Vinieron, magos, reyes, astrólogos, sabios o soñadores, vinieron, y aprovechamos que venían y les pedimos que trajesen baratijas y caratijas, que el ordenador se empeña en corregirme, automático, y trata de quitar la palabra caratijas, claramente significativa, aunque el diccionario no la tenga en sus gavetas, de las quisicosas que no eran baratas, sino todo lo contrario, de entre las que trajeron esta mañana los viajeros, mezcladas con chuches y confituras, globos y almendras. Y entre esperarlos, abrir los paquetes, repartir los juguetes, las ilusiones y las desilusiones o no recibir nada porque el euro anda como anda, sorteando los vericuetos de una economía sin reinventar, pero a dólar y medio, cosa que con los salarios que hay, las pensiones que padecemos y los dos famosos efectos del redondeo y psicológico, cada vez hay más gente que llega como llega a fin de mes, entre el ruido, que llaman sonido, y el deslumbramiento, que llaman color, acabamos de llegar al final de las fiestas de Navidad y el principio de las rebatiñas de las rebajas, que siempre me recuerdan la anécdota de aquel niño que presumía ante su padre de haber ahorrado por venir corriendo detrás del autobús desde la villa, al salir de clase, hasta la lejana casa de aldea y va su padre, y, sin inmutarse, le hizo ver lo estúpido que había sido por no venir corriendo detrás de un taxi, con lo que habría ahorrado mucho más dinero.
Han florecido las mimosas de la ladera solana del montículo, que cierra el flanco oeste del valle que contiene a mi pueblo. Es como si alguien hubiera escrito, cuando llega este tiempo, cada invierno, con frío, como otros años, o con agobiante viento del sur, como éste, aprovechando la ladera, en letras muy grandes, la palabra esperanza. Florecieron tempranas, esta temporada, durante la tarde de ayer, víspera asimismo esperanzada y esperanzadora de Reyes y Epifanía.
He advertido, sin embargo, vaharadas de tristeza en el aire. Cosa del ser humano, que, como parábola de sí mismo, ni está nunca del todo alegre, sin esa pizca, a veces torrencial, de tristeza, no del todo triste, con la pizca deslumbrante de alegría. Porque somos contradictorios, paradójicos, pero insistimos en caminar. Ir hacia … , como ahora mismo, a la salida, todavía ensordecidos y deslumbrados, como dubitativos e indecisos, es decir, como siempre.
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