El domingo de ramos, cuando yo era niño, se decía que “el que no estrena, no tiene manos”. Nos ponían “el traje de los domingos”, recién adquirido con eso de la inminencia, además, de la primavera, tiempo de “andar a cuerpo”,sin la protección de abrigos, gabardinas y capotes. “Cuando la guerra” se anduvo mucho con capote paramilitar, algunos con cuello de piel de conejo, tal vez para abrigar los desasosiegos del hambre. Creo que es Esther Tusquets la que dice que quienes tenían relación con gente del campo no pasaron hambre. Tal vez menos, pero un día u otro de aquellos tres años, y añadiría que de los cinco siguientes de inmediatas secuelas, la pasaron, pasamos todos. Y los que menos, que seguro que fuimos los niños, para alimentar a los cuales, las familias enteras se sacrificaban en una u otra medida, nos dábamos cuenta de lo que estaban pasando nuestros mayores y eso puedo asegurar que también apretaba lo suyo y dolía.
El domingo de ramos podía por eso ser buena fecha para “estrenar” alguna prenda recién “dada la vuelta”, o, cuando menos, una camisa del hermano mayor a que se le hubiera repuesto el cuello quitándole tela del faldón. Ahora no hay “traje de los domingos”, que en la aldea solía ser el de boda, que en ocasiones llegaba hasta el final y se usaba asimismo de mortaja. Solía ser azul marino, con o sin rayas, y, en su caso, con las rayas más o menos marcadas. Su uso privaba de la diaria faena, más en contacto con los tintes, rigores y desgarraduras de la naturaleza inmediata, desde luego con ira a la playa y no hay que añadir que para jugar los habituales partidos de fútbol de la Llera. Lo odiamos cordialmente, al traje de los domingos, hasta que llegó el primer amor, y con él la doméstica necesidad de sentirse protagonista de aquello que nos estremecía el alma y precipitaba el corazón, y, para ello, podía ser buena cosa la elegancia dominical, a que aprendimos en seguida a añadir aquella viscosa pasta que nos quitaba los rizos a los rizosos y mantenía su ficción a los que tenían el pelo planchado. Nadie ha sido nunca feliz, en su adolescencia, con la apariencia propia, y siempre envidiábamos la del vecino, sobre todo si el vecino era más habilidoso en el trato con las zagalas, que no te miraban más que de soslayo y entornando los ojos.
Hoy es domingo de ramos. Paseó por el Parque la imagen de Jesús, en su borrico que lleva otro al lado más menudo, un perro y espolique, rodeada de niños que alzaban ramas de olivo, palmas y ramas de laurel. El cura va detrás, un poco, observo, ajeno, con casulla rojobrillante, barbado cano, con una inevitable escolta de cofrades. El sol lo riega todo como una sonrisa
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