sábado, 3 de octubre de 2009

Octubre. Castañas y olor a humo. Dicen los del cambio climático que incluso octubre, como ambos polos medio derretidos, es otra cosa y por eso ya no apetece hacer amagostos ni lo permitiría la fuerza pública encargada de prevenir los fuegos brutales del bosque y el monte. Ahora en octubre, el mes de volver al colegio, al instituto, a la universidad, sigue haciendo calor y se pega la camisa al cuerpo porque es un calor húmedo, que en litoral mediterráneo se convierte en gota fría y llueve a chuzos y lo inunda todo. Dentro de nada, los fuguillas empezarán a anunciar la Navidad y el turrón, y los pesimistas a echar cuentas de cómo y hasta donde influirá este año en el espíritu de la Navidad. Bueno, en ese consumo loco en que ha venido a dar una parte de la Navidad. De los mechinales de los libreros de viejo, volvían a salir los libros empeñados deprisa y corriendo nada más acabar el curso anterior, para allegar fondos para las vacaciones. ¿Salen ahora? Ahora, con la red y los apuntes, me da la impresión de que se arreglan muchos. Entre una cosa y otra, los delegados del mundo se han fijado en Río de Janeiro para celebrar las olimpiadas de pasado mañana –las de mañana, es decir, las primeras próximas serán en Londres. Desde el minuto anterior a que el señor presidente del comité olímpico internacional abriese el sobre que contenía el trozo de papel en que figuraba ya el nombre de la ciudad luego designada hasta el momento después de haber leído la designación, a la amplia y representativa delegación española se le produjo un “cambio climático” de expresión colectiva. En la plaza de Oriente, de Madrid, donde habían convocado a una multitud ilusionada, cayeron a una las manos polícromas que se habían estado agitando con la que en definitiva resultó infundada ilusión. Somos demasiado ambiciosas, las personas en general- Siempre pensamos que vamos a ganar. No nos paramos a pensar que en cada competición participan muchos y sólo uno gana, ni en que hay atletas que se pasan la vida entrenándose y esforzándose hasta el límite de sus fuerzas y capacidad, y no ganan nunca. Creo que los que perdemos, cuando perdemos, participamos de alguna manera de la aureola del ganador. Hacerlo bien, cumplir bien con esa función, podría ser nuestra manera de haber ganado. Me gusta la idea de que en esta vida, ganar es hacer bien lo que tenemos que hacer. Aunque sea otro el que gane la apuesta, la carrera, la competición y sea el que retorne a casa abrumado de laureles.

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