En realidad, he de confesar, que se trata de mis digresiones. Por eso, advierto que para cualquier curioso lector, podrían ser poco interesantes, intrascendentes, banales y hasta aburridas. Entonces -me pregunto- ¿para qué las escribes? Aún no he hallado respuesta para esta pregunta.
lunes, 17 de marzo de 2008
Asusta esa gente que sabe tanto de algo a quienes vamos por el mundo sin saber apenas de nada. Explican misterios que están dejando de serlo a sus ojos y en cuanto nos los aclaran recortan la extensión territorial del reino de nuestras posibles hadas. Que ya será en seguida más frecuente la desgracia de morirse sin haber vislumbrado un elfo a la puerta de su vía de escape, disimulada por las rugosidades de la corteza de los árboles más viejos del bosque. Hacen suponer la profundidad a que deben llegar los contemplativos que van aprendiendo, a medida que ahondan en su cerebro, sabe Dios por qué vericuetos a que la concentración llega cuando dejas de estar en este mundo como los niños cuando penetran en un cuento y resultan absorbidos por la habilidad –que no magia, dicen los que saben- de un autor que también él ignora que no sea un prodigio lo que como el famoso flautista es capaz de lograr con la atención de los niños más imaginativos. No sé si preferir el misterio o su explicación. Que el rincón más escondido del jardín en que recuerdo haber jugado de niño deje de ser último escondite posible para los astutos duendecillos, refugio de gnomos, balneario de hadas o espacio de entrenamiento para las guerras élficas me reduce a la condición de estudioso de las ciencias, lector atento, aprendiz de explicaciones por ejemplo de por qué no se desploman esas bóvedas que flotan en el aire y transmiten sonidos de un rincón preciso a otro de la estructura en que prodigiosos maestros lograron encerrar trozos llenos de la energía en que consiste la vida que vagaba indecisa por el espacio abierto de las nubes y los vientos. Lo adivino: tiene que haber una parte del hombre que salga afuera de él, como una antena difícilmente gobernable, capaz de entrar en los otros mundos que delimitan el que científicamente nos alberga y resulta parcialmente explicable mediante fórmulas que reconfortan a los sabios durante el tiempo –generalmente poco-, que tardan en descubrir que un descubrimiento nuevo las ha modificado.
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