sábado, 19 de enero de 2008

Cuidan en seguida, los “protas” de las novelas –esas primeras novelas que tanto abundan, elogiadas en su propia solapa y en los anuncios pagado por el distribuidor, que por lo menos pagar gastos, y luego que se arregle el autor, que tampoco es para tanto, pero algo hay que vender-, cuidan, antes de que se les olvide, de poner en conocimiento del público en general, y muy en concreto del lector, que ellos, los “protas”, ni creen en Dios ni rezan, yo pienso que es que está de moda decir que lo moderno, vamos, lo “progre”, es no creer y advertírselo al mundo: soy un personaje nacido de un autor “progre”, enterado, que está “in” de lo que se lleva y que no tiene miedo, como aquella pobre gente del medievo, urgida de ser cristiano viejo por terror pánico de la santa inquisición, que ni ante el obispo Carranza ni ante fray Luis de León se paraba.
Creer –cosa en que yo insisto-, es más asunto de voluntad que de demostración científica. Es imposible demostrar científicamente la existencia de Dios, pero considero claro que el hombre, es decir, el ser humano, la persona, tiene una dimensión religiosa esencial que en mi opinión necesita o que exista o inventarlo. La protagonista de esta novela, página 11, tercera de novela propiamente dicha –las otras ocho son de dedicatorias, en blanco o de data de edición y copyright-, ya está advirtiendo que ella no reza. No es que me moleste, creo que debe tenerse un gran respeto por lo que cree, descree o piensa cada prójimo, y más cuando lo que piensa y estima cada cual sea para su capote, en su intimidad, de puertas adentro del núcleo de su existencia, llámele alma, llámele alma o “chispa de la vida”. Lo único que a cambio opino tener derecho a que me respeten a mí y lo que yo estoy empeñado, ya digo, acto volitivo, en pensar o creer. A las tres páginas reales de novela. La protagonista ésta ya nos ha informado explícitamente de su ateísmo, y, de modo implícito, de que es feminista, pero de esa clase de feministas que consideran que sus convicciones pasan por asimilar, equiparar, transmitir al resto de la humanidad que hombre y mujer son iguales, cosa que debe imponerse por medio incluso, caso de necesidad, de “leyes paritarias”. Bueno, pues yo digo, para compensa, que mi machismo no pasa por defender que hombre y mujer son iguales. Los considero diferentes. Capaces, una y otro, eso sí, de realizar “casi todas” las mismas funciones humanas –sociales, económicas, laborales…-, pero diferentes. Lo cual no quiere ni siquiera decir que piense que uno u otra son en general mejores o peores. A nadie se le ocurriría considerar iguales a los individuos macho o hembra de ninguna otra especie animal, en algunas de las cuales, los machos no parecen servir más que para ejercer una parte de la función reproductora, resultando mucho más útiles y eficaces las hembras para el resto de las funciones vitales de la especie. Bueno pues yo opino que el hecho de que seamos animales racionales no introduce ningún cambio en eso de que los géneros nos diferencien e incluso influyan las diferencias en lo puramente racional, espiritual, o cultural, llámelo cada cual como quiera, tan íntimamente asociado a las vicisitudes somáticas y viceversa.

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