lunes, 28 de enero de 2008

La vida –dijo mi poeta interior,
éste mudo incapaz de decir lo que yo siento-
no es más que una larga agonía,
que inicia y que repite el nacimiento
de cada ser humano nuevo,
que escapa de las leyes del aborto.

Nacer o no, es la cuestión, y no el ser o no ser
del príncipe de Dinamarca,
pero si nazco, es sólo
para iniciar los trámites, un largo papeleo,
en que unas autoridades competentes para ello,
me darán permiso
para enamorarme, de modo esperanzadamente desesperanzador,
descubrir la eternidad, y morir,
tratando inútilmente
de averiguar en qué consiste.
Hubo otras veces días así, que aborrecía el papel blanco por esta misma necesidad de poner algo en él, pero estar sordo, y no como los demás días, cuando las ideas se agolpan en el salida de la cabeza y no dan abasto las manos para ir diciendo, de modo que olvidas una frase comenzada, más allá de la coma de respiro, o te comes letras o las cambia la prisa, que tú, es decir yo, estoy seguro de haberlas escrito o pulsado en mi teclado nuevo, ahora blanco, de que las voy escogiendo para contarle a nadie lo que es probable que sólo lean dos o tres que iban de paso, buscando aburridos, arriba y abajo, entre la ya incontable marabunta de los blogs, que no sé quién me ha dicho que leen implacables cada día unas máquinas que hay en semisótanos de todas esas desorganizaciones que tienen los países poderosos para vigilar a sus muertos, los bárbaros que germinan en los oscuros seminarios, en los semilleros, al parecer inagotables, del terrorismo.

Fantaseo a vece que lo mismo que son máquinas capaces de seleccionar y llamar la atención respecto de las palabras sospechosas de cada mensaje, sea o no inocente, apartarlo, llevarlo a desencriptar por eminentes desencriptadores, que personalmente me recuerdan a los desentarabricuaddrilladores del trabalenguas del puente de Corrnellana, que estaba mal entarabricuadrillado y había que llamar …, etc., y precursoras o quizá ya conseguidas máquinas pensantes, de las que un día, con si innecesidad de respirar los mefíticos gases que tras del cambio climático inficionarán la atmósfera, escapada por el agujero de la capa de ozono, nos declararán una guerra imposible para nosotros, a la especie humana, y nos sustituirán, implacables, con sus voces incoloras, atonales, incapaces de expresar emoción, definitivamente racionalistas, y por ello, incapacitadas para impregnar se la gracia de la imperfección enamorada la perfecta rima, el escandido exacto de sus sonetos escritos con punzón sobre papel de acero inoxidable.

domingo, 27 de enero de 2008

Echo al agua una rosa,
digo, al oído del río, pegado al agua,
una palabra de amor,
quiero que las lleve lejos,
hasta la playa
donde haya una mujer sola,
cansada, escéptica, absorta,
que las recoja
y las lleve y las esconda,
en un rincón de su alcoba
de mujer cansada,
casi
nada más que su sombra.
Se predicaba a sí mismo como personaje y escribía apretadas páginas de lo que consideraba sesudas opiniones para conducir a sus epigonos alrededor de este vasto mundo, surcado de incontables telarañas que el refrán insiste y yo discuto que todas lleven a Roma. Están, por lo menos, además, las que llevan al error o a Santiago, o a Jerusalén, o a la mar, por no hablar de las veredas que se limitan a entrecruzarse por mero entretenimiento, ya que vuelven sobre sí y van y vienen como amagos o curvas de Moebius, que me confirman que algo puede ser estético sin servir para nada, al menos desde el punto de vista de la utilidad o desde el de la ética.
Atreverse a opinar con marchamo de ineluctable para lo que se dice es muestra de osadía sin límites. Lo adecuado, creo, es mostrar al otro el inicio del camino y apuntarle si acaso lo que sepamos de él y lo que hayamos hasta ahora interpretado del paisaje, pero añadiendo que podríamos estar equivocados y creer o no es un acto, y, como tal, voluntario. Ayer mismo, en la tertulia, opiné yo que se puede creer en lo indemostrable, que, como es lógico, no parece posible que sea razonado, pero aún en ese caso, cabrá siempre, pienso, razonar por qué se cree en ello.

sábado, 26 de enero de 2008

Enero es un mes frío, doloroso sin versos
que vienen
congelados, inexpresivos,
en el viento del norte,
por eso le ponen al principio
la venida de los Reyes Magos
y la esperanza de cambiar con el año
esta rutina nuestra,
terca e insistente,
que suele volver envuelta en la niebla de cola
de enero, este mes frío
que acabamos casi siempre sin un céntimo.
No es pura satisfacción personal, lo que reflejan estos brillantes textos que leo con deleite, sino, en ocasiones, todo ha de tener por desgracia su parte oscura, de este lado del espejo, expresión de un rencor que desahoga, el escribidor, revelando una faceta desgraciada de su personalidad que, paradójicamente, a la vez, lo recluye en el supuesto refugio de su soledad, donde sufre, pero le proporciona un castillo en que se siente seguro y a salvo de unos supuestos enemigos que pienso no son sino virtuales, como el famoso ejército de Simbad. Bueno, pues si le disfruta así y se realiza, y por añadidura nos proporciona otras páginas de singular brillantez, nada que decir. Al contrario. Escasean demasiado las páginas bien escritas como para desdeñar éstas, aunque vengan mezcladas con gotas de ese dolor resentido, ácido.

Recibo otra novela, recomendada por el librero de más lejos, en este caso con justicia. Es difícil de leer, dura, esquinada incluso cuando los personajes disuelven en ternura su coraza exterior. No es novela para leer en cualquier estado de ánimo. Cansado, una de esas tardenoches de escepticismo agudo, podría ser grave signo multiplicador. Es novela para leer al sol y en momento o día de optimismo. Para un día así, resulta incluso deslumbrante, a ratos, su brillantez, por más que a mí me canse el modo de expresión, reflejo acertado del de la calle, con ese vocabulario escaso, salpicado de diferentes expresiones de diversa procedencia que efectivamente oigo con la misma frecuencia a mi alrededor.

viernes, 25 de enero de 2008

La danza del fuego,
el rumor del agua que corre viva,
los arrebatos del aire. Seguro que hay un ángel,
en cada esquina,
custodiando el quehacer de la energía que pasa.
No te pases, dirá otro,
al pincel del sol,
cuando pinta los excesos del ocaso.
Se me ocurre preguntarle al mío
si los ángeles envejecen con sus clientes,
sufren con estos fracasos, que tenemos,
de pura estupidez, se desesperan
en alguna ocasión, o son ellos
los que mantienen esta pavesa
que aún exhala nuestra señal de humo y socorro y trata de decir
que todavía estamos
vivos,
que podemos. aunque parezca tan poco probable,
servir para algo.
Las cosas van pasando alrededor, pero el autor del blog, es decir, el capitán del navío, no las advierte todas, sino aquellas que le parecen trascendentes para la navegación, el pasaje y la carga. Un hermoso pájaro puede sobrevolar al barco y no dar cuenta del hecho en el diario de a bordo, ni siquiera teniendo en cuenta que su presencia acredita la proximidad de tierra, dado que hoy no es como en tiempos de los descubridores o de quienes exploraban territorios nuevos, ignorantes muchas veces de la existencia de algunas de las islas próximas, cuando no incluso de continentes enteros, hasta que se fueron levantando mapas en algunos de los cuales todavía cada cuaderno de bitácora ayudaba a situar nuevos peñones, islotes, columbretes y bajíos.
Es diferente en esto de la literatura hecha por hacer, tomando mucho de lo intrascendente, que por lo menos adorna y hasta proporciona motivos de esperanza o de consuelo cuando la fatiga o la adversidad desconciertan al que toma apuntes y esboza así esquinas olvidadas, rincones descuidados de la atención y en que sin embargo la vida está, se manifiesta, hierve.
Contemplo a veces a alguien que está sentado en uno de los bancos y mira la gente que pasa. Se entretiene con eso. Parece que no está vivo, pero es posible que tenga alguna idea útil, que le sugiera algún hecho trivial para quienes atravesamos la plaza con el propósito de realizar alguna gestión, un cobro, un pago, llevar noticia a otro de lo que no puede o no debe contarse por el que llaman los italianos “telefonino”, ese maligno artilugio, prodigio de la técnica, que ha acabado con los dulces billetes de amor que llevaban las dueñas presurosas o pajes solícitos, a cambio de que el dulce secreto se escuche potencialmente ahora por cualquier satélite que se lo presenta al Gran Hermano potencial de las centrales que vigilan el precario equilibrio de nuestra sociedad, cada vez más sofisticada e interesante, a la vez que más peligrosa e inestable.

jueves, 24 de enero de 2008

Creo que uno no debe implicarse en su blog, al fin y al cabo cuaderno de bitácora, relación d las vicisitudes de la travesía, pero no de los sentimientos del capitán, que debe redactarlo con objetividad, cosa que ha de apartarse, en la medida de lo posible, claro, de lo subjetivo. Por ejemplo, cuando lo importante es dejar constancia de la situación de esa isla recién avistada, de la hora y estado del tiempo, importa poco que al mismo tiempo al redactor único del cuaderno le estén doliendo las muelas o un pie, por más que lo esté pasando tan mal y deba sin embargo disimular para que no decaiga el espíritu de la tripulación ni disminuya su confianza. Y sin embargo sa acaba implicando cada cual en su medida, observo y hasta hay algunos que son mera expresión de los diferentes estados de ánimo de un ser humano, hombre o mujer, que cuenta con rigurosa, s decir, dolorosa exactitud, lo que siente ahí dale que te paga al ordenador, que tiene algo de esos supuestos amigos qu tienen la habilidad de escucharte atentamente en tus momentos de debilidad y cuando menos lo esperas te espetan después lo que les contaste cuando pensabas que hablabas solo contigo mismo. Lo malo del ordenar es que vuelves atrás, lées y él te devuelve tus palabras con la inexorable crueldad con que los niños te dicen las verdades.
Hay, dicen, dos maneras
de oler una flor:
cortada y en la mano,
agonizante
o viva,
en el jardín,
cubierta de rocío
Todo, alrededor, es tierra amarilla,
se agazapa el pueblo,
podría estar vacío, alrededor
de la iglesia enorme, que tiene la torre
borrada de niebla.
No hay nadie, al parecer,
o todos
los vecinos se han disuelto en la niebla
o vuelan, disfrazados de estorninos, en bandada.
La radio sigue hablando de elecciones,
de partidos políticos,
de buenos –siempre los nuestros- y de malos
-los de ellos-,
pero algo está pasando en esta tierra, donde parece
que no queda nadie
para escuchar.
Tal vez, después de todo, haya esperanza
para todos.
Cando te pasas dos tardes enteras viajando, como me ha pasado a mí entre ayer y hoy, corres el riesgo de reencontrarte una vez más contigo, en este caso conmigo mismo. Ignoro si alguien, cuando más o menos periódicamente se reencuentra, hallará algún motivo de satisfacción, o, por lo menos, de satisfacción durable. Yo no. Puede que sea cosa del cansancio que cuando eres viejo te produce salir de la rutina y viajar, mudar tu cama, aunque no sea más que por una noche, por la siempre un poco más dura cama del hotel, con sus almohadas a medio llenar, comer alimentos que no son los de todos los días, cocinados por personas distintas, lo cierto es que me descubro los defectos habituales, si acaso acentuados y desalentadores, como siempre. Como continuación del disimulo especial que e que este año hace gala el invierno y que ha permitido un evidente adelanto de la floración de la mimosa, esta tarde vimos cruzar la carrera, alta y altiva con ese cuello largo, que estira, como los corredores de trayecto corto cuando están a punto de pisar la meta, la primera cigüeña. Fue en tierras de León. No me fío. La abuela decía que no había invierno que se comiesen los lobos.

martes, 22 de enero de 2008

Está hoy quieto,
helado,
el aire nuevo de la mañana, no mueve el viento
las palabras,
que se han quedado, jirones de niebla y silencio,
colgadas, como muérdago
de las ramas desnudas del árbol del invierno,
que no da sombra,
no canta
y apenas se refleja
en el agua inquieta
del arroyo en que se ha quedado la torrentera
duermen mis sueños
y mis versos,
como dos gatos, uno blanco, otro negro,
apacibles,
en mi regazo.
Ayer contribuí a presentar el libro de versos de la amiga de una amiga. Mucha gente. Me inquieta siempre, presentar y de algún modo criticar lo escrito por otra persona, de seguro con una gran ilusión. Quisiera, y nunca sé si logro, darle ánimos para seguir, que si el libro es malo, mejorará en el siguiente, lo mismo que mejorará si es bueno, porque lo mejor de aquello que somos capaces de hacer está para todos el en futuro que viene y que cabe en lo posible que sea siempre mejor, en la medida de nuestro esfuerzo, con sus indispensables complementos alternativos. Si, hombre, si eres creyente le llamarás ayuda de Dios, y, si no lo eres, azar. Había mucha gente, otro presentador, brillante, y la autora se advertía, como es lógico, nerviosa, pero valiente. Dije lo mío y atendí lo de los demás, por eso de que siempre se aprende. Luego, de vuelta a casa, un viaje en coche escuchando en la radio opiniones acerca de la escasa capacidad de nuestros políticos para ocuparse de lo que deben y la que observo que en cambio va creciendo para tratar de ofenderse, como cabe apreciar en los calificativos y los apelativos que se dirigen, cada día un poco más subidos de tono. Se advierte en todos, de un lado y de otro de los dos principales grupos, el miedo a no ganar, y en sus respectivos programas, personalmente advierto falta de imaginación para articular propuestas razonables de solución para los problemas que la gente tiene en su quehacer cotidiano. Y es que se está perdiendo la conciencia de que una autoridad o un funcionario, cada cual en su ámbito, se postulan, presentan y opositan para ocupar puestos sociales de servicio a los demás.

lunes, 21 de enero de 2008

El timbre del despertador
te recorre la espina dorsal como un chorro de agua helada,
cae, gota a gota, el sol,
la primera voz amiga, dice
que buenos días, hace frío y sol,
poco a poco
te vas, me voy reconstruyendo,
hasta llegar al espejo de afeitar, mirarme:
ése no soy yo, ¿quién me cambiado esta noche?
La primera vez llegué a media mañana. Ignoro con que tiempo. Estaba demasiado excitado. Mi hermano, uno de los mayores, me esperaba en la estación del tren. Llegué en tren, tomamos un taxi y me llevó a la que durante un par de trimestres sería mi casa porque estaban en obras en el colegio mayor que debía ser mi destino definitivo para aquellos años de carrera. Mi hermano me enseñó a ir a la Universidad. Bajas esta calle hasta la plaza, la cruzas, subes por aquella otra, fíjate, hay tres, la que está más a la izquierda, la recorres hasta esa otra plaza, bajas de nuevo a la izquierda y ahí tuerces a la derecha, relativamente en seguida, llegarás a la Universidad, que es ese edificio de ahí. Ahora volveremos en metro, para que aprendas otro modo de venir. El billete del metro costaba quince céntimos. No había autobuses ni trolebuses y el tranvía, por delante de la Facultad, pasaba en sentido contrario, cuesta abajo, de manera que los modos eran dos, andando o en metro, que se tomaba, como ahora, en la Puerta del Sol y te dejaba en la estación de Noviciado. Lo recuerdo hoy, que tengo que ir de nuevo a Madrid, ahora una de tantas, porque aquélla fue la primera vez, inolvidable. Ahora hay no sé cuántas universidades públicas y privadas, ya no se imparten clases en el caserón de la calle de San Bernardo. Derribaron la casa donde estuvo mi primer, entrañable, alojamiento. Faltan, en la Puerta del Sol, muchos cafés, librerías, recuerdos ya irreproducibles: el café de Pombo, el de Levante, el Universal. Nada más entrar en la calle de Preciados, a la derecha, estaba la parada del tranvía de la Bombilla, que creo que era el 9. No estaban aún, calle de la Montera arriba, las disuasivas cortesanas que nos han de preceder en el Reino, pero, de momento, parecen semidesnudas estatuas de Botero, espetadas, en hileras, en la mirada fija de sus empresarios, agazapados en cada esquina, vigilantes.

domingo, 20 de enero de 2008

De niño,
hacía poco que encauzaran el río,
dejaron una hilera de árboles
y paseábamos,
los más viejos de entonces, que eran como yo soy ahora,
bajo el sol, sobre el rumor
del agua viva,
muerta de risa.

De niño, había muchos árboles,
mayores y menores:
el haya del parque del tío abuelo indiano,
los mínimos aligustres,
los magnolios del Parque,
plátanos de paseo de troncos inabarcables,
llenos de pájaros,
cuyas copas se perdían entre las nieblas más misteriosas, altas
y los evónimos
pintados
de oro sobre el verdeoscuro de su hojarasca.

Ahora, los coches, y la vejez,
mi vejez cansada, y, lo confieso, escéptica,
el evónimo se ha mezclado co un vecino arbusto
y perdió el oro en el cambio,
pero es el único,
mestizo y duro,
que resiste y se enfrenta al hacha y a la piqueta,
y me obliga, cuando llega este tiempo y se cubre de brotes,
a recobrar,
inexorablemente,
la esperanza.
Cuando anochece ya o apenas es de día, los altos que cierran el valle en que vivo están, alternativamente, este y oeste en contraluz y perfilan sus anfractuosidades, salvo cuando una hilera de árboles, tal vez un soto, se asoma, aguas vertientes y entonces el perfil es de encaje oscuro. Y hoy, con la mimosa ya descaradamente florecida, han empezado a cantar algunos pájaros, que todavía no tienen hojas con que arroparse, pero incluso así dan un toque, la insinuación de una caricia del buen tiempo en que brotarán las calas, arrolladas ya sobre sí mismas. Que lo he visto en su hilera que se protege del viento arrimada a la pared junto al estribo del puente bajo que guardan los barrenderos sus carretillas, las mangas de riego y las pacíficas bombas del agua que en canto llueve anega los sótanos de las casas más viejas. Las calas se anuncian como mucho para la semana que viene, para el Carnaval, que este año, paralelo a la Cuaresma y a la Semana Santa, viene, dicen los entendidos “bajo”, es decir, tempranero. Ya hay cartelones que lo anuncian de corrido, “entierro de la sardina incluido”, como quien vende paquetes de viaje en que se anuncian ya, de golpe, las sorpresas y las nostalgias de los eventuales viajeros. Así luego, cuando llegan a las diferentes ciudades del recorrido, buscan sus estereotipos y no pasan conformes a la siguiente si no han experimentado, como casi nunca experimentan, pero lo fingen para quedar bien, el pasmo, la sorpresa o la maravilla que decían los folletos. No es, como decía el título de aquella vieja película en blanco y negro, que de ilusión también se viva, es que vivimos la mayor parte de la vida de la ilusión, que apenas soportamos, puro deleite, de lo que esperamos que ocurra si nos toca la lotería, si corremos una loca aventura en el próximo viajes, si las vacaciones que vienen son las que venimos proyectando desde cuando el acné. También la ilusión, en grandes cantidades, está en el núcleo esencial de los humanos, equilibra de antemano el desencanto.

sábado, 19 de enero de 2008

Cada cual, aquel día,
puso su pensamiento entre las piedras
del cesto de los destierros, envueltos en papel translúcido,
de colores,
según fuesen bueno o malos,
intrincados o sencillos
enamorados o de odio sin límites.
Cada cual puso el suyo
y
cuando el sol se puso
el viento de la tarde, que sopla desde la tierra hacia la mar,
los desnudó y lavó de tal manera
que a la hora
de la flor del agua
todos eran pensamientos iguales, sin luces
ni sombras,
incoloros como almas
recién nacidas.
Cuidan en seguida, los “protas” de las novelas –esas primeras novelas que tanto abundan, elogiadas en su propia solapa y en los anuncios pagado por el distribuidor, que por lo menos pagar gastos, y luego que se arregle el autor, que tampoco es para tanto, pero algo hay que vender-, cuidan, antes de que se les olvide, de poner en conocimiento del público en general, y muy en concreto del lector, que ellos, los “protas”, ni creen en Dios ni rezan, yo pienso que es que está de moda decir que lo moderno, vamos, lo “progre”, es no creer y advertírselo al mundo: soy un personaje nacido de un autor “progre”, enterado, que está “in” de lo que se lleva y que no tiene miedo, como aquella pobre gente del medievo, urgida de ser cristiano viejo por terror pánico de la santa inquisición, que ni ante el obispo Carranza ni ante fray Luis de León se paraba.
Creer –cosa en que yo insisto-, es más asunto de voluntad que de demostración científica. Es imposible demostrar científicamente la existencia de Dios, pero considero claro que el hombre, es decir, el ser humano, la persona, tiene una dimensión religiosa esencial que en mi opinión necesita o que exista o inventarlo. La protagonista de esta novela, página 11, tercera de novela propiamente dicha –las otras ocho son de dedicatorias, en blanco o de data de edición y copyright-, ya está advirtiendo que ella no reza. No es que me moleste, creo que debe tenerse un gran respeto por lo que cree, descree o piensa cada prójimo, y más cuando lo que piensa y estima cada cual sea para su capote, en su intimidad, de puertas adentro del núcleo de su existencia, llámele alma, llámele alma o “chispa de la vida”. Lo único que a cambio opino tener derecho a que me respeten a mí y lo que yo estoy empeñado, ya digo, acto volitivo, en pensar o creer. A las tres páginas reales de novela. La protagonista ésta ya nos ha informado explícitamente de su ateísmo, y, de modo implícito, de que es feminista, pero de esa clase de feministas que consideran que sus convicciones pasan por asimilar, equiparar, transmitir al resto de la humanidad que hombre y mujer son iguales, cosa que debe imponerse por medio incluso, caso de necesidad, de “leyes paritarias”. Bueno, pues yo digo, para compensa, que mi machismo no pasa por defender que hombre y mujer son iguales. Los considero diferentes. Capaces, una y otro, eso sí, de realizar “casi todas” las mismas funciones humanas –sociales, económicas, laborales…-, pero diferentes. Lo cual no quiere ni siquiera decir que piense que uno u otra son en general mejores o peores. A nadie se le ocurriría considerar iguales a los individuos macho o hembra de ninguna otra especie animal, en algunas de las cuales, los machos no parecen servir más que para ejercer una parte de la función reproductora, resultando mucho más útiles y eficaces las hembras para el resto de las funciones vitales de la especie. Bueno pues yo opino que el hecho de que seamos animales racionales no introduce ningún cambio en eso de que los géneros nos diferencien e incluso influyan las diferencias en lo puramente racional, espiritual, o cultural, llámelo cada cual como quiera, tan íntimamente asociado a las vicisitudes somáticas y viceversa.

viernes, 18 de enero de 2008

Vino el sol, esta mañana, a despertarme
y yo me hice el dormido, como siempre, sol
¿no sabes que aún no es día?
Él se ríe
a carcajadas de luz
pura, que no ha inventado aún los colores, es
como un recuerdo de la luz primera
del primer día, caliente,
trémulo, asustado
de haber oído el eco
de la voz de Dios.
Vino,
escucha, me dijo al posarse
sobre el dorso de mi mano,
pasó otra noche,
se fueron
de nuevo los temores de reflejo de luna, puedes
disfrutar de otro día.
Abrí los ojos, me dejé sentir
y allí estaba yo, de nuevo el mismo,
con la misma esperanza
y el mismo miedo.
Leo en unas memorias que cierta señora, una mujer, recuerda de cuando tenía tres años. No sé si es posible. Eco cuenta de las ráfagas de mi memoria de la época en que también los tuve y cierto hay retazos, jirones sin ilación, apenas huellas en la dureza impenetrable en que el pasado se consolida como un muro por detrás de nosotros como si nunca hubiese habido nada y las manos que solícitas, recogían nuestros pequeños fracasos de aprendices a andar en bicicleta –posiblemente un triciclo de madera o de hierro colado-, fuesen manos fantasmales, sin cuerpo doliente a través de que pasamos con tremendo dolor. Es un misterio este dolor de madre, ajeno todavía, con que nacemos, para morir después con dolor ya propio, inalienable. Puedes, podemos, puedo hacer que me representen para casi todo, para recoger un paquete en correos, para echar una bronca a alguien que en algún momento dependió de nuestras decisiones, para gobernarnos, ponernos límites y leyes, pero morir hemos de hacerlo personalmente, es un derecho y a la vez un deber personalísimo, que como tal nos concierne. Esta señora dice que recuerda de modo detallado cosas que les ocurrían a ella y a las personas de su entorno inmediato cuando ella estaba cumpliendo los tres años de su edad, los que tiene mi nieta pequeña, la que el otro día, cuando le contaba un cuento, me preguntó abriendo sus ojos inmensos con que expresó la pena que le daba si aquello de las brujas, los gigantes y demás barbaridades feéricas que le contaba eran mis pedsadillas: abuelo –se enternece la voz de los niños cuando aprenden esa palabra inaudita-, ¿son esas tus pesadillas?
JUEVES 17 DE ENERO DE 2008

Hay hermosos sueños
que mejor no soñar, porque, si no
¿quién podría
decidirse
a despertar?
Cabe soñar
Con la madre, solícita, ya por desgracia muerta
hace
tantos
años;
con el amor primero que tuviste, que tuvimos,
tuve;
con mundos imposibles
donde tal vez,
dormidos,
soñemos esta realidad que nos deslumbra
y no es más
que el cocodrilo azul de otro delirium tremens.
Leo tres libros a la vez: una biografía, una fábula y un libro de memorias, empujo un poco éste, luego el otro, por fin el de más allá. Espero concluir las tres lecturas juntas, se equilibran recíprocamente, lo increíble de las memorias, las exageraciones de la biografía y las posibilidades de la fábula, que en realidad es la única que es mentira, y, si te paras a pensar, imposible. Entre gavilla y gavilla de palabras, frases y páginas, visito la librería y me abruma saber que ya no tendrá tiempo ningún humano a leer todo lo que se publica, tanto libro como me enseñan o yo veo, admiro o desdeño por mí mismo, a pesar de que algunos huelan tan bien o su papel gratinado, brillante, pese tanto y de modo tan evidentemente inútil, según resulta de una ojeada rápida, que ¿habrá sido injusta? Me paro, lo repaso. Es lamentable que se gaste a veces tanto dinero en editar con tanto lujo lo que no merecería sino papel de estraza, o usado, de periódico, como si fuera un palimpsesto, y eso sólo porque no hay autor que sea tan malo que no resulte capaz de dejar alguna perla entre sus páginas, que siempre merezca la pena tener la paciencia absurda de rebuscar entre tanta paja.
MIERCOLES 16 DE ENERO DE 2008

Bajo la manta, entre papeles de periódicos muertos,
nos pasa la tele la fotografía del vagabundo,
que duerme. Eh, tú
-lo sacude el guardia municipal-
despierta,
anda.
El vagabundo, que ha olvidado su nombre en los caminos,
lo mira y lo mide, lo desprecia-
Eh, oye
-lo sacude el guardia municipal-
que te matarán
el frío y el viento.
No pueden –dice el vagabundo-
porque ya estoy muerto.
Tenía razón,
no era
más que la noticia, olvidada,
bajo la manta
entre los papeles de periódico
con fotografías desvaídas
y palabras escritas
que ya no mueve el viento.
Pasa el viento, ufano de su fuerza, tirando un árbol, las losas de pizarra de los tejados, alguna ventana podrida y llevándose la arboladura entera del puesto del mercado, mientras la dueña llora, inconsolable y el viento juega enrollando y desenrollando el lienzo como si fuera un fantasma que al final se lleva, fracasado, el río y lo pescan, allá abajo, en el puente de las leyendas, que ya no es el mismo, pero las mantiene en la memoria ya desfiguradas, perdidas, como si se tratara de sueños o de mentiras inventadas por la vieja cocinera que tan bien hacía las croquetas cuando todos éramos niños y ni siquiera habíamos oído hablar de la posibilidad de que Walt Disney pintase nuestras fantasías y las moviera transformadas en muñecos casi humanos.

Pasa el viento, diciendo tan aprisa las palabras que lleva, espuma, desbordándole por los cuatro costados, apenas pueden leerse ni recordarse, como si se hubiese vuelto loca la orquesta del universo y su canción un zumbido de abejorros gigantescos, invisibles, presentidos más allá de las nubes, que apresuran el paso, se estiran y en cuanto el viento pare se echarán a llorar, como siempre, histéricas.

martes, 15 de enero de 2008

Me gustaría tener una margarita
-no nacieron, todavía,
no hay más que flor en las mimosas de la cantera vieja-
para preguntarle:
si, no; si, no, si el viento
pasará airado, sin decirme, sin dejar caer ninguna
de sus palabras.
Me gustaría sosegarlo,
Espera –le diría-, pero hoy tiene prisa,
se adivina,
por llegar a contarle no sé qué a alguien
que sin duda necesita saber algo realmente importante,
un nombre,
un amor,
¿quién sabe las razones
y los caminos del viento?
Al final, cuando ya no puedes responder, por lo menos de modo audible, porque ya te habrás muerto –me digo-, no quedará más que lo que hayas escrito, y por eso es tan importante que al escribir no mientas sentimientos. O dejarás la imagen de otro, ajeno y desconocido, que te sustituirá en la memoria de quienes se pregunten lo que habrías opinado de una cosa u otra. A no ser que alguien disponga de los papeles que queden y los eche al contenedor de basura selecta desde que irían al centro de reciclaje y volverían, otra vez desnudos, a desafiar a otro escribidor, que no escritor, de un futuro en que no estaré con mi macuto de sueños.

Hace viento, hoy. Cayó una ventana, a poco de yo pasar, con estrépito de cristalería rota. Los árboles, excitados, mueven sin orden ni concierto, como los políticos, sus deshojadas ramas y hay un constante rumor. La mar se encabrita, al recibir cada latigazo en el lomo de cada ola y rompe en furores de espuma. El cocker alza el morro húmedo, ventea y tira hacia casa, renqueado todavía un poco de su pata dolorida. Tampoco a él le gusta el viento. A las gaviotas sí. Altas, mirando a barlovento, se dejan mecer y graznan, ignoro si de alegría o de miedo al sordo anuncio que el viento hace de que viene la lluvia.

lunes, 14 de enero de 2008

La niña va tomada de la mano de su madre,
pensativas,
una en la lumbre, la otra en su absoluto,
la primera
está turbada, mienten para ella,
afanosos,
los cinco
sentidos,
la niña, ilimitada,
aún,
sufre presencias inimaginables:
brujas, presagios, humanidad nueva,
que ha nacido otra vez para ella
sin nombres ni números,
sin caminos
ni recuerdos,
sufre a la vez de miedo y de hambre de saber,
se roza, cuando pasa
con un hada o pisa
la raya de otro mundo, ignora las sorpresas
banales
que hay más allá de la esquina
donde tal vez un gigante,
el dragón o la alegre carroza
de la princesa se desvanecerán
un día
de adolescencia que viene
como un torrente.
Pésicos y albiones tuvieron por diosa a Lug, cuyo nombre era fácil de decir para la lluvia y el viento, que son los que transmiten ecos de las voces de los dioses, que, si directamente hablasen con los humanos, los destruirían con el sonido y la luz de su voz, inconcebible. Y por eso, cuantos nombres empiezan por la sílaba Lu en la actualidad, resultan sospechosos de haber sido puestos en homenaje a esta poderosa deidad femenina.

En lo antiguo eran temibles las diosas femeninas, en cuyo vientre, como el de la tierra, ha germinado la vida desde que el mundo es mundo y morada de humanos, vegetales y piedras. ¿No serán, incluso las piedras, seres vivos también? ¿No habéis visto cómo mudan de forma, con el tiempo, y a veces estallan y sangran, siquiera sea lava, zumos vivos de su propia esencia, entre llamas y estruendos?

Impresionan aún esas figuras de mujer que aparecen en los yacimientos arqueológicos, con sus vientres descomunales y esa digna belleza que proporciona a la mujer su estado de embarazo portador de vida, a despecho de las monsergas abortistas, que, por mucha ley que lo disfrace, no conducen más que a la sinrazón y el sinderecho, la contracultura de una interrupción de germen de vida iniciado. No es un derecho de la mujer, el de interrumpir la vida. Ni hombre ni mujer hay que sean dueños ni de la vida ni de sus hijos. La vida se comparte con ellos, con los hijos, que, casi en seguida –tras de mucho sufrimiento particular de cada cual, integrado en el conjunto de todos-, se constituyen en independencia, en ser ellos, por más que todavía no se ganen la vida y haya ganapán que opine que mientras dependan económicamente de su ayuda deberán comportarse como siervos o como soldados de un hipotético ejército.

Volviendo a lo primero, habrá lugares –palabra derivada de Lug- cuya toponimia se refiera a refugios, altares, cultos y romerías o petitorios de Lug, como Lugo, Lugones, tal vez incluso Luarca.

Digo esto porque he vuelto a comprar un libro supuestamente aclaratorio o explicativo de topónimos y resulta que tampoco era serio, por más que en alguna página resultara, por su frivolidad, hasta divertido. Y me ha recordado los esfuerzos que se hacen en cada pueblo y cada época, por encontrar razones de su nombre que sean poéticas, legendarias, por lo menos bellas.

domingo, 13 de enero de 2008

Habrá picado en la puerta del cielo,
Angel González,
preguntado por sus amigos,
sobre todo por Emilio
Alarcos y Jesús
Villa,
habrán pedido un velador, tres sillas y un café,
encendido un pitillo
y habrán seguido hablando
de las cosas de Oviedo y del mundo,
y,
sorprendidos,
de que a pesar de todo haya sido verdad,
que Dios exista,
distinto, claro está de cuanto había sido imaginable,
pura esencia de verdad, amor y luz,
¡qué hermosos versos habrán escrito hoy,
palabras,
líneas alternativas, o estrofas!
Angel y Emilio.
¿Y si no hubiese Dios?
Entonces,
polvo, ceniza y nada,
de estrellas
viajarían para siempre en la cola,
los tres juntos,
de algún errático cometa.
Ha muerto un poeta, Angel González y el mundo está triste, aunque haya gente que no lo sepa, ni sepa a qué se debe la tristeza de los brotes que apuntan ya en las plantas desde que rompió la mimosa de la ladera del monte. Angel González era un poeta con el alma rasgada y cicatrizada de escepticismos, que seguía, siguió hasta morir, cultivando la estética de sus versos, apoyada en el amor que tenía a la vida.

Han preferido, casi al mismo tiempo, una letra, de entre varias o muchas propuestas, un letra para el himno de España, que, como suele ocurrir, gusta a unos y no a otros. No es época de poner letras a himnos. Los himnos con música brillante y letra enardecida de que es ejemplo el a mi juicio más hermoso himno que existe, la Marsellesa, se escribieron en épocas de ardor bélico, espíritu de regimiento y convicción de estar a punto de mejorar el mundo a través de del esfuerzo humano y la confianza en la ayuda divina. Esta época nuestra, de escepticismo, desánimo y puesta en duda de todos los principios, lo es de una poesía preferentemente intimista que no casa con los himnos, cuya función es enardecer. Es complicado enardecer para seguir librando la batalla de la paz sin derramar la sangre ni empuñar las armas, que es por otra parte como a mi juicio debe progresar la humanidad con paciencia y esperanza irreductibles.

A pesar de todo, es domingo, es enero y de la mano del viento, ha llegado el frío, que pasa como un cuchillo, tocándonos con sus dedos largos y enhebrando gripe en los catarros fáciles, que, así, se convierten en cascadas de broncos tosidos, respiraciones angustiadas y febriles huidas al sudor de la cama, el embozo y el escalofrío.

Pleno invierno, sin nieve todavía más que el los heleros más altos, desde donde vigilan sus avanzadillas.

sábado, 12 de enero de 2008

Tiene un sonido especial, la viola, en tus manos,
de algún modo la meces, como si fuese un niño,
con ternura de madre primeriza,
todavía asombrada
por la sonrisa, el sonido, que vas arrancando
de la madera dormida,
que se extiende en el aire y apoya
en las seguras notas
del viejo
piano.
Te hacen la corte tres violines, pero tú
mantienes el cauce en que se mueven sus tres hilos
de oro y plata.
Cierras los ojos,
un temblor apenas, de tus párpados
finge que eres de este mundo,
pero tú yo sabemos
que viniste con la milagro de la música
y cuando se apague
esa luz,
todo, como cada tarde, habrá sido un sueño
y seremos los de todos los días,
los mismos
desconocidos
Fueron jóvenes indomables, pero se han hecho viejos y resulta por lo menos pintoresco que sigan cantando las canciones protesta de su juventud, como si se les hubiera acartonado un espíritu que ya no está, como entonces, en carne viva, y se advierte en seguida que ahora es ficción y los escalofríos que los recorrían son sólo ahora fibrilaciones, pura arritmia, mentira de luz artificial, sombras largas y recuerdos cortos. Nadie puede ser siempre joven, más que Peter Pan y sus secuaces. Los demás, como mucho, apoyados en cierto retraso anacrónico que sufro en el alma, nos convertimos en parodia lamentable de lo que fuimos, si nos empeñamos en comportarnos como corresponde a un período de la vida de cada cual, que, cuando ya ha pasado, es irrepetible tesoro susceptible de consolar las soledades de cuando la gente se aparta para no oírnos contar una y otra vez la batalla de las Termópilas o la carga de la brigada ligera, o lo que costaban un café y un chato de vino con tapa cuando éramos estudiantes de primer curso de carrera y recorríamos tascas y chiscones cantando bajito, para que no nos echasen con cajas destempladas, lo habitual de que nos había tampoco entonces quien pudiese con la gente marinera.

viernes, 11 de enero de 2008

La tristeza ocurre
de pronto, como cambia el tiempo,
que amaneció l sol,
radiante,
y en un momento se ha convertido todo
en un caos de lluvia,
estrella el viento sus amenazas,
¿anatemas?,
contra la ventana inerme y los límites,
lejanos,
del paisaje.
La tristeza
es como la niebla, que, vamos por la montaña,
cae
y te desorienta, porque todo,
bajo ella, puede haber desaparecido
al dejarnos, como vamos, ciegos.
No soy capaz de echar a andar un teclado inalámbrico para mi nuevo –regalo de Reyes- ordenador Apel. Me está bien empleado. Funcionaba bien el anterior y lo cambié por la tentación estética y la facilidad de maniobra de éste nuevo que me obliga a cambiar un montón de modos de hacer. Es bueno mantenerse atento a las mudanzas tecnológicas, pero a su socaire, lo cierto es que te tintan cada día con aparentes cambios que no son más que sofisticaciones inútiles o pequeñeces que cuestan para nada. Pasa con la mayoría de las cosas. Ahora hay demasiada gente ideando, diseñando, escribiendo, pintando, inventando, y como consecuencia se producen muchas cosas útiles, pero muchas más inútiles, mezcladas, indiscriminadas. Ocurre con todo. Es cada vez más difícil seleccionar. Y más si se es consciente de que cada libro malo puede contener una línea inspirada, perdida como un tesoro entre páginas y páginas de cochambre- Habrá, digo yo, que tener paciencia y estar atentos. Y en esto del teclado, acabar por preguntar. Dicen que preguntando se llega a Roma. Según a quien preguntes, habría que añadir.

jueves, 10 de enero de 2008

No sé si soy o estoy,
vivo,
y lo sé porque me pienso y comunico
con cuantos amo tanto
que me repartiría
yo mismo entre ellos, si pudiera
y con eso
los hiciera felices para siempre.
Y si yo, que no entiendo de amores, soy capaz
de quereros como os quiero,
cómo será capaz
de querer quien no es más que amor
desparramado en cosas y conceptos,
sueños y sentimientos,
paisajes
y este misterio mismo de vivir
en que consisto.
Si estuviera ya solo en el mundo, si fuese el último ser vivo sobre la tierra –sobreviviría, digo yo, algún vegetal, seguirían vivas, como hoy, las montañas- hablaría, también de palabra, o quizá por escrito, sobre algún soporte, papel o la tierra blanda, o la arena del último desierto, por el placer aún de seguir viendo las letras formar palabras y las palabras frases, hablaría con Dios, que como es lógico seguiría existiendo en toda su plenitud, y le diría que vivir es bello y las formas que componen personas y cosas, sentimientos y vivencias, son armónicos como una hermosa melodía inefable. Lo digo a cuento de esto que ahora a menudo escucho y leo de que multitud de cosas y conceptos fracasan y se acaban, que hay quien dice que no nos quedan apenas reductos de vitalidad, que cada vez hay más cosas y conceptos despreciables por su banalidad, por ser lugares comunes, por haber sido dichos, por expresar debilidades o fealdad, cuando todo es vida que se renueva y no hay una selección especial reservada a los entendidos, sólo capaces de entenderlo ellos, con exclusión de los demás, nosotros, los que escribimos sin necesidad de que venga ese conocedor, ese investigador, ese sagaz intérprete al que aseguro que los geniales autores de las obras que legan cada día, aún hoy, digan lo que digan, a ser clásicas, sin duda no eran, cuando escribieron, conscientes de su condición, ni quisieron soterrar en lo escrito cuanto ustedes, los ojeadores de lo esotérico, ahora mismotes suponen. Escribieron porque lo necesitaban, unos, para vivir, desde la perspectiva económica, y otros porque lo necesitaban para vivir desde una perspectiva vital, o estética, o sencillamente ética. En cualquier caso y época, sin embargo y por añadidura, fue de imprescindible que hubiera muchos como los que ahora lo hacemos, que escribimos por las mismas razones y decimos incluso mal lo que está dicho ya bien por alguien antes sin que la mayoría de las veces nosotros lo sepamos. Hace falta que escribamos muchos indignantes, estrafalarios, insuficientes, mediocres, diría que hasta indignantes, para que de entre nosotros se desprenda de no sé qué pluma, qué bolígrafo, qué ordenador, la perla o la sarta de perlas que puede y hasta debe incorporarse al hilo de la comunidad humana cada día renovada y en marcha.

miércoles, 9 de enero de 2008

Han pasado las horas,
seguro que en el mundo han estado ocurriendo cosas sin cesar,
cosas tremendas,
que habrán hecho reír y llorar a una multitud incontable
de personas que ni siquiera se conocen,
que hablan lenguas distintas en diferentes países
separados por distancias inmensas.
Han pasado
No están, esas horas tremendas, llenas a reventar de acontecimientos
sorprendentes,
extraños,
pero que
¿de verdad han ocurrido?
Te he traído una flor.
Sonríes, dubitativa. ¿Es posible
que haya en el mundo alguien
que esté llorando
precisamente ahora?
Se me ocurre pensar,
Que para que nosotros
gocemos,
o suframos
tiene que haber alguien, en algún lugar
que equilibre nuestra alegría con su dolor
o este sufrimiento nuestro
con su placer. Si no, el mundo pararía su amrcha,
desequilibrado.
Acecho, desde la ventana, entre visillos –titulo de una vieja novela-, como suelen las viejecitas de las películas que reflejan la vida –hay quien dice que más pequeña-, de las ciudades mínimas y los pueblos diminutos. Donde lo que pasa es que la vida tiene dimensiones diferentes, como si ocurriera en otro tiempo o en otro mundo. Conoces a la gente que pasa, en su mayoría, y tienes la posibilidad de advertir cómo es la carga de la vida que llevan consigo. Aunque vayan en silencio, serios, inexpresivos, o sonrientes, los conoces de toda la vida, a casi todos, toda la suya o toda la tuya. Van y vienen, son familiares, es decir, habituales, hasta que faltan, que tardas en darte cuenta, y para entonces ya hay otros a que casi siempre identificas porque se parecen a algún pariente suyo que conocías.

Acecho desde la ventana, un poco apartada la cortina, sin mirar. Viendo, nada más. El árbol, el río, los reflejos, a medida qe se va la luz del día y se encienden las farolas, impotentes para nada más que apartar ligeramente lo oscuro de la noche, que poco a poco se ha comido las lejanías del paisaje, pero no enciendo la luz. Me estoy, parte de la semipenumbra de la habitación, como el zumbido de un insecto.

martes, 8 de enero de 2008

Un olor y dentro
el Universo,
como un pensamiento bien guardado, el luquete
de un recuerdo flotando en la memoria,
este remanso
donde se me van muriendo
los brillantes proyectos
de juventud. Un olor, un sonido, el eco
de tu voz
basta para que se reaviven,
como si pudiera arder
dos veces el mismo fuego
que apagó,
nadie sabe ni cómo ni cuando,
el paso
del tiempo.
Contar un cuento o las cosas que pasan, diría Hamlet, es la cuestión. Pasan, ocurren, acaecen cosas sin cesar, pero a veces preferimos contar un cuento, que es como ordenar las cosas a a gusto del consumidor, incluidos los trabajps y las decisiones de las princesas, los dragones, los reyes y los mendigos viejecitos, que suelen ser magos poderosísimos, disfrazados para probar y comprobar el talante de los protagonistas, para bien o para mal, de los cuentos. Poblamos nuestro entorno, yo lo hago, con la multitud de los seres imaginarios, que unos vienen de lejos, de lo más hondo de la porción última, más soterrada, del cerebro, otros los saco de algún libro más viejo o más reciente y algunos los imagino yo, sobre todo de noche, ominosos, en lo oscuro. Cuando forman parte de un sueño, si es uno de esos que casi indefectiblemente me atrapan durante las insoportables tandas de anuncios que interrumpen sin la más mínima consideración las películas de la televisión, algo debo rebullir, tal vez decir o gemir porque no es la primera ni la segunda vez que el perro viene solícito, se me alza y apoya con las patas delanteras en mi pierna y hace lo que puede para intentar lamerme la mano más próxima. Despierto, sobresaltado, y me mira, se ve que disculpándose. Por si acaso, durante un rato, permanece cerca, atento, pendiente de que no me enfrasque de nuevo en otra aventura de que lo excluya. Por fin se cansa, se va, proyectan en la tele uno de esos programas en que se relata la ramplonería de unos cuantos humanoides de todos los sexos posibles y sus variaciones, permutaciones y conmutaciones, y ahora sí, ahora, indefectible y afortunadamente, me quedo todo y del todo dormido.

lunes, 7 de enero de 2008

Voy a través de mi sueño
con la vela de tu recuerdo encendida
como único remedio para la niebla de este día gris,
en que el silencio flota
sobre la cadenciosa respiración de la mar
dormida también
estre este sol de invierno
desmayado
de tristezas-
Voy,
Enhebrando las horas de la sombra del día
en un hilo de música
que tú me dices,
sin decir,
solo con haber pensado en mí
por un momento, espero, esta mañana,
cuando estuve escuchando,
esperando,
tu pensamiento.
Nunca he podido explicarme el misterio de que la música y el color puedan transmitir mensajes no acierto a preferir si como partes de un idioma olvidado por los humanos o lo que será en su día un idioma, cuando el exceso de prisa no permita a los entonces supervivientes articular palabras o construir las frases indispensables para comunicarse. Se adivina que tanto la música como el color llegan antes o llegan a espacios más especializados del cerebro, donde producen emociones súbitas y profundas.

Incluso el idioma, tal y como ahora lo manejamos, se hace más expresivo y llega a mayor hondura del interlocutor cuando alguien que sabe hacerlo canta y utiliza la voz humana como instrumento musical.

Es posible, además, con la música, construirse lo que de niños llamábamos nuestra cabaña, ese “retrete interior” de que habló santa Teresa, indispensable para sentirse uno mismo por lo menos a ratos o cuando nos aprieta alguna situación que nos agobia o angustia. Yo me encierro en música que prefiero y es como si saliera de la estancia anterior y me refugiase me escondiese en otra de otro de los mundos paralelos que coexisten con cada uno de nosotros.

No me hace falta ser un erudito musical. Que hay quien no considera posible gozar del arte sin entender de aquel de que en cada caso se trate. Por lo general y salvo escaso número de obras, no sé lo que escucho ni quien lo compuso, pero gozo de ello, lo almaceno en mi discoteca personal y de allí lo saco, según la ocasión, mediante previa selección o con un programa aleatorio que me lleva de un lado a otro del sentir, desde un quinteto que interpreta música de cámara de Beethoven hasta un blues de la costa Oeste o del profundo Sur o la saltarina improvisación de Teté Montoliu.

El caso es soñar.

domingo, 6 de enero de 2008

Hoy, los versos
de todos los poemas de todos los poetas del mundo,
van, traqueteando,
enganchados en el arrastre de madera de ese niño
de los ojos grandes
que atraviesa el parque
consciente de su propia importancia,
procesional, deslumbrado y deslumbrante.
Han venido los tres Reyes Magos, esta noche, y, a una,
engancharon de la mano del niño la interminable retahíla de vagones
de la felicidad,
que le permite, en este preciso momento, y tal vez
para siempre,
la persona más importante del mundo.
Vinieron, magos, reyes, astrólogos, sabios o soñadores, vinieron, y aprovechamos que venían y les pedimos que trajesen baratijas y caratijas, que el ordenador se empeña en corregirme, automático, y trata de quitar la palabra caratijas, claramente significativa, aunque el diccionario no la tenga en sus gavetas, de las quisicosas que no eran baratas, sino todo lo contrario, de entre las que trajeron esta mañana los viajeros, mezcladas con chuches y confituras, globos y almendras. Y entre esperarlos, abrir los paquetes, repartir los juguetes, las ilusiones y las desilusiones o no recibir nada porque el euro anda como anda, sorteando los vericuetos de una economía sin reinventar, pero a dólar y medio, cosa que con los salarios que hay, las pensiones que padecemos y los dos famosos efectos del redondeo y psicológico, cada vez hay más gente que llega como llega a fin de mes, entre el ruido, que llaman sonido, y el deslumbramiento, que llaman color, acabamos de llegar al final de las fiestas de Navidad y el principio de las rebatiñas de las rebajas, que siempre me recuerdan la anécdota de aquel niño que presumía ante su padre de haber ahorrado por venir corriendo detrás del autobús desde la villa, al salir de clase, hasta la lejana casa de aldea y va su padre, y, sin inmutarse, le hizo ver lo estúpido que había sido por no venir corriendo detrás de un taxi, con lo que habría ahorrado mucho más dinero.

Han florecido las mimosas de la ladera solana del montículo, que cierra el flanco oeste del valle que contiene a mi pueblo. Es como si alguien hubiera escrito, cuando llega este tiempo, cada invierno, con frío, como otros años, o con agobiante viento del sur, como éste, aprovechando la ladera, en letras muy grandes, la palabra esperanza. Florecieron tempranas, esta temporada, durante la tarde de ayer, víspera asimismo esperanzada y esperanzadora de Reyes y Epifanía.

He advertido, sin embargo, vaharadas de tristeza en el aire. Cosa del ser humano, que, como parábola de sí mismo, ni está nunca del todo alegre, sin esa pizca, a veces torrencial, de tristeza, no del todo triste, con la pizca deslumbrante de alegría. Porque somos contradictorios, paradójicos, pero insistimos en caminar. Ir hacia … , como ahora mismo, a la salida, todavía ensordecidos y deslumbrados, como dubitativos e indecisos, es decir, como siempre.

sábado, 5 de enero de 2008

Noche de Reyes,
¿qué mejor regalo
que la luz de la luna,
los millones
de millones de estrellas –algunas
se caen, como las ilusiones,
se caen en la mar,
se ahogan en el agua,
luego la marea
las deja en la playa-;
qué mejor regalo
que la sonrisa
del recuerdo
de madre, que me miraba
jugar
con soldaditos de plomo
y un tambor,
cualquier seis de enero,
a eso de la madrugada?
Enero, cinco, víspera de Reyes, o, si prefiere alguien, noche de Reyes. Se trata de nos reyes que en realidad no lo eran, al parecer, sino algo así como magos, o tal vez conocedores de ciencias esotéricas, alquimistas o vete a saber qué, que coincidieron en seguir a una estrella, o puede que un cometa o un simple y sencillo milagro. No me consta si vivían lejos o cerca o e algún modo comunicados por medios sólo por ellos conocidos, gracias a sabidurías hoy olvidadas. Puede que hasta hayan salido de sus casas, palacios, chozas o castillos, tal vez sólo cavernas, en fechas distintas, todos en caravanas diferentes, que al final se hayan reunido en algún lugar de convergencia de caravanas, una encrucijada, cruce de caminos, estación de tránsito, para seguir juntos, en impresionante caravana, con sumados séquitos, carromatos y diferentes tipos de bestias de carga, tal vez acémilas, camellos, pollinos y elefantes incluidos, todo un impresionante cortejo, que hizo bajar a Herodes, que ese sí que era rey, al parecer, al portal, a preguntarles procedencia y destino. Dicen los libros que entre muchas cosas, traían, para ofrecer y honrar al Niño recién nacido, oro, incienso y mirra. Siempre me ha intrigado lo de la mirra, que nunca he sabido para qué sirve ni qué representa, pero impresiona su nombre de especia fina, de producto exótico, de algo singularmente representativo, el diccionario se limita a decir que era y sigue siendo una gomorresina aromática, amarga y medicinal. Ahora, a los niños desde meses a cerca de cien años, nos traen quisicosas más o menos sofisticadas, según los gustos y los posibles de cada cual, con frecuencia algún artículo útil para el atuendo, el aseo o la presunción personal, que hábilmente se aprovecha para dotar o reponer en casa y así es a la vez ahorro. Recuerdo que como dicen que si eres malo o travieso te traerán los Reyes carbón, hubo una época en la posguerra que mis amigos y yo, que habíamos oído que el carbón estaba caro y sólo se encontraba en el mercado negro –nunca lo hubo más negro, salvando el azabache, que al fin y al cabo también es carbón, no concitamos en secreto para hacer multitud de travesuras durante diciembre y enero de aquel año y que sus majestades aprovecharan para traer unos sacos de carbón, que, para nuestra sorpresa, no llegó nunca, con lo que acentuaron nuestras ya abundantes sospechas de que allí había busilis. Víspera de Reyes- Debió ser tal día como hoy, uno, que ya de atardecida lluviosa y oscura tengo en el recuerdo. Yo estaba tras los cristales de un balcón muy grande y escuché el clopetí clop de los caballos, o tal vez de unas madreñas, cerré muy fuerte los ojos, para no verlos –a los Reyes, claro-, no fuesen a dejar de traerme, que ya lo decía mi madre, no hay que tratar de verlos ni aunque los oigas, te deslumbrarian y del disgusto no te dejarían nada de nada. Ni carbón.

viernes, 4 de enero de 2008

Víspera de la víspera,
cuando ya resulta la ilusión infantil insoportable,
de la llegada de los tres reyes magos,
que si existieron,
que si no,
que si eran muchos, pocos o tal vez
nada más que tres
¿qué importa?, ahora ya son
cita inexorable de los niños expectantes,
y de los adultos, no lo confeséis, esperanzados,
cada seis de enero,
epifanía,
convocatoria expansiva,
que llama –venid-,
para en seguida dispersar –id
a contar la buena noticia
de que ha nacido un Niño, y pasado mañana,
la epifanía, va a cerrar
la Navidad con un regalo múltiple, inefable,
símbolo del amor que el Niño trajo
para siempre, siempre, siempre,
con esa terca insistencia
de la eternidad-.
-¿Y si no hubiese eternidad? –pregunta mister Scrooge una vez más,
moviendo con duda la cabeza-
-La habríamos soñado, que es un modo
de recobrarla.
Tal vez cuantos libros se hayan escrito hasta hoy de una u otra forma, según cada cultura, cada posibilidad y cada época, incluida la vieja tradición oral de cuando no sabíamos escribir, son el mismo y único libro: historia de la humanidad. Pero en este caso no ocurre como en los libros de historia, que no cuentan más que los hechos y andanzas, los seños y los fracasos de unos pocos por esto o por aquello distinguidos de la inmensa masa de todos los demás, sino la historia completa, el anecdotario, y no sólo del mundo real, sino la del virtual y la del imaginario, la de todos los mundos imaginables, incluidos los posibles, los imposibles y hasta los soñados. Todos los mundos que están en este o con él, en otros tiempo y otros espacios paralelos, convergentes o divergentes.
Jueves 3 de enero 2008

Apunta la flor de la mimosa,
ya abajo, al sur,
tienden a apuntar los largos picos de cada cigüeña
hacia el nido de la espadaña de la iglesia de Benamariel,
donde toma tierra, cada año,
la primera cigüeña,
con el pico untado de rojo
para marcar la fecha de san Blas como festiva,
marcarla para que todas las bandas de música
de todos los pueblos de Castilla y de León
salgan con los maceros,
los concejales
y los señores alcaldes mayores a recibir
la primera bandada de cigüeñas
que se posan,
airosas,
en sus nidos,
sobre las torres del tendido eléctrico de alta tensión
y reciben,
amorosas,
con la caricia de las alas cansadas
a su cigüeña macho, y con él la misma esperanza
que está anunciando la mimosa en flor.
Dos asuntos para hoy con versalita inmensa en portada: la inflación y la Iglesia, ambas plantando cara a los criterios del gobierno, para estos dos casos, desgobierno: la inflación deriva de la incapacidad de estructurar una economía de verdad, y no ese truco mágico de la construcción, el ladrillo de oro y demás zarandajas que han montado la frágil inestabilidad de un castillo de naipes que absorbe alrededor del sesenta por ciento de la inversión crediticia total de la banca del país para un consumo errático a precios disparatados, sin más justificación que la de que “mientras haya quien los pague …”; la Iglesia, con el grave problema a cuestas de afrontar su adecuación a la humanidad de nuestro tiempo, la asunción de su papel en la nueva estructuración socioeconómica y la conservación de su inimaginable, pero evidentemente necesaria verdad primera y última. Enfrente, el gobierno, empecinado en los dos tremendos errores de que la inexistente economía española “va bien”, cuando ni va, siquiera, más que trancas y barrancas, apoyada en cimentación virtual, y de que el hombre de nuestro tiempo puede vivir sin una dimensión religiosa que está insita en la esencia de la persona, forma parte de ella y determina los indispensables principios éticos, base de la estructura cultural humana, unos principios que sólo en precario y transitoriamente puede suplir la urbanidad de la gente, cuando alguien comete la imprudencia de derogarlos o de intentar desprestigiarlos sin alternativa, jugando a la parodia de las instituciones y cometiendo el grave error de suponer que una mayoría social, siempre ocasional y circunstancial, puede definir la verdad objetiva, exacta y definitiva y luego imponerla como tal, convertida así en arbitrariedad.

miércoles, 2 de enero de 2008

Cuando se acaba un camino,
empieza
la posibilidad de abrir otro que lleve a nadie sabe
todavía dónde,
todavía cuánto
se tardará en llegar.
Entramos, entro en el año dos mil ocho, tanteando el terreno, aún desconocido, del bisiesto recién llegado. Son diferentes, cada cuatro, los años bisiestos, con ese apéndice inexplicable de fines de febrero, en pleno invierno, con el frío empujando caverna de los miedos adentro y la eterna pregunta del humano mediocre, es decir, el humano corriente, que otros, más despectivos, llaman de a pie.

Nos miran, desde que se recuerda, a los caminantes, los caballeros, con evidente desdén, pero siempre, desde que el mundo está poblado por nuestra azacaneada especie, hemos sido por paradoja los de a pie quienes les aseguramos tranquilidad fiable a los caballeros para apearse y abrasarnos a impuestos y gabelas, tras de prepararse un castillo como refugio y defensa contra nuestra airada reacción defensiva. Pero no es tiempo ahora de guerras. Las guerras deberían haber terminado para siempre desde la última declaración de paz, cuando un maltrecha Europa descubrió que no es posible ganar nada, más que provisionalmente, con las armas en la mano. Tras de cierto tiempo, las ideas parece como si resucitaran, avivadas por el viento del rencor y el torbellino de violencia se regenera con facilidad a partir de cualquier rebrote chisporroteante de ira recordada.

Hay que volver a la idea del equilibrio. Este vado de primeros de cada año es terreno apto para, al llegar a la otra orilla, inventar caminos de cambio, pero de cambio real. No ese que con tanta frecuencia proponen los políticos como cimbel para la convocatoria de votos, sino un cambio real, una reestructuración de la vieja sociedad fracasada sobre los falsos cimientos de la convicción de que podría eliminarse el mal, personificado en unos supuestamente malos, que siempre son los otros con respecto a nosotros (ellos están convencidos de que los malos somos nosotros, que no pensamos como ellos), sino en el equilibrio de la tolerancia con que cada uno hemos de respetar la libertad de todos los demás, su ámbito, su espacio vital, su derecho a compartir con nosotros el mundo y la vida. El problema estará siempre en los que prefieren los atajos, con la excusa de que la vida es corta. En cómo corregirlos y apartarlos, y, lo que es más grave, cómo identificarlos y clasificarlos con criterios objetivos. Aprenderemos, digo yo, tan inteligentes como decimos que somos.

martes, 1 de enero de 2008

Entro en el año con esa cautela
del que no sabe
lo que hay más allá de un beso robado,
si el amor o la nada,
si la osadía de soñar nos lleva a un nuevo continente
o al vacío
que es donde jamás ha olido a nada una rosa,
ni ha habido, tal vez
ninguna rosa.
Entro ciego en el año,
con ambas manos extendidas en tu busca,
sin saber aún si existes
o no eres más que el beso soñado
cando yo mismo no era más que un sueño, y por eso, hoy,
primer día
de año nuevo,
apenas lo recuerdo
con este hilo de vida que me arrastra.
Vamos, Bond, mi perro, y yo, pisando las primeras calles del año nuevo, recién hecho que huele a pan caliente todavía, y nos cruzamos con los restos del ejército de la noche, el ya fracaso de los trasnochadores, ellos trajeados de negro, como si se hubiesen puesto aprisa y corriendo un jirón de noche muerta, al saberse desnudos de la ilusión con que llegaron al baile, las uvas y el muérdago. Hay una pareja que se besa en la acera del puente, por donde baja el frío de la amanecida, que aún no sienten. Se equivocan de puente, porque el de la leyenda es el de más abajo y éste no tiene leyenda ni del beso ni de nada que yo sepa. Otro grupo lo integran tres o cuatro mozas con abrigos de piel, anacronismos urgentes y recientes, a esta hora de la salida de un sol que no se anuncia más que arriba, en lo más alto de las paredes del valle. Como si estuviera asustado, digo yo, que el verá desde su trayectoria alta, por lo menos lo más próximo del futuro que llega y hasta sabe, seguro, lo que nos traen los reyes magos, parados, en el belén de la Iglesia, todavía a la puerta del castillo ominoso de don Herodes, inquieto desde que le han dicho que si ha nacido un Rey de reyes y a ver si peligra su trono –se preguntará-, como todos los reyes que quedan en el mundo, que ninguno las tendrá todas consigo, desde que alguien inventó lo de la soberanía compartida de la gente y ellos -los reyes- dependen de leyes que inventan, acuerdan y promulgan otros. Yo los consolaría diciéndoles que ya los griegos decían que esto de los modos de gobernar va también por modos y modales, en definitiva por modas que se ajustan a los tiempos, así que cambiará, como todo, porque lo que es versátil, cambiante y acomodaticio a las condiciones de vida soportables, es la gente, es decir, cada persona concreta y su conjunto.

Está cerrado el quiosco de los periódicos, pese a vender también chucherías para los niños, porque ni hay hoy, primer día del año, noticias, críticas ni botillerías, ni han salido todavía los niños a la calle, que ayer, fin de año, el que más y el que menos, arrastró de sueño hasta las uvas, se atragantó con ellas y recibió su primera y amarga lección de que trasnochar no sirve más que para constatar que la noche es igual que el día, pero más oscura, y allí dentro, monstruosas fantasías amedrentadoras aparte, podrían ocurrir las mismas cosas que durante el día. También están cerradas las cafeterías, de modo que el grupito de media docena de cansados mozos y mozas que nos preceden renqueantes deciden sentarse en un banco del parque y apretujarse mutuamente porque hace seis grados centígrados y la verdad es que la mañanita no está para bromas. Bond se para, los mira, duda, no sabe si ladrar o no y acaba por considerar que no vale la pena, que amo ya los ha visto y no se ha inmutado, de modo que no parecen peligrosos. Busca un farol, alza la pata, mea despectivo las gotas que marcan su territorio, menea el rabo, me mira a mí y sé que me pregunta: qué ¿nos vamos ya a casa? Ya hemos visto que el año viene frío y gris, como sin ganas. Al llegar a casa nos repartiremos unas galletas para que se consuele y vea que al fin y al cabo, bien vale siempre la pena entrar en un año nuevo.