lunes, 31 de marzo de 2008

Traza una línea sobre el silencio blanco del papel
que se busca a sí misma, pero deja
el perfil de una desconocida pensativa
o la silueta de una flor sin nombre, reclinada
al borde de un jarrón transparente,
ella sola.
Piensa a punta de lápiz
personajes
inesperadamente expresivos,
que cobran vida, hablan
se relacionan, aman
tal vez. Cuando se va, deja sobre la mesa
un tesoro de sueños sin voz,
un proyecto de aventura fallida,
un silencioso mundo sin destino.
Jugábamos al fútbol de la playa, que si te quitas los zapatos, las “entradas” furibundas, entusiastas, te lesionan, pero si no, se te forma el adarce, en la piel de los zapatos y eran zapatos perdidos para siempre, o jugábamos al fútbol de botones, previa requisa de material en los costureros de la casa, que ya estuvo aquí el niño, revolviéndolo todo, dejando los hilos enredados, como las madejas cuando las abandonan los gatos de una casa. Al fútbol de botones, casi tan apasionante como el de verdad, jugábamos en los bancos del parque, en las escaleras de los portales y en las mesas del comedor de las casas, ¡que pongáis el hule!, que si no se raya toda –decían nuestras pobres madres, a gritos, desde la solana- Nosotros con la obsesión de intentar el gol definitivo del partido ni oíamos y excusado es decir que sin hule resbalaban mejor los botones, es decir, los jugadores internacionales, verdaderos fenómenos de nuestros equipos. Ahora los niños no juegan a los botones futbolistas. Compran partidos en la televisión y el Barcelona les da disgustos sin consuelo posible, como el domingo pasado, que iban ganando por dos goles a cero en el primer tiempo y en el segundo les zurraron la badana, que menuda alegría para los seguidores y amigos del Betis de Sevilla. Viene esto a cuento de que el otro día encontré mi vieja caja de botones en un rincón del desván y los extendí sobre una mesa y todavía me acuerdo, puse porterías … bueno, me gané a mí mismo un enconado partido. Dicen, me digo, que en el corazón de cualquier hombre pueden producirse inesperadamente latidos del niño que fue. Es cierto.

domingo, 30 de marzo de 2008

Ya no es tu nombre
más que una palabra, que
¿dónde está escrita?
¿lo sabes tú?
Yo lo sabía,
se me olvidó.
Voy preguntando a todos
con que me cruzo, me dicen
otros nombres, que vieron escritos
en las piedras y los árboles de los viejos caminos,
de las carreteras nuevas,
y en las memorias de la gente.
Si hubieras existido,
me acordaría.
-Arrezágate la falda, verdeluna.
-¿Para cruzar el río de la vida, ahora que es primavera?
-No. Para que yo te vea las piernas.
-¡Viejoverde!
-Si tú supieras la de recuerdos que un viejo como yo puede tener y tiene de tus piernas largas, morenas …
-¿Cómo vas a tener tú recuerdos de mis piernas?
-¡Ay, niña, si yo te contara, la de misterios de esta vida y de este mundo que no vas a entender nunca…!

Y se arremangó la saya –vete lejos, le dije, que si no el deseo no me deja verte las piernas de canela y perla, que disuelven, cuando te metes en ella, el agua en espuma y me río yo, contemplando la flexura, tras tu rodilla, de madame Chauchat, que el río te cuenta que te contarás historias y leyendas de la ribera, de las xanas que peinan, hadas al fin, sus melenas negrísimas y sus melenas rubias con los dedos de luz de luna-, se metió en el río, me acordaba del señor marqués, el de Santillana, cuando aquellos de las serranillas que le facían, de mañana, gana de la fructa temprana, se metió en el río, muerta de risa y todo el paisaje hizo vértice en el cabrillar de sus ojos negros …
Loquitiempo de primavera,
una bocanada de sol para salir de misa de doce,
vermú con aceitunas rellenas de anchoas, patatitas
fritas,
doraditas,
crujientes. Pasan
la niña disimuladamente estremecida
por lo de anteanoche,
su papá, que finge
no enterarse de nada, la madre cómplice
y esa amiga de mamá, que cuando se pone el abrigo de pieles
no se parece a nada de este mundo.
En seguida, granizo huevodecodorniz,
sólo una descarga, más sol, más granizo, primavera,
por eso le pasó lo que le está pasando a la niña,
que ya no lo es tanto,
núbil,
ya
definitivamente hermosa, para su desgracia,
como el loquitiempo
de la irrefrenable primavera.
Aún hay nómadas y aventureros, sólo que son sórdidas las anécdotas que te cuentan de sus azarosas vidas, que dicen que hay quienes ganan para vivir matando y otros que van con los muertos en vida prolongándoles la mirada por el entorno, como si fuesen todavía capaces. El mundo ha dado no sé cuántos pasos atrás y ahora la gente, chavalería e general, pero también ancianos, mujeres y niños, algunos sin nacer, se embarcan en cualquier cosa que flote y huyen de una vida para entrar en otra que oyeron decir que es mejor y hasta a veces resulta y vuelven con nuestra mentirosa moneda sonándoles en el zurrón de polipiel comprado a un colega en el mercadillo de los miércoles. ¿No habéis recorrido ninguno de estos neozocos? Huelen a oriente, incluso, y desbordan de imitaciones de todo. Casi siempre hay un tenderete de bolsas que huelen a piel que no lo es o tal vez sí, para colgarse del hombro, sujetarse al cinturón, con muchos departamentos, cremalleras que se enganchan y se desenganchan, s empachan o quedan de pronto boquiabiertas. Que tú cumprá y tienes de poner telefonino y dinero, secreto y la máquina de fotos. Pero no compro, me quedo absorto viéndolos trabajar con paciencia y habilidad de orfebres, con la cara oculta bajo pelambre de días, sucios, desaliñados, tal vez felices, casi siempre con un perro dormido bajo el mostrador, como decían nuestros emigrantes de hace dos siglos que dormían bajo los mostradores de las bodegas habaneras, después de trabajar de sol a sol, como debe hacerse y hacen las aves de corral, pero tampoco es cosa de ejemplarizar en su mundo, que debe ser el de los buhos, que en cambio trabajan de noche y por eso parece que se asustan, cuando pasas de día bajo su rama de la umbría y abren unos ojos perezosamente disparatados y se mueven y ahuecan las alas un momento, como la abuelina, cuando la sacabas de su sopor, allá en la ancianidad y rebullía en el sillón de mimbre.

sábado, 29 de marzo de 2008

Éramos amigos,
jóvenes, desbordados de ilusiones.
Nos bastaba acompañarnos,
apoyarnos,
recitar por turno, criticar nuestros cuadros,
que olían a aceite, barniz y color, ¿huele
el color?
Había ocasiones en que ellas nos miraban
enamoradas
de unos versos tan llenos
de sentimiento, tan ingenuos, sinceros,
que nos parecían inmortales.
Nos dispersaron la vida y la muerte,
pero yo, hay días,
ocasiones, perdonadme,
que os convoco
y hablamos. Y otros días
también presiento que sois vosotros, quienes
desde éste y el otro lado del espejo
me llamáis, habláis,
como si todavía
fuese sábado de cualquier semana de cualquier mes
justo de aquel año
que ya no recordamos porque ha pasado más de medio siglo
aunque, cerrando los ojos,
parezca mentira y que vamos a abrirlos
y estaremos todos aquí,
ahora,
apoyando cada cual la ilusión de todos los otros
por escribir esta tarde los mejores versos,
de pintar el cuadro más deslumbrante de la época.
En realidad
No es, todo esto, más que un espejismo
en el desierto otra vez estremecedor
de una primavera
recién
estrenada.
Cuesta ciertos días enhebrarse en la actividad, salir de ese entresueño de madrugadas grises que se van llenando de luz desparramada y poco a poco ya estás, de nuevo en pie, peleándome con la pesadilla de los coches que dejaron estacionados en cualquier parte, soñolientos conductores con prisa y ahora, de mañana temprano, es cuando se advierte que pisan la hierba del jardín reseco, ocultan la ribera del río, tapan las salidas y las entradas. Bueno, pues esto es una mala consecuencia de la civilización y digo yo que habrá que aguantarse, de modo que ajusto el paso al del perro, que hoy tiene prisa también, se nota en seguida, por llegar al sitio preciso donde sabe que puede aliviar sus congojas. El perro, alrededor de diez años, es decir, setenta, se va haciendo mayor y ha adquirido una cierta solemne y pausada lentitud, sobre todo al volver hacia casa, donde, al llegar, pongo, hoy sábado, un pequeño privilegio de fin de semana, música de jazz. Los dos saxos se persiguen, uno juega la melodía y el otro le responde y casi trina provocativos arpegios a que el interlocutor opone recortes más pausados. La mañana, jazz, lectura pausada de las espantosas noticias del periódico, que compensa con propaganda de viajes a rincones que acentúa de ciudades, conocidas o no, que despiertan, según, el viejo anhelo, que ya no es probable que se cumpla, de conocerlas o el recuerdo de haber estado allí. Alguien que llama por teléfono y cuenta que otro va a hacer lo que desde mi perspectiva es un disparate. Alguien me envía un correo agradeciendo lo que no tendría por qué. La gente tiene la manía de agradecer lo que no se ha hecho para que te lo agradezcan, sino porque la amistad se manifiesta apoyando en lo que está dentro de lo posible a los amigos.

viernes, 28 de marzo de 2008

El día se ha cansado hoy de ser tiempo,
distraído,
embozado en la pereza de la niebla, no inicia
siquiera
ese gesto de valor con que salimos del nido de las sábanas
cuando, cada día, nos toca el dedo del sol,
hoy no dice el sol luz,
se está callado,
agazapado,
mudo, afuera, dicen, en el camino
de la multitud de aviones que van y vienen,
soberbio en su condición de estrella,
incapaz todavía de entender que él también
se hará polvo, hombre, nada, en definitiva,
más que otro juego de luz
dentro de la luz,
otra sombra,
otro sueño,
cansado de serlo, ávido
de eternidad, como todo.
Envidio aquella capacidad que tuve de ensimismarme. Nos hace falta, a mí por lo menos, encerrarnos, mirarnos, desde fuera, en el conjunto de que formamos parte, pero, por un momento siquiera, aislados de la convivencia indispensable para la vida, como si nos hubiésemos dormido y estuviéramos exclusivamente acompañados de la añoranza que en cuanto estamos solos nos lacera, de tomar contacto en seguida con los otros. Tal vez sea mucho pedir. Es posible que la capacidad de aislarse, siquiera sea de modo provisional y transitorio, sea una prerrogativa de juventud, de cuando todavía no tienes claro en que consiste eso de querer, ejercitar, ejecutar el amor y te quedan resabios de pensar que es algo posesivo, por medio de que puedes apoderarte de la otra persona. Y que cuando llega la madurez y te encuentras con la realidad de que amar es entregarse sin pedir nada a cambio, ya resulta imposible regresar al desierto, tomar puñados de arena e ir pensando los granos que se derraman. Es tremendo descubrir que no se vive para adquirir sino para desparramarse.
Mi perro sí que sabe,
para él es siempre hoy, ahora,
ni sabe que hubo ayer, ni teme
lo que sin duda podría ocurrir mañana. Morirá
sin temores y tal vez,
allá, del otro lado del espejo,
haya,
a la puerta del cielo, una antojana
por la que puedan correr, ladrar y ser felices,
mi perro y sus amigos,
custodiando la luz,
ellos, que, sin duda,
todos fueron buenos.
De repente, te enteras de que todo el territorio a tu alrededor, el ámbito en que vives, tu vida privada, se han convertido en escenario que una multitud de espectadores contempla y escucha a través de los más sofisticados medios, por si tú, por si yo, por si cualquiera de nosotros, todos sospechosos de cualquier infracción, decidimos incurrir en ella. La ley, por su lado, proclama en grandes letras brillantes, con orgullosa presunción, valga en por lo menos dos sentidos de esta palabra, que la buena fe debe darse por supuesta en todos y cada uno de los ciudadanos del país sobre que planea la vigilancia de unas autoridades siempre dispuestas a servirnos y hacernos felices.

Al mismo tiempo, un verdadero tropel de canales legislativos derrama sobre ese mismo ámbito la inquietud de la pequeña multitud que los constituye de que pueda suponérseles inactividad, y, como consecuencia, la condición de superfluos, una inquietud que se traduce o se materializa, como prefiráis, en la maraña normativa que cada día nos reduce más el espacio vital donde procurando no hacer daños al prójimo, antes vivíamos ahora sobrevivimos a la ansiedad que nos produce y el agobio, no ser del todo conscientes de si no estaremos infringiendo alguna prohibición al tomar una piedra y arrojarla al remanso donde antaño se podían contemplar o las sopas o las circunferencias con que respondía el agua y en ella se agitaba la vida del tropel de minúsculos seres que suelen poblarla, o si cometeremos grave falta al levantar la piedra que remata el muro al borde del camino para contemplar el revuelo de las sabandijas polícromas y brillantes que rodeaban a la culebrilla enroscada a la sombra.

Ayer mismo, al borde de la carretera, pedí que parasen el coche para retratar la maravillosa puesta de sol y se me negó el dueño. No se puede detener un coche en el arcén, hay que embutirse en un chaleco refractante, jamás retrates un paisaje donde hay gente, no sea que se te ocurra publicar la fotografía y te acusen de utilizar el genio y la figura de alguien, que Dios te guarde de que encima sea un niño, sin los diversos permisos que la norma relaciona como indispensables … Habrá que tirar a la basura la cámara, justo ahora que las habían hecho tan manejables, tan transportables, tan eficazmente útiles para gozar de una afición que durante más de medio siglo te había proporcionado tanto deleite puramente estético.

martes, 25 de marzo de 2008

¿Dónde estás cuando miras
sin ver?
Me abandonas, de pronto,
adivino
que no puedes soportar,
no sé si mis palabras o mi aspecto,
mi sombra o mi ternura,
¿Estás
en tu refugio secreto?
Todos tenemos alguno: ese recuerdo
de aquel día radiante,
de aquel sueño
especial,
cuando la vida podría haber girado, podríamos
haber doblado otra esquina,
tomar otro camino en la encrucijada.

¿dónde estás
mientras tu mano sigue aquí, en mi mano,
abandonada,
inerte,
distraída?
También los habitantes del primer mundo sufren, y de manera más sofisticada. Por añadidura sus expectativas de duración de vida son mayores y se produce una curiosa distorsión al dar por supuesto que una vida más larga es una vida más feliz. Tenía derecho a vivir, se lamenta la sociedad cuando alguien muere joven, pero es posible que ese derecho estuviera previsto para un tiempo limitado y más difícil. Ignoro las posibles razones, pero no debo olvidar que también ignoro las razones de por qué yo nací y estoy vivo ahora mismo, o, como suele plantear la filosofía, por qué existe algo en vez de no existir nada. Por supuesto, nada de lo dicho me exime de la obligación que mi sociedad tiene de que todos hagamos cuanto nos sea posible por homogeneizarla y que todos los mundos sean lo mismo de habitables y en parecidas condiciones. Lo que pasa es que a veces, hay quien cree que eso se puede lograr obligando a grupos sociales de cultura diferente y diferenciada a gobernarse con arreglo a normas y sistemas válidos o relativamente válidos para otros. Pienso que es un error. cada cultura, entendida como comportamiento habitual de la mayoría de un grupo, necesita normas y organizaciones diferentes, todas legítimas, en cuanto todas integran sistemas que deben acomodarse a las necesidades de ese grupo, según su tiempo y su espacio, es decir, hoy y ahora. A mí me asustan esos ingenuos americanos del norte, convencidos de que su sistema y su modo de vida podría hacer feliz al mundo. Probablemente sería cierto si todo el mundo fuese americano del norte y estuviera integrado en su sistema de estados unidos y la mayoría de la población de ese mundo se comportara como la mayoría del grupo social que ellos integran. También me preocupan los que consideran que a todo cabe aplicar el patrón democrático de las mayorías. No es así. Sólo cabe hablar de mayorías en grupos sociales homogéneos en relación con el objeto de la votación. Y cuanto se ha inventado para corregir sus resultados, entraña el peligro de distorsionarlos intencionadamente para propósitos o por intereses casi siempre de grupo o circunstanciales. Por eso hace falta que los políticos sean artistas, hasta, a veces, verdaderos orfebres, y no es bueno para nadie, no lo es para el bien común que se dediquen a la política algunos porque no sirven para otra cosa.

lunes, 24 de marzo de 2008

Huele a pan caliente y madrugada,
a fritanga de churros,
a anís y verbena. Se derrama
la luz caliente sobre lo que queda
de la noche:
papeles arrugados, sueños deformes, la huella
de una ilusión.
Pasa, arrastrando los pies, el misógino
de todas las mañanas,
cargado de libros y periódicos
y de desesperanza.
Lunes, el día dedicado a la Luna. Por eso digo yo que tendrá esta luz especial, como de Luna, que no llega a luz, indecisa, fría, hecha con sentimiento de tristeza y ruidos nocturnos, disueltos en un reflejo de agua quieta. Tiene importancia, además, la vocal con que empieza el sonido de la palabra en que consiste su nombre. Las vocales proporcionan musicalidad a unas palabras, que, si estuviesen hechas todas a base de consonates no serían sino una sucesión de chirridos, succiones y chasquidos. Las vocales son las que ponen la música y el color. A mí, las vocales me suenan de colores diferentes: la a roja, la u verde, negra la o, y hay otras personas que las “oyen” o “ven” con colores diferentes de éstos. Y pensaba que el fenómeno era muy raro, hasta que encontré su nombre en el diccionario: sinestesia, que me hace sospechar, puesto que hasta tiene nombre, que no es un fenómeno, sino algo que de un moo u otro, ocurre a casi todo el mundo. El de la u, ya dije que verde, muda según el tono de color y me parece uno de los más antiguos, seguro que por lo menos de la época de los druídas y los celtas, por consiguiente, que tenían por esta zona del noroeste una poderosa deidad femenina a que llamaban lug- Casi todas las palabras que empiezan por lug o por simple y sencillamente lu, pueden tener algo que ver en su aspecto etimológico con la diosa lug, de los celtas. Parece que los celtas, mercaderes de la sal, buscadores y custodios de salinas, acamparon en el noroeste de Francia y de España, en Bretaña, Galicia, Asturias y Portugal. El terreno de su influencia suele marcarlo la gaita como instrumento característico y vehículo de nostalgias- Suelo decir, cuando me preguntan lo que opino al respecto que sí, que ciertamente la gaita es dulce y nostálgica … mientras suene del otro lado del río. Al lado del oyente es ensordecedora. Una banda de gaitas alrededor de un gallego o de un asturiano, podría equivaler a la mascletá de un valenciano.

domingo, 23 de marzo de 2008

La nostalgia está hecha de espuma
porque viene y va como las olas, y como ellas
atraviesa la mar desde la playa
de que se fue un día,
tal vez para no volver, cada emigrante.

La nostalgia está hecha de esperanzas perdidas
cuando dejó de ver la torre alta
el niño que ya no existe, el zagal
perdido en tierra extraña,
recuerdo de las nubes que pasaban.

La nostalgia está hecha de fuego del hogar,
que no dejó ya nunca
la madre
que se apagara-
Por si vuelve, decía-

La nostalgia está hecha de miradas
que buscan otras y el paisaje,
ojos
en que mirarse,
el camino de volver.

La nostalgia está hecha de desesperanzas,
que son
como cenizas de ilusión y sueños,
como jirones que le van quedando
de cada olvido

La nostalgia es
el último aliento,
el canto
del cisne blanco de la memoria,
que ayer amaneció muerto en la orilla.
No ha entrado la primavera. Ha salido, bufando, el invierno. Frío a que estábamos desacostumbrados por la hipocresía otoñal de estos pasados meses supuestamente invernales. Habrán salido los osos de sus oseras y se estarán ahora mismo frotando los ojos con las zarpas ateridas y supondrán que algo les ha equivocado la fecha. Mañana por la mañana, lunes de Pascua, irán todos en fila al relojero, que mire usted, señor relojero, que este reloj mío debe adelantar un disparate, que salí de la osera anteayer, pensando que era primavera y mire lo que me encuentro: alerta roja de nevada, ventisca y el aliento de los primos blancos del norte helándonos la sangre. Y sin embargo, fijándose bien, los caminos, los senderos y las sendas están cuajados de diminutas margaritas, hay violetas en las esquinas y se adivinan capullos en los rosales. Bond, el cocker, aterido, pero valiente, olisquea con insistencia en el portal vecino, donde la perrita de marras, que le deja mensajes misteriosos, de olor tentador, penetrante aunque yo no lo sepa oler. Se para, comprueba, vuelve a comprobar. Hasta hay veces que lame la esquina, seguro que para saber a ciencia cierta y con exactitud hasta donde está dispuesta a llegar esa desvergonzada. A mí, en el otro extremo de la correa extensible, siento como que me mordieran las orejas las agujas del viento, apenas brisa, pero helada, del nordeste. Ha habido, porque fue Sábado de Gloria, un clamor de campanas, que repetirán el aviso, hoy, al gloria de la misa mayor, pasan en oleadas las pesadas ondas de bronce, hilvanadas de campanillas y de cascabeles. Gloria, aleluya, es Pascua y por allá abajo, junto al río, en los brazos helados del viento, se advierte, mirando bien, acné de primavera. Por desgracia, pusieron otra bomba. Que no se nos olvide que hay pendiente un invierno del alma social, que el miedo sigue y sigue ese aliento de atrocidad y muerte yendo y viniendo, cobrándose, al azar, sangre, desconsuelo y rencores, violencia inaudita, llanto inacabable.

sábado, 22 de marzo de 2008

Mudo para la música, torpe
para manejar las palabras, ¿habré servido
para algo?
¿hace falta servir? ¿basta
haber vivido
esta ansia inútil por tratar de decir a los demás
lo que sentimos?
Temo que las respuestas se hallan
donde ya es demasiado tarde
para encontrarlas.
Primavera granizada, como aquellos viejos refrescos de limón que dolían al tragar un sorbo de puro frío. Ha llegado esta loca, estación de los inesperados cambios caprichosos, del revoltijo de nubes, pájaros y viento con el sol que estrena musculatura, y todo justo hoy, Sábado Santo, cuando o crees que resucitó o nada valdría la pena. Me engancha una policíaca de Donna León, que te caza con ese modo suyo de traerte a Venecia, la ciudad inolvidable en que apenas estuve una vez y donde no es probable que vuelva a pesar de todas mis nostalgias y de que me haya convencido de que tal vez sea la más bella, y desde luego la más increíble de las ciudades de la tierra. Y ese modo que tiene de contarte la personalidad de su comisario, la mujer y los hijos y el suegro del comisario Brunetti, que, de pronto, es como si formasen parte del círculo de amigos indispensables, ni demasiado íntimos ni tan lejanos e indiferentes que no sirvan para reconocerse acompañados como sin duda vamos. Para que enamorarse de Venecia, sin embargo, hay que tener previa predilección por las ciudades hechas de niebla, espuma, historia y sueño, porque si no, es probable que no la elijas como tu ciudad. Confieso que es la mía, pero que tal vez me ahogase allí, y no por el peligro latente del aqua alta, sino por esa probabilidad de que parte de la ciudad esté cuando miras a otra parte disuelta en el aire, que así se convierte en una especie de neblina tenue, difícil de respirar.

viernes, 21 de marzo de 2008

El mundo quieto, en silencio, expectante, el Viernes
Santo
es como un ensayo general de la muerte
-todo
permanece: los sonidos,
esas gaviotas veleras, que graznan a la mañana
recién nacida, indefensa-,
pero ha muerto todo lo humano con la muerte
de Cristo, en nuestra cruz.
Durante casi tres días, lo conseguimos,
movernos,
ir y venir,
sin esperanza –alguien, sin embargo
la mantuvo encendida, alguien
tuvo que seguir creyendo,
además del eco de la voz de Dios
resonando con cada ruido y cada silencio del universo atónito,
la Madre, tal vez, tal vez algún discípulo más crédulo-,
casi tres días, ya digo,
de que son
recuerdo esta mañana
cuando, gracias, Señor, de nuevo has recreado
la primavera,
en el centro mismo,
en lo más hondo
de la muerte.
A las nueve de la mañana del viernes, de este viernes concreto, hay un silencio adueñado de la calle que sigue el río, antes escoltado de aligustres, que aquí llaman, creo, sanjuaninos. Saltan las truchas, a desayunar su ración de mosquitos, dibujan sobre la inquietud del río círculos concéntricos que rompe la alegría del agua viva. Hay un atento cormorán que las estudia, localiza, y, cuando puede, se come. Comer y ser comido es dicen mis libros una constante de la vida animal, todavía salvaje en medio de la supuesta condición civilizada de los humanos. Silencio y coches detenidos, invadiéndolo todo, aplastujando las calas contra el muro, apenas asomando en lo alto el tallo, semienroscadas aún, al hilo de la primavera que debe llegar a alguna hora de hoy, tal vez entre hoy y mañana, disfrazada como suele de frío que llega a caballo del viento del nordeste. Leo que Hans Küng acaba de cumplir ochenta años, empeñado en abrir puertas y ventanas en la torre de la Iglesia edificada alrededor de Cristo, pero poniendo sus remiendos, sus añadidos, su humanidad, alrededor. Lo humano es a pesar de todo torpe. Se advierte en seguida que en torno a la vida hay un cuerpo frágil, pero opaco, que engaña a fuerza de querer aprovechar los sentidos hasta el paroxismo. El instinto de ir hacia, hasta el límite del sentido estético o del goce, nos embrutece, engañados por la progresiva exaltación de lo que sentimos y nos deslumbra. Por eso existen la locura y el arte, que tienen mucho de convergente en cuanto ambas apartan a la persona de lo que se considera socialmente normal. Me pregunto si habrá alguien capaz de describir o definir la normalidad, identificarla. ¿Donde hay alguien de que puede decirse que es un prototipo de persona normal?

jueves, 20 de marzo de 2008

Llegan las nubes
jadeando primavera, este aire inédito
que, apenas respirable, huele a polen y frío.

Llegan las nubes
indecisas.

Hay nieve arriba, por encima de tus sueños
-¿recuerdas la nieva; haremos, nunca hicimos,
un muñeco con gorro y bufanda rojos
como tu corazón, ¿cómo sabías que era rojo
encendido
por el mirar de tus ojos, por tus manos?
No me cojas las manos. No podía
obedecerte,
me hechizaban tus manos,
corriendo sobre el teclado ágiles,
presurosas-. Hay
todavía invierno. Por eso no suena
la caracola que encontramos en la playa.

Tú ya no estabas, si no
Habría podido escuchar
tu sonata
preferida
que los años me han hecho olvidar, pero no tus manos
gráciles.
La Semana, que este año coincide, Santa y de primavera, con el hachazo penúltimo –que siempre puede haber otro peor- del frío del invierno, que se acaba como una sonata, musitando apenas los agudos del piano. Digan lo que digan los machista-feministas de la igualdad, las teclas del piano siempre han tenido nostalgia de manos de muchacha en flor y de tarde recién nacida. La hora española de la siesta u hora de la siesta española, como cada cual prefiera. Hay unas manos de mujer que forman parte de la sonata y del teclado, a la vez, y que vuelan increíblemente ágiles diciendo la música y completando el piano, que, de lo contrario, sería, madera y marfil, un mueble sobre que colocar los candelabros que fueron de la abuela, el jarrón con las flores casi siempre a punto de marchitar y un libro sobre que el polvo acumulado acusa la pereza de su lector.

O que otra lectura ha venido a exigir prioridad porque contiene novedades. Se distinguen algunas publicaciones por su condición informativa de indispensable conocimiento, que ha de anteponerse a la placidez de la lectura, tal vez relectura, vieja o de las nuevas que no contienen sino aventuras de imaginarios personajes, que, como protagonistas seguros de su necesaria supervivencia para que el libro siga y concluya, las afrontan sin miedo, diría que incluso con poco aconsejable temeridad.

Un gentío que ensaya vacaciones, este año demasiado pronto, que se olvidarán mucho antes de que sea posible reanudarlas con las de verano, muchos coches, procesiones, palabras y silencios.

miércoles, 19 de marzo de 2008

Mar y cielo. Un niño
que sueña. Casi escucho
lo que le está contando, sin querer, al viento.
Huele a recuerdos de marino viejo
en lo esquina del muelle,
donde las olas cada vez que llegan
se hacen espuma para fingir un beso
sucio de paja y de petróleo,
pero que aún huele a mar, también, y a lejanías.
El niño es yo, que soy el niño, y ambos
los niños todos
de las riberas de la mar, que un día
de vida por lo menos,
todos soñamos el mismo recuerdo
de futuro:
el de haber sido marineros.
España ha debido de ser un país difícil para vivir, deduzco de la lectura de sendas biografías de Clarín y Jovellanos, sobre todo el segundo, hecho un lío en mitad del berenjenal en que metió a Europa la revolución francesa, que en este viejo continente, durante muchos siglos, las cuestiones se ventilaron siempre a tiros, más eficaces a medida que se inventaban armas que lo fuesen más que las viejas espadas y las saetas y pedruscos de las catapultas, y para colmo estaban las mazmorras de los poderosos y las hogueras de la Santa Inquisición, mucho más tarde calabozos y checas, paseos y fusilamientos, levantamientos y algaradas, motines y demás refriegas, con dos guerras mundiales en medio, en cuanto empezaron a fatigar aquellas guerras de los treinta y de los cien años, que mentira parece que haya quedado gente para contarlo y mantener viva una especie tan belicosa como la humana. Todavía hoy, tomas abres cualquier día el periódico y hay algún energúmeno que en ataque de frenética ira acabó con la vida de otro más débil o con menor suerte en el manejo del garrote, la navaja o el cuchillo de cocina, mutado en improvisada bayoneta.

Recomendar cambios de conducta y así culturales, acordes con lo que muda nuestro ámbito y el conocimiento que tenemos de la criatura humana, desencadena con frecuencia la ira de los “situados”, para quienes la mudanza supone esfuerzo imaginativo y de adaptación. Se niega, quien supone haber llegado a alguna parte, a retomar el zurrón y reemprender el camino, la dinámica en que vivir, que es convivir, consiste. No cae en la cuenta de que de este lado del espejo, la condición humana supone permanecer en camino, o si se acampa, estar siempre dispuesto a levantar la tienda y reemprenderlo.

martes, 18 de marzo de 2008

Siempre hay una ciudad en mis sueños
que no es ninguna que recuerde. En ella
me encuentro a veces con viejos amigos,
en una de sus playas,
por encima de los bosques, junto al lago
que hay cerca
he logrado volar, lo que no sé
es por qué vengo, si me llama alguien,
es casualidad
o m enviaran una llamada, un mensaje.
¡Si fuese tuyo!
Tener un perro de peluche es a veces un sucedáneo del de verdad, sin sus lametones y exigencias, por eso yo tengo uno pequeño, asido por una cadenilla a la bolsa de los útiles de retratar, que nunca deben faltar a un aficionado a la fotografía desde que la fotografía acababa de salir de manos de Lewis Carroll, que, además de escribir las aventuras de Alicia, era aficionado a hacer fotografías sobre todo a las niñas –leo en una revista del ramo que ahora eso de retratar a los niños puede convertir en sospechoso por lo menos de pedofilia, en este mundo de horrores sin cuento- y a su lado, pendiente de otra cadenilla, un ratón que me regaló un hijo mío hace muchos años en un aeropuerto. El perro n tiene nombre todavía, pero al ratón le llamo Látimer y sospecho que cuando vamos de viaje y me quedo dormido, aprovecha para roerme los sueños. Tengo que buscarle nombre al perro, que compré una tarde en un parador de ya no recuerdo dónde, pero sí me acuerdo que fue porque me dio mucha pena verlo con aquella cara de tristeza, atrapado en la vitrina con su bufandita puesta, verde, con la p de parador bordada y sobre ella una coronita dorada. Ese es tan bueno que creo que no se me come nada y contempla con disimulada sorpresa las picardías del ratón, su por otra parte amigo. Ambos lo son mios, en cuanto les hablo y me escuchan sin protestar ni aparentar cansancio. Ni bosteza ni rebullen. Me miran con esa paciencia que no puede ocultar sin embargo que mantienen serias dudas respecto de mi sinceridad. Y es que vienen tanto conmigo y me conocen tanto que no puedo engañarlos del todo más que aprovechando esa peculiaridad que también tienen los perros de verdad de que casi nunca guardan rencor por los desafectos de su lo que ellos llaman compañero, si acaso líder de la pequeña manada que nos integra, y nosotros amo.

lunes, 17 de marzo de 2008

He venido, madre, a la casa
y ya no estabas, quise entrar
y asusté a no sé quién
que abrió la puerta, me miró, ¿a quien busca?

No le quise decir que te buscaba, miré el pasillo
seguía estando oscuro, pero sin ti, ahora
más oscuro.

Eché a rodar unas palabras
que podría haberte dicho
y por eso me duelen, calladas,
en el fondo
del alma,
y tampoco encontraron las huellas de tus pasos.

Oiga –me dijo no sé quién-
llamaré,
si no se va, a la policía …

Ya,
qué más daba,
no te dije
nada más, regresé a mi vejez
y me puse a llorar.
Asusta esa gente que sabe tanto de algo a quienes vamos por el mundo sin saber apenas de nada. Explican misterios que están dejando de serlo a sus ojos y en cuanto nos los aclaran recortan la extensión territorial del reino de nuestras posibles hadas. Que ya será en seguida más frecuente la desgracia de morirse sin haber vislumbrado un elfo a la puerta de su vía de escape, disimulada por las rugosidades de la corteza de los árboles más viejos del bosque. Hacen suponer la profundidad a que deben llegar los contemplativos que van aprendiendo, a medida que ahondan en su cerebro, sabe Dios por qué vericuetos a que la concentración llega cuando dejas de estar en este mundo como los niños cuando penetran en un cuento y resultan absorbidos por la habilidad –que no magia, dicen los que saben- de un autor que también él ignora que no sea un prodigio lo que como el famoso flautista es capaz de lograr con la atención de los niños más imaginativos. No sé si preferir el misterio o su explicación. Que el rincón más escondido del jardín en que recuerdo haber jugado de niño deje de ser último escondite posible para los astutos duendecillos, refugio de gnomos, balneario de hadas o espacio de entrenamiento para las guerras élficas me reduce a la condición de estudioso de las ciencias, lector atento, aprendiz de explicaciones por ejemplo de por qué no se desploman esas bóvedas que flotan en el aire y transmiten sonidos de un rincón preciso a otro de la estructura en que prodigiosos maestros lograron encerrar trozos llenos de la energía en que consiste la vida que vagaba indecisa por el espacio abierto de las nubes y los vientos. Lo adivino: tiene que haber una parte del hombre que salga afuera de él, como una antena difícilmente gobernable, capaz de entrar en los otros mundos que delimitan el que científicamente nos alberga y resulta parcialmente explicable mediante fórmulas que reconfortan a los sabios durante el tiempo –generalmente poco-, que tardan en descubrir que un descubrimiento nuevo las ha modificado.

domingo, 16 de marzo de 2008

Cae la bandada de estorninos sobre el bosque,
desaparece,
se han hecho, dicen, arbustos,
eran ángeles
y si al llegar la primavera fracasan en su examen
para llegar a ser ángeles custodios,
van a quedar mientras el mundo sea
mundo y quede
sobre la tierra un ser
humano, en árboles.

Cuando pase el viento,
tañerá en sus hojas, aleluya, gloria
al buen padre Dios
y dará sombra y apoyo a los ángeles
que cada tarde vengan a reclinar, cansados,
su cabeza en el césped, a sus pies,
y a los humanos que se busquen,
buscando soledad en sus umbrías.
El domingo de ramos, cuando yo era niño, se decía que “el que no estrena, no tiene manos”. Nos ponían “el traje de los domingos”, recién adquirido con eso de la inminencia, además, de la primavera, tiempo de “andar a cuerpo”,sin la protección de abrigos, gabardinas y capotes. “Cuando la guerra” se anduvo mucho con capote paramilitar, algunos con cuello de piel de conejo, tal vez para abrigar los desasosiegos del hambre. Creo que es Esther Tusquets la que dice que quienes tenían relación con gente del campo no pasaron hambre. Tal vez menos, pero un día u otro de aquellos tres años, y añadiría que de los cinco siguientes de inmediatas secuelas, la pasaron, pasamos todos. Y los que menos, que seguro que fuimos los niños, para alimentar a los cuales, las familias enteras se sacrificaban en una u otra medida, nos dábamos cuenta de lo que estaban pasando nuestros mayores y eso puedo asegurar que también apretaba lo suyo y dolía.

El domingo de ramos podía por eso ser buena fecha para “estrenar” alguna prenda recién “dada la vuelta”, o, cuando menos, una camisa del hermano mayor a que se le hubiera repuesto el cuello quitándole tela del faldón. Ahora no hay “traje de los domingos”, que en la aldea solía ser el de boda, que en ocasiones llegaba hasta el final y se usaba asimismo de mortaja. Solía ser azul marino, con o sin rayas, y, en su caso, con las rayas más o menos marcadas. Su uso privaba de la diaria faena, más en contacto con los tintes, rigores y desgarraduras de la naturaleza inmediata, desde luego con ira a la playa y no hay que añadir que para jugar los habituales partidos de fútbol de la Llera. Lo odiamos cordialmente, al traje de los domingos, hasta que llegó el primer amor, y con él la doméstica necesidad de sentirse protagonista de aquello que nos estremecía el alma y precipitaba el corazón, y, para ello, podía ser buena cosa la elegancia dominical, a que aprendimos en seguida a añadir aquella viscosa pasta que nos quitaba los rizos a los rizosos y mantenía su ficción a los que tenían el pelo planchado. Nadie ha sido nunca feliz, en su adolescencia, con la apariencia propia, y siempre envidiábamos la del vecino, sobre todo si el vecino era más habilidoso en el trato con las zagalas, que no te miraban más que de soslayo y entornando los ojos.

Hoy es domingo de ramos. Paseó por el Parque la imagen de Jesús, en su borrico que lleva otro al lado más menudo, un perro y espolique, rodeada de niños que alzaban ramas de olivo, palmas y ramas de laurel. El cura va detrás, un poco, observo, ajeno, con casulla rojobrillante, barbado cano, con una inevitable escolta de cofrades. El sol lo riega todo como una sonrisa

sábado, 15 de marzo de 2008

Palpo en el aire la inminencia
de que Dios permita rehacerse a la vida, salir
de la agonía reciente y de la muerte del invierno,
el corazón,
ya viejo,
me late más deprisa, como si aún tuviera
los arrestos del álamo,
que, seco, ha permitido brotar,
en la punta de su rama mas retorcida, casi un dolor
humano,
la ternura cándida de verdor de una hoja mínima,
y algo dentro, olvidado, hibernado,
como un oso viejo,
abre los ojos, mira
a través de los míos
y redescubre, más allá del contraluz de la muerte,
la alegría
de vivir,
que resuena en el aire como un himno.
Se advierte estos días inmediatamente anteriores a la llegada de la primavera que hay un especial excitación en los seres que parecían dormidos y ahora tiemblan en sus cápsulas o de abren, sin más, al gozo de vivir. Supongo que las sabandijas que están saliendo de sus crisálidas, esa misma que parecía esta mañana un copo de algodón deshilachado sobre la hoja de la cala, no advierten sino el gozo instantáneo de vivir, igual que esos mosquitos efímeros que remontan el río en busca de hembra con que cumplir la mínima exigencia de que permanezca su especie. No tienen –que se sepa- alegrías ni tristezas al acecho, ni los agobia el temor de la muerte. Disponen de ese gozo de vivir sin ayer ni mañana en que consiste su presencia por unos momentos infinitesimales del tiempo universal que se mide en años luz. Es todo un espectáculo, que, salvo especialistas y estudiosos, hemos olvidado contemplar y casi, a poco que me detengo a mirar, con el perro ya nervioso, tirando desde el extremo de su correa extensible, escucho la musicalidad de la salida de una mariposa de su botón colgante de la rama del salguero a la vera del río, junto al evónimo de hojas de sol cautivo. Mucho más agradable que leer la digresión vana de un mínimo, que critica, desde su empacho de aburrimientos rancios, en la hoja que le dejan manchar de cierto periódico, la obra de otro escritor ya fallecido, de singular originalidad. Si no puedes elogiarlo y está muerto ¿por qué no lo dejas en paz? Hizo, escribió lo mejor que supo. Si no gusta, basta apartar su obra, echar el libro al fuego del Cura y el Ama, con el auxilio del Bachiller si acaso y del Barbero y dejarlo que arda en el olvido. Quede, siempre, sin embargo, un ejemplar, por si algún raro lo prefiere y es capaz de alcanzar el deleite que el autor disfrutó mientras lo escribía. Ese dolor de parto que ha de sufrirse a veces para dar a luz lo que se escribe, bien lo merece.

viernes, 14 de marzo de 2008

Pascua a la vez y primavera,
Brahams
en la ribera de la tarde, casi su horizonte,
punteando con cada nota un giro,
el matiz
de cada color del paisaje,
que pintan las pinceladas largas de las violas
sobre el ruido de pasos del piano.
Empiezo a leer con curiosidad la biografía de un escritor y lo primero que llama mi atención es lo angustioso –estamos en el siglo XIX- de su relación con el editor. Se enzarzan en regateos sobre los dos o tres mil reales que el escritor pide o el editor ofrece, y, si son dos o tres mil quinientos, en seguida se advierte que el “pico” está puesto a favor o en contra para jugar en con su entidad la honrilla de haberlo hecho mejor que el adversario y hacerle sacado unos reales de más o de menos.

El escritor, que a partir de su toma de contacto en la Literatura del bachillerato, un somero conocimiento de textos antológicos, por fin la lectura de alguno de sus textos capitales completo, se había ido erigiendo como un busto sobre su pedestal, cobra calidad humana personal, se parece a la demás gente de carne y hueso que conocemos, tiene mujer e hijos, padres, familia, manías y dificultades, aficiones, desengaños, preferencias –a veces inexplicables para mí- y rechazos increíbles.

Estoy todavía en las primeras páginas –cierto que tomadas de aquí y de allá, espigadas por el libro, que es grueso y prolijo, mezcla y síntesis de citas literales y opiniones subjetivas de la autora- y ya he descubierto que estamos hablando de una persona tan humana como yo mismo, tan caprichosa, feliz a ratos, a ratos desgraciada, que incluso explica cómo y por qué escribió aquella novela y desmenuza la personalidad de algunos de sus protagonistas, y he empezado a leer, ahora sin hacerlo, los capítulos de la novela y a valorarlos de otra manera, que deliberadamente omito decir si es mejor o peor, pero que de momento es distinta. Añadiendo que la recomposición de cada personaje revela ahora una serie de aciertos y de fracasos que añado a la valoración inicial del libro, cuando ignoraba que tuvo un propósito preconcebido alrededor del cual se montó la aterradora descripción de una sociedad atormentada por miedos diferentes, pero equivalentes tal vez, a los que ahora misma la afligen.

Me reafirmo en el interés que últimamente me estaban despertando biografías y autobiografías de personas, personajes y personajillos. Todas ayudan a comprender un poco mejor la mixtura que nos integra a nosotros mismos, casi siempre parecida en algo a la del biografiado, por grandes que sean las diferencias que de ellos nos separen por evidentes razones.

jueves, 13 de marzo de 2008

Pasa la tormenta,
tuya, mía, de la mar, ¿qué más da?
queda roto y disperso el paisaje,
llora casi siempre alguien, otros se afanan
rebuscando ya las piezas, ordenando los colores,
restablecen a cada cual en el que consideran su sitio,
como si las cosas y los hombres pudieran clasificarse
de modo definitivo
para la fotografía, de momento inimaginable,
de la eternidad.
Nos pasamos la vida levantando campamentos. Nada puede rehacerse, de lo ya hecho. Si acaso, corregir, si la ocasión se repite, las circunstancias son parecidas, pero ya son otra cosa, otro día, otra discusión, otro concepto. El telar no vuelve nunca atrás, Mi siguiente escrito, la próxima fotografía, el agua que pase bajo el puente, ya no serán los que forman parte de eso que llamamos pasado, pero nadie puede estar seguro de que no haya sido, en todo o en parte, lo mismo que es imaginación parte de lo que nos parece hallar en cada repaso de la memoria, un sueño. Por eso mienten tanto, sin duda de modo inconsciente, los autobiógrafos. Últimamente he dado en leer muchas autobiografías, en realidad memorias de gente de lo más variopinta, y biografías, que a esas lo que les pasa es que el biógrafo no suele ser imparcial e interpreta muchos de los gestos, de los actos y de los hechos del biografiado. A veces lo convierte en personaje de una que en parte es invención del biógrafo. Tiene eso la ventaja de que se ve al personaje desde perspectivas diferentes, hay ocasiones en que como ni habías soñado que pudieras verlo. Diferencia importante es que en la autobiografía se disculpa o se adorna al personaje, en gran número de supuestos incluso un niño precoz, mientras que en la biografía, donde puede ocurrir lo mismo, es más frecuente sin embargo que lo que se haga es quitar adornos. Lo que decía Miguel Ángel que él hacía con los bloques de mármol o de piedra: simple y sencillamente, quitarles lo que les sobraba.

En otro orden de cosas, observo que los socialistas están más satisfechos del resultado de las elecciones de lo que parece prudente, y los populares más decepcionados de lo que sus resultados justificarían. Ambos tienen, en mi opinión, a la vista, que la gente se ha partido en dos grandes grupos y que la situación pide a grito pelado un acuerdo entre ellos para resolver los dos o tres grandes problemas de Estado pendientes, sin perjuicio de que luego, una vez resueltos, se enfrenten todo lo que quieran en lo que se podría calificar de política cotidiana, rutinaria, que es la de los matices, los grises, la orfebrería, y a veces hasta el arte, todos imprescindibles para imaginar, proyectar, cimentar y construir la nueva sociedad que necesitamos para convivir los humanos tan estrechamente relacionados como ahora lo hacemos.

miércoles, 12 de marzo de 2008

Vino la mar, con su disfraz de monstruo,
los colores de la guerra: el oscuro azul de lo más profundo,
la ira disuelta en espuma amarilla,
broncos jadeos, estertores súbitos,
movimientos
sin control de los brazos múltiples de las olas,
el verdemar insólito de las crestas,
los silencios,
como miedo de niños perdidos en el desierto de la noche,
en el vientre perlado de una niebla,
en la vida sin mapas.

Vino la mar, y, airada,
se fue llevando, sabia, lo que el hombre
había puesto con tanto cuidado, tanto esmero
y tanto orgullo, para detenerla.

La mar es así de caprichosa,
femenina,
siempre,
de algún modo;
incluso en la tremenda locura de su insensata ira,
bella.
Ser viejo tiene la incuestionable ventaja de que obliga a caminar más despacio y recobras algunas de las perspectivas que habías perdido con la prisa, ese mal de nuestro tiempo que nos ha dejado sin paisajes, cuando viajamos a velocidades siempre excesivas por carreteras cada vez mejores con vehículos cada vez más rápidos.

Primero, las autovías y autopistas nos sacaron de la entrañable familiaridad con los pueblos que atravesábamos con tiempo hasta para tomar un café o comprar un queso o la garrafa de vino del país, y ahora el tren de alta velocidad, que nos arrebata la contemplación del paisaje y con ella la escapada imaginativa de pensar un cuento protagonizado por los personajes que lo poblaban.

Parece por eso un mundo nuevo el que se abre a mi lado cuando ya no puedo correr sin tiempo para ofrecer o contestar un saludo y acompañarlo, como aquel con quien te cruzas, con una sonrisa. Mi buen amigo Luis solía decir que la sonrisa nos diferencia de los animales. No es del todo cierto, porque ya he dicho alguna vez que creo que por lo menos los perros sonríen, pero casi, y una sonrisa a tiempo estoy dispuesto a testificar donde proceda que en muchas ocasiones mejora el estado de ánimo, y así, hasta puede que progresivamente el carácter.

Ir despacio te depara nuevas experiencias con los sonidos, muchos de ellos musicales, que hacen alrededor multitud de cosas de las que nos rodean, desde una puerta vieja que golpea o rechina hasta el agua viva del arroyo, la mar en complicidad con la playa o las rocas a pie de acantilado o el viento jugando con las hojas de cada árbol, que, fijándose, puede apreciarse que como ocurre cuando se golpea un cristal o un recipiente más o menos ocupado por algún líquido, devuelven sonidos diferentes y todo se conjuga, como ocurre con los colores de cualquier puesta de sol.

martes, 11 de marzo de 2008

Entro y salgo del mundo
del entresueño
y los distingo menos, cada vez.
Es como andar buscando,
algún lugar, la identidad perdida u olvidada,
algún lejano día,
que nunca sé si otro vivió por mí, o si era yo mismo
éste que ahora recuerdo,
cuando, a medida
que pasa, inexorable,
la mentira del tiempo,
me descubro más cerca cada día
de algo que ya no sé si es miedo o luz,
pero es real, sin duda, sin posible
remedio
de volver a contar
otra mentira o recitar
otro papel del otro personaje
que ya no habré
sido
nunca.
Primera lectura de la prensa del día y pequeña sorpresa que me proporciona la jerarquía eclesiástica recordándome que debo reciclar la basura, obligación que por lo visto me concierne desde una perspectiva moral de carácter religioso. Sospecho que la noticia viene distorsionada por alguna mala interpretación de cualquier opinión personal manifestada por alguien con autoridad en la Iglesia, a quien, sin embargo, no se le ocurriría promulgarla como norma moral ni siquiera imperfecta, es decir, de las que no llevan aparejada sanción para caso de incumplimiento.

Hay una serie de asuntos de cada vez más difícil aceptación, en las que nos van complicando con innegable habilidad las administraciones pública y privadas, que, poco a poco, nos han ido convenciendo de colaborar activamente en trabajos y obligaciones que yo creo que les corresponden. Por ejemplo, nadie pasa ahora a cobrar recibos de cuotas mensuales o anuales, sino que nos los cargan en cuentas bancarias que ya ha empezado a costarnos los cuartos mantener abiertas; hemos de calcular con arreglo a complicadas normas nuestras contribuciones e impuestos de todo tipo, y luego, por cuidado que hayamos puesto, un error o la falta de diligencia, nos constituye en responsables de recargos, multas e intereses; los derechos, tasas e impuestos no nos han liberado del limosneo por lo visto complementario y ejercido pública o privadamente por medio de peticiones callejeras oficiales para diversos fines y del asalto directo en plena calle o a las puertas de los templos, y en lugar de haber ventanillas desde la parte de allá de las cuales se tramiten por entero los expedientes, para muchas de nuestras actividades hemos de ir dando con nuestros huesos a distintas y a veces difícilmente imaginables oficinas donde es nos proporcionarán o no –tarde, mal y nunca y en ocasiones rezongando audiblemente- los papeles, informes, las licencias y la autorizaciones imprescindibles para la mayor parte de nuestras actividades digamos mayores y que por añadidura nos van a ocasionar mayores gastos, esfuerzos y preocupaciones.

La dinámica social que nos rodea es tan sorprendente a veces como hace pocos días, que tomé un taxi de la parada cercana a un hotel de la capital, le pedí que me llevase a cierta calle de la ciudad, y tuve que ir todo el viaje escuchando al conductor las quejas que musitaba por la perra suerte que había tenido, después de pasarse gran parte de la mañana en la parada, de que lo tomase yo, que era una carrera urbana, y no algún turista a que tuviese que llevar al aeropuerto.

lunes, 10 de marzo de 2008

Ha pasado, esta noche, el viento,
y, cabalgando sobre él, unas nubes presurosas,
parpadeaban no sé si la noche o la luz,
éramos
de nuevo indefensos habitantes de la selva,
con los ordenadores apagados,
los relojes eléctricos perdidos
en un desconcierto de sombra y luz alternativas,
la oscuridad
ganando la partida a las farolas,
inundando
todo el paisaje polícromo de apagados anuncios. Quise
llamarte por teléfono, recobrar al menos tu voz,
saber que había alguien aún vivo, pero también él
habia
quedado
desesperanzadoramente mudo.
Esta noche, de súbito, mientras se repartían los votos, se desencadenó un temporal de lluvia y viento, menudearon los apagones, la meteorología quiso al parecer sumarse a la confrontación electoral, apenas cerrado el turno de resultados y comentarios. Todavía, por la mañana, se podía escuchar el ululato del viento, con su contracanto de lluvia. Yo no creo que el tiempo tenga que ver con las elecciones, y menos así, cuando todo había acabado ya. Otra cosa es cuando durante las elecciones, si son en verano y hace buen día, se escapa a la playa, o, si son en invierno y hace malo, se refugia en el rincón favorito de casa. Votaron, en esta ocasión, en números redondos, algo así como tres cuartas partes del censo y de esas tres cuartas partes, algo menos de la mitad, es decir, casi un tercio de los votantes posibles, dieron mayoría relativa al partido socialista, que, sistema d’Hondt aparte, obtuvo, en número de votos, algo menos de un millón más que sus más inmediatos contrincantes, que eran los del partido popular. Y como son dos partidos mayores, a gran distancia, cualquiera de ellos, del resto de los candidatos, sólo entrambos juntos serían mas de la mitad de los votantes posibles, pero por separado no representan, cada uno, más que a menos de un tercio de ellos.

Curiosa situación en que uno gana y puede gobernar, pero el otro, que no ha logrado ganar, ha acreditado la entidad suficiente como para que ese gobierno deba ser prudentemente y no excederse en las cuestiones de Estado, que son, en mi opinión, las que precisan de la aquiescencia de la mayoría de los votantes posibles, que es lo mismo que decir una mayoría real de ciudadanos.

En algunas partidos, el fracaso arrastrará a los líderes, y hay varias circunscripciones en que los resultados dieron verdaderos varapalos a otros que, con evidente error, se jactaban de parecerlo.

Creo que hemos quedado como estábamos –si acaso u poco más neto, perfilado y definido el puro y duro bipartidismo-, y lo que suscita mayor preocupación es que tengamos como de hecho tenemos, dos o tres cuestiones de Estado pendientes, pocas, pero de gran importancia, sin resolver las cuales estaremos siempre poniendo remiendos cuando tan urgente es imaginar, proyectar y construir, en cuento se resuelvan, la nueva sociedad del nuevo milenio

domingo, 9 de marzo de 2008

Lo hace todo, el fuego, como jugando:
comerse gente y cosas,
danzar,
a compás de las guitarras, la danza que escribió para el
Falla.

Parece que ha muerto, pero es como el ave fénix
y está aquí, de nuevo, a nuestro alrededor,
aparentando domesticidad, pero atento
para saltar, en cualquier momento,
recuperada la ferocidad de su instinto.

No está nunca totalmente apagado en todas partes,
puede
que él sea el gran hermano
que ya ha empezado a vigilarnos.
Ardía, esta mañana, cuando el perro y yo hicimos nuestra primera salida “a la del alba” y se afanaban los bomberos, agua espuma y amarillo, sonido de sirenas y campanas, en derribar al monstruo tan inútilmente voraz que se lo come todo sin hambre. ¿O sentirá el fuego, cuando está vivo, hambre? Sed no, desde luego, porque el agua lo mata, pero lo avivan, en cambio, la gasolina y el vino. Puede que sienta sed. Otra distinta de la nuestra, que casi siempre es de agua por lo menos fresca. Este ser desconocido, inasequible, sin amigos. Lo cercaron y mataron los bomberos. Aún respiraba –su respiración oscura, malintencionada, es el humo-, cuando el perro, alzando el hocico ante este olor peligroso, y yo, pasábamos. El perro, en la esquina, alzó la pata y puso de manifiesto que su simpatía en este caso estaba con los esforzados bomberos. Luego, seguimos entrando en la mañana, el periodiquero se apartó de su ordenador portátil y nos dió un paquete de paquete de periódicos que todavía huelen a tinta y recuerdan al público en general que hoy es día en que podemos votar. Por una vez, bisiesto como el año de cada cuatro, podemos hacernos la ilusión de que estamos ejerciendo nuestra soberanía compartida, pero ¿qué clase de soberanía ejercemos si ya están publicando en Inglaterra, el Times, y el Andorra, El Periodic d’Andorra, los pronósticos casi milimetrados de los resultados futuros. Si aciertan, me sentiré muy mal. Los humanos habremos pasado al grupo de instintivos seres predecibles. No seré más que un componente estadístico. Y lo malo, si me abstengo o si voto contra mis preferencias, las estadísticas lo habrán previsto también. Anoto en la agenda que es urgente recuperar la humanidad de las personas, conciencia y consciencia incluidas, y, desde luego, sentido común.

sábado, 8 de marzo de 2008

Con cada niño nace la esperanza, cada muerte
anuncia
la de todas las estrellas del Universo,
con su cortejo de planetas,
quizá
con cada especie de seres pensantes que circule por el espacio
buscándonos para llorar con nosotros
cada muerte.

Si no fuera porque el buen padre Dios está
del otro lado de su vieja puerta, esperando,
tal día como hoy,
parecería que no vale la pena haber vivido
y haber sido incomprensiblemente capaz de matar, de imaginar
que quitar la vida a otro pueda servir para algo
más
que convocar a todos
a toque de campana
a la solemne y trágica derogación
de la esperanza.
Jornada de luto y silencio, porque a la legalidad del “día de reflexión” se une la luctuosa realidad de que han vuelto a matar a otra persona. No se entiende que haya todavía quien a despecho de que el mundo civilizado haya desechado la pena de muerte, todavía la use para tratar de forzar a la sociedad a que mude conforme a las convicciones de quien con premeditación y alevosía mata, como en este caso, a alguien indefenso y sin cargo administrativo o político que pudiera hacerlo odioso para alguien que no pensara como él.

Y tal vez por eso se ha quedado un día gris, con la temperatura indecisa entre ser de invierno o anunciar decididamente la primavera.

Y creo que muchos habrán dejado de pensar en las elecciones o se habrán quedado mirando la papelera, tal vez ya embuchada y preparada, y preguntándose para qué, si ya se han sucedido gobiernos de uno u otro signo y siguen matando. Menos, es cierto, pero no hay numeración para la muerte y el hecho de que alguien asesine a otro ya produce toda la magnitud de la herida social. Matar es algo tan horrible que excluye comparaciones y es tan malo matar a una sola persona como matar a cien mil y el que es capaz de matar nos asesina a todos cada vez que mata a uno.

Si, ya sé que habrá quien opine que hay diferencia de magnitud en el dolor, entre causarlo a unos pocos o a muchos, pero insisto, el hecho de matar y el dolor que produce son inconmensurables. No admiten estadísticas. Una sola muerte violenta es todas las muertes posibles. Acredita que la sociedad toda permanece enferma, sufre toda y toda tiene miedo porque la justicia y la libertad están desgarradas con cada acto solo.

viernes, 7 de marzo de 2008

Ha debido ocurrir algo inesperado, horrible,
ha estallado, sin duda,
alguna incruenta revolución, y ahora mismo,
estoy rodeado de libros,
perseguido, amenazado, agobiado
por un ingente tropel
de libros.

Antes, cuando era joven y no podía comprarlos
pude advertir cómo me hacían burla
desde los anaqueles polvorientos de las viejas librerías,
ahora,
los compro, los traigo a casa, apenas con fuerza
para cargar con ellos
y se me han sublevado, no me da tiempo
a leerlos.

No sé si podré sobrevivir a este asedio.
Tendría que haber varios canales de la televisión pública, esta que pagamos entre todos, a que poder huir y en que poder refugiarse cuando los demás, al parecer preferidos por una curiosa mayoría de telespectadores, convergen a contar, resobar, mirar desde muchas perspectivas las banalidades de personas seguramente respetables, pero sin el más mínimo interés para cualquiera que disfrute de sentido común, capacidad de pensar y un mínimo de sentido estético.

Respeto a quienes disfrutan con que les cuentes los ligues y separaciones de otros humanos, su buen o mal genio, que se han sobado, más o menos vestidos, con recíproco deleite, que quieren o no quieren tener hijos, que han quedado vinculados o desvinculados, preñados o quirúrgicamente recompuestos o definitivamente cambioencarados, que han grabado o dejado de grabar soportes que no añaden nada al ruido del silencio que se hace añicos a su paso.

Respeto también a cada protagonista de cada triste historia de cada uno de estos seres a que seguramente me parezco más de lo que me gustaría.

Pero suplico unos refugios, pido rincones donde se cuenten gratis cuentos fantásticos, se proyecten viejas películas amables y comedias sin mensaje, se exhiban documentales, nos podamos olvidar de los anuncios y esté permitido a los viejos y a los niños disfrutar en una especie de sendas clases de guarderías donde no vayan a perseguirles, respectivamente, las premoniciones y los recuerdos de los fracasos marginales de nuestra sociedad. -
La niña está hecha de brisa y olor,
pasa,
marcando el rastro de su belleza con el sonido,
puro,
claro,
seco
de cada pisada. Viene de una turbia adolescencia,
recién carne viva, acné
y esta mañana, en su habitación del hotel, al mirarse al espejo
ha descubierto que puede volar,
que es hermosa,
sin nombre,
sin patria,
sin amor, pero con todo
el amor,
rompiéndosele dentro abrumándola, apresurándola
para que ponga el fuego en otro fuego, tendría
que ser cauta, pero no puede,
tendrá que ser,
por bella,
desgraciada.
Pero eso será mañana, hoy,
todavía,
es una explosión deslumbrante, es la pureza misma
de la luz
recién encendida.
Visión estereoscópica de la capital, que ahora recorro más despacio porque me he hecho viejo, mira tú por dónde, todo llega, hasta la vejez, que viene renqueando y te contagia de tal modo que cuesta atravesar la calle antes de que quiten el hombrecito verde, sobre todo si te has cargado de libros en una de esas nuevas librerías, que son como bazares transparentes, sin misterio ni poesía, la poesía se refugia en cada esquina, donde gente de mirada triste, te mira pasar con envidia. He descubierto que en la mayoría de las encrucijadas hay alguien, y en algunas muchos, que te miran con mirada triste y con envidia, pero, si tú es hablas, se vuelven de espalda, sin contestar, o te responden con un exabrupto, Mucha gente cada vez más variopinta en su rareza. Como ese escribidor cuyo nombre omitiré, a que no comprendía hasta que releyéndole un texto reciente, descubrí lo que le pasa. Vive girando como un asno viejo en torno al pozo seco de su ombligo, incapaz de alzar la cabeza y ver que existe el mundo. Va despacio, dejando un bellísimo lendel, bordando palabras justas para componer hermosas frases, pero no advierte más que los cambios de color que a lo largo del día la diversidad de la luz finge con cada escorzo de sus gestos, El es todo su universo y me quedo pensando, con pena, lo bueno y bello que sería lo que escribiera si fuese capaz de salirse de la capsula en que la claustrofobia de su egomanía lo tiene encerrado, cautivo como un Segismundo incpaz de disfrutar del inesperado milagro de que las robinias se hayan llenado de hojas y el afilado viento del Guadarrama las esté bautizando, una por una, identificándolas para que delimiten la quietud del verano que viene, todavía un sueño.

miércoles, 5 de marzo de 2008

¿Por qué son tantas las estrellas?
¿por qué siguen brillando, si están muertas?
¿por qué las deja morir,
el buen Dios,
si eran tan bellas?

Flotaban en el agua
tersa
como un espejo,
escoltando la ausencia de la luna, tal vez
su recuerdo.

Por la mañana, temprano,
donde el agua se hace espuma,
beso,
encontré sobre la arena
una
sola
estrella,
que esa noche había muerto.

La noche que tú te fuiste,
que por eso la recuerdo.
Hacer un crucigrama es enfrentarse con el ingenio del autor, desenredar sus estratagemas, reordenar el caótico juego de palabras o incluso de letras de la palabra que utiliza a la vez para orientarme y distraerme la atención. Es un juego nuevo y distinto, el de estos crucigramas de La Vanguardia, diferentes, originales, absorbentes.

Me atraen estos juegos en que de algún modo la razón se ha de salir de sus carriles para descubrir escondrijos de construcciones y significados, cuya solución supone el restablecimiento de un equilibrio, algo así como reorganizar el mobiliario de una estancia, provisionalmente disperso para hacer limpieza o para rebuscar algo perdido o que otro escondió.

Salgo, luego a la calle y redescubro que este es un pueblo lleno de sorpresas climáticas, con calles abrigadas –ahora que ha vuelto el frío, o que está pegando los últimos rabotazos del invierno-, y otras por donde corre una brisa helada, y en su esquina es donde se detiene el perro a husmear con mayor interés las huellas de sus congéneres.

Están poniendo los tenderetes del mercadillo semanal, desparramando fruta, ropa, muebles de mimbre, campanillas y cascabeles de latón, cuchillos, hierbas mágicas, milagrosas, terapéuticas o tal vez hechizantes, zapatos y zapatillas de orillo y fieltro, boinas, todo un zoco y al final para deleite del perro, que alza la cabeza y olfatea con profunda deleite, diría que con ansiedad, un puesto de chorizos, queso, jamón y ristras de morcilla. Es miércoles y por la tarde me iré a la ciudad.

martes, 4 de marzo de 2008

Duda el día, si asomarse a la mar,
tiene miedo
de la espuma,
y anda remoloneando el sol,
con sus manos hundidas, ocultas
en algodón de nube,
si decidirse a mirar
o dejar que el agua, sola,
cante, con voz aguardentosa, a la mañana
recién nacida.
¡Despiértate, mi niña,
que viene el día!
Se despierta,
Sonríe,
y el sol se despereza, por fin
y nos mira. -
Creo que ninguno de los dos merecería llevarse mi papeleta a su zurrón. Ninguno me propone cambiar como creo que debería hacerse: reconstruyendo y reorganizando nuestro grupo social con todas las consecuencias, intentando huir de las destructivas paradojas decimonónicas, explorando, ensayando, mientras ellos rebuscan viejas argucias para tratar de manipularnos una vez más el cerebro. Te voy a dar, os voy a dar, anuncia cada cual desde su ambón lo que necesitas para ser feliz. Mienten, porque estoy empezando a pensar que mi felicidad, la de la mayoría de nosotros, podría depende de que ambos se vayan con la música a otra parte, este par de flautistas de Hammelin.

Hace falta una sociedad dotada de muy pocas leyes, que invente sistemas para que no lleguen a producirse diferencias socioeconómicas justificativas del exhibicionismo de los más torpes y de la generación de los bárbaros, con una administración impregnada de la convicción de que existe para cuidar y servir, y no para mandar y sancionar, con una administración de la precaria justicia de que somos capaces a través de jueces honestos, equitativos e imparciales y un poder ejecutivo en manos de tecnócratas vocacionales de cada materia. Debe hacerse un mapa sociopolítico –adelanto que no sé cuál-, definirlo y defenderlo con propósito de permanencia. No debe ser lícito ir a recabar apoyos en los deformes, los ancianos, los inmaduros o los de algún modo tullidos, débiles o diferentes, contándoles el cuento de caperucita de que lo suyo tiene arreglo. No hay más mayorías, en el sentido democrático de su concepto, que las logradas mediante aportación y concurrencia de criterios homogéneos, o los más avispados, lo más violentos, los que tengan mayor volumen de voz, los más avisados o los más fuertes, nos irán llevando a las distintas parcelas de la huerta de la oclocracia.

La libertad no se logra más que a través de la justicia, y ambas generan inexorablemente la paz que permite a los hombres hablar en busca de aproximaciones a cada verdad.

De momento, sin embargo, con carácter provisional, precario y transitorio, votaré al que me parece más fuerte, más maduro, más educado. No porque me guste todo su modelo, sino porque sólo a través de su esquema provisional es posible situarse en un punto de partida desde que parezca que se puede empezar a generar riqueza en vez de consumo y contener la irrupción descontrolada de la falta de educación, la falta de imaginación y lo que es más grave, la falta de sentido común.

Y, para no arrepentirme, no los he escuchado en su disparatada competición por ser el mejor actor, cuando en lo que estamos es en elegir al mejor hombre de Estado.

lunes, 3 de marzo de 2008

He pensado, de algún modo, visto,
esta tarde, colgada del cielo
la inmensa bola insignificante de la tierra,
desde tan lejos, fuera
del sistema solar,
no se advierten los hombres, es como si todo
fuese el equilibrio de las bolas de colores, astros y planetas,
de un malabarista atento,
como si todo, de pronto,
se hubiera hecho silencio iluminado.
Dice Yasmina Reza (“El alba de la tarde o la noche”, Anagrama/Empúries) que “Sarkozy es un hombre brillante, capaz de alcanzar el poder, pero en las cosas del amor es tan tonto como el resto de los hombres”. Pienso que se equivoca, cuando dice que “es tan tonto como el resto de los hombres”. Sin perjuicio de que parezca cierto que desde el punto de vista de una mujer –hasta donde quepa generalizar-, siempre parecerá “tonto” el hombre, por enamoradizo. Por “volverse loco”, dejarse engañar en seguida por las sofisticadas artes femeninas. Tuve una vez una amiga, pienso que de veras, sin más mezcla de amor que tal vez esa inevitable sensación que produce de modo inexorable la relación con el otro sexo, y hablábamos y recuerdo que su en mi opinión acertada tesis pasaba por creer que los hombres, menos centrados y concentrados, más volátiles, apresurados, lo que pretenden es llegar cuanto antes a la relación sexual, sin pararse en barras formalistas, antes incluso de pararse a encender el amor, acto que es más bien conducta, lleva tiempo. El hombre piensa de buena fe haberse enamorado en seguida, y su amor, como todos, es también eterno mientras dura, pero se disuelve sin haber nacido casi nunca. Por eso parece haber caído –el “tonto”- en las redes adversarias, mucho antes de haberse enamorado en realidad. Cuando el amor se forja de ambos lados de la relación, es verdadero por ambas partes y recíproco, cosa que se advierte porque ya no es posesivo, sino recíprocamente generoso y pretende realizarse en la entrega al otro de lo necesario para que se sienta eso que decimos “feliz para siempre”, es también por ambas partes todo lo duradero que puede ser. De cualquier modo, podría tener razón Yasmina, y ser aquella conclusión nuestra que por cierto tenía entre las telarañas del desván una tontería o viceversa. Vale la pena considerar las probabilidades de ambas para tratar de acercarse a los suburbios de la verdad. Como suele ocurrir, y aún después nos quedará la duda razonable.

domingo, 2 de marzo de 2008

No entiendes mi parte del idioma,
la que se esconde
por debajo de las palabras, en mi condición última,
esa diferencia que me identifica de una primera ojeada,
antes de ponerme nombre y apellidos para que sea yo,
porque nadie
dice exactamente lo que oye quien le escucha
sino lo que quiere,
torpemente a veces,
decir a su modo, como puede,
que bastante hace,
con lo difícil que es utilizar
veneno tan peligroso, arma tan potente,
herramienta
tan capaz de ternura como son las palabras.
Leo la historia de un pintor obseso, tal vez, según el modo usual de interpretar la palabra, también loco, que durante cuarenta años vivió encerrado en su casa, de que salía sólo a misa y a hurgar en la basura, y, durante cuarenta años, pintó sin descanso ni conocimiento de nadie. Un día, al parecer, había desparecido y su casero entró en el piso y se encontró con un libro de muchísimas, alguna más de quince mil páginas, escritas durante su vida por aquel hombre, cuando, afanosamente, no pintaba la otra historia de unas niñas que no eran más que imágenes de la misma niña ingenua –imagen de otra real, asesinada en su tiempo-, rodeada de mariposas y soldados armados de metralletas, unas pinturas gigantescas, naïf, obsesión, desolada tristeza. Dejó dicho, me cuentan, que se quemara todo aquello cuando él muriese, pero el casero lo sacó a la luz y es considerada, la pintura, una colección de arte, un tesoro escondido, un recuerdo deslumbrante de un hombre oscuro. Se llamaba Henry Darger y su obra se halla hoy en el Folk Art Museum de Nueva Cork. Titulaba, según leo, su inédito libro “La historia de las niñas Vivian, en lo que se conoce como los Reinos de lo Irreal, sobre la Guerra-Tormenta Glandeco-Angeliniana causada por la rebelión de los Niños Esclavos”. No escribía para nadie, ni pintaba para ninguno. Se expresaba a solas y en secreto, pero realizó una obra genial. Es probable que no haya experimentado nuestra habitual sensación de fracaso, o, algunos, de haber triunfado. No supo si había hecho bien o mal lo que estaba haciendo. No dice la noticia de dónde ni cómo obtenía el mínimo dinero indispensable para subsistir durante esos cuarenta años. Pero es evidente que, atravesado semejante espantoso túnel, resulta envidiable haber sido como él, nadie, hasta que se narra su horrible aventura y juegan, por fin, su papel, los colores, las formas y las palabras de su obra, que lo transforma en un artista, de algún modo, en uno de esos inmortales que, antes de entrar en el espacio sin espacio de lo eterno, permanecerán en la, memoria, es decir, en la historia del hombre, hasta que acabe.

sábado, 1 de marzo de 2008

Los sueños
no pueden compartirse con gente de este mundo,
se han de vivir con criaturas
de otros, desconocidos; los sueños
sólo pueden contarse
y pierden, convertidos en palabras,
su magia toda,
el indescifrable misterio de si son recuerdos,
premoniciones
o el eco de algo que nos está pasando en otro mundo
aún
desconocido.
Padeces un aire de tristeza sin límites. Es como si te hubiesen sorprendido dormida y te hubieran atado al palo de tortura de la rutina durante el sueño, como el sufridor de la metamorfosis kafkiana, en vez de transformarte durante la noche en insecto, te dejara la bruja de los relatos horribles de tu niñez encadenada al pie de a montaña, contemplando absorta a Sísifo en tu espejo que debería haber sido mágico, según se advierte a pesar de todo en la sonrisa que todavía eres capaz de repetir como cuando todavía eras la niña soñadora de fantasías de que, además, conservas el porte cadencioso y levemente despectivo al moverte como si estuvieras repitiéndote que podrás ser prisionera, pero no eres esclava de la rutina que te arrebató parte de este mundo, pero te queda el otro a que pueden incorporarte cerrando los ojos en medio de la música o bañada de sol o de sombra.