miércoles, 12 de marzo de 2008

Vino la mar, con su disfraz de monstruo,
los colores de la guerra: el oscuro azul de lo más profundo,
la ira disuelta en espuma amarilla,
broncos jadeos, estertores súbitos,
movimientos
sin control de los brazos múltiples de las olas,
el verdemar insólito de las crestas,
los silencios,
como miedo de niños perdidos en el desierto de la noche,
en el vientre perlado de una niebla,
en la vida sin mapas.

Vino la mar, y, airada,
se fue llevando, sabia, lo que el hombre
había puesto con tanto cuidado, tanto esmero
y tanto orgullo, para detenerla.

La mar es así de caprichosa,
femenina,
siempre,
de algún modo;
incluso en la tremenda locura de su insensata ira,
bella.

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