La casa, ahora,
es un paisaje lleno de recuerdos,
disimulados bajo un color, a su lado,
para que no se fije nadie que no deba, imaginables
más allá del recodo del camino,
que simula perderse
en el collado donde nace o tal vez muere,
no está claro,
la luz.
La casa es, a la vez,
un silencio
y el eco de cuantos sonidos hubo
cuando cualquier celebración familiar,
cada cumpleaños
o si había acabado sus estudios o el servicio militar
cualquiera de nuestros hijos,
más morenos,
delgados,
angulosos.
¿Recuerdas cuando se enamoraron, cuando decían
nos vamos,
nos vamos a casar, y yo escribí en la pared
que se acordasen de volver?
Ahora van y vienen,
apenas se advierte su llegada y tengo ya ganas de llorar
porque vuelven esta tarde a sus obligaciones
y la casa
se llenará de vacíos,
hervirá de silencios y recuerdos
arremolinados por entre nuestros pasos vacilantes.
Es tan difícil
andar
por entre lo que no está, pero vive y te empuja
hacia mañanas cada vez más improbables,
entre jadeos,
esta tos,
el dolor nuevo, que asusta, con su llegada,
palafrenero
tal vez
de su carroza, ya sabes, o mozo de cuerda
del último tren,
que ahora tengo entendido que son velocísimos
y en un abrir y cerrar de ojos,
podríamos llegar
y dejar la casa, ahora sí, pletórica
de hermosos
recuerdos
que ya no pisa nadie,
nadie ve
cómo se arremolinan, motas de polvo relucientes,
en el rayo de luz
de nuestra ultima
nostalgia de aquella mañana
en que todo empezó y también estábamos solos,
como hoy
y como hoy llenos de esperanza
porque estaba a punto de despertar el día
definitivamente inacabable. -
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