso sí, hermosas
palabras,
ni siquiera en la duda, en el miedo
encontramos más que miedo y duda,
¿o será
que son precisamente los dos
el necesario contrapunto, el cimiento
la razón de ser, complementaria
de la esperanza,
ese único camino iniciático
del amor que espero
cuando busco
la luz?
Ha de aprenderse un nuevo ritmo, cuando uno se asoma a la vejez, desacomodado ahora del que se mantenía con la imaginación, porque ya no cabe pensar y hacer, sino que tras de pensar ha de tomarse el anciano una fracción de tiempo y ha de acomodar sus movimientos a la creciente torpeza, que cada día va siendo casi imperceptible, pero inexorablemente mayor, y donde antes se movía con soltura, el viejo derriba ahora los objetos que siempre estuvieron ahí, el rimero de papeles que había ordenado ayer con tanto esmero, la jarra de cristal, una colina de libros, y de nada vale desesperarse, aunque alivie el torrente de improperios que se disuelve en el aire y por lo menos tiene la ventaja de hacerte reír, cuando comprendes, comprendo, la estupidez de la escena, apropiada, imaginas, para un sainete, y hasta casi se oye la risa alegre del público, mientras en el escenario, un actor joven, esmeradamente caracterizado, que talmente soy yo, mirado en el espejo mientras me afeito cada mañana, se acelera e irrita, recoge cacharros y barre para disimular y fingirse tan suficiente como antes, tal vez ayer, que esto del tiempo es tan engañoso y tu espíritu de Peter Pan tan eficaz, que resulta incomprensible haber dejado de ser capaz de este esfuerzo o aquél y ahora ni se te ocurra subirte a la escalera de mano para enroscar la bombilla fundida del comedor, que alguien ha subido la puñetera lámpara a lo más alto del Everest y habría que hablar con unos sherpas, que nos acompañasen en la aventura de trepar hasta las cercanías de la techumbre de casa, que aún recuerdo cuando estaba al alcance de la mano. ¿Sabes? –me digo- casi todo en este pícaro mundo ha de pagarse de alguna manera, y éste es el precio que debemos pagar tú y yo por haber sobrevivido hasta hoy.
Merecer, verbo que expresa un concepto difícil de calibrar. ¿Merecemos? ¿Quién merece y qué? Nos premian y miramos sorprendidos la medalla, la copa, el emblema de ese supuesto merecimiento que en cualquier caso nos enorgullece a pesar de lo dudoso de su entidad. Salvo que nos paremos a pensar: ¿qué he hecho yo para que me premien qué? Es imprescindible el ejercicio de humildad que posibilita calibrar que el mérito es de quien premia. Quien ofrece y luego da algo es el que, cuando lo hace con desinterés, por sincera admiración, honrado aprecio respecto del premiado, acredita la bondad del donante, su generosidad, el afecto que profesa hacia el premiado, donatario de la distinción que le hace y el símbolo que le ofrece.

Camino de noviembre, Halloween anglosajón, Todos Santos y Difuntos de nuestra tradición, que añade a estas fechas la representación del Don Juan de Zorrilla. Nunca me he explicado por qué, a menos que la justifique la abundancia de figuras espectrales que rodean la agitada vida amorosa de un don Juan respecto de que hay quien, como Marañón, establece la duda de si era un conquistador, o era su afeminamiento el que le hacía vulnerable al encanto de las mujeres supuestamente conquistadas. Hace bastantes años, iluminó Dalí con las fantasías oníricas de su surrealismo, una representación de este Don Juan. Era tan deslumbrante que apenas se podían escuchar los versos, apagados y ahogados por el color y las deformaciones de las cosas.

¿Por qué estas culturas, anglosajona y nuestra, asocian el final de octubre y el principio de noviembre a la proliferación de fantasmas? Puede que la luz de estos días, este frío incompleto, húmedo, que se disparata en sus alternativas residuales del húmedo calor del verano, que las noches se hayan hecho largas y los días cortos, el recuerdo de que fuese una época de reunirse en torno al hogar, donde reposan los recuerdos de lo más familiar de nuestros allegados muertos, donde las mujeres mayores, la anciana cocinera, la abuelina, aquella tía abuela que se quedó para siempre viuda y triste cuando las guerras coloniales o las espantosas guerras del siglo XX, nos reunían a los nietos, cuando no había televisión ni siquiera habían inventado la radio o no llegaba al valle, y nos contaban leyendas casi olvidadas, cuentos de aparecidos y que no debía barrerse en casa, después de la puesta del sol, para no barrer a las ánimas.

domingo, 4 de octubre de 2009

Todo podría haber sido diferente
y lo divertido
a esta hora ya tranquila de la tarde, con el crepúsculo
a flor de piel,
la vista cansada –por cierto, ¿dónde andarán mis gafas?-
es recorrer,
imaginar
algunas de las posibilidades. Lo malo es que en seguida
aparecen
escenas de aquellos días radiantes que habíamos olvidado,
tal vez
porque no ocurrieron nunca,
son un subproducto inconsciente
de esa habitación de la memoria,
especie de almoneda,
bazar, rincón, alfar, laboratorio
del alquimista frustrado que también soy,
en que me pasé parte de la vida
analizando sueños,
catalogando
proyectos
fallidos,
como si todos formasen parte del hilo sutil
en que consisto
a esta hora ya tranquila,
cuando ya han muerto casi todos los testigos de cuanto ocurrió
en realidad,
y yo he olvidado cómo fue,
de modo que he de conformarme,
a fuerza de darle vueltas en la cabeza,
con fingir el recuerdo, una y otra vez,
todas distintas,
de como pudo haber sido la vida
de cada uno de nosotros.

sábado, 3 de octubre de 2009

Tenían el caramelo desenvuelto y a punto de llevárselo a la boca, cuando el comité olímpico, por abundante mayoría, decretó que lo mejor para los juegos era preverlos el año 2016 en la deslumbrante Río de Janeiro. Cuando se juega y concursa y se llega a los octavos o a los cuartos de final, y no os digo cuando es a la final, puede asegurarse que cualquiera de los contendientes merece ser elegido. Tal vez unos por unas y otros por otras razones, pero todos tienen méritos más que suficientes. Me ha tocado estar en numerosos jurados, los miembros de gran número de los cuales, cuando llega la votación final, preguntan si no sería oportuno desdoblar el premio, repartirlo o darlo compartido aunque no sea conjunto. La función del jurado está siempre en tomar la última y siempre delicada decisión, cargada de recelos y de razones y sinrazones más o menos subjetivas, ocasionales o circunstanciales. Hay que decidirse por uno solo. Suele ser hasta doloroso. Deja un incierto sabor de boca. ¿Se habrá sido lo más justo posible? Pasa como en los goles cantados o en los penaltis de los partidos de fútbol. Sólo son goles cuando el árbitro los da por buenos, pero una vez que lo hace, por malos que hayan sido, son goles de oro, susceptibles de proporcionar esa gloria especial de que no puede participar, que no corresponde a nadie más que a uno. El que al final se alza sobre todos y provoca el olvido de los demás, del segundo para abajo. ¿Ganó el mejor? Nunca se sabe, pero sin duda ganó el que, mereciéndoselo, tenía que ganar. Por eso es bueno que haya ganado. Enhorabuena.
De vuelta de viaje por un lejano país, por sus ciudades, sus carreteras, casi siempre se trae un montón de fotografías. De pronto, a veces, hay una enigmática fotografía que al parecer corresponde a una calle, tal vez hay en ella un interesante balcón, una ventana cerrada, abierta, como sea, lo cierto es que no recuerdas cuál es la ciudad, si existe o no la calle, no aciertas a situar ni el momento ni el lugar, que sin embargo está entre el resto de las fotografías digamos normales, las que puedes explicar, junto con la sensación, la razón, el capricho o el momento en que se hicieron. Esta no. Esta es una fotografía que tal vez haya llegado a estar entre las otras por no sabes qué misteriosa razón imposible de explicar. Porque ahora no es como cuando había que llevar los carretes a revelar y podía mezclarse entre tus copias una ajena. Ahora, con las cámaras compactas, salvo que hayas prestado tu aparato a alguien, cosa que no recuerdas, todas las fotografías están hechas por ti. ¿Todas? He ahí el arranque de una novela para escribir la cual no tengo ya paciencia.
Octubre. Castañas y olor a humo. Dicen los del cambio climático que incluso octubre, como ambos polos medio derretidos, es otra cosa y por eso ya no apetece hacer amagostos ni lo permitiría la fuerza pública encargada de prevenir los fuegos brutales del bosque y el monte. Ahora en octubre, el mes de volver al colegio, al instituto, a la universidad, sigue haciendo calor y se pega la camisa al cuerpo porque es un calor húmedo, que en litoral mediterráneo se convierte en gota fría y llueve a chuzos y lo inunda todo. Dentro de nada, los fuguillas empezarán a anunciar la Navidad y el turrón, y los pesimistas a echar cuentas de cómo y hasta donde influirá este año en el espíritu de la Navidad. Bueno, en ese consumo loco en que ha venido a dar una parte de la Navidad. De los mechinales de los libreros de viejo, volvían a salir los libros empeñados deprisa y corriendo nada más acabar el curso anterior, para allegar fondos para las vacaciones. ¿Salen ahora? Ahora, con la red y los apuntes, me da la impresión de que se arreglan muchos. Entre una cosa y otra, los delegados del mundo se han fijado en Río de Janeiro para celebrar las olimpiadas de pasado mañana –las de mañana, es decir, las primeras próximas serán en Londres. Desde el minuto anterior a que el señor presidente del comité olímpico internacional abriese el sobre que contenía el trozo de papel en que figuraba ya el nombre de la ciudad luego designada hasta el momento después de haber leído la designación, a la amplia y representativa delegación española se le produjo un “cambio climático” de expresión colectiva. En la plaza de Oriente, de Madrid, donde habían convocado a una multitud ilusionada, cayeron a una las manos polícromas que se habían estado agitando con la que en definitiva resultó infundada ilusión. Somos demasiado ambiciosas, las personas en general- Siempre pensamos que vamos a ganar. No nos paramos a pensar que en cada competición participan muchos y sólo uno gana, ni en que hay atletas que se pasan la vida entrenándose y esforzándose hasta el límite de sus fuerzas y capacidad, y no ganan nunca. Creo que los que perdemos, cuando perdemos, participamos de alguna manera de la aureola del ganador. Hacerlo bien, cumplir bien con esa función, podría ser nuestra manera de haber ganado. Me gusta la idea de que en esta vida, ganar es hacer bien lo que tenemos que hacer. Aunque sea otro el que gane la apuesta, la carrera, la competición y sea el que retorne a casa abrumado de laureles.

viernes, 2 de octubre de 2009

Salgo de paseo por los blogs habituales, es decir, los que, tras de conocerlos, me atrapan la atención, me hacen sonreír con más frecuencia, me conmueven, comprendo. Me sorprende que seamos tantos los que todavía, al leerlos a ellos, pienso que seríamos capaces de pasarnos horas de alternar silencios con parrafadas de impresionante sentido, unas veces para bien, para lo que otros podrían considerar mal, otras. De algún modo, sin dirigirnos la palabra, echándola, con esto de nuestro respectivo soliloquio, a merced de las mareas y del viento, nos consolamos mutuamente de que el mundo sea como es y nos permita de uno u otro modo ser como cada uno somos, algunos tan entrañables. Ya es larga la lista de blogs –quizá llegue un momento de que sea tan larga como la suma del padrón de vecinos de muchas ciudades juntas-, que es cada vez más larga su sombra, es decir la de huellas que voy siguiendo, cada caminata con sus vicisitudes, que van dejando en las espinas de los bordes de cada camino, retazos de tela y en ocasiones hasta de carne y gotas de sangre o de sudor. El mundo está cambiando, desde que la red abrió estas puertas que todavía nadie sabe a dónde pueden llegar a conducir, incluidos aquellos mundos de que nos reíamos cuando alguien se atrevía a adivinar que existían y estaban en éste, pero eran diferentes y tal vez ilocalizables.
A veces, el papel está como la tierra, reseco y duro, aparentemente imposible de hendir con la reja de la pluma. Escribir es hender el papel como el arado haría con la tierra, en este caso con la pluma, de que el ordenador, como antes la máquina de escribir, son sucedáneos impersonalizados. Sientes que escribes cuando lo haces a mano, ya sea lápiz, pluma o bolígrafo, el dedo en la arena o el cincel sobre la piedra, pero ya hay muchos que escribimos con el ordenador, que corrige sin huella aparente, como no sea en los increíbles entresijos de su disco duro como se llame ese intrincado lugar en que se dejan vestigios que luego el especialista rastrea implacable. Lo cierto es que hay ocasiones en que resulta más difícil ir colocando las palabras con esta paciencia artesana. Y sin embargo puede irse haciendo, con mayor y mejor o peor fortuna, pero puede hacerse, aunque sea utilizando el viejo truco del soneto que pedía una Violante es probable que inexistente y que dio lugar a ese famoso soneto que está en tantas antologías. Los antólogos coincidían más antes. Ahora se trata más de diferenciarse, esa especie de petulancia con que nos permitimos opinar algunos cuando nos disfrazamos, o tratamos de hacerlo, de expertos en algo. En literatura, como en un jardín cuando se trata de seleccionar la flor preferible, no hay expertos, sino gustos o ficción de ellos. Se advierte en muchas ocasiones que la selección del sedicente experto es una pirueta hecha hacia lo inesperado. Para respirar, si tal actitud es frecuente alrededor y crea una especia de microclima, resulta imprescindible, para sobrevivir, salir de vez en cuando a la superficie, donde lo blanco sigue siendo blanco y los patrones estéticos se continúan respetando, y luego se puede, con cierta impunidad, regresar a la burbuja de las arbitrariedades y los dislates que resultan de jugar a una originalidad cuando se trata de convertir en conducta y así deja de serlo, puesto que está en la esencia misma del concepto que una originalidad sea algo sorprendente por su diferencia, sus contrastes, su inhabitualidad. No puedo por menos de recordar en este punto la originalidad cruel de aquel escritor, que, consultado por otra acerca de la calidad de una obra del segundo, le respondió que le había parecido buena y original, con el único pero de que lo original de ella no era bueno y lo bueno no era original.