Creo que ninguno de los dos merecería llevarse mi papeleta a su zurrón. Ninguno me propone cambiar como creo que debería hacerse: reconstruyendo y reorganizando nuestro grupo social con todas las consecuencias, intentando huir de las destructivas paradojas decimonónicas, explorando, ensayando, mientras ellos rebuscan viejas argucias para tratar de manipularnos una vez más el cerebro. Te voy a dar, os voy a dar, anuncia cada cual desde su ambón lo que necesitas para ser feliz. Mienten, porque estoy empezando a pensar que mi felicidad, la de la mayoría de nosotros, podría depende de que ambos se vayan con la música a otra parte, este par de flautistas de Hammelin.
Hace falta una sociedad dotada de muy pocas leyes, que invente sistemas para que no lleguen a producirse diferencias socioeconómicas justificativas del exhibicionismo de los más torpes y de la generación de los bárbaros, con una administración impregnada de la convicción de que existe para cuidar y servir, y no para mandar y sancionar, con una administración de la precaria justicia de que somos capaces a través de jueces honestos, equitativos e imparciales y un poder ejecutivo en manos de tecnócratas vocacionales de cada materia. Debe hacerse un mapa sociopolítico –adelanto que no sé cuál-, definirlo y defenderlo con propósito de permanencia. No debe ser lícito ir a recabar apoyos en los deformes, los ancianos, los inmaduros o los de algún modo tullidos, débiles o diferentes, contándoles el cuento de caperucita de que lo suyo tiene arreglo. No hay más mayorías, en el sentido democrático de su concepto, que las logradas mediante aportación y concurrencia de criterios homogéneos, o los más avispados, lo más violentos, los que tengan mayor volumen de voz, los más avisados o los más fuertes, nos irán llevando a las distintas parcelas de la huerta de la oclocracia.
La libertad no se logra más que a través de la justicia, y ambas generan inexorablemente la paz que permite a los hombres hablar en busca de aproximaciones a cada verdad.
De momento, sin embargo, con carácter provisional, precario y transitorio, votaré al que me parece más fuerte, más maduro, más educado. No porque me guste todo su modelo, sino porque sólo a través de su esquema provisional es posible situarse en un punto de partida desde que parezca que se puede empezar a generar riqueza en vez de consumo y contener la irrupción descontrolada de la falta de educación, la falta de imaginación y lo que es más grave, la falta de sentido común.
Y, para no arrepentirme, no los he escuchado en su disparatada competición por ser el mejor actor, cuando en lo que estamos es en elegir al mejor hombre de Estado.
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