domingo, 9 de marzo de 2008

Ardía, esta mañana, cuando el perro y yo hicimos nuestra primera salida “a la del alba” y se afanaban los bomberos, agua espuma y amarillo, sonido de sirenas y campanas, en derribar al monstruo tan inútilmente voraz que se lo come todo sin hambre. ¿O sentirá el fuego, cuando está vivo, hambre? Sed no, desde luego, porque el agua lo mata, pero lo avivan, en cambio, la gasolina y el vino. Puede que sienta sed. Otra distinta de la nuestra, que casi siempre es de agua por lo menos fresca. Este ser desconocido, inasequible, sin amigos. Lo cercaron y mataron los bomberos. Aún respiraba –su respiración oscura, malintencionada, es el humo-, cuando el perro, alzando el hocico ante este olor peligroso, y yo, pasábamos. El perro, en la esquina, alzó la pata y puso de manifiesto que su simpatía en este caso estaba con los esforzados bomberos. Luego, seguimos entrando en la mañana, el periodiquero se apartó de su ordenador portátil y nos dió un paquete de paquete de periódicos que todavía huelen a tinta y recuerdan al público en general que hoy es día en que podemos votar. Por una vez, bisiesto como el año de cada cuatro, podemos hacernos la ilusión de que estamos ejerciendo nuestra soberanía compartida, pero ¿qué clase de soberanía ejercemos si ya están publicando en Inglaterra, el Times, y el Andorra, El Periodic d’Andorra, los pronósticos casi milimetrados de los resultados futuros. Si aciertan, me sentiré muy mal. Los humanos habremos pasado al grupo de instintivos seres predecibles. No seré más que un componente estadístico. Y lo malo, si me abstengo o si voto contra mis preferencias, las estadísticas lo habrán previsto también. Anoto en la agenda que es urgente recuperar la humanidad de las personas, conciencia y consciencia incluidas, y, desde luego, sentido común.

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