martes, 11 de marzo de 2008

Primera lectura de la prensa del día y pequeña sorpresa que me proporciona la jerarquía eclesiástica recordándome que debo reciclar la basura, obligación que por lo visto me concierne desde una perspectiva moral de carácter religioso. Sospecho que la noticia viene distorsionada por alguna mala interpretación de cualquier opinión personal manifestada por alguien con autoridad en la Iglesia, a quien, sin embargo, no se le ocurriría promulgarla como norma moral ni siquiera imperfecta, es decir, de las que no llevan aparejada sanción para caso de incumplimiento.

Hay una serie de asuntos de cada vez más difícil aceptación, en las que nos van complicando con innegable habilidad las administraciones pública y privadas, que, poco a poco, nos han ido convenciendo de colaborar activamente en trabajos y obligaciones que yo creo que les corresponden. Por ejemplo, nadie pasa ahora a cobrar recibos de cuotas mensuales o anuales, sino que nos los cargan en cuentas bancarias que ya ha empezado a costarnos los cuartos mantener abiertas; hemos de calcular con arreglo a complicadas normas nuestras contribuciones e impuestos de todo tipo, y luego, por cuidado que hayamos puesto, un error o la falta de diligencia, nos constituye en responsables de recargos, multas e intereses; los derechos, tasas e impuestos no nos han liberado del limosneo por lo visto complementario y ejercido pública o privadamente por medio de peticiones callejeras oficiales para diversos fines y del asalto directo en plena calle o a las puertas de los templos, y en lugar de haber ventanillas desde la parte de allá de las cuales se tramiten por entero los expedientes, para muchas de nuestras actividades hemos de ir dando con nuestros huesos a distintas y a veces difícilmente imaginables oficinas donde es nos proporcionarán o no –tarde, mal y nunca y en ocasiones rezongando audiblemente- los papeles, informes, las licencias y la autorizaciones imprescindibles para la mayor parte de nuestras actividades digamos mayores y que por añadidura nos van a ocasionar mayores gastos, esfuerzos y preocupaciones.

La dinámica social que nos rodea es tan sorprendente a veces como hace pocos días, que tomé un taxi de la parada cercana a un hotel de la capital, le pedí que me llevase a cierta calle de la ciudad, y tuve que ir todo el viaje escuchando al conductor las quejas que musitaba por la perra suerte que había tenido, después de pasarse gran parte de la mañana en la parada, de que lo tomase yo, que era una carrera urbana, y no algún turista a que tuviese que llevar al aeropuerto.

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