Presentar a un conferenciante, cuando no sabes qué va a decir, es una aventura en que me acabo de ver complicado y a ver el jueves cómo sale. Por lo menos, conozco su carrera. Ahora, cada carrera de antecedentes, “currículum”, que dicen los solicitantes de empleo, está en la red. Quizá la red haya logrado ya mayoría en lo que el mundo sabe hasta la fecha, comprendidas intrincadas fórmulas matemáticas de las que muy pocos entienden y conceptos poco menos difíciles de interpretar, vagamente semejantes a algunas sentencias tan prolijas y pletóricas de equilibrios imposibles que los más viejos del lugar, entre que me cuento, estudiosos de un derecho diferente del mutante, que trata de hilvanar principios para la sociedad que viene, sin haber olvidado los antiguos, somos incapaces de comprender. Las explicaciones jurídicas, cuanto más extensas y razonadas, más sintomáticas de que quien las escribió no estaba convencido de lo que argumentaba o de cómo lo estaba haciendo. La ley y las explicaciones y las resoluciones y demás soluciones jurídicas están llamadas a ser, por naturaleza esencial, escuetas, y por ello breves, y claras.
Este conferenciante va a hablar de economía. Si hay algún tema que suscite en este momento interés y respecto del que todo el mundo opine sin fundamento, pero con alegre prolijidad, es la economía. Y lo bueno es que como a fuerza de violentar, distorsionar y refractar sus reglas, se puede decir que casi todas resultan de dudosa aplicación práctica al funcionamiento de los mercados, todo aquel que opine, por una u otra sinrazón, puede tener el mismo éxito que los más doctos y quedárseles mirando y reírseles en las barbas, que ya lo decía él.
Pasa con el río de la economía como con los buscadores de oro a la batea o los pescadores de salmón, que hay demasiados y demasiado ávidos en tramos demasiado cortos del río y hacen las trampas que pueden para llevarse antes la pepita mayor o el pez más gordo, ya sea por procedimientos legales o por otros que pueden servir de atajos más o menos transitados, donde suele esperar la pesada mano de la ley, que tarda más o menos, pero esperemos que llegue casi siempre, para que haya tiempo, antes del caos, a que la sociedad se reorganice con un mínimo de sentido común y afecto recíproco de sus miembros. -
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