Con cada niño nace la esperanza, cada muerte
anuncia
la de todas las estrellas del Universo,
con su cortejo de planetas,
quizá
con cada especie de seres pensantes que circule por el espacio
buscándonos para llorar con nosotros
cada muerte.
Si no fuera porque el buen padre Dios está
del otro lado de su vieja puerta, esperando,
tal día como hoy,
parecería que no vale la pena haber vivido
y haber sido incomprensiblemente capaz de matar, de imaginar
que quitar la vida a otro pueda servir para algo
más
que convocar a todos
a toque de campana
a la solemne y trágica derogación
de la esperanza.
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