En realidad, he de confesar, que se trata de mis digresiones. Por eso, advierto que para cualquier curioso lector, podrían ser poco interesantes, intrascendentes, banales y hasta aburridas. Entonces -me pregunto- ¿para qué las escribes? Aún no he hallado respuesta para esta pregunta.
domingo, 2 de marzo de 2008
Leo la historia de un pintor obseso, tal vez, según el modo usual de interpretar la palabra, también loco, que durante cuarenta años vivió encerrado en su casa, de que salía sólo a misa y a hurgar en la basura, y, durante cuarenta años, pintó sin descanso ni conocimiento de nadie. Un día, al parecer, había desparecido y su casero entró en el piso y se encontró con un libro de muchísimas, alguna más de quince mil páginas, escritas durante su vida por aquel hombre, cuando, afanosamente, no pintaba la otra historia de unas niñas que no eran más que imágenes de la misma niña ingenua –imagen de otra real, asesinada en su tiempo-, rodeada de mariposas y soldados armados de metralletas, unas pinturas gigantescas, naïf, obsesión, desolada tristeza. Dejó dicho, me cuentan, que se quemara todo aquello cuando él muriese, pero el casero lo sacó a la luz y es considerada, la pintura, una colección de arte, un tesoro escondido, un recuerdo deslumbrante de un hombre oscuro. Se llamaba Henry Darger y su obra se halla hoy en el Folk Art Museum de Nueva Cork. Titulaba, según leo, su inédito libro “La historia de las niñas Vivian, en lo que se conoce como los Reinos de lo Irreal, sobre la Guerra-Tormenta Glandeco-Angeliniana causada por la rebelión de los Niños Esclavos”. No escribía para nadie, ni pintaba para ninguno. Se expresaba a solas y en secreto, pero realizó una obra genial. Es probable que no haya experimentado nuestra habitual sensación de fracaso, o, algunos, de haber triunfado. No supo si había hecho bien o mal lo que estaba haciendo. No dice la noticia de dónde ni cómo obtenía el mínimo dinero indispensable para subsistir durante esos cuarenta años. Pero es evidente que, atravesado semejante espantoso túnel, resulta envidiable haber sido como él, nadie, hasta que se narra su horrible aventura y juegan, por fin, su papel, los colores, las formas y las palabras de su obra, que lo transforma en un artista, de algún modo, en uno de esos inmortales que, antes de entrar en el espacio sin espacio de lo eterno, permanecerán en la, memoria, es decir, en la historia del hombre, hasta que acabe.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario