viernes, 4 de enero de 2008

Dos asuntos para hoy con versalita inmensa en portada: la inflación y la Iglesia, ambas plantando cara a los criterios del gobierno, para estos dos casos, desgobierno: la inflación deriva de la incapacidad de estructurar una economía de verdad, y no ese truco mágico de la construcción, el ladrillo de oro y demás zarandajas que han montado la frágil inestabilidad de un castillo de naipes que absorbe alrededor del sesenta por ciento de la inversión crediticia total de la banca del país para un consumo errático a precios disparatados, sin más justificación que la de que “mientras haya quien los pague …”; la Iglesia, con el grave problema a cuestas de afrontar su adecuación a la humanidad de nuestro tiempo, la asunción de su papel en la nueva estructuración socioeconómica y la conservación de su inimaginable, pero evidentemente necesaria verdad primera y última. Enfrente, el gobierno, empecinado en los dos tremendos errores de que la inexistente economía española “va bien”, cuando ni va, siquiera, más que trancas y barrancas, apoyada en cimentación virtual, y de que el hombre de nuestro tiempo puede vivir sin una dimensión religiosa que está insita en la esencia de la persona, forma parte de ella y determina los indispensables principios éticos, base de la estructura cultural humana, unos principios que sólo en precario y transitoriamente puede suplir la urbanidad de la gente, cuando alguien comete la imprudencia de derogarlos o de intentar desprestigiarlos sin alternativa, jugando a la parodia de las instituciones y cometiendo el grave error de suponer que una mayoría social, siempre ocasional y circunstancial, puede definir la verdad objetiva, exacta y definitiva y luego imponerla como tal, convertida así en arbitrariedad.

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