martes, 25 de marzo de 2008

También los habitantes del primer mundo sufren, y de manera más sofisticada. Por añadidura sus expectativas de duración de vida son mayores y se produce una curiosa distorsión al dar por supuesto que una vida más larga es una vida más feliz. Tenía derecho a vivir, se lamenta la sociedad cuando alguien muere joven, pero es posible que ese derecho estuviera previsto para un tiempo limitado y más difícil. Ignoro las posibles razones, pero no debo olvidar que también ignoro las razones de por qué yo nací y estoy vivo ahora mismo, o, como suele plantear la filosofía, por qué existe algo en vez de no existir nada. Por supuesto, nada de lo dicho me exime de la obligación que mi sociedad tiene de que todos hagamos cuanto nos sea posible por homogeneizarla y que todos los mundos sean lo mismo de habitables y en parecidas condiciones. Lo que pasa es que a veces, hay quien cree que eso se puede lograr obligando a grupos sociales de cultura diferente y diferenciada a gobernarse con arreglo a normas y sistemas válidos o relativamente válidos para otros. Pienso que es un error. cada cultura, entendida como comportamiento habitual de la mayoría de un grupo, necesita normas y organizaciones diferentes, todas legítimas, en cuanto todas integran sistemas que deben acomodarse a las necesidades de ese grupo, según su tiempo y su espacio, es decir, hoy y ahora. A mí me asustan esos ingenuos americanos del norte, convencidos de que su sistema y su modo de vida podría hacer feliz al mundo. Probablemente sería cierto si todo el mundo fuese americano del norte y estuviera integrado en su sistema de estados unidos y la mayoría de la población de ese mundo se comportara como la mayoría del grupo social que ellos integran. También me preocupan los que consideran que a todo cabe aplicar el patrón democrático de las mayorías. No es así. Sólo cabe hablar de mayorías en grupos sociales homogéneos en relación con el objeto de la votación. Y cuanto se ha inventado para corregir sus resultados, entraña el peligro de distorsionarlos intencionadamente para propósitos o por intereses casi siempre de grupo o circunstanciales. Por eso hace falta que los políticos sean artistas, hasta, a veces, verdaderos orfebres, y no es bueno para nadie, no lo es para el bien común que se dediquen a la política algunos porque no sirven para otra cosa.

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