viernes, 1 de mayo de 2009

Cita –aproximadamente literal, hecha de memoria, de su obra Observaciones y máximas de Blas- de Noel Clarasó: “Admiro el trabajo, amo tanto el trabajo, que no puedo vivir sin ver trabajar”.

Hago la cita porque hoy es el Día del Trabajo. Lleno de paradojas. En sí mismo considerado porque no parece lógico festejar el Trabajo, así, con mayúscula. Dejando de trabajar. Y luego porque esto de trabajar, se dice que es castigo desde que el buen padre Dios sugirió aquello, que suena a castigo, de que en lo sucesivo tendríamos que ganarnos el pan con el sudor de nuestra frente.

Poco a poco, este asunto de trabajar, se ha ido convirtiendo en un derecho fundamental del hombre, otra paradoja, cuando tan evidente parece que somos, por lo menos un grupo bastante, yo diría que muy numeroso, mucho más proclives al ocio o a la contemplación, que a trabajar, lo que se dice trabajar, que es eso que duele y hace sudar, te cuesta y demasiadas veces desemboca en el oscuro mar del fracaso.

A propósito de la contemplación, parece cierto que lo que cuesta es filosofar, es decir, indagar trabajosamente en busca de respuestas, y sin embargo hay quien se pasa la vida en una especie de entresueño, que se parece a lo de filosofar, pero no es más que permitirse ensoñaciones. Ambos, el filósofo y el soñador, salen, después, de su marasmo y dicen que han pensado esto o aquello, y no sé si resulta más peligrosa la elucubración del filósofo o la utopía –el Mundo Feliz, por ejemplo, de Mr Huxley- del soñador.

De cualquier modo, esa angustiada gente que somos, entre Scila y Caribdis, siendo la primera roca esa gripe cochina que no sé si, después de tanto decir y escribir, hay en realidad quien sepa cuáles son las dimensiones de su peligro, y la otra las crisis, en que, como en el virus, concurren varias cepas y categorías y esa pone en peligro el cada vez más escaso bien de que hablábamos: el trabajo. Ni siquiera el trabajo, es decir, el castigo, es seguro ni seguramente retributivo hasta límites de justicia –sea lo que fuere eso de la justicia, últimamente adjetivada de atuendo provisional de otro concepto también cultural y asimismo por lo tanto mudable, como es el de la nivelación de la balanza de obligaciones derivadas de las relaciones humanas-. Y es que en nuestro afán, los creyentes le llamamos vocación, de eternidad, está anclado el instinto de pretender que cuanto sustente nuestra personalidad en cualquiera de sus aspectos sea para siempre.

No entendemos que llamados a salir del espacio y del tiempo, estemos sujetos a los vaivenes de las circunstancias que los componen.

No hay comentarios: