Cerca de la mar, eterna,
el río va cansado y soñoliento. Se duerme
bajo las ramas
de que la umbría viste
su carne viva oscura.
Dice el río,
solemne,
las últimas palabras, que serán
lo que el paisaje recuerde. Luego mueve
las campanillas de espuma
de una niñez fingida, recobrada,
al parecer, para que muera la dulzura y mude
en ser de nuevo agua brava,
salobre,
indómito fragor de desmedidos
afanes,
mar abierta,
energía.
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