En realidad, he de confesar, que se trata de mis digresiones. Por eso, advierto que para cualquier curioso lector, podrían ser poco interesantes, intrascendentes, banales y hasta aburridas. Entonces -me pregunto- ¿para qué las escribes? Aún no he hallado respuesta para esta pregunta.
jueves, 10 de enero de 2008
Si estuviera ya solo en el mundo, si fuese el último ser vivo sobre la tierra –sobreviviría, digo yo, algún vegetal, seguirían vivas, como hoy, las montañas- hablaría, también de palabra, o quizá por escrito, sobre algún soporte, papel o la tierra blanda, o la arena del último desierto, por el placer aún de seguir viendo las letras formar palabras y las palabras frases, hablaría con Dios, que como es lógico seguiría existiendo en toda su plenitud, y le diría que vivir es bello y las formas que componen personas y cosas, sentimientos y vivencias, son armónicos como una hermosa melodía inefable. Lo digo a cuento de esto que ahora a menudo escucho y leo de que multitud de cosas y conceptos fracasan y se acaban, que hay quien dice que no nos quedan apenas reductos de vitalidad, que cada vez hay más cosas y conceptos despreciables por su banalidad, por ser lugares comunes, por haber sido dichos, por expresar debilidades o fealdad, cuando todo es vida que se renueva y no hay una selección especial reservada a los entendidos, sólo capaces de entenderlo ellos, con exclusión de los demás, nosotros, los que escribimos sin necesidad de que venga ese conocedor, ese investigador, ese sagaz intérprete al que aseguro que los geniales autores de las obras que legan cada día, aún hoy, digan lo que digan, a ser clásicas, sin duda no eran, cuando escribieron, conscientes de su condición, ni quisieron soterrar en lo escrito cuanto ustedes, los ojeadores de lo esotérico, ahora mismotes suponen. Escribieron porque lo necesitaban, unos, para vivir, desde la perspectiva económica, y otros porque lo necesitaban para vivir desde una perspectiva vital, o estética, o sencillamente ética. En cualquier caso y época, sin embargo y por añadidura, fue de imprescindible que hubiera muchos como los que ahora lo hacemos, que escribimos por las mismas razones y decimos incluso mal lo que está dicho ya bien por alguien antes sin que la mayoría de las veces nosotros lo sepamos. Hace falta que escribamos muchos indignantes, estrafalarios, insuficientes, mediocres, diría que hasta indignantes, para que de entre nosotros se desprenda de no sé qué pluma, qué bolígrafo, qué ordenador, la perla o la sarta de perlas que puede y hasta debe incorporarse al hilo de la comunidad humana cada día renovada y en marcha.
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