No es pura satisfacción personal, lo que reflejan estos brillantes textos que leo con deleite, sino, en ocasiones, todo ha de tener por desgracia su parte oscura, de este lado del espejo, expresión de un rencor que desahoga, el escribidor, revelando una faceta desgraciada de su personalidad que, paradójicamente, a la vez, lo recluye en el supuesto refugio de su soledad, donde sufre, pero le proporciona un castillo en que se siente seguro y a salvo de unos supuestos enemigos que pienso no son sino virtuales, como el famoso ejército de Simbad. Bueno, pues si le disfruta así y se realiza, y por añadidura nos proporciona otras páginas de singular brillantez, nada que decir. Al contrario. Escasean demasiado las páginas bien escritas como para desdeñar éstas, aunque vengan mezcladas con gotas de ese dolor resentido, ácido.
Recibo otra novela, recomendada por el librero de más lejos, en este caso con justicia. Es difícil de leer, dura, esquinada incluso cuando los personajes disuelven en ternura su coraza exterior. No es novela para leer en cualquier estado de ánimo. Cansado, una de esas tardenoches de escepticismo agudo, podría ser grave signo multiplicador. Es novela para leer al sol y en momento o día de optimismo. Para un día así, resulta incluso deslumbrante, a ratos, su brillantez, por más que a mí me canse el modo de expresión, reflejo acertado del de la calle, con ese vocabulario escaso, salpicado de diferentes expresiones de diversa procedencia que efectivamente oigo con la misma frecuencia a mi alrededor.
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