miércoles, 7 de octubre de 2009

Nacer es ya morir un poco, en cuanto el nacido inicia al serlo su vulnerabilidad y cada momento que haya pasado desde el de nacer es otro menos de la vida que le queda, pero mejor no pensarlo, que de lo contrario, cada mínimo espacio de tiempo que pasara, sería un mínimo espacio de agonía o una repetición premonitoria de la muerte, que, decía el clásico, debe venir tan escondida que no se la sienta venir. El clásico no dice que no se oiga, sino que no se sienta, es decir, que se previene contra los cinco, tal vez seis, sentido. Mejor estarse al momento presente, sin más preocupación que lo que puede mejorarse, es decir, el futuro, sin regodearse en lo pasado, ya escrito e inmutable, por más que se dé en contar de tan diferentes maneras por cada uno de los que allí estuvieron. Ahora mismo, cabe en cambio hacer rectificaciones urgentes y preparar las del futuro inmediato u otras, con más calma, para el más lejano, sin descuidarse, que ahora las cosas se precipitan y en una generación se producen cambio que antes tardaban varias generaciones en producirse. Cambiar es estar vivo. No sentirla venir y mantener activo el laboratorio de los sueños, proyectando, cuando tengas muchos años, como si fueses a vivir muchos más. Habrá quien se ría, pero no te importe, porque nada impide que cualquier día, en medio de alguna de las selvas más intrincadas, donde quedan espacios que no ha pisado el hombre blanco, podrían hallar el manantial o la planta o quien sabe si el insecto capaces de prolongar las expectativas de vida en términos matusalénicos. O a lo mejor ese hallazgo está reservado para los colonizadores de la Luna, para cuando horaden el primer pozo artesiano y alumbren el agua que hay ya quien dice que yace en el subsuelo del satélite de los enamorados.

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