La Semana, que este año coincide, Santa y de primavera, con el hachazo penúltimo –que siempre puede haber otro peor- del frío del invierno, que se acaba como una sonata, musitando apenas los agudos del piano. Digan lo que digan los machista-feministas de la igualdad, las teclas del piano siempre han tenido nostalgia de manos de muchacha en flor y de tarde recién nacida. La hora española de la siesta u hora de la siesta española, como cada cual prefiera. Hay unas manos de mujer que forman parte de la sonata y del teclado, a la vez, y que vuelan increíblemente ágiles diciendo la música y completando el piano, que, de lo contrario, sería, madera y marfil, un mueble sobre que colocar los candelabros que fueron de la abuela, el jarrón con las flores casi siempre a punto de marchitar y un libro sobre que el polvo acumulado acusa la pereza de su lector.
O que otra lectura ha venido a exigir prioridad porque contiene novedades. Se distinguen algunas publicaciones por su condición informativa de indispensable conocimiento, que ha de anteponerse a la placidez de la lectura, tal vez relectura, vieja o de las nuevas que no contienen sino aventuras de imaginarios personajes, que, como protagonistas seguros de su necesaria supervivencia para que el libro siga y concluya, las afrontan sin miedo, diría que incluso con poco aconsejable temeridad.
Un gentío que ensaya vacaciones, este año demasiado pronto, que se olvidarán mucho antes de que sea posible reanudarlas con las de verano, muchos coches, procesiones, palabras y silencios.
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