domingo, 31 de mayo de 2009

Sé que rezaste,
mucho, por mí,
porque, de vez en cuando, hasta tengo
la tentación
de ser bueno.
Creo que el buen padre, Dios,
tiene
debilidad por las madres.
Será cosa -me digo-
de ser las herramientas de la vida
y parirnos
con dolor.
Toda la semana recorriendo el camino, pero descubro un pueblo nuevo, vacío, sin gente ni perros, gatos o basura en las calles. Otro pueblo amurallado, pero éste sin olma ni pájaros. Hice fotografías de la soledad. En la plaza, junto a unos árboles entecos, cuatro niños, únicos habitantes de las siete de la tarde, jugando. Les habríamos preguntado algo, pero después de tantas películas, tantas noticias, tantos relatos de terror, los niños no hablan con desconocidos. Se alejan, nos miran con recelo. No me extraña y digo que nos alejemos, que ni sufran ni teman. Triste mundo éste, en que los niños han de ser cautos y es adecuado y justo que teman y se aparten sin entrar en conversaciones con los desconocidos. En medio de un atardecer caluroso de la vieja Castilla, yo por lo menos, sentí un escalofrío. Nada más que esos niños, hasta llegar al bar, donde yacen unas ocho personas, de que una nos da café y otras cuatro juegan a las cartas y gruñen ininteligiblemente cuando les deseamos buenas tardes, Nos vamos con el viento. Se me ocurre que ahora que la autovía hace quiebros y se aparta de los pueblos, habrá muchos así, herméticos hogares de soledad. Dónde estarán los que quedan. Ya no era hora de siesta. ¿Se hallarán todos hipnotizados, asomados a las ventanillas de la televisión? Afuera, en los campos, no los vimos. En las calles, tampoco. Sólo cuatro niños y ocho o diez adultos. En una ventana, “entre visillos”, adivinamos un ser humano. En el balcón del ayuntamiento, ondeando, unas banderas. Hay sin duda vida, pero tal vez hibernada. Da algo que o está entre la pena y el miedo o los amalgama.

miércoles, 20 de mayo de 2009

Hagamos algo para salir del círculo vicioso, tan atractivo, por otra parte, del tiovivo, que tiene la incuestionable ventaja de repetirse y asegurar así que de nuevo veremos, durante la vuelta siguiente, el mismo paisaje de las mismas caras absortas. Pero tal vez se haya ido la más atractiva, sin darnos ocasión de intercambiar un cierto número de palabras, las precisas para doblar la esquina y entablar una nueva relación.

Regresábamos, de muy jóvenes, a una estancia, y ahora había otra persona, a veces encantadora, a primera vista, pero éramos demasiado jóvenes para hacer cosa diferente de callarnos las palabras precisas para entablar una conversación, el preludio tal vez de una relación. Nos contentábamos con intercalar, como quien pone una flor o una simple hoja entre las páginas de un libro, al imagen recién adquirida, con la que fingíamos todo un mundo, o, por lo menos, una vida.

Ahora todo consiste en cerrar los ojos para regresar, ser los mismos que cuando cualquiera de los entonces que se conserva como una chispa en la hoguera de rescoldos que cualquier humano llega a ser cuando ha quemado la mayos parte de su pábilo. Cerrar los ojos, poner las manos encima, apoyarse en la mesa, puede reconducir a otro tiempo y se llega al despropósito, por otra parte tan placentero e inocente, de decirse a uno mismo como yo me digo que si quisiera podría abrir los ojos y estar justo en el momento en que ocurrió esto o aquello. Esto y aquello son siempre momentos memorables. Ya que si no, la memoria no habría conservado el cliché ni el daguerrotipo, a partir del cual, el recuerdo se puede reelaborar, mentir, por decirlo ya de una vez, y fingir que en vez de comportarnos como lo hicimos aquel día, podría haber ocurrido esto otro. Y ya está, de nuevo un retazo de historia diferente de la historia real, si es que hay alguna historia que sea real de verdad.

Pienso que no se nos permite inventar la máquina del tiempo famosa porque nos pasaríamos el que se nos concediera de mero regreso a lo ya ocurrido o a lo por venir, enredándolo todo con falsas interpretaciones, o por lo menos diferentes interpretaciones de la misma escena, a partir del nivel de experiencia, esperanza o desencanto que cada cual haya venido acumulando hasta este preciso momento.

martes, 19 de mayo de 2009

Hace muchos, muchos años, mandé yo un libro de versos a un concurso donde supongo que ni siquiera se habrá releído alguno de aquellos poemas míos, que a mí me habían parecido tan meritorios.

Y pasaron mucho, muchos años. Había perdido aquel ejemplar, escrito a máquina de entonces y cosido con bramante. Ayer lo encontré en el desván. Fue como encontrar un viejo amigo de aquella primera juventud. Soy incapaz de saber si estos poemas –algunos tan ingenuos, otros tan evidentemente malos- tuvieron algún valor, habida cuenta de la edad de su autor, del tiempo en que se escribieron, de su sentimiento.

Es, comoquiera que sea, mi primer libro. No importa que un libro se publique o no, para que exista. Se escribió, se armó, se preparó, incluso, en este caso, se tuvo la evidente osadía de mandarlo en busca de un premio.

Hoy, a alguna hora, me sentaré en un rincón y haré, procurando ser sincero, mi propia crítica de lo hace tanto tiempo escrito. No la contaré ni siquiera en este lugar, porque estoy convencido de que será objetiva, y en literatura, se me ocurre que puede hacerse uso de una especie de regla de tres simple y concluir que si aquello era tan malo visto desde la perspectiva actual, lo que ahora escribo lo será visto desde fuera del tiempo en que ahora estamos, y uno puede procurar ser sincero consigo mismo, tal vez, como consecuencia, procurar o hablar menos o callarse, pero queda siempre una brasa de ilusión, ¿y si un día, por no se sabe nunca qué capricho de la suerte o de una inspiración impredecible, fuese capaz de escribir ese poema como esa gran ola de que hablan siempre los surfistas, como ese tesoro de que hablan los buscadores, como esa melodía y ese cuadro, que persiguen cada músico y cada pintor, con su frenético trabajo de cada día?

Mi primer libro se titulaba “Camino difícil”. Va precedido de una cita de Rabindranath Tagore que dice: “por un mar sin orillas, ante tu callada sonrisa arrobada, mis canciones henchirán sus melodías libres como las olas, libres de la esclavitud de las palabras” y de un poema mío de la época, a modo de prólogo, que añade:

“Caminar …, caminar …
(a lo lejos, nada,
ni el suspiro blanco de un caserío
ni el susurro del mar,
tan solo el camino difícil ,
llanamente difícil
y mi soledad, quieta y dinámica,
llena de angustias anchas)

Bordeando campos verdes,
sobre el camino largo,
tan solo caminar, sin una lágrima,
mientras las flores bailan
-flores blancas y rojas,
rojas y blancas-,
muriéndose de risa,
que mi alma pasa.” -

lunes, 18 de mayo de 2009

Llueve y hace sol. Menos mal que es alternativamente, porque cuando llueve y hace sol a la vez, el refrán continúa diciendo que andan las brujas alrededor. No hay brujas –dice mi nieta, pero mira, por si las moscas, en su propio entorno-. Dicen que los gallegos, de las que llaman meigas, aseguran que haber háylas, lo que pasa que disponen de camuflaje de campaña muy sofisticado y desde que las persecuciones del medievo las diezmaron seriamente, procuran pasar con disimulo y sólo proporcionan bebedizos a la gente de mucha confianza, bien para aojar a algún malapersona, bien para lo que más les gusta que es sembrar el mal de amores, de que pocas cosas curan, como no sea la herba de ‘namorare de san Andrés de Teixido, uan romería que siempre me ha llamado mucho la atención por ese dicho que hay de que todo gallego que se precie ha de ir una vez, y si no ve “de vivo”, lo tendrá que hacer “de morto” y por eso tienen que ir los romeros con mucho cuidado de no pisar las ánimas de los mortos, que toman a veces formas de insectos o sabandijas de lo más variado.

Mayo pasa casi, en cuanto pasa san Isidro Labrador, que dice otro refrán –los hay para todo y su contrario- que quita el frío y pone el sol; el contrario está en otro refrán según el cual, hasta el cuarenta de mayo, no nos debemos quitar el sayo. Este año parece que está vigente el segundo refrán porque el frío no se acaba de quitar de las calles que van sensiblemente de norte a sur, es decir, que en esta villa siguen más o menos la orientación de los vientos del norte y el nordeste, que son las más frecuentes, además de ese otro que a veces viene del sur y enloquece, abruma, agobia y derriba los árboles más débiles o más viejos.

Y ya que estamos de refranes, dedicaré un afectuoso recuerdo a mi profesor y maestro de Civil, parte General, que decía los aforismos no eran más que la cobertera de la pereza del pensar jurídico. Lo traslado a los refranes. Son también cobertera de la pereza en el pensar.

sábado, 16 de mayo de 2009

La nueva sociedad tendrá que disponer de una organización capaz de crear riqueza y de mecanismos por medio de que esa riqueza se reparta y alcance a la mayoría de los ciudadanos. Una riqueza social tiene dos manifestaciones: la material y la moral y cultural.

Sólo medidas encaminadas a crear y distribuir la riqueza social entre los humanos asociados serán útiles para salir de una crisis que no es más que un estado social colectivo de incertidumbre y desconfianza agravadas por el hecho previo de que repitiéndolas en vacío, los más influyentes de los hombres, que son los que representan y gobiernan a los diferentes grupos, han vaciado las palabras hasta tal punto, primero de su significación y luego incluso de su concepto, que en lo sucesivo nos va a ser más difícil entendernos y ser capaces de ponernos de acuerdo como es imprescindible.

El primero de los principios de la nueva sociedad es que el trabajo colectivo debe generar la doble riqueza moral o cultural y material para facilitar el desarrollo colectivo, en paz, justicia y libertad de todo el grupo y de cada persona de las que lo constituyen.

Nadie es libre, si no participa de esa doble riqueza cultural y material, y mientras haya en el grupo social una persona o un colectivo que no sea libre, la sociedad estará enferma, es decir, de algún modo actual o potencial, en crisis.
Corro de un lado a otro en la función de hombre anuncio que menos me gusta, y opino aquí, presento un libro o una persona allá, charlo sobre algo de que entiendo poco, encargo varios libros que llegan tarde mal y nunca con esta manía de ahora, de anunciar que van a publicar algo que trata de lo que tanto nos ha interesado siempre, sobre lo que opina un amigo o un conocido que nos merece consideración, afecto o curiosidad, me acatarro como siempre en primavera, luego volverá a ocurrir en otoño. Para colmo, el cocker se asoma, advierte que llueve, me mira con ese reproche evidente que se le cae de los ojos y va a meterse debajo del banco del zaguán, entre humilde y terco, Le entiendo: si quieres, iremos, pero ¿no te da pena de mí? ¿Vas a decidir sin tener en cuenta que yo no puedo cambiarme luego de ropa y tendré que soportar la humedad desasosegada de que me pases esa toalla vieja y maloliente, reservada a los perros, que soy yo, y que ya ves que no me quejo, y estarías ahora a tiempo de ser un amo considerado …?

Total, que no salimos. Se da cuenta, sale, mueve lo que le queda de rabo de cuando de cachorro alguien decidió dejarle ese expresivo tocón, me lame la mano y vuelve al sillón preferido para escuchar la tele y dormirse, apacible, soñando a veces entre temblores y ladridos apagados, menudos, que sosiega con un ronquido poco menos que humano, blando y feliz.

Leo desde una nueva perspectiva un diálogo de Platón y me enfado con Sócrates, descubro que ésta es la hora de la novela policíaca y regreso al errático diálogo de la última de Alicia Giménez Bartlett, tan ingeniosa, despectiva, terca, paciente, en los silencios y claroscuros de los pasillos y los claustros semivacíos de los conventos.

miércoles, 13 de mayo de 2009

Hay a quien le gusta y a quien no, desvelar secretos. Es peligroso. Incluso delito, puede ser, según el misterioso arcano de que se trate, o consistir en la búsqueda, culminada en el mejor de los casos por el hallazgo, de algún viejo tesoro olvidado y como decía la entrañable definición del Derecho Romano: “que ya no tenga dueño”. Un tesoro es siempre algo secreto, pero un secreto puede no ser un tesoro, sino algo inaudito, horrible además, que podría acabar con la reputación de los eventuales protagonistas de lo oculto.

Ya hace mucho que existe ese que llaman periodismo de investigación. Minuciosa revisión de hemerotecas y de papeles olvidados, que unas veces se hallan en los archivos y otra, a través de la basura, hacen inesperados viajes hasta el laboratorio del investigador, que los reconstruye, relaciona y le sirven para encontrar huellas oscuras de personas y personajes a que les gustaría que se hubieran olvidado para siempre.

Y están, además, los curiosos que no son periodistas, sino eso: curiosos, a quienes encanta profundizar en los espacios desconocidos, las zonas sombrías de la conducta de la gente de cuyos antecedentes de cuando era insignificante apenas se sabe. Y escarban en el pasado para ver cómo hizo cada cual su camino iniciático, y se descubre que en vez de peregrinar con los debidos trabajo y esfuerzo, algunos tomaron por atajos y despreciaron los letreros: prohibido el paso, de cada espacio y cada tiempo.

La sociedad no suele perdonar estas cosas. ¿Debería? Pienso que sí, a diferencia del inexorable criterio de Sócrates. Nuestro esfuerzo hecho para perdonar paga la culpa del prójimo. Y por otra parte, habida cuenta de que nadie debe ser juzgado dos veces por la misma falta, ¿quién soy yo para juzgar de nuevo lo que ya ha juzgado su implacable conciencia?

martes, 12 de mayo de 2009

La casa, ahora,
es un paisaje lleno de recuerdos,
disimulados bajo un color, a su lado,
para que no se fije nadie que no deba, imaginables
más allá del recodo del camino,
que simula perderse
en el collado donde nace o tal vez muere,
no está claro,
la luz.

La casa es, a la vez,
un silencio
y el eco de cuantos sonidos hubo
cuando cualquier celebración familiar,
cada cumpleaños
o si había acabado sus estudios o el servicio militar
cualquiera de nuestros hijos,
más morenos,
delgados,
angulosos.

¿Recuerdas cuando se enamoraron, cuando decían
nos vamos,
nos vamos a casar, y yo escribí en la pared
que se acordasen de volver?

Ahora van y vienen,
apenas se advierte su llegada y tengo ya ganas de llorar
porque vuelven esta tarde a sus obligaciones
y la casa
se llenará de vacíos,
hervirá de silencios y recuerdos
arremolinados por entre nuestros pasos vacilantes.

Es tan difícil
andar
por entre lo que no está, pero vive y te empuja
hacia mañanas cada vez más improbables,
entre jadeos,
esta tos,
el dolor nuevo, que asusta, con su llegada,
palafrenero
tal vez
de su carroza, ya sabes, o mozo de cuerda
del último tren,
que ahora tengo entendido que son velocísimos
y en un abrir y cerrar de ojos,
podríamos llegar
y dejar la casa, ahora sí, pletórica
de hermosos
recuerdos
que ya no pisa nadie,
nadie ve
cómo se arremolinan, motas de polvo relucientes,
en el rayo de luz
de nuestra ultima
nostalgia de aquella mañana
en que todo empezó y también estábamos solos,
como hoy
y como hoy llenos de esperanza
porque estaba a punto de despertar el día
definitivamente inacabable. -
Presentar a un conferenciante, cuando no sabes qué va a decir, es una aventura en que me acabo de ver complicado y a ver el jueves cómo sale. Por lo menos, conozco su carrera. Ahora, cada carrera de antecedentes, “currículum”, que dicen los solicitantes de empleo, está en la red. Quizá la red haya logrado ya mayoría en lo que el mundo sabe hasta la fecha, comprendidas intrincadas fórmulas matemáticas de las que muy pocos entienden y conceptos poco menos difíciles de interpretar, vagamente semejantes a algunas sentencias tan prolijas y pletóricas de equilibrios imposibles que los más viejos del lugar, entre que me cuento, estudiosos de un derecho diferente del mutante, que trata de hilvanar principios para la sociedad que viene, sin haber olvidado los antiguos, somos incapaces de comprender. Las explicaciones jurídicas, cuanto más extensas y razonadas, más sintomáticas de que quien las escribió no estaba convencido de lo que argumentaba o de cómo lo estaba haciendo. La ley y las explicaciones y las resoluciones y demás soluciones jurídicas están llamadas a ser, por naturaleza esencial, escuetas, y por ello breves, y claras.

Este conferenciante va a hablar de economía. Si hay algún tema que suscite en este momento interés y respecto del que todo el mundo opine sin fundamento, pero con alegre prolijidad, es la economía. Y lo bueno es que como a fuerza de violentar, distorsionar y refractar sus reglas, se puede decir que casi todas resultan de dudosa aplicación práctica al funcionamiento de los mercados, todo aquel que opine, por una u otra sinrazón, puede tener el mismo éxito que los más doctos y quedárseles mirando y reírseles en las barbas, que ya lo decía él.

Pasa con el río de la economía como con los buscadores de oro a la batea o los pescadores de salmón, que hay demasiados y demasiado ávidos en tramos demasiado cortos del río y hacen las trampas que pueden para llevarse antes la pepita mayor o el pez más gordo, ya sea por procedimientos legales o por otros que pueden servir de atajos más o menos transitados, donde suele esperar la pesada mano de la ley, que tarda más o menos, pero esperemos que llegue casi siempre, para que haya tiempo, antes del caos, a que la sociedad se reorganice con un mínimo de sentido común y afecto recíproco de sus miembros. -

lunes, 11 de mayo de 2009

Tengo amarrada mi embarcación de salir a soñar en el puerto de todos los cansancios. Donde venían antes los viejos del lugar, a la orilla de la mar abierta, a llenarse los ojos de sal y lejanías, como si todavía fuese posible enrolarse en los veleros de la carrera de América y todavía fuese América esperanzadora. No es que ahora no vengan. Seguimos haciéndolo porque he comprobado que el alma no envejece y por eso se siente cada vez más inquieta en un cuerpo incapaz de subir a cobrar la mayor durante la travesía del de Hornos, donde dicen que el viento convierte a los gavieros en aullido mientras desmantela cualquier aparejo de trapo, por hábil que sea el capitán, más antiguo en el escalafón que el viejo Acab, perseguidor de ballenas. Tengo mi embarcación sin calafatear, sin aparejo, despintada de escepticismos. Y sin embargo la veo como cuando de niños cualquier chaparrón nos invitaba a recorrer la playa mirando el origen del viento, cada herida de un rayo en la piel del agua. Yo no soy capitán, no lo soñé nunca. Me sabía timonel, aferrado a la rueda inútil, mientras la cresta de una ola o en el hondón entre dos, como en un valle de paredes traslúcidas, taraceadas de peces sorprendidos. Tal vez la vida, se me ocurre ahora mismo, no sea más que arreglar el desfase entre el envejecimiento del cuerpo y la imperturbabilidad del alma, que lo espera mientras viene y va, emigrante a través de tantas utopías.
Dónde estabas
cuando lloré mi juventud de soledades,
secretos y silencios,
dónde estabas
que no llegaba el eco de tu voz,
siquiera el eco,
a posarse en la huella de unos pasos,
palabras que no dije,
sueños
que nadie supo nunca y se perdieron
mar adentro de aquellas tardes de domingo,
que recorría el techo
del cuarto de pensión de aquella calle,
con el rumbo perdido
mucho antes de llegar a la tuya,
en ciudades,
tal vez
hasta en mundos, diferentes,
por siempre vagabundos,
peregrinos
de este amor que recuerdo, cuando te oigo cantar,
sin haber sucedido.

domingo, 10 de mayo de 2009

Pocas cosas hay
tan complejas como un hombre cualquiera,
ni siquiera el universo, que podrá ser más grande
pero es más sencillo,
y pocas habrá más frágiles,
hechas de esperanza y de recuerdo,
sumidos
en la duda constante de si el pasado habrá existido,
habrá futuro
y en que ha de consistir eso
de
la
eternidad,
que espera con su tremenda evidencia
de incomprensible amor.
Los días pueden ser brillantes o grises, pero hay asimismo días negros, horribles, tan amenazadores como esas simas de fondo desconocido para quien se asoma al borde y no sabe si algún curioso explorador habrá estado ya allá abajo. Abajo, arriba. También son conceptos, además de contrapuestos, que presuponen mejor lo alto que lo bajo o lo que se hunde por debajo del suelo. Se prefiere habitualmente volar a sumergirse en la tierra o la mar y suele considerarse mejor ir a explorar entre las estrellas que abajo en las simas donde los peces más misteriosos. Supongo que arriba, en las estaciones espaciales de que apenas cabe imaginar salir, a distancia corta y con burbuja especial, la especie humana, salvo el temple excepcional de algunos, tiene que experimentar una tremenda sensación de inseguridad, y, como consecuencia, un miedo de características y dimensiones inimaginables desde aquí abajo, donde, pisando el suelo, se supone que hay un mínimo de seguridad. En especial durante los días brillantes, los días que Priestley ha llamado “radiantes”, que suelen dejar huella profunda en la memoria, lo mismo que los otros dejan cicatriz. Creo que la diferencia está en que de la memoria, a veces, por una u otra razón, las cosas se borran, mientras que las cicatrices permanecen siempre, más o menos marcadas, indelebles y de alguna manera deformantes. Y a diferencia de lo que ocurre en otros casos, donde en el equilibrio está lo más aconsejable y a la vez frecuente, no pasa así con los días grises, cuyo componente interior, reflejo de la niebla exterior, es la tristeza inexplicable, que encoge el paisaje, desacelera el futuro, lo hace menos prometedor y arrincona la imaginación en umbrías de agua quieta.

sábado, 9 de mayo de 2009

Qué pena da que de pronto alguien a tu alrededor, aunque no tenga que ver contigo, perdió la capacidad de valorar las cosas, interpretar correctamente las palabras, usar, en definitiva, de su dosis de inteligencia con arreglo a su utilidad práctica, de que forma parte, por otro lado, la capacidad de imaginar, ahora desbocada y aberrante. Pero tiene que haber de todo, supongo, desde pobres hasta ricos y desde tontos hasta premios Nóbel, para que el mundo mantenga su precario equilibrio y gire, día y noche, hacia esa conmixtión de esperanza, futuro y miedo en que consiste la aparición de la luz de cada mañana, todavía un resplandor más allá del horizonte, a veces amatista, que por eso sólo llamo yo a tal color el de la duda. ¿O no estáis conmigo en suponer que el día, antes de recuperar la luz y el paisaje, tiene un momento de duda?.

Un día más, hoy, de crisis económica y de gripe cochina, de que alguien haya matado a alguien y que un juez, dice la prensa, ha soltado a un grupo de piratas prisioneros porque el fiscal no los había acusado de nada.

Pero puedes buscar música, la más adecuada a tu estado de ánimo y llenar de ella el aire. En seguida, las preocupaciones se difuminan por lo menos –algunas llegan a disolverse- y notas, a medida que respiras el aire musical, una mayor relajación. Creo, os soy sincero, lo dijo el otro día, que me tocó presentar a un músico en una reunión, que la música es un lenguaje que está entre el modo de expresarse y entenderse de los hombres y el de los ángeles.

Y no sé por qué, me asalta el recuerdo de la clase de latín de sexto o de séptimo de bachillerato, cuando el profesor saltaba de uno en otro, sigue tú, y flotaba en el aire el fantasma del miedo, con aquel grupo de adolescentes granujientos en tensión, pendientes de que el dedo, la voz, te señalasen y te encontraran náufrago en plena catilinaria, con Cicerón implacable, pero el profesor más, apuntando sin cesar en su libretilla de tapas de hule negro, los escasos aciertos y los patinazos de la escasa y amedrentada tropa, anhelante de que sonara el timbre y fuese posible huir a la playa, a jugar un partido o soñar el sueño de hacerse pirata o marino, qué más daba, para perseguirse implacables por la mar oceana donde sería poco probable que fueran a buscarte Homero u Ovidio, Aristóteles y Pitágoras o el profesor de Latín, que por qué no estarán ahora a mi alrededor, reintentando recuperarme para la civilizada armonía de los clásicos.

viernes, 8 de mayo de 2009

Lo he dicho, confesado, muchas veces, esto de que soy un empedernido lector y con frecuencia me dejo engañar por esos taimados comentarios que profesionales de la manipulación de cerebros afiliados al mercadeo de los libros sagazmente deslizan con tentadoras descripciones de su luego banal contenido. Ahora, además, tengo que soportar la irónica sonrisa de libreros y amigos, cuando pregunto en alguna libraría por un título que acabo de cazar en algún suplemento cultural o en revistas, anuncios o sueltos literarios y no se ha publicado todavía.

No entiendo por qué se ha de anunciar algo que todavía no está a la venta, y menos cuando en la parte baja del anuncio te aseguran que ese título está ya en “tu” librería. Se referirán, digo yo, a la suya.

De oca a oca y tiro porque me toca, vuelvo a recorrer las capitales de la nación y de la autonomía, sin ver apenas su perfil, desde las ventanas de los despachos donde se multiplican los papeles llenos de números y de los signos negativos de la crisis que flota en el aire. Oiga –me pregunta el mozo que me sube la maleta en el hotel- ¿usted sabe si va a durar mucho la crisis?. En el ascensor, en busca del desayuno, una señora de buen ver, afea a su marido, evidentemente consternado, que no deje de hablarle de la crisis. El se defiende. Claro, a ti como el dinero te cae del cielo. Estoy por preguntarle, interesado, si llama cielo a su mano o si sabe hurgar en el cielo con ella, en busca de la liquidez de que todos hablan con el mismo anhelo con que antes se hacía de que a uno le tocase el gordo de alguna lotería.

Y lo malo es que se advierte desconcierto parecido al de las gallinas cuando presienten la cercanía de la raposa, y corren y se entrechocan en el gallinero, sin saber muy bien de quién o de qué huyen y por donde les va a llegar la vieja depredadora de las fábulas.

Por encima de todo, radiante e indiferente, el primer sol de una primavera prometedora y la primera ráfaga de calor. El refrán, desconfiado, insiste: hasta el cuarenta de mayo, no te quites el sayo.

martes, 5 de mayo de 2009

Todo
se va disolviendo en el azul
impasible
del cielo.
No llegan
allí
ni los pájaros ni las palabras.
Todo se queda,
cuando más,
en ser nube un momento,
hecha de sueños
que se van
incumpliendo.
¿Quién fue y con qué motivo? Ya no recuerdo quién me regaló mi primer estereóscopo, del que lo primero en llamar mi atención de niño curioso fue el nombre. Misterioso objeto que, te asomabas, y veías las dos fotografías fundidas en una con relieve. Algo mágico para un tiempo sin televisión, sin ordenadores, sin aparatos de radio de bolsillo, telefoninos portátiles y demás orgiástica acumulación de sorprendentes inventos para ver en la oscuridad o incluso en el vacío en que se mueven las imágenes virtuales de los hologramas.

Hace poco, en el desván, encontré las ruinas del estereóscopo, junto con algunas de sus fotografías especiales, doble imagen con la sutil diferencia necesaria para fingir la profundidad real de los paisajes y los interiores. Eran particularmente espectaculares los efectos logrados en casos de puentes, arcadas, atrios y bosques. Yo pensé hasta en ahorrar para ir coleccionando los paisajes de todas las tierras que la pobreza de entre las locuras guerreras del siglo XX se habían hecho imposibles. ¡Si era como estar allí! Daba esa misma impresión que produce la fotografía del trazado de un camino la atraviesa en diagonal y se pierde en una curva o un collado que es imposible ver a dónde, pero puedes imaginar que conducen a cualquier parte.

Es lo que tienen la imaginación y su hija primogénita, la fantasía. Llega un momento en que se convierten en proyecto de filosofía profunda o de superficie de teología. De tal modo que leí en alguna parte que alguien ha llegado a opinar que Dios es lo que había cuando ni siquiera había nada imaginable, pero era algo capaz de toda la imaginación posible, y por consiguiente de crear, mediante un copo de energía por El pensado cualquier clase de universo, como mediante el big bang hizo con el que nos contiene, a la conclusión del cual, cuando no haya nada imaginable, seguirá siendo Dios, inmutable, capaz de imaginar y por lo tanto de crear, todo lo imaginable, en gran parte inimaginable para nosotros, incapaces de saber, que hemos de contentarnos con el eco de la sabiduría en que consiste nuestra inteligencia.

lunes, 4 de mayo de 2009

No sé dónde habrá estado metido este señor mirlo que me salió ayer al paso, bien de mañana, polvoriento. Más que cantar, chirría. Nos se va, cuando me acerco. Insiste, como si tuviera algo importante que decirme. Me lo repite. Por fin hace un gesto, como de desesperación, uno de esos gestos torciendo apenas la cabeza de súbito, presentando el escorzo del desprecio, refulgente, en que son especialistas las mujeres atractivas, y se va, aleteando, sacudiéndose el polvo de las alas, que no había visto yo nunca un mirlo tan sucio, ellos que son tan encopetados y elegantes. Con el frac rigurosamente negrobrillante y la corbata, el detalle del pico amarillo oro.

El viejo cocker, indiferente, escéptico, tironea entre tanto de la cuerda: pero bueno –se ve claramente que me dice- ¿a nuestros años te distrae un pájaro de lo que hemos venido a hacer?

Los perros son tan efímeros –cada uno de sus años equivale a siete humanos-, que nos da tiempo a contemplar desde su infancia hasta la senectud. Pasan de ser simpáticos cachorros a alcanzarnos y rebasarnos, enseñarnos a ser viejos con esa dignidad irreprochable con que nos acompañan, ya mayores, sin privarse de dar gritos de advertencias a sus semejantes, proferir jactanciosas amenazas cuando nos cruzamos con ellos y piropear a las perritas que hay por la calle a cualquier hora, tan insinuantes a veces, de olores y posturitas insinuantes, invitadoras.

Hoy, que llueve mansa y tenazmente, se me para en el zaguán, gruñe bajito, sacude la cabeza y me pregunta si de veras creo que dos carcamales como nosotros debemos salir a la intemperie. Se planta. Hoy he de ir a buscar los periódicos solo. El se agazapa debajo del banco, cierra un ojo y dice que allá yo, que ya tiene otra cosa que hacer.

domingo, 3 de mayo de 2009

La noticia del día, a despecho de cualesquiera otras crisis o de que acabe o no de entrar la primavera, es que el Barcelona ha vapuleado al Madrid. Por cierto a domicilio, con tal contundencia que los críticos advierten que este partido, que al fin y al cabo no ha sido más que un partido de fútbol, es uno de esos que permanecerán en la historia, convertidos en leyenda, citados de generación en generación. Fue, ya digo, el gran acontecimiento, la noticia, con mayúsculas y letras de palo de las cabeceras de casi todos los periódicos, y, desde luego, de la totalidad de los del ramo deportivo.

Para un país apasionado –en la medida en que se pueda generalizar-, como es el nuestro, casi siempre en todos los aspectos partido por gala en dos, cada facción difícilmente soportada por la adversaria, ya se hable de religión, de política, de economía, de toros y toreros o de fútbol. Hoy es un día de jolgorio para el cincuenta por ciento de la población y de desconsuelo para la otra mitad.

Pero además es domingo, y con “puente”, que viene durando desde el jueves por la tarde, ya que el viernes, primero de mayo, fiesta laica del trabajo. La gente se asoma a la orilla del mar y a las laderas de las montañas, huele la brisa y se siente tonificada, a la vez que concibe por segunda vez en el año –la primera fueron las vacaciones de Semana Santa-, atisbos de la esperanza de que al fin y al cabo, haya vacaciones y sea posible disfrutarlas. La duda surge cuando se piensa que para cuando llegue agosto, de momento es impredecible, pero no difícil que el paro rebase los cinco millones y medio de personas. ¿Inevitable? Creo que no, pero alguien debería dar la impresión de que sabe cómo, cuándo y de qué manera –que opino que hay varias- lo va a ensayar con cuenta de que el paro no es más que parte de la dolorosa periferia de lo que está ocurriendo en el núcleo del tornado, donde aparentemente no pasa nada.

viernes, 1 de mayo de 2009

La complicada trama social, con ese muestrario de locuras que cada día nos cuentan, casi todas banales de correveidile de cuando los pueblos eran como ciudades y viceversa, y cada domingo se reunían las viejecitas con los viejecitos en el lago de la sombra de la gran olma de la plaza mayor, si Castilla, o debajo del gran texu de xunta l’iglesia, si en las Asturias, pero ahora categóricos motivos de tragedia clásica narrada por los nuevos Aristófanes de este tiempo. No me corrijan, sé que Aristófanes escribió el equivalente de los sainetes y los juguetes cómicos de su tiempo y sé que las tragedias clásicas, de haber sido escritas por Aristófanes, habrían sido descritas de un modo aún más jocoso que cuando Homero cantó aquello del engaño de los cíclopes por el divinal Odisea. Las revistas y los noticiarios del ramo de la rosa, están clamorosamente necesitados de untar sus páginas con el espíritu de La Codorniz.
Cita –aproximadamente literal, hecha de memoria, de su obra Observaciones y máximas de Blas- de Noel Clarasó: “Admiro el trabajo, amo tanto el trabajo, que no puedo vivir sin ver trabajar”.

Hago la cita porque hoy es el Día del Trabajo. Lleno de paradojas. En sí mismo considerado porque no parece lógico festejar el Trabajo, así, con mayúscula. Dejando de trabajar. Y luego porque esto de trabajar, se dice que es castigo desde que el buen padre Dios sugirió aquello, que suena a castigo, de que en lo sucesivo tendríamos que ganarnos el pan con el sudor de nuestra frente.

Poco a poco, este asunto de trabajar, se ha ido convirtiendo en un derecho fundamental del hombre, otra paradoja, cuando tan evidente parece que somos, por lo menos un grupo bastante, yo diría que muy numeroso, mucho más proclives al ocio o a la contemplación, que a trabajar, lo que se dice trabajar, que es eso que duele y hace sudar, te cuesta y demasiadas veces desemboca en el oscuro mar del fracaso.

A propósito de la contemplación, parece cierto que lo que cuesta es filosofar, es decir, indagar trabajosamente en busca de respuestas, y sin embargo hay quien se pasa la vida en una especie de entresueño, que se parece a lo de filosofar, pero no es más que permitirse ensoñaciones. Ambos, el filósofo y el soñador, salen, después, de su marasmo y dicen que han pensado esto o aquello, y no sé si resulta más peligrosa la elucubración del filósofo o la utopía –el Mundo Feliz, por ejemplo, de Mr Huxley- del soñador.

De cualquier modo, esa angustiada gente que somos, entre Scila y Caribdis, siendo la primera roca esa gripe cochina que no sé si, después de tanto decir y escribir, hay en realidad quien sepa cuáles son las dimensiones de su peligro, y la otra las crisis, en que, como en el virus, concurren varias cepas y categorías y esa pone en peligro el cada vez más escaso bien de que hablábamos: el trabajo. Ni siquiera el trabajo, es decir, el castigo, es seguro ni seguramente retributivo hasta límites de justicia –sea lo que fuere eso de la justicia, últimamente adjetivada de atuendo provisional de otro concepto también cultural y asimismo por lo tanto mudable, como es el de la nivelación de la balanza de obligaciones derivadas de las relaciones humanas-. Y es que en nuestro afán, los creyentes le llamamos vocación, de eternidad, está anclado el instinto de pretender que cuanto sustente nuestra personalidad en cualquiera de sus aspectos sea para siempre.

No entendemos que llamados a salir del espacio y del tiempo, estemos sujetos a los vaivenes de las circunstancias que los componen.