El otoño,
como un hombre cualquiera, se debate
entre el ser
y no ser del viejo Hamlet,
con su soga a cuestas,
de palabras vacías. Hamlet naufragó en el odio,
el otoño,
en este veranillo insólito, disfrazado,
que no es de fiar, dice el portero
de mi comunidad, y enciende la calefacción,
y, como consecuencia,
abrimos las ventanas y ha entrado un pájaro,
que en seguida, se ha vuelto loco, los pájaros,
seminaristas de ángeles,
tienen miedo de la libertad de los hombres, se cubren,
para no ver,
los ojos con sus inmensas alas,
y por eso tantos hombres se hacen un lazo corredizo de palabras
y se ahorcan
a la hora mala de la atardecida,
cando no tienen
a quien contarle
la pena honda, que hay siempre brillando, como una moneda,
en el fondo
del pozo
de cada conciencia,
y al ángel lo condenan, por cien mil años más,
a ser pájaro y ángel
custodio
de otro hombre triste, y otro y otro y otro ...
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