Cada semana son
siete las campanadas del reloj
de mi existencia,
las siete iguales. Soy
yo el que diferencia
su sonido,
estridente unas veces, otras sordo,
a veces
fallido
como si el bronce hubiese roto,
la esperanza
quebrada por mi incredulidad. No puede
ser otro día,
es ayer,
tal vez sea mañana.
¿Quién ordena los días
para que a la del alba, cada hora
ocupe su lugar, quién las flores
para que se produzca el caos del jardín?
Solemne, marca hoy
la pauta de la vida recobrada, el rumor
del agua.
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