Lo he dicho, confesado, muchas veces, esto de que soy un empedernido lector y con frecuencia me dejo engañar por esos taimados comentarios que profesionales de la manipulación de cerebros afiliados al mercadeo de los libros sagazmente deslizan con tentadoras descripciones de su luego banal contenido. Ahora, además, tengo que soportar la irónica sonrisa de libreros y amigos, cuando pregunto en alguna libraría por un título que acabo de cazar en algún suplemento cultural o en revistas, anuncios o sueltos literarios y no se ha publicado todavía.
No entiendo por qué se ha de anunciar algo que todavía no está a la venta, y menos cuando en la parte baja del anuncio te aseguran que ese título está ya en “tu” librería. Se referirán, digo yo, a la suya.
De oca a oca y tiro porque me toca, vuelvo a recorrer las capitales de la nación y de la autonomía, sin ver apenas su perfil, desde las ventanas de los despachos donde se multiplican los papeles llenos de números y de los signos negativos de la crisis que flota en el aire. Oiga –me pregunta el mozo que me sube la maleta en el hotel- ¿usted sabe si va a durar mucho la crisis?. En el ascensor, en busca del desayuno, una señora de buen ver, afea a su marido, evidentemente consternado, que no deje de hablarle de la crisis. El se defiende. Claro, a ti como el dinero te cae del cielo. Estoy por preguntarle, interesado, si llama cielo a su mano o si sabe hurgar en el cielo con ella, en busca de la liquidez de que todos hablan con el mismo anhelo con que antes se hacía de que a uno le tocase el gordo de alguna lotería.
Y lo malo es que se advierte desconcierto parecido al de las gallinas cuando presienten la cercanía de la raposa, y corren y se entrechocan en el gallinero, sin saber muy bien de quién o de qué huyen y por donde les va a llegar la vieja depredadora de las fábulas.
Por encima de todo, radiante e indiferente, el primer sol de una primavera prometedora y la primera ráfaga de calor. El refrán, desconfiado, insiste: hasta el cuarenta de mayo, no te quites el sayo.
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