sábado, 5 de enero de 2008

Enero, cinco, víspera de Reyes, o, si prefiere alguien, noche de Reyes. Se trata de nos reyes que en realidad no lo eran, al parecer, sino algo así como magos, o tal vez conocedores de ciencias esotéricas, alquimistas o vete a saber qué, que coincidieron en seguir a una estrella, o puede que un cometa o un simple y sencillo milagro. No me consta si vivían lejos o cerca o e algún modo comunicados por medios sólo por ellos conocidos, gracias a sabidurías hoy olvidadas. Puede que hasta hayan salido de sus casas, palacios, chozas o castillos, tal vez sólo cavernas, en fechas distintas, todos en caravanas diferentes, que al final se hayan reunido en algún lugar de convergencia de caravanas, una encrucijada, cruce de caminos, estación de tránsito, para seguir juntos, en impresionante caravana, con sumados séquitos, carromatos y diferentes tipos de bestias de carga, tal vez acémilas, camellos, pollinos y elefantes incluidos, todo un impresionante cortejo, que hizo bajar a Herodes, que ese sí que era rey, al parecer, al portal, a preguntarles procedencia y destino. Dicen los libros que entre muchas cosas, traían, para ofrecer y honrar al Niño recién nacido, oro, incienso y mirra. Siempre me ha intrigado lo de la mirra, que nunca he sabido para qué sirve ni qué representa, pero impresiona su nombre de especia fina, de producto exótico, de algo singularmente representativo, el diccionario se limita a decir que era y sigue siendo una gomorresina aromática, amarga y medicinal. Ahora, a los niños desde meses a cerca de cien años, nos traen quisicosas más o menos sofisticadas, según los gustos y los posibles de cada cual, con frecuencia algún artículo útil para el atuendo, el aseo o la presunción personal, que hábilmente se aprovecha para dotar o reponer en casa y así es a la vez ahorro. Recuerdo que como dicen que si eres malo o travieso te traerán los Reyes carbón, hubo una época en la posguerra que mis amigos y yo, que habíamos oído que el carbón estaba caro y sólo se encontraba en el mercado negro –nunca lo hubo más negro, salvando el azabache, que al fin y al cabo también es carbón, no concitamos en secreto para hacer multitud de travesuras durante diciembre y enero de aquel año y que sus majestades aprovecharan para traer unos sacos de carbón, que, para nuestra sorpresa, no llegó nunca, con lo que acentuaron nuestras ya abundantes sospechas de que allí había busilis. Víspera de Reyes- Debió ser tal día como hoy, uno, que ya de atardecida lluviosa y oscura tengo en el recuerdo. Yo estaba tras los cristales de un balcón muy grande y escuché el clopetí clop de los caballos, o tal vez de unas madreñas, cerré muy fuerte los ojos, para no verlos –a los Reyes, claro-, no fuesen a dejar de traerme, que ya lo decía mi madre, no hay que tratar de verlos ni aunque los oigas, te deslumbrarian y del disgusto no te dejarían nada de nada. Ni carbón.

No hay comentarios: