Las cosas van pasando alrededor, pero el autor del blog, es decir, el capitán del navío, no las advierte todas, sino aquellas que le parecen trascendentes para la navegación, el pasaje y la carga. Un hermoso pájaro puede sobrevolar al barco y no dar cuenta del hecho en el diario de a bordo, ni siquiera teniendo en cuenta que su presencia acredita la proximidad de tierra, dado que hoy no es como en tiempos de los descubridores o de quienes exploraban territorios nuevos, ignorantes muchas veces de la existencia de algunas de las islas próximas, cuando no incluso de continentes enteros, hasta que se fueron levantando mapas en algunos de los cuales todavía cada cuaderno de bitácora ayudaba a situar nuevos peñones, islotes, columbretes y bajíos.
Es diferente en esto de la literatura hecha por hacer, tomando mucho de lo intrascendente, que por lo menos adorna y hasta proporciona motivos de esperanza o de consuelo cuando la fatiga o la adversidad desconciertan al que toma apuntes y esboza así esquinas olvidadas, rincones descuidados de la atención y en que sin embargo la vida está, se manifiesta, hierve.
Contemplo a veces a alguien que está sentado en uno de los bancos y mira la gente que pasa. Se entretiene con eso. Parece que no está vivo, pero es posible que tenga alguna idea útil, que le sugiera algún hecho trivial para quienes atravesamos la plaza con el propósito de realizar alguna gestión, un cobro, un pago, llevar noticia a otro de lo que no puede o no debe contarse por el que llaman los italianos “telefonino”, ese maligno artilugio, prodigio de la técnica, que ha acabado con los dulces billetes de amor que llevaban las dueñas presurosas o pajes solícitos, a cambio de que el dulce secreto se escuche potencialmente ahora por cualquier satélite que se lo presenta al Gran Hermano potencial de las centrales que vigilan el precario equilibrio de nuestra sociedad, cada vez más sofisticada e interesante, a la vez que más peligrosa e inestable.
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