sábado, 15 de marzo de 2008

Palpo en el aire la inminencia
de que Dios permita rehacerse a la vida, salir
de la agonía reciente y de la muerte del invierno,
el corazón,
ya viejo,
me late más deprisa, como si aún tuviera
los arrestos del álamo,
que, seco, ha permitido brotar,
en la punta de su rama mas retorcida, casi un dolor
humano,
la ternura cándida de verdor de una hoja mínima,
y algo dentro, olvidado, hibernado,
como un oso viejo,
abre los ojos, mira
a través de los míos
y redescubre, más allá del contraluz de la muerte,
la alegría
de vivir,
que resuena en el aire como un himno.

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