sábado, 19 de enero de 2008

Cada cual, aquel día,
puso su pensamiento entre las piedras
del cesto de los destierros, envueltos en papel translúcido,
de colores,
según fuesen bueno o malos,
intrincados o sencillos
enamorados o de odio sin límites.
Cada cual puso el suyo
y
cuando el sol se puso
el viento de la tarde, que sopla desde la tierra hacia la mar,
los desnudó y lavó de tal manera
que a la hora
de la flor del agua
todos eran pensamientos iguales, sin luces
ni sombras,
incoloros como almas
recién nacidas.

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