Éramos amigos,
jóvenes, desbordados de ilusiones.
Nos bastaba acompañarnos,
apoyarnos,
recitar por turno, criticar nuestros cuadros,
que olían a aceite, barniz y color, ¿huele
el color?
Había ocasiones en que ellas nos miraban
enamoradas
de unos versos tan llenos
de sentimiento, tan ingenuos, sinceros,
que nos parecían inmortales.
Nos dispersaron la vida y la muerte,
pero yo, hay días,
ocasiones, perdonadme,
que os convoco
y hablamos. Y otros días
también presiento que sois vosotros, quienes
desde éste y el otro lado del espejo
me llamáis, habláis,
como si todavía
fuese sábado de cualquier semana de cualquier mes
justo de aquel año
que ya no recordamos porque ha pasado más de medio siglo
aunque, cerrando los ojos,
parezca mentira y que vamos a abrirlos
y estaremos todos aquí,
ahora,
apoyando cada cual la ilusión de todos los otros
por escribir esta tarde los mejores versos,
de pintar el cuadro más deslumbrante de la época.
En realidad
No es, todo esto, más que un espejismo
en el desierto otra vez estremecedor
de una primavera
recién
estrenada.
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