jueves, 15 de octubre de 2009

El tiempo, a veces, se destruye en sueños en que el reloj se deteriora inesperadamente sin saber por qué, como los que Dalí pintaba, imposibles y retorcidos. En este caso, no se convierte el reloj en limaco, sino que se desprenden las agujas y quedan bailando, inútiles, bajo la cupulilla de cristal, como si el tiempo, esa, repito, paradoja increíble, se quitase su careta y apareciera como es, desbaratado en un caos o en la quietud inimaginable. Sólo puede ocurrir durante el caprichoso deambular de un sueño, porque la vida, inexorable, sigue moviéndolo todo con esa energía que no permite pausas. Poco importa que detengamos nosotros el paso, se siente el perro, esperando, con la lengua fuera, en la ribera del río, esperando que le tiremos la pelota o el palo que ha de ir diligente a buscar y traernos, moviendo, satisfecho de su trabajo, el rabo, inconsciente de que le hacemos trabajar en balde. En cualquier caso, todo sigue moviéndose, de arriba abajo, de un lado a otro, porque, de no ser así, la vida no sería vida.

No hay comentarios: