lunes, 31 de octubre de 2011

Llueven los problemas como sirimiri, lento, calabobos, implacable en su constancia, pero nosotros empecinados en buscarnos las cosquillas unos a otros, los más simpáticos y los antipáticos de cada cual, empeñados en levantar uno tras otro los pliegues de la túnicas y de las clámides: a ver, a ver qué escondes, qué trato hiciste, a quién dejaste que te llenara el puño, al engruño, decíamos de niños, y enseñábamos un puñado de fabas pintas: ¿sobre cuántas? y había que tratar de acertar, justo como ahora con esto de ir desprestigiando a un político tras otro, ora de la derecha, ora de la izquierda, que hay que reconocer que en esto somos ecuánimes, que hay quien dice que estos de la elegancia social del regalo, que propugna con tanto acierto nuestro buen amigo Isidoro, no es cosa de partido, sino vicio nacional, arraigado de cuando se pagaba en especie, pollos y jamones, mantecas amarillas y requesón prisionero en pulseras de cuero resobado, un copín de fabas o la prueba de la matanza.

Mejor estaríamos poniendo la imaginación a la parrilla, barbacoa de imaginación, amagosto de ideas para montar el estalache de vender en el mercado. Os lo digo otra vez. No se trata de reducir gastos, sino de idear, inventar, crear un río de ingresos, abrir cauces para que pase el agua viva.

Pero hay elecciones. Cuantas menos propuestas imaginativas puedas hacer, lo probable es que más caigas en la tentación de ver la mota en el ojo ajeno y tratar de mandar al ostracismo a cada vez más antagonistas. Cuantos más eche el árbitro del equipo contrario, más agujeros quedarán para tratar de pasar el pelotón y hacerle al último de la fila, que suele ser el portero, un furaco en la red, como cuenta la leyenda que hizo una vez Lángara, cuando jugaba en el Oviedín del alma –por cierto también en el ostracismo decretado por vía de expediente administrativo-.

Al final, viejas glorias, que no es que no tengan propuestas que hacer, sino que no hicieron ninguna a lo largo de los años, o las hicieron torcidas, pero vuelven, porque saben que el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra.

Cuando eres viejo, casi tanto como la carretera, y tienes tanto tiempo, bendito sea el buen padre Dios, que nos da la oportunidad, para detenerte a ver, mirar y hasta escudriñar, incluso una tragedia puede, según el color del cristal, que dijo Campoamor, con aquel decir suyo campechano, parecer una tragicomedia.

Dejaron a Paco Cascos un erial, le hilvanamos una esperanza, pero ya le están echando en cara que han pasado ¡cien días! Y todavía no ha hecho la labor de los diez o veinte años perdidos en Capua, a la lumbre de las prejubilaciones que sostuvieron la economía.

domingo, 30 de octubre de 2011

Nostalgia, me quedó ayer, anoche, de aquel Madrid, mi barrio de la segunda mitad de los años cuarenta, cuando, en 1946, que acabé mi bachillerato, estábamos rodeados de ruinas de todas las guerras. Mi barrio, que tenía su ombligo en la calle de Carretas, y, más concretamente, en su número 6, piso segundo, que era cuarto, encima de Sederías Carretas, que llevaba el bajo y el primero, es decir, el entresuelo. Entre cliente y cliente, las dependientas, a veces, las más pícaras o las más jóvenes o las más alegres o las que eran como pájaros cautivos, se asomaban al patio, nuestro patio, que nosotros compartíamos con ellas y con las chicas del baile de los sábados por la tarde de la Casa de Aragón, que ocupaba el piso segundo, es decir, el principal. Nosotros nos asomábamos desde la galería solana del cuarto, y desde las habitaciones que al mismo patio se asomaban por sus otros dos costados, dos habitaciones a un lado, dos al otro.

Mi barrio, que abarcaba desde la Plaza Mayor hasta el cruce de Alcalá con Gran Vía, desde Gran Vía hasta la calle de Atocha. Y allí mismo enfrente, en seguida, la tasca mayor del mundo, que hacía esquina y podías entrar por Barcelona y salir por Cádiz, se llamaba La Gaditana y cuando dabas propi, el camarero agraciado gritaba que ¡dinero al bote! y el resto de la más de media docena que atendía la barra aullaba que ¡gracias! Y mira tú lo rumboso que podíamos ser los estudiantes de entonces, que a mí, pongo por ejemplo, me daban para el bolsillo cinco duros a la semana. Costaba un chato de vino tres perrinas, es decir, quince céntimos y te ponían un par de boquerones en vinagre, de tapa.

Cuando tienes los dieciséis, dieciocho años que nosotros teníamos entonces ¡qué mayor riqueza! Atardecer en las cuevas de Luis Candelas o media tarde en cualquiera de las plazuelas con niñas que jugaban al corro. Modistillas como ángeles castigados sólo temporalmente en esta tierra todavía algo mora de Madrid, castillo famoso, nosotros con Kipling recién leído, respetuosos y enamorados, pero sólo un poco, de la alegría de vivir. Fabricaban, unas amigas que tuve, pelucas de pelo natural, todas alrededor de una mesa, bajas las persianas, dejando entrar solo el polen de los rayos de sol por en entrecierre de las persianas, ventanas abiertas, niñas cantando abajo, en la plaza. ¿Ves? Esta peluca se la pondrá un a señorona o una señorita del pan pringao e irán a la ópera o a presumir o a sabe Dios dónde y nosotros estaremos haciendo otra peluca para otra y nunca iremos a la ópera. ¿Y por qué no? Pues porque la vida es así y vosotros no vais a ser estudiantes más que cinco o seis años y luego os iréis con la señorita del pan pringao a la ópera y si te he visto no me acuerdo. Por eso ellas se las tenían que saber todas y compartíamos alegría, pero ¡mucho ojo con lo demás! en el tranvi de la Bombi, que salía, creo que era el 9, de la calle de Preciados, atravesaba Sol y bajaba a la ribera del Manzanares, donde la verbena, churros a real la media docena, hechos un lazo para engarzarlos en otro hecho con un junco de allí mismo, de al lado del río, que, a fuer de escaso –aprendiz de río, le tienen llamado-, ni reflejos tenía. Y había laberinto de espejos y noria y tiovivos. Un a copa de anís, ellos decían que del Mono, para mojar los tejeringos, un real. Una peseta para merendar la pareja, a todo más dos pesetas y media y los demás lo ponían la alegría o el sol o la magia de haber sobrevivido, entre tanta ruina, a las miserias de la guerra, que había que olvidar cuanto antes.

Don Luis y doña Manuela, jugando no sé si al tute, creo que a la brisca, ya anochecido, en la cocina, que era el feudo de doña Manolita, que allí, en sus potes y sartenes, hacía magia y obtenía néctares y ambrosías. Habíamos comprado unas ampollas de sulfuro de carbono, que vendían en las tiendas de broma. El sulfuro de carbono huele a cuesco humano, rompimos una y dice don Luis: que te has ido, Manuela, y ella: ¡te habrás ido tú!, y un final de risas al descubrirse la falcatrúa de aquellos malvados que éramos. Todavía existían, llegando a la Puerta del Sol, según bajábamos de casa en la acera de la izquierda el café de Pombo, y en seguida, en la misma plaza, a la derecha según salías, el café de Levante, y enfrente el Universal. En una esquina, la editorial y librería Pueyo y junto al café de Levante, otra librería, la de San Martín, ante cuyo escaparate habían, muchos años antes, asesinado a Canalejas, por pararse a mirar libros, afición a veces mal mirada por los bárbaros de cualquier tiempo.

Hace ya tiempo, publiqué un libro de cuentos y uno de ellos se vivía en mi vieja e inolvidable pensión. Casi al final de mi estancia, tuvieron que contratar otra ayudante más, fue una asturiana recia, no sé si Lola, se llamaba, de generosas domingas, que cuando un viajero, que no estable, un día, a la sobremesa, quiso tocarle sin permiso la popa, de un solo sopapo lo sentó en el suelo con gran regocijo de los estables. Los más estables nosotros, los estudiantes, Luisito, el hijo mayor de los Lombao, que siempre le teníamos envidia porque entraba y salía, pasaba y nos miraba por encima del hombro, él, con su carrera ya terminada, trabajo, novia formal, iba siempre elegante como un pincel.
Una alegría, me llevé esta noche. Paso por el blog, sin saber por qué, hago un repaso de comentarios y me encuentro nada menos que dos, uno de una nieta y otro de un biznieto de mi querida queridísima patrona, doña Manuela, de Carretas, 6, 2º, que ya expliqué en su día por qué era un cuarto, según el modo de contar madrileño castizo. Una hija, la segunda, creo, de mis buenos de Pipi y Basi, que se casaron estando yo en la pensión, de modo que tuvo que ser allá por 1946 0 1947, y se acuerdan de la señorita Felisa, que cuando la convencíamos los estudiantes de que participara en alguna de nuestra fiestas, ella que siempre, elegantísima y seria, comía sola en una mesa de al lado de la galería, se animaba y cantaba con nosotros y nos decía en broma que no la tentásemos, que iba a perder la dignidad, y de Socorrito, que dormía al lado del teléfono, en una interior y ellos le llaman tía Coco. Y seguro que alguno tiene que acordarse de mi querida amiga Nines, que tejía bufandas inacabables y usaba zapatillas con un pompón azul en el empeine, que, no sé por qué, no he podido olvidar.

Doña Manuela, para nosotros doña Manolita, que, después de cenar, jugaba a la brisca en la cocina con el señor Lombao, a quien apenas veíamos porque trabajaba como un negro como jefe de los talleres del Informaciones que entonces dirigía don Víctor de la Serna, de dos de cuyos hijos, Manolo y Jesús, fui yo sucesivamente buen amigo en diferentes etapas de la vida.

Pues ¡no me iba a acordar de aquel sonado bautizo del primer nieto de mis patronos!, más que patronos, padrinos nuestros, que nos cuidaron y mimaban, sobre todo doña Manolita, en aquellos difíciles tiempos del racionamiento y siempre se arreglaba para darnos buenos guisos, en que ponía la magia inagotable de sus manos y la indispensable imaginación que en aquella época tenía que suplir las carencias de mercados y tiendas de ultramarinos, que era como se llamaban los colmados y tiendas de comestibles. Pagaba yo mil pelas al mes y eso comprendía un bocadillo hecho con media barra y una tortilla francesa a media tarde, porque entonces medía yo metro noventa y dos de estatura y pesaba setenta y seis kilos, y como dos de mis primos se habían muerto de ella alrededor de la fecha de mi nacimiento, tenía toda mi familia n miedo tremendo a aquella entonces plaga de la tuberculosis, de modo que pactaron con la patrona pagar un poco más y la sobrealimentación del bocadillo dicho.

¡Tiempos! La novia del hermano de Pipi, que nunca estaba en casa porque era aparejador y como es lógico sólo venía, soltero entonces, a cenar y dormir, se llamaba Fabiola, y le tomábamos el pelo a él escuchándole telefonearle, porque se escondía para cortejar telefónicamente desde una escalera que había al lado de la habitación de Socorro y llevaba al piso de arriba, una especie de ático, que hoy sería un estupendo dúplex. Arriba se hospedaban o dormían, según, mi primo Enrique Armas, su compañero de trabajo Antonio Llordén, del Barco de Valdeorras, Capitalina y Teresa, Capi y Tere, que eran las chicas de servir que ayudaban a la patrona además de su nuera, y aquel misterioso policía que no soy capaz de recordar cómo se llamaba.

Parte del bautizo lo celebramos en casa y otra parte en un merendero con organillo. Recuerdo haber visto fotografías en que aparezco con gorra visera de cuadros y pañuelo anudado al cuello, tocando el organillo, que en la fotografía no se ve, pero recuerdo que era amariillo y que Capi, un poco pimplada, bailando con no sé quien, agarrao como entonces se bailaban los chotis en un ladrillo, se cayeron en un arriate de flores.

Era aquella una casa inmensa, con pasillos larguísimos, en cuyas esquinas, cuando se acercaba el verano, ponía doña Manolita unos inmensos botijos blancos, que olían a tierra mojada y hacían un agua que sabía a gloria. Los botijos, la primera vez, se lavaban con agua mezclada con un puñado de anises. Mujeres de largo faldamento se ponían a las puertas de los toros y del fútbol con botijos análogos y por unas perras, entre quince y veinticinco céntimos, te dejaban echar un trago. Permitidme, ambos comentaristas del aburrido blog de un viejo octogenario, que os mande un fuerte abrazo, extensivo a cuantos descendientes haya tenido aquel matrimonio, bueno, honrado, trabajador y cariñoso como pocos, que recuerdo siempre con muy cariñoso y agradecido afecto.

sábado, 29 de octubre de 2011

Confieso haber pecado y casi consentido con la tentación de envidiar a los tontos, cuanto más tontos mayor tentación, por esa seguridad suya en la certeza absoluta, definitiva e inatacable de sus convicciones.

Me recuerdo, sin vergüenza, indignado durante alguna de mis experiencias de escolarización infantil, defendiendo a capa y espada la identidad irrebatible de los tres reyes magos que me iban a proporcionar o me habían proporcionado ya aquel año de gracia algún objeto de irresistible deseo.

El tonto, al final de su vida, parece el más sabio. Muere confortado por la seguridad de no haber perdido el tiempo en zonas pantanosas de alguna de las posibles ciénagas de las dudas de su tiempo. Y cuanto aprendió, no le generó nunca y en ningún caso necesidad de volver a mirar, reconsiderar, desencantarse. Cuanto aprendió y tuvo por cierto, pieza a pieza, todas compactas, sin fisuras, lo fue acumulando, que un tonto puede tener tan buena memoria como aquél que se comentó en mis tiempos cuarteleros, que, aconsejado por algún tío malaleche de su pueblo, para recibir mejor trato durante la mili, había aprendido de pe a pa ya no recuerdo si eran las ordenanzas de Carlos III o tres o cuatro letras completas de la guía de teléfonos de su provincia de origen. ¿Se los digo, mi “afere”?

Mientras uno cualquiera de mi tribu, la de los, más o menos dotados estudiosos o por lo menos lectores impenitentes, acumula objetos desvencijados, metales herrumbrosos y dudas insondables, hay tontos que, con parecido bagaje, tienen la sensación de haber atesorado metales y piedras preciosas. ¡Qué la sensación!; tienen en realidad la absoluta convicción, la certeza, para ellos ineluctable, de ser ricos en sabiduría, que, dicho sea entre paréntesis, es la mayor y mejor riqueza, pero sin olvidar lo de que primero hay que vivir, y sólo luego cabe filosofar.

Díganme la verdad ¿no es envidiable? Al fin y al cabo, no hay nadie más que pueda ser de veras rico. Al que lo es materialmente, lo corroe y hace infeliz el miedo de que le pueden arrebatar en cualquier momento su riqueza; a quien más y más profunda y honradamente estudia, le van creciendo alrededor las hiedras de la ignorancia, la curiosidad y las dudas.

Sólo la posesión de la incontrovertible suma de las verdades irrebatibles proporciona una riqueza a salvo de depredadores. Porque al tonto, si de veras lo es y menos cuanto más lo sea, no hay quien pueda convencerlo de cosa distinta de lo que sin duda está convencido de saber.

De ahí el aire de satisfacción con que pasan a nuestro lado, nos saludan y nos compadecen. Porque hasta pueden ser buena gente, digna de los mayores aprecio y respeto.

viernes, 28 de octubre de 2011

Cada vez tengo alrededor más diccionarios. Con esto del idioma, me pasa como con el trabajo de cada día. Difícil como sin duda era, fue haciéndose más, con el tiempo, pese a lo que dicen de que la experiencia proporciona agilidad, como entrenamiento asiduo que es. Lo que en realidad representa es una escuela de posibilidades, que es tanto como decir de dudas. Cuando joven, cuando novel, cuando empiezas, las cosas, con todo lo que llevas estudiado, parecen sencillas. Luego empiezas a descubrir tu particular teoría de la relatividad, los matices y posibilidades hermenéuticas que se siguen de utilizar una palabra o su parecida, ni sinónimo ni antónimo; parecida, pero no la misma. Entre usar una u otra, un mundo de grises tirando a cada color del iris e incluso a sus compuestos y sus tonalidades.

Por eso, los diccionarios. Haces descubrimientos asombrosos. ¡Pero dónde iba yo, en qué estaba pensando cuando dije, en vez de decir!

Sobre todo al escribir. Lo escrito queda ahí, como recordatorio, grillete, espejo. Y lo peor es que con tanto diccionario, todavía puedes caer en la tentación, sin duda incurres en el error de pensar que ésta sí que es la palabra.

En la duda, me contaban que decía aquel maestro, no te abstengas; estudia más.

En la duda, añadiría yo de buena gana, mira siempre. Lo que pasa, ya sabéis, es lo de aquel moralista que recomendaba a su auditorio que hiciesen siempre lo que él decía, no lo que hacía habitualmente.

Es un maravilloso bosque, éste de las palabras conocidas y desconocidas. Y tiene por añadidura el aliciente de que cuando se va siguiendo la pista de una palabra, siempre hay otra cerca, de que no sabías o que existía siquiera o que pudiera tener el significado primero, segundo o tercero que ahora descubres boquiabierto.

Digo todo esto porque hoy leo que existe otro diccionario que me parece que no tengo. Esa es otra. Piensas que dispones de las obras completas de alguien, de uno de tus autores preferidos, pongo incluso por ejemplo, y te encuentras, hay ocasiones en que en una de esas entrañables librerías de viejo que son como cuevas de isla de cualquier tesoro, con un ejemplar desconocido de una obra hasta posiblemente olvidada.

A cambio, me decía indignado en cierta ocasión mi inolvidable amigo y compañero Jesús Villa, mira estas obras completas, encuadernadas como con traje de los domingos y tan descuidadas por el mercachifle que las publica que hay dos o tres obras repetidas en el mismo volumen.

Cosas veredes. Tengo que acordarme de tratar de localizar el dichoso diccionario. Porque, para colmo, alguien que me merece confianza, dice que es un buen diccionario.
Congreso, en Cádiz ¡donde aquellas Cortes!, esta vez de la abogacía, y lío, porque comparecen y coordinan una mesa dos de los miembros de la comisión en su día redactora del texto constitucional.

En ese texto, artículo segundo, se dice que “la Constitución se fundamenta en la indisoluble unidad de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles, y reconoce y garantiza el derecho a la autonomía de las nacionalidades y regiones que la integran y la solidaridad entre todas ellas”.

Y, en el 143 se añade que “1.- En el ejercicio del derecho de autonomía reconocido en el artículo 2 de la Constitución, las provincias limítrofes con características históricas, culturales y económicas comunes, los territorios insulares y las provincias con entidad regional histórica podrán acceder a su autogobierno y constituirse en Comunidades Autónomas con arreglo a lo previsto en este Título y en los respectivos Estatutos”.

Poco más adelante, en el 145, añade que “1.- En ningún caso se admitirá la federación de Comunidades Autónomas”.

Y va uno de los padres de la Constitución y dice que si de ese texto que según él garantiza la indisolubilidad de España pudiera seguirse algún tipo de separación, habrían fracasado sus redactores y pecado de ingenuidad.

¿Ingenuidad? ¿De veras hubo quien no se dio cuenta de que el texto combinado de estos artículos supone una deliberada ambigüedad, sin la cual, por otra parte, probablemente habría sido más difícil y hasta tal vez imposible que se aprobasen dichos textos?

Por favor. Un problema supone necesidad indispensable, para buscarle soluciones, de un planteamiento correcto.

Se escribió entonces, con la habilidad que por consiguiente hay que reconocer –otra cosa sería aprobar o no-, lo que se quiso escribir, que es tanto como decir que se escribió lo que proporcionó ocasión a todos los deliberantes, que partían de ideas diferentes, en algunos casos contradictorias y antagónicas, que se había llegado a un texto satisfactorio para las pretensiones de todos.

De aquellos polvos, estos lodos, en cuanto llovió sobre ellos la realidad de las cosas.

“Fundamenta” el texto aprobado la Constitución en la indisoluble unidad “de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles”.

La Constitución no es la base y ley fundamental de una unidad indivisible, sino que “se fundamenta” en ella. Allí está dicho.

Añadiendo que, a partir de haberse fundamentado en esa unidad nacional, reconoce la existencia de unas “nacionalidades” y regiones, susceptibles de constituirse en Comunidades Autónomas.

Y yo pregunto: ¿qué es y en qué se diferencia una nacionalidad de una nación?

¿Existe la previsión de una Constitución, fundamentada en la unidad de la nación española, aplicable a toda una serie de regiones de aquélla, pero también a otras nacionalidades?

¿Hasta dónde llega, qué prevé y hasta dónde alcanza la prohibición de federar Comunidades, unas regionales y otras nacionalidades?

¿Cuáles son nacionalidades y cuáles no y por qué, en cada caso?

Para garantizar la indisolubilidad, no habría que definir el Estado Español como único, indisoluble y soberano, de tal modo que su soberanía, en régimen, para entendernos, de comunidad germánica, correspondiera a todos y cada uno de sus ciudadanos, toda ella e íntegra a cada uno de los ciudadanos y no como ocurriría en una comunidad romana, por cuotas indivisas. Y no habría que establecer que la Constitución así lo reconoce, basa, fundamenta, acepta y defenderá como primera, básica y fundamental de sus normas.

Tenemos lo que tenemos. Y un problema, ya entonces, cuya solución se dilató y ahora permanece, como a lo largo del tiempo permanecen cuantas preguntas se dejan más o menos provisional y deliberadamente sin respuesta.

Otra cosa son las respuestas que deban y que puedan darse. Y otra si estamos en condiciones y momento de que nuestros políticos se coloquen ante la pizarra dispuestos a defender por encima de sus intereses y de los de sus partidos una postura/solución honesta, objetiva y útil para todos cuantos estamos atrapados por sus eventuales consecuencias. Que por añadidura, algo tendremos que decir, en cuanto directa y gravemente interesados por la cuestión.

jueves, 27 de octubre de 2011

La selva trata siempre de recobrar su espacio. Las escaleras de un jardín, sus fuentes, los brocales de cada pozo, en los intersticios, crían hierbajos y ramitas que van tapando el cemento y denunciando la pereza de los viejos jardineros. Hoy leo que se persiguieron y mantuvieron sus respectivos ocupantes una especie de contienda, rematada por paliza, dos coches por las calles de Madrid, por donde cantaba el romance de corro que iba Alfonso XII, triste de sí, porque había muerto doña Mercedes, que cuatro duques la llevaron por las calles de Madrid, castillo famoso, que ardió en fiestas, en su coso, cuando mandaba allí el rey moro Aliatar y había salido aquel toro, tan famoso como el “Ratón” ése de nuestra sed de sangre y barbarie, cuyo alquiler de festejo crece a medida que aumenta el número de muescas que, a falta de culata de arma, le van pintando en cada asta.

Esta de principios, umbral de las leyes del talión y del más fuerte, es otra de las crisis que en la actualidad más rabiosa nos afligen. Cabe imaginar posible que tengamos que volver al cinturón de los revólveres y los concursos mortales de a ver quién “saca” más rápido.

Tal vez sean más urgentes los cursos definitorios de los límites de la libertad que arreglar las quitas y esperas de las deudas económicas y financieras que tenemos pendientes.

Parece mentira que la decadencia de occidente haya progresado tanto y en la misma progresión aparente que la población humana, ya de siete mil millones de personas, caóticamente repartidas sobre la faz de la Tierra y dando la impresión de que hay espacios sin poblar y otros donde no cabe nadie más sin pisar al vecino. Y que sea por donde vivimos menos por donde más se advierten los súbitos arrebatos de miedo, intemperancia, insolencia, crueldad y barbarie. Nadie se considera obligado a aguantarle nada a cualquier otro nadie, que a su vez, paga, a veces preventivamente, con la misma moneda. Me pregunto lo que ocurriría si en esas tremendas aglomeraciones donde no cabe alejarse, todos se comportasen habitualmente como este conglomerado nuestro, de nervios, prisas, ambiciones e intolerancia.
Ya vos lo icía you, que al nun haber farina pa tos nun quedaba outro medio que partir las perdidas, repartilas entre tos y que al que Dios i la dea, san Pedro i la bendiga.

Cuando s’acaba la tela, aparez la carne viva, icía aquella sabia muyer de la cocina mi casa que más p’allá de las ocho la noche nun barría n’ivierno, qu’andaban las ánimas po los rincones, pidiendo un padrenuestro.

La primer ánima, Grecia. Ande haz muito naceu la idea en si misma considerada y foi allí ande naceu l’ome eropeo ya entamó cavilar. Agora hay que dais la mano que salgan p’arriba. ¿A quién se i ocurre, venga de meter xente n’el euro ese, sin miráis la bolsa a ver qué traían?

Había qu’atraelos con la monserga esa de que tos iguales. Nun ya verdad. Ta viéndose agora. Tos tan fechos de lo mismo, pero tan fechos diferentes, coño, que basta miralos pa dase cuenta. Pasa co los grupos como co las presonas. Tos del mismo barro, ta claro, pero unos quieren trabayar ya outros non. Unos valen pa’studiar ya outros non. Ya eso hay que tragalo porque ye verdá, ya la verdá inmponse siempre, póngaste como te pongas.

Paicía, de momento, que tos mejoráramos. ¡El mesmo diñeiro pa tos ya tos iguales d’una vez pa siempre! Si, el mesmo dilñeiro. Las vieyas monedas d’a rial, perronas ya perrinas, pesos ya billetería, agora tos los mesmos … pero’n la mesma poción qu’anantes. Co la pega, pa más, de que to paeicía más barato, que lo qu’anantes costaba mil, agora poco más d’un patacón.

Nos trajo Grecia, allá al principio de la idea de Europa, la sabiduría oriental cocinada con agua mediterránea, que más tarde los árabes, posiblemente el pueblo más culto del medievo, nos conservaron y tradujeron gracias al exilio, la rebelión y el califato de Abderramán en Córdoba. Los pueblos se agotan en sucesivos esfuerzos, se pasan las antorchas, de unos a otros. Justo es que precisamente haya sido Grecia la que haya dado el aldabonazo de reconocer que no hay dinero para pagar todo lo que se debe.

Cifras fantásticas, que parecen de ciencia ficción. Cientos de miles de millones de euros. Meros dibujos en libros de contabilidad de fabulosas cuentas de las lecheras de todo el occidente, enredado en la colosal telaraña de la economía virtual.

Si no había dinero, ¿por qué no imaginarlo? Hace muchos años, se reían conmigo algunos escépticos cuando comenté que estábamos jugando con dinero como el del Monopoly, que no quedaba más millón “visible” que el que se enseñaba fugazmente a las cámaras, guardado en un maletín, en los concursos de la tele, y que lo demás eran pesetas virtuales. Evidente exageración, pero síntoma de lo que estaba pasando y ahora hay que pagar, pero nada más que poco a poco y hasta cierto punto.

La quita y la espera, como en los convenios de los concursos, nos salvarán del caos, pero ¿habremos aprendido?

Sigo opinando, con el mayor respeto de otros criterios, que la mejor y más rápida salida de las crisis pendientes sería la constitución real de la Unión política Europea. Y sigo creyendo que los que mandan en los diferentes países, no la quieren en realidad. Lo que pienso que no sabe aún nadie es lo que prefiere la mayoría de los europeos.

miércoles, 26 de octubre de 2011

Esta mañana he cerrado el que supongo que será el último libro de versos que publique. Y me he puesto a buscar editor. Los libros de versos son casi siempre ruinosos, ¿Quién va a comprar, quién a leer, libros de versos en estos tiempos acelerados, neuróticos, crispados, que estamos viviendo?

La gente está o en paro o bajo la sombra del avechucho grande y oscuro que lo anuncia.

Me impresionó, hace poco, oír que familias conocidas iban a verse obligadas a vender sus viviendas y regresar a modos de vida más económicos. Con hijos a medias de estudiar, sin futuro previsible.

De pronto, lo que con frecuencia no son más que números: un millón, dos, cuatro, casi seis, de parados, se acercó y distinguí caras de personas concretas, sus expresiones. Oí sus voces. Advertí la vacuidad de sus miradas desenfocadas. Y multipliqué por el número que citan los periódicos de cada día. Un ejército.

Que viene, campo a través, por la ciénaga que bordea la ruta de la caravana social.

Acabo, hojeo el libro, releo versos olvidados. Tanto que puedo juzgarlos con cierta objetividad y me parecen de lo mejor que he escrito.

Nadie, sin embargo, puede ser objetivo y valorar su obra.

Corren, alborotados, de un lado a otro, de reunión en conciliábulo, los profesionales de la política más afortunados, los que llegaron, los que nos representan y mandan. Andan empecinados en buscar remedios que les eviten aplicar los remedios que deberían aplicar para salir de este dramático estado de cosas y ánimos. Dependen de sus partidos, de sus votantes, de sus intereses. Dependen de tantas circunstancias que tienen que sentirse, pienso, incapaces de adoptar decisiones. Por eso habla, hablan y hablan, ponen y quitan las piezas del rompecabezas, prueban y se arrepienten.

Yo cierro mi proyecto de libro de versos. Ellos, a lo suyo. A muchos, les apuntan sus intervenciones, les escriben los discursos, ponen límites a sus ideas, los aturullan. Releo. Ellos miran atrás. ¿Qué pensarán de los hechos que los han dejado retratados en las páginas de la historia?

Cuando se producen turbulencias como las que nos afligen cada vez que la humanidad en algún sentido padece crisis de crecimiento, se hace más peligrosa la condición de los políticos. La gente, cuando se aflige o se desespera, tiende a refugiarse en grupos de protesta, susceptibles de agruparse en masas de imprevisible reacción. Tendemos a personalizar las responsabilidades sociales. Llevamos todavía, bajo una delgada capa de barniz cultural, tatuada la ley del Talión en los sobacos.

Soñamos versos y roncamos improperios.

lunes, 24 de octubre de 2011

Compra y crece, durante la crisis, que todo te resultará más barato y ensancharás el ámbito de tu empresa.

No te encojas. Si lo haces, serás cada día más pequeño y serás ínfimo a la salida de las dificultades. Crece y cuando los demás salgan como niños, tú serás empresarialmente adulto.

No te retraigas. Emprende. Que la gente, tu pequeño ejército empresarial, se apoye en tu confianza, aunque no sea más que aparente. Ensaya sin cesar. Ahora tienes tiempo. Cuando llegue la distensión, estarás en forma, tendrás la musculatura preparada, podrás sentirte más rápido y más fuerte, en definitiva, más capaz.

Para recortar gastos –es siempre mucho más importante generar nuevos ingresos que disminuir gastos-, pero para reducir gastos, no se te ocurra minorar retribuciones. Mejor, llegado el caso, será que cierres. Tu ejército, esa familia agnaticia que depende de ti, no puede perder su confianza en tu capacidad, que es cabecera de la suya.

Hazte mayor y más fuerte. Como quieras o como puedas. Crece tú o asóciate para crecer. A la salida de las crisis, te esperan gigantes, disfrazados de molinos, y tú solo no podrás enfrentarte con ellos, salvo que o tengas su tamaño, o la honda de David o la astucia de Ulises. En cualquier caso, en tamaño, en herramental o en habilidad, tendrás que haber crecido. Escoge el modo, pero hazte en uno de ellos o el mejor o el mejor posible.

Pon tu horizonte más allá del horizonte, porque más allá del horizonte hay más espacio.

Lo posible lo alcanza casi cualquiera, empéñate en lograr una parte de lo que parecía imposible, porque muy poco de lo imaginable es imposible.

Cuando te parezca que agotaste la materia prima, manda aprovechar los que parecen residuos desechables y cuando se te acaben, usa las cenizas, pero no cejes ni en buscar lo nuevo ni en aprovechar lo antiguo.

Y cuando llegues al límite, pero realmente al límite de tus fuerzas, pon tu confianza en el buen padre Dios y ofrécele tu colaboración para hacer lo que no sabías que puede hacerse todavía un poco más allá.
Llega un día, os aseguro, en que el lunes se humaniza, según humanismo y humanidad de los días y se convierte en otro como los demás. Pero para eso has de estar jubilado y ver pasar a los trabajadores de cabeza, los pioneros que abren camino de la caravana de la gente de cada día, desde tu puesto más bien de cola, allí donde lo más, procurar llevar el paso y enterarte de los gritos de asombro de los que delante, muy lejos, descubren los reflejos de la luz en otras cosas distintas en cada paisaje, cada vez que el camino de las caravanas, que lo hace con frecuencia, gira y cambia de dirección o elige en otra encrucijada en que siempre hay un crucero de granito tallado en la provincia de Orense, del antiguo reino de Galicia.

El lunes llega un nuevo cliente al despacho del abogado y le dice que quiere iniciar hostilidades contra un puñetero vecino; llega un cliente nuevo, amedrentado, al despacho del médico y le dice que mire doctor, que estoy muy preocupado, porque desde hace casi un mes tengo un dolor aquí; el lunes llega un ciudadano orondo, calvo, con aspecto de ricacho al despacho del arquitecto y le dice que ha decidido hacer una casa de verdad, para que su familia pueda convivir y sobrevivir y; el lunes llega el oficinista a su mesa de trabajo, enciende el flexo porque todavía no llega bastante luz por el tragaluz, que ventana no hay, directa, a la calle; el lunes, temprano, bien de mañana, se llena la calle de individuos de todo género, raza y condición, que van restregándose los ojos y bostezando de modo más o menos ostensible.

Un jubilado se lo toma con calma. Hay un día por delante, durante que podrá hacer esto y aquello y lo de más allá. Luego ya veremos. El, bien de mañana, apostado y arrellanado en su sillón crujiente, de anea, en la galería solana, echa sus cuentas, se rodea de libro, un portátil y el microteléfono, de momento desconectado, entrecierra los ojos, sueña despierto, se está un momento en ese incierto territorio del duermevela, regresa, duda, se aventura periódico arriba y abajo. Cada vez lo hacen peor, este periódico cuyo nombre omitiré deliberadamente porque al fin y al cabo, a mí qué más me da, pero lo cierto es que no se han enterado de que el mundo está cambiando. Ellos, que un día fueron jóvenes y recuerdo que alguno hasta combativo, se han convertido en flatulentos adultos cansados, satisfechos, escépticos y sobre todo conformes. Tenía razón el abuelo cuando decía aquello de que intellectus apretatus, discurrit qui rabiat. Y es que el latín macarrónico puede ser casi tan expresivo como el de una fogosa Catilinaria. Todavía me acuerdo más o menos: Quousque tandem, Catilina, abutere patientia nostra? Quandiu, etiam, furor iste tuus nos eludet?

Por cierto, ayer, una periodista airada, a quien evidentemente no gusta la ceremonia de entrega de los premios Príncipe de Asturias, criticaba con ardor en un diario nacional lo ocurrido en el teatro Jovellanos (sic). Tiene cierta gracia macabra. De algún modo, hace justicia.

domingo, 23 de octubre de 2011

Mis nietas, una , dos y tres
fueron a la pomarada,
mis nietas, una, dos y tres,
fueron a coger manzanas.

Domingo de otoño y sol. Brillan las manzanas
en la pomarada,
llaman a mis nietas:
¡eh! ¡tú! ¡a mí! ¡a mí!
Mis tres nietas, una, dos y tres,
Echan las manzanas
en el maniego,
las manzanas, locas
de alegría,
cantan su olor.

Una, dos y tres,
corren mis nietas
por la pomarada,
borrachas de sol y de alegría
y olor a manzana.

Es domingo, es Asturias, otoño,
do, re, mi, fa, sol.

Huele
a pelo de xana,
que mueve el viento
de las castañas,
do, re, mi, que viene
el amagüestu, fa,
sol.

La abuela formaba,
justo ahora, en otoño,
en las baldas del armario,
uno, dos, uno, dos,
ejércitos incruentos
de manzanas
reclutadas
en la pomarada.

La abuela sería,
la tatarabuela,
de mis nietas, una, dos y tres,
que llenan hoy los maniegos
de ejércitos de manzanas
de que mi abuela sería
capitana generala.

sábado, 22 de octubre de 2011

Me duele mi sombra,
la que me arrastra
cuando parece que soy yo el que va, y es ella
la que viene,
persiguiendo,
comiéndose mis sueños.

Hoy me duele
con ese constante
afán
de obligarme a callar.

Mi sombra, no sé si ya lo dije,
es como un manantial de silencios
donde contemplo ahogarse, indefensas,
mis mejores palabras,
las más acertadas,
las de amor,
las que podrían, por lo menos, ayudar
a salvar una parte del mundo.

Es mi sombra,
la mía,
la que dondequiera que voy, cuando llego,
me espera
con esa sonrisa suya, sarcástica.
Escuché y leí el comunicado de los tres enmascarados que dijeron hablar en nombre y representación de ETA para dar por definitivamente acabada la violencia.

Leo con atención los comunicados hechos por personas e instituciones.

Me pregunto si todos y cada uno, del rey al roque, leyeron y leyeron bien, con la debida atención, todo el comunicado.

Coincido en voltear todas mis campanas como muestra de alegría porque se proclame la paz, como antecedente y clima de la libertad garantizada por la justicia.

Pero también coincido con quienes subrayan más abajo los párrafos donde se dice que ésta fue una guerra en que se ha alcanzado el objetivo de abrir un diálogo encaminado a que logre sus fines una de las partes. Nada menos que un diálogo en que se convoca a dos estados soberanos para que renuncien, no sé hasta qué grado, a sendas partes de su soberanía.

Ignoro si eso es bueno o malo, si debe aceptarse o no, pero no puede olvidarse que está ahí, planteado en el texto, como exigencia al parecer indeclinable.

Creo que estamos obligados a entender, plantearnos y tomar decisiones relativas a algo tan complicado, peligroso y difícil como es definir cómo, cuando y de qué manera se constituye un Estado. Una vez constituido, si su soberanía es o no divisible, y si su eventual división supone o no la desaparición de ese Estado con formación o no de otro u otros diferentes.

Considerar que un Estado, una vez consolidado, no es divisible en su soberanía implicaría como consecuencia que cualquier acción u omisión que pueda lastimarla sería el más grave de los delitos posibles contra ese Estado, y, por consiguiente, contra todos y cada uno de sus miembros.

No sé cuál o cuáles son las respuestas a las preguntas pendientes. No me apunto a ninguna, sin escuchar, previamente, cuantos argumentos se consideren posibles, pero si me atrevo a decir que éstos no son asuntos que puedan ni deban plantearse ni resolverse en clave electoral de recibir más votos, perder menos o conservar los posibles.

Me aterra considerar que a la vez que como creo deberíamos estar esforzándonos en la creación política de una Europa Unida, como necesidad para afrontar la nueva era que sin duda se está abriendo y comienza justo ahora en la historia de la humanidad, tengamos pendiente la existencia y subsistencia del Estado.

viernes, 21 de octubre de 2011

Joan Butler, contra todas las apariencias, resulta que es un señor, bueno, un míster, que al parecer es como se llama a los señores en el Reino Unido, que dicen es el nombre correcto de lo que en el colegio nos decían que se llamaba Inglaterra. Los colegios enseñan muchas cosas que se acercan a la verdad, pero también otras tan engañosas como llamarle a una autora Joan Butler y que resulte que se trata de un hombre llamado don, es decir míster Robert William Alexander.

Uno se sale de los textos, normalmente elementales, que usan en los colegios para tratar de enseñarnos cosas tan indispensables como la lista de los reyes habidos y por haber, godos o no godos, uno compra un libro más gordo, relee las enseñanzas habidas en el colegio donde trataron de desasnarnos por primera vez, y descubre que respecto de cada asunto allí tratado, hay varios, diversos y diferentes puntos de vista.

Por eso, tras de releer a Woodehouse, me doy un largo, apacible, desternillado viaje por las páginas del míster disfrazado de Joan Butler. Y aún tengo esas dos perlas de Jerome K. Jerome en que relata un fin de semana en el Támesis, con dos de sus amigos y el fiel perro (Tres hombres en una barca, sin contar un perro”) y el que hizo su protagonista, con los mismos amigos, por Alemania, tras de proveerse de uno de esos manuales que aseguran enseñar el idioma en cosa de días (“Tres ingleses en Alemania”). No les digo más que de Jerome hay dos o tres secuencias en cada libro, durante que estuve a punto de caerme de la silla definitivamente muerto de risa.

Me ayudan a esperar la llegada del primer tomo de las memorias de Sánchez Dragó, el de las setenta pastillas, según dice, de la supervivencia. Me deslumbra la fluidez de su relato, hasta que descubro habitualmente que mueve el agua demasiado tiempo sin salir de cada remanso. Aparenta agua viva con agua gastada. Gira como un tiovivo antes de continuar y reflejar el tramo siguiente de camino.

Estudia –repetían a su sobrino don Venerando y su esposa doña Basilisa en aquellos inolvidables sueltos de La Codorniz-, estudia hasta que domines el latín, la numismática y la lista de los reyes godos, que son los que te convertirán en un hombre de provecho.

Confieso que con la de veces que a mí me habrán exhortado a convertirme en un “hombre de provecho”, no he sido capaz, en más ochenta años, de enterarme muy bien de lo que es eso. Bien es verdad que el latín lo aprendí sólo a medias, de numismática no tengo ni idea y en la lista de los reyes godos me salto siempre a Recaredo segundo y tiendo a pasar como consecuencia sin citar a Gundemaro y Sisebuto. No hay nadie perfecto.
La hora taurina, para los ingleses, es la de tomar el te. Las cinco en punto de la tarde –el te, Jeeves, please- Y Jeeves va en busca del servicio de plata, esmeradamente limpio, brillante como debe ser y estar siempre un servicio de plata. La abuelita, sin embargo, los tenía salseados en la parte baja del aparador, porque decía que la demasía en la plata era una forma desde luego inadecuada de ostentación Y no digo, servir como algunos el te en servicio de oro, que dicen que los hay, como dicen que hay billetes de quinientos euros y dicen que son los que no se gastan los delincuentes, que se los pasan, de unos a otros, en paquetes hechos por fuera con papel de periódico sujeto con gomitas como aquellas con que disparábamos proyectiles de papel a las orejas de los prójimos de primera fila. Un prójimo de primera fila, casi siempre empollón es además, por definición, sospechoso de chivatismo y complicidad con el mando.

Son sospechosos, los billetes de quinientos euros, que dicen que los hay, y repartían unas hojas grandes, tamaño dina no sé si 3 ó 5, entre los banqueros y los bancarios, con un retrato del billete en cuestión y abajo lo de “se busca” y lo de “vivo o muerto”.

Cada vez, dicen, que uno de esos billetes de quinientos euros ve la luz, lo enfocan todas las sospechas. A saber si será falso. Por si fuera falso, apenas nadie lo quiere ni lo cambia. Quite eso de mi vista, que hasta no se si será pecado mirarlo, dado lo que se sospecha de él, sobre todo si viene con otros de la manada, otros de la especie, otros del paquete. Y como llegar lleguen unos cuantos a cualquier banco, aunque sea del parque, empieza a emitir señales y un enteco señor de gafas negras, gabardina de cinturón y sombrero de fieltro con el ala doblada para sombrear la cara, sigue al gordo del cabás ahora vacío, calvo, con aspecto de contable de algún colectivo mucho más siniestro que aquellas bandas orientales capitaneadas por el malvado doctor Fu Manchú, implacablemente perseguido por Mr. Neyland Smith y el doctor Petrie. A ver, a ver, de dónde ha sacado ese unos billetes que me pregunto yo a mí vez, ¿para que los fabricaron, si ahora resulta que son sospechosos de ser armas de delito?

A Bertie, ilustre miembro del club de los Zánganos, no le preocupan estas disquisiciones. El no usa billetes de quinientos euros, que dicen que existen, que se ha visto alguno junto a las huellas del abominable hombre de las nieves, en las estribaciones del Himalaya, usa billetes de quinientas o hasta de mil libras esterlinas, o mejor guineas, que son, digamos, las libras de los ricachos y valen un poco más, que para los ricachos, las docenas siempre han sido de trece o catorce huevos. Por cierto, Jeeves, los huevos pasados por agua del desayuno de esta mañana, los que había al lado de los arenques, estaban duros. Debes vigilar que no ocurre de nuevo, que le sientan mal a tía Agatha.

Habrán adivinado que contra las crisis y la estupidez, me refugio en Woodehouse.
Premios Príncipe de Asturias. Cada año se plantea la comparación con los Nobel. Son otra cosa. Lo mismo que Alfred Nobel y Graciano Garcia lo son. El primero, Alfred Nobel, crea una fundación porque admira el progreso de las ciencias y de las artes, Graciano abre la vía de una relación intelectual a tres bandas en que juegan el Principado de Asturias como pueblo, el Principado de Asturias como heredero de la Corona y la capacidad de magnificencia del ser humano cuando coinciden la capacidad y el trabajo.

El pueblo genera premiables a que admira y premia como ejemplos para el pueblo. Y los premia a través de una fundación creada por el pueblo y ofrecida al Príncipe como símbolo de esperanza –el heredero es siempre la esperanza que viene y justifica a la vez nuestro empeño y nuestra ilusionada esperanza- apuntando al futuro siempre mejor-, pero a la vez como ejemplo que colectivamente le proponemos.

Hay toda una simbología que admira, exalta, premia y genera o, si se prefiere, regenera, que siempre el futuro está hecho, además de materia nueva e ideas nuevas, de las cenizas de las del pasado y sus logros más admirables y por ello destacados.

Cuando cada año, el Príncipe, de pie, hace entrega de los atributos de cada premio, está reafirmando la solidez del triángulo, pueblo, Príncipe, premiados con que a partir de los cimientos de nuestra cultura y a través de nuestro hecho social, nos atrevemos a afrontar lo que viene y los premiados, mediante su esfuerzo y con su capacidad, nos anuncian y perfilan.

jueves, 20 de octubre de 2011

No merece la pena hablar ni de política ni de economía. La política la adulteran sus profesionales, la economía sus sordomudos.

Cualquier viajero de un mediano fuste, yo nunca he pasado de ahí, como turista de tercera que llegué a ser, en aquellos inolvidables vagones forrados de madera de pino, advierte en seguida que a donde quiera que llegues, hay gente que justifica el calificativo de hermosa que le adjudica sin reservas Saroyan en su Comedia Humana.

Deduzco que son por lo tanto los políticos quienes con sus tejemanejes y enredos nos complican la vida e inventan enemigos donde no hay más que semejantes. Nos motivan para la amarradiella con los vecinos, cuando los vecinos se nos parecen tanto que no hay duda de que podríamos entendernos con ellos con la mayor facilidad.

La economía es otra cosa. El dinero, como el oro que debería respaldar las emisiones de billetes, atrae por sí mismo, obnubila, tienta de apoderarse de lo ajeno y de esconder lo propio, bien enterrado, oculto, a buen recaudo, lejos de las manos de quienes parecen siempre prestos a tratar de arrebatarnos nuestra parte del botín.

La economía es un problema de fingidos sordomudos que simulan no entender más razón que las que asisten a su definitivo propósito de esconder lo propio y pretender lo ajeno para tratar de acumular siempre un poco más, cuanto más lejos mejor y mejor oculto de la ambición del prójimo.

La indispensable sociedad humana se convierte así en campo de batalla, allí donde debería serlo de encuentro solidario y cooperación recíproca.

Puede que ya no nos quede más remedio que reinventarnos. Asusta que los astrónomos, en su insaciable curiosidad, estén descubriendo planetas lejanos y posiblemente aptos para la vida, en que se desencadenan fenómenos que podrían parecerse a los que poblaron en su día la Tierra.

Cualquier día, alguien habrá escrito una brillante novela de ciencia ficción y como C.S. Lewis cuando la trilogía de Perelandra, nos contará la parábola de otro Paraíso posible, para ensayar de nuevo en otro lugar del universo, a partir de nuestro posible fracaso colectivo.

miércoles, 19 de octubre de 2011

El lehendakari vasco ha llevado, leo, convicciones equivalentes a las mías a Harvard, donde le han escuchado con atención. Cada vez son más los convencidos de que a la salida de nuestras turbulencias actuales habrá un panorama social y económico tan desconocido como lo que fueron encontrando los exploradores tras el sucesivo descubrimiento de los continentes lejanos. Y, cada cual por nuestro camino, a partir de la conclusión de que los nuevos grandes mercados de la aldea global hacen necesaria para competir en ellos la creación de grandes unidades económicas de producción diversificada, proponemos diferentes modos de tratar de lograrlo.

Somos todavía pocos, sin embargo, y aún la mayoría sigue empecinada en las soluciones provisionales, las medidas monetarias y los remiendos a cada vez más luces insuficientes. Permanecen los iluminados a que ofusca su ego y se empecinan en que ellos por sí solos pueden emprender caminos de caravana. Me atrevo a pronosticar que con los retrasos que provocan, podrían considerarse responsables de los conflictos sociales que suelen seguirse en la historia del empeño en no evolucionar según las necesidades de cada época.

Cada vez más gente manifiesta, en cada caso y grupo a su manera, la inquietud que provoca sentirse descolocado en un paisaje, en este caso un ámbito socioeconómico que paulatinamente va dibujando cada vez con mayor nitidez su perfil esencial y sus características circunstanciales.

Como contraste, me doy una vuelta hoy miércoles, día de nostálgico mercadillo comarcal por el de mi pueblo, con su churrería, las liquidaciones de saldos de zapatos, frutas variadas y los habituales subsaharianos que venden carteras y cartapacios, bolsas, relojes y gafas de sol, hierbas para cualquier clase de dolencia, flores y plantas, quesos de teta y jamones del país, guates, calcetines ya de lana, escarpines todavía, cascabeles, esquilones y madreñas, cestos y herramental.

De nostalgia, como de ilusión, también, pienso, se sobrevive.

lunes, 17 de octubre de 2011

Nadie puede detener el otoño. Nadie puede detener la gripe. Nadie puede sacarnos de las crisis. Da pena releer algunas de las novelas de ciencia ficción que allá hasta por los ochenta, auguraban que el año 2000 sería el de los milagros de la ciencia y de la técnica, el 2005 la repera y el 2010 la releche.

Bueno pues aquí estamos, en el 2011 casi vencido, algunos, como el que suscribe, de propina ya y no era para tanto.

Quitando que a los que mandan cada vez se les enreda más la falta de ideas y que en cambio son mucho más astutos para sacar los cuartos de las huras de los que no mandan y quitando los telefoninos que vinieron a sustituir a la multitud de artilugios que a través de pinganillos en las orejas pusieron en órbita el invento de la música peripatética, pocas cosas hay significativas, además, desde luego, del ordenador portátil y sus tabletas no sé si complementarias o suplementarias.

Me parecen a mí mucho más espectaculares los automóviles agua, mar y aire, todavía por inventar en serio, los coches auto o teledirigidos, el dominio de la telepatía y la telequinesia, por fortuna todavía arcanos.

Habrá habido, pienso a veces, un error. Se querría decir año 3000, cuando otra cosa se dijo. Porque esto de los adelantos –ocho coyotes clonaron estos días, que para qué mil pares de puñetas querrá nadie clonar ocho coyotes-, parece ser significativo contando por milenios. De mil en mil años, se inventó la máquina de vapor, andamos a punto del objeto volador unipersonal y se han entrevisto pasar los neutrinos, haciendo burla a Einstein.

Y pasaremos, en busca de energía más limpia, de la fisión nuclear a esa especie de conmixtión nuclear que dicen, interpreto que es lo contrario de la fisión.

Pero vienen, sea como fuere, el otoño y la gripe, los sudores fríos y las temperaturas calientes, las narices tapadas y las toses profundas, estornudos y aspirinas o sus sucedáneos, vaya por Dios, que ahora que la habían inventado en una versión efervescente y otra sin agua, dicen que es peligrosa para no sé qué. Y tendrán razón, porque ¿qué hay bueno que no sea malo para algo?

Te vacunan ¿Inmuniza? Bueno, hombre, no es seguro, pero, cuando menos, o es inocua o te da más leve. ¿Cuánto leve? Va en constituciones.

Mala la hubisteis, franceses, en esa de Roncesavalles. Malo si para calcular el efecto de la vacuna hay que releer, interpretar o cambiar la constitución. ¡Que no, hombre, que no has entendido nada!. Verás, volvamos da capo: nadie puede detener el otoño ni la gripe …
Puede que a la larga, estén destinados a reencontrarse y que el Centro Niemeyer deba convertirse en un futuro más o menos próximo, en domicilio de la Fundación Príncipe de Asturias.

Y me doy cuenta de que proponer la idea supondrá una conmoción inicial, pero entiendo que a pesar de todo debe ser examinada, y, si se llegara a la conclusión de que no conviene, rechazarla. Insisto, más o menos lejos en el tiempo, irá pareciendo más lógico, como lo acabará siendo reconvertir la Universidad de Oviedo, o crear la alternativa de una Universidad del Principado de Asturias, con un solo campus equidistante de Oviedo, Gijón y Avilés, una Universidad puntera, atractiva para emprender desde la perspectiva boloñesa un camino universitario moderno, justificado por los seminarios humanistas y los laboratorios de investigación.

Si aquí tendremos los más prestigiosos maestros y los investigadores más profundos, vendrán los mejores estudiantes, se pretendería, por lo menos en mi sueño, de toda Europa.

Abandonada la quimera del carbón, cerrado el camino del hierro y del acero, predestinados al aprovechamiento forestal preferente, nos queda o inventar producciones competitivas o importar factorías de grandes grupos empresariales.

Un gran matadero industrial podría justificarse para atender al consumo interno del Principado y exportar calidad, hasta la cantidad, concepto secundario, que fuese posible. Enganchar su creación, consolidación y desarrollo comercial en la organización de la Central Lechera.

Un mundo rural recreado para el turismo. El mejor turismo rural del mundo. Manos a la obra para que sea posible soñarlo y desarrollar su proyecto.

domingo, 16 de octubre de 2011

Esta generación no verá la salida de la crisis. No bastan veinte años para lograrlo. A partir de esa afirmación, que baso en la imposibilidad de que con lo que actualmente se produce y vende pueda generarse el líquido imprescindible para pagar lo que se debe pública y privadamente, se podrá empezar a hacer planes.

Es urgente hacerlo. Hay tanta gente sin trabajo y con pocas perspectivas de lograrlo, que ayer se echaron a la calle en todo el mundo muchos cientos de miles de personas, que, por cierto, al no saber qué pedir, piden lo imposible.

Todo un aviso para la que llamó don Jacinto ya hace tanto la “ciudad alegre y confiada”. Había muchos problemas entremezclados, muchas protestas trufadas de indignaciones, odios, resentimientos y demasiados asuntos pendientes.

Corre prisa salir del paro y publicar un boceto para la nueva sociedad que ilusione a los airados, los indignados, los frustrados y los escépticos, de momento todos en el mismo carro de la protesta masiva. La masa no piensa. La masa crece con levadura de consignas interesadas que sustituyen a la ilusión de una idea.

Deberíamos haber empezado ya a tomar medidas para la indumentaria del mundo que viene. Es urgente. Tenemos veinte o veinticinco años como mínimo para reconstruir, que en este caso es inventar la nueva sociedad. Una labor en que el primer fracaso serio sería no lograr la unidad política de Europa cuanto antes. Mejor ayer que mañana.

Restaurar los principios, sobre respeto máximo de la regla común de que debemos tratar a los demás como queremos que los demás nos traten; sólo de ese modo aprenderemos que la dignidad personal se adquiere mediante la conducta personal y que esa dignidad debe ser fomentada y respetada como base de la solidaridad interpersonal indispensable para cualquier entramado social.

Aprender a generar riqueza –tanto moral como material- y procurar que se redistribuya, en parte con justicia, en parte con equidad y en parte con caridad, pero siempre con cuidado respeto de la dignidad.

Con ello no desaparecerá la parte oscura, no es posible que tal cosa ocurra, habida cuenta de nuestra naturaleza en que resulta indispensable el equilibrio de la materia con la antimateria. Pero la corrupción no sustituirá al orden ni el crimen organizado al organigrama administrativo de la autoridad.

La política, entiendo, debe ser el arte de mantener la convivencia en que consiste la única vida posible, y la economía ha de ser una herramienta que pienso que no deberíamos confundir con una religión.

La religión es indispensable para equilibrar la vida con la muerte y tratar de entender.

sábado, 15 de octubre de 2011

Es sorprendente, siniestro, tremendo. Hay gente que se asocia para hacer daño, extorsionar, matar. Incluso se alquila, por dice la notica periodística que módico precio, para matar a otro, desconocido para ellos, no es nada personal, lo identifican por medio de fotografías de frente y de perfil. No te equivoques. Le parecería mal a quien hace el encargo. Tan cobarde que no se atreve a matar por sí mismo y encarga a otro el trabajo sucio, con el paradójico encargo de que lo haga pronto, sin prisa ni pausa, pero en cualquier caso con limpieza.

¿Qué clase de mundo hemos inventado, qué clase de sociedad donde matar es una industria rentable, una dedicación en concepto de asociado o de autónomo? Habrá asesinos que trabajarán solos, sin sociedad que ampare su trabajo, es decir, sin empresa con organigrama y demás. Como mucho, con uno o dos ayudantes que garanticen la alevosía.

Por lo menos, esos americanos que motejamos con frecuencia de primarios, de ingenuos, permiten comprar armas y tenerlas en casa para intentar defenderse con igualdad o aproximación de oportunidades al sicario que viene armado hasta los dientes. Y eso, cuando no defenderse, permite suponer que elevará el precio de las ejecuciones por encargo particular o disuadirá alguna vez al encargado de realizar el trabajo.

Aquí decimos que no, que la civilización consiste en suponer que la fuerza pública es más que suficiente para que casi todos vivan impunemente. Se ve que la idea tiene mucho de equivocada. Lo acreditan en primer lugar esos ajustes de cuentas por encargo, pero además y también, las ya numerosas agresiones de hombres y mujeres o similares a sus respectivas parejas. Esa ley infame del “o pa mí o pa naide”, cuyos preceptos se aplican día tras día, con armas de fuego o blancas, con armas improvisadas mediante objetos domésticos del quehacer diario, con las mismísimas manos, que antes acariciaron con por lo menos fingida ternura.

No soy capaz ce entender cómo con estos asuntos pendientes, hay quien se preocupa en cambio por si prohibir o no las corridas de toros o la protección de los ratones campestres, que he oído decir que se prohíbe usar las viejas bañeras como abrevaderos a campo abierto porque si se caen dentro los pobrecitos ratones, al no poder salir, se ahogan. Cosas veredes …
Loussier embarca a Beethoven en una barquichuela de jazz mientras escribo un pregón de Navidad que remato con versos descriptivos de un belén. El ordenador, que sabe hacer varias cosas al mismo tiempo, sin más traba que ralentizarlas todas un poco más, copia su renovación de programas. Astuta gente, ésta que vende ordenadores y software en general. Usted no se preocupe. Está actualizado para cierto tiempo. Cierto tiempo es una expresión ambigua, como las de algunas leyes fundamentales, que permiten cierto número de inciertas interpretaciones. Modifican el programa. Y ahora, las nuevas aplicaciones no podrán utilizarse si no está usted a la última.

Te convierten en friky, comoquiera que se diga y escriba, que ya sabéis lo que quiero decir. Esos que andamos después pendientes de la promulgación de sucesivos decretos de modernización del aparataje, que suelen, eso sí, vender a un precio generalmente razonable porque lo importante es el consumo sucesivo y en masa,

Mover la masa.

Ya lo decían las buenas cocineras “a dulces” antañonas. La masa hay que cansarla hasta que te canses tú de sobarla y sobarla para dejarla a punto, suave y a la vez untuosa, que no se rompa ni disloque esa textura como de caricia que el paladar sabía apreciar y que se ha perdido con los precocinados y los perros calientes, que mira tú que hay que tener hambre para calentar un perro y comérselo a fuerza de mostaza.

Observo, a propósito de esto del arte culinario, que los candidatos de las elecciones ya parece que se han dado cuenta de que en un mitin se cocina poco y mal. Que vale más reunirse con grupos pequeños de incondicionales, donde dejar que se escapen perlas ocurrentes, a poder ser urticantes para el prójimo antagonista. La ocurrencia es pocas veces ingeniosa, pero los incondicionales no vacilan en sazonarlas de parabienes, aplausos y sonrisas cómplices, que a lo peor, útiles no son para ganar, pero reconfortan y levantan el ánimo del candidato.

jueves, 13 de octubre de 2011

No ye tan difícil d’entender, digo yo. Al fin ya’l cabo no ye más qu’el rudimento de lo que vino más tarde, el romance, poco a poco cada vez más elaborado y más eufónico.

Po los entresijos quedaba este medio falar sin acabar de cocer, como’l agua cuando remansa, que se queda quieta, en silencio ya pa que se muova tien que abrir la xente canalinos y poco menos qu’empujala. En seguida que sal del furaco vuélvese otra vez cantarina, alégrase d’espluma, sal d’estampía, camín de la mar.

Mirándolo bien, hay que reconocey al buen padre Dios que lo tien tou bien organizao. Chueve, métese’l agua po la tierra, fartúcala ya, sin más, ponse a baxar al río, hazse río y hala, pa la mar outra vez. Ya venga ya dai, que desde que entamou todo, ya nun volveu parar.

Echar, echonos del paraíso, pero dexó la mayor parte de las cosas como taban. Na más que, pa cógelas, más esfuerzo, lo que se diz trabayar. Que taba yo pensando po la tarde que si no fuera qu’inventamos el jodío dinero, no íbanos tar tan mal como tamos.

El dinero ya la leche, Ya tan fácil robalo o escondelo que diría yo que la mitá de la xente ta siempre mirando’l modo de quedase con lo de otro pa xuntalo a lo de’l. Otros acapáranlo, métenlo debaxo la cama, ‘nel calcetu o tapao con ladrillos. La cosa ya tener mucho, cuanto más meyor, ya’l que venga atrás que se joda ya’rree.

Taría bien dar marcha atrás. Al fin y’al cabo, bien fácil. Quitas los coches grandes ya pequenos, elk que quiera ir a’lgún lao que vaya andando, a caballo o en carro ya ta fecho. Mercau los domingos, dejase de chatarra ya maquininas, tirar los patacones, calcula’l tiempo po’l cielo … de día miras pa’l sol, de noche tan las estrellas.

La tele ya’l radio, rómpeslos a’chazos ya’l periocodo que-y-lo vayan vender a su mai.

Alba de Céspedes, ya semiolvidada, escribió un libro cuyo título original me ha impresionado siempre: “Nessuno torna indietro”, es decir, “nadie vuelve atrás”.

Los tiempos, contra aquella infundada aseveración de que “cualquier tiempo pasado fue mejor", van siéndolo a medida que avanzamos. No podemos sin embargo sustraernos a la tentación de la nostalgia, los bucles melancólicos, que dice mi admirado Juaristi, que en una de sus poesías más enternecedoras dice que nuestros padres nos engañaron. ¿Qué iban a hacer, los pobres, si estaban convencidos de estar en posesión de verdades completas y definitivas?

¿Fueron un poco más felices suponiendo que el estado del hombre no era, como evidentemente es, la duda? ¿Estamos nosotros en lo cierto ahora, cuando lo pensamos y decimos? ¿Estamos engañando de nuevo a nuestros hijos?
Se hunde, bajo una impresionante riada, Bangkok. No estuve allí jamás, pero el perfil de sus edificios tan diferentes me sugiere sensaciones parecidas a las que en su día me escribió Venecia en el papiro del alma.

Hay ciudades amenazadas supongo que porque pertenecen realmente a la mar y la mar las reclama, en el caso de Venecia con el acqua alta, que amenaza, burbujeante, con comerse sus propios reflejos.

Ahora es Bangkok también. Dicen los periódicos que jamás había habido una riada semejante. Y es que siempre viene de la mar una ola mayor, un tsunami más o menos esperado, que arrasa hasta nadie pudo nunca prever cuánto.

La gente de orilla, los que nacimos a la de la mar, donde siempre cabe de que de la mar lleguen sorpresas, sabemos que la piel del agua oculta siempre posibilidades, incluso probabilidades de misterios.

Cada ola trae de la mar una leyenda. Incluso las olas pequeñas, que apenas mueven la espuma, que dan a la arena o a las peñas de la base del acantilado besos como de ala de mariposa.

Dicen que de la mara salieron los primeros seres elementales, pero ya vivos, que la mar es el origen de la vida sobre la tierra, pero también es muerte o brazo ejecutor de la muerte. Capaz de tragarse la inmensa mole de un trasatlántico o de un portaviones y en un abrir y cerrar de ojos, en cuanto se hunde todo, capaz asimismo de cicatrizar la piel de su agua como si allí no hubiera pasado nada.

Y nos cuentan que al mismo tiempo hierve lava bajo la isla de Hierro, huele a azufre la playa tiemble la tierra. Otra vez la mar alrededor. La tierra y sobre ella el agua, el fuego y el aire. Cuando el aire, el fuego y el agua combinan su furor, sentimos, aprecio mi pequeñez.

miércoles, 12 de octubre de 2011

Todo el mundo fue a ver el desfile, menos los cultivadores del flores, que las llevaban en brazadas a la plaza del Pilar de Zaragoza, donde una paloma, que ya habrá muerto, digo yo, que no sé cuánto viven las palomas, le cagó a mi hermano Emilio, que también murió, cuándo íbamos camino de Barcelona a ver a mi hermano Pepe, que también ha muerto.

Los desfiles siguen llamando la atención y la vocación de los niños, brillantes, marciales, musicales, enardecedores, llenos de entusiasmo y banderas, solo que los desfiles te dejan siempre recuerdos de guerra, cuando viviste alguna, y los niños de mi generación fuimos navegando por la orilla de todas las guerras habidas y por haber, grandes y pequeñas, todas horribles, catastróficas, salvo para quienes, que los hubo y muchos, se enriquecieron con ocasión o como consecuencia de alguna de las muchas guerras que a otros nos vapulearon, conmocionaron y al final nos dejaron como guiñapos inservibles, procedentes de un naufragio, en una playa lejana a unos, y a otros en la misma nuestra, pero ahora alcanzados por la parte sombría.

Aviones, cañones, soldaditos como de plomo, sólo que de carne, hueso y arrogancia, caballos que caracolean, hermosísimas marchas militares, gentío que aplaude, cuando mi padre, que nació en La Habana todavía provincia de España tenía unos trece años, estalló la guerra que llamaron “chiquita”. Iban soldados españoles, desfilaban e iban a liarse a tiros con los “insurrectos” y allí murieron, en los bosques de caña, en la manigua, entre habaneras y calima, y cuando tenía como dieciséis vinieron los yanquis e hicieron pedazos los últimos barcos de la Invencible, todavía de madera y se quedaron con el santo y la limosna, mientras en España inventábamos la decadencia y una y otra vez nos empecinábamos en venir a parar a la esperanza de una Unión Europea que no llega nunca y nos va a dejar, si se retrasa, en los puros huesos, a menos que …

¿Pero hay remedio? Pues claro que lo hay. No tendríamos más que cambiar. Quitar este disco rayado, este LP y darnos cuenta de que estamos a la salida de unas crisis amontonadas, enlodadas, confundidas y no haría falta más que aclarar las ideas y ponerse al tajo, cada cual a un tajo. Inventar y trabajar. De una vez, dejarse de la broma de Noel Clarasó cuando apuntó en sus deliciosas “máximas de Blas”, que eran tales el amor y la admiración que despertaba en Blas el trabajo que no podía vivir sin ver trabajar.
Convocaba la Guardia civil, hoy, día de la Pilarica, el de su patrona, Nª Sra. del Pilar que “no quiere –dice la jota- ser francesa, que quiere ser capitana de la tropa aragonesa”, y se llenó como casi nunca, a misa de doce y media la iglesia parroquial de mi pueblo, lo que se dice de bote en bote, de hombres, mujeres y niños de todas la edades, comprendidos la adolescencia y el presenio. Que te digo que incluso cuando temible y antipática, la Guardia civil ha tenido siempre cosa de ser del pueblo y de que te sientes mejor cuando podría haber cualquier clase de peligro y aparecían por parejas los tricornios charolados y las capas, manchadas, dijo el poeta, de tinta y de cera.

Y mientras tanto ...

Los presidentes francés y alemana, venga de darle vueltas al hilito. Miren los dos, o se unen Europa de verdad y de una puñetera vez o el invento se atascará, con la única alternativa de una devaluación general y condonación de por lo menos media deuda. Lo demás, pamplinas, tortas y pan pintado, que no se empeñen, que ni hay más cera que la que arde ni más dinero que el real y no se anden jugando con el virtual, no sea que los ciudadanos les vayamos a decir que ya nos hemos dado cuenta de que una parte importante, papel de periódico recortado e intercalado con el otro bueno en el sobre, como cuando el timo de la estampita.

Y no insistan en poner el sambenito a los bancos. Cuando más, los bancos, cómplices, pero ¿desde cuándo y en qué código penal del mundo civilizado se considera más graves la culpa y la responsable del cómplice que las del autor?

Por lo que leo, mediante la siguiente vuelta del torno, ya en curso, vamos a “descubrir” cuánto de la deuda de las administraciones públicas del mundo y de cada país está congelado en el haber de unos bancos que, como es dinero que debe un deudor “seguro”, no es necesario provisionar la duda.

Aparecerán, aquí y allá, bancos cómplices de unas administraciones embarcadas en curiosas utopías a cual más fantástica o en la apariencia de cumplimiento de inasequibles promesas electorales o faraónicos proyectos de máquinas inservibles, carreteras sin destino, distribuciones por medio de obras públicas o contratadas de servicios inalcanzables, pero ¿cómo podían los bancos negarse? Abundaba en apariencia, parecía que rodaba el dinero. Alguien habría –tenían derecho a suponer los prestamistas- haciendo cuentas, aunque todavía fuese con gorra verde semitransparente y los manguitos haciendo juego. ¿O no lo había?

martes, 11 de octubre de 2011

Hoy es uno de esos días que cada semana dedica al dios griego antropomórfico de la guerra, Marte. Lo pintan siempre armado y desafiante, torvo y amenazador. El martes es día desafortunado del refranero, en él, “ni te cases ni te embarques ni de tu mujer te apartes”, y lo peor es cuando cae en trece, que hoy no, hoy, por poco, es once del mes de octubre, el octavo mes, que ya no es octavo, sino décimo del calendario gregoriano.

A fuerza de acontecimientos mayores, medianos y menores, la gente ha ido colgándoles a los días y los meses identidades que luego se borran al cambiar las circunstancias, pero no los nombres.

En Córdoba, “lejana y sola”, no se si describe o define García Lorca, desparecieron el sábado dos niños, dos hermanos, que la mayor tiene seis años. Despliegue de sospechas, agentes y perros, pero los niños no aparecen. ¿Se fueron solos? ¿Se los llevó alguien? Tiene que ser horrible para un niño perderse o que deliberadamente lo pierdan en este tumultuoso mundo. Y no digo para su desgraciada familia.

Si alguien se lleva a uno o a varios niños y los esconde, los roba o incluso los mata ¿qué debe hacerse, si se le logra identificar y coger? ¿Cómo se puede en caso como éste, restablecer la justicia, reequilibrarla, como decía Sócrates que debe hacerse en todo caso?

Por la noche, habrá fútbol internacional. Muchísima gente aullará animando o insultando a los contendientes. Los niños ¿habrán aparecido para entonces? ¿Vivos y aterrados? ¿Muertos? Tal y como son los niños, hasta cabe que aparezcan, el buen padre Dios lo quiera, doblando una esquina, sonrientes, asidos de la mano, comiendo una gominola y asombrados preguntando por qué tanto barullo en su calle. Ojalá.

lunes, 10 de octubre de 2011

He ido completando cinco libros de versos. Demasiados. Cuando se escribe mucho, lo malo, que es siempre más probable que lo bueno, probablemente se multiplica. Tengo la ventaja de que no tengo pensado publicar, lo malo se queda, lo mismo que lo bueno, menos probable, se quedan conmigo ahí en la estantería. Parece un bazar –dice mi mujer, indecisa, con trapo del polvo y una brocha en las manos-. Y pasa de largo, dejando que el polvo se acumule sobre piedras, muñecos, una miniatura de un crucero del Camino, el león con cara de bueno que lleva escrito en la peana “soy una fiera”, varias hadas, un niño que tira una cometa, palmatorias, bolas, barquitos, fotografías, cada una con su epitafio, de nuestros perros muertos, el pequeño reloj con un pajarito de plata encima, dando de comer en el nido a su polluelo. Cinco libros se pierden, en ese tumulto, junto a sesudos libros y otros que se burlan, como Luciano de Crescenzo, de la seriedad excesiva del estudio en serio de la Filosofía.

La Filosofía, según mi conclusión, es la madre de todos los caminos que se dirigen hacia la sabiduría. Cualquier cosa que sepamos, creo que tiene la última punta de sus raíces en la Filosofía. Que, desde Zenón, en el fondo un humorista, tiene su gracia oculta entre los pliegues de las túnicas con que me imagino a Sócrates y su tertulia deambulando por los vericuetos, más que calles, de las ciudades de su tiempo.

Hay libros de poesía, también, de autores de verdad, poetas inmensos, y otros mediocres, y hasta alguno malo, pero que yo aprecio, también, porque creo que quien se esfuerza por hacernos saber lo que siente atrapado en el torbellino de este mundo, pro mal que lo haga, merece mi admiración, y mucho más, mi respeto. Y sesudos libros de ética, y preocupados y preocupantes de Hans Küng, y, muy cerca la colección de Harry Potter o los policíacos entrañables de Tony Hillerman.

No sigo, un pupurrí de sendas que se entrecruzan sin orden ni concierto, como he ido yo leyendo toda la vida, a trancas y barrancas, pica de aquí o de allá y por eso lo de haberme aficionado por igual a la paradoja y la digresión. Dos aficiones que salvan de la seriedad y el miedo que se sigue de la curiosidad por aprender, que te lleva a horizontes tantas veces amedrentadores. Mira que si fuese verdad lo que dice ése; o si fuese mentira lo que apunta este otro …

El sentido del humor, a través de las paradojas y las digresiones, es a veces la única tabla de salvación que te permite regresar a puerto, cobijarte de tu propio viento. En casi todos los puertos hay una taberna vieja –las describía de modo magistral Simenon-, y, en ella, un grupo de marineros sumidos en la soledad de sus recuerdos o agrupados en torno a su canción, en este caso, una habanera. Cantan muy mal, para cualquier oído musicalmente educado, pero lo hacen de un inimitable modo conmovedor, que eriza la piel del alma en carne viva. Cuando callan, el silencio, flotando en la dudosa semioscuridad de la atardecida, que perezosamente combate una bombilla empañada, queda polvillo de oro viejo patinado, que huele a mar y lejanías inalcanzables.

domingo, 9 de octubre de 2011

Se mete el otoño por debajo de los aleros, mirando si se dejaron las golondrinas plumas, o las cigüeñas. Las cigüeñas, que yo haya visto, no llegan nunca tan arriba, hasta la mar de todos los nortes, que es el Cantábrico, este pedazo de Atlántico más allegado a la tierra, más acostumbrado a que el hombre le abra heridas, para bien o para mal, para pasear o hacer la guerra. El Cantábrico es el trozo de mar que canta o se enfurece al son de gaitas y cornamusas. Ha dado de comer a mucha gente y se ha llevado, no sé si a cambio, muchas vidas e ilusiones. El Cantábrico, desde la playa, se adivina que es un mar con mucha historia.

Por este camino de esta mar, de plomo y calma estos primeros días de otoño, con reverberos de oro o plata, según las horas o tal vez el humor, le vinieron a nuestra tierra de la gente del norte muchas de sus peculiaridades actuales.

No hay ahora tantos, pero hubo multitud de niños que miraban el horizonte, soñaban y se apuntaban a las marinas mercante y de pesca o a la de guerra. Ignoro por qué, ahora la juventud mira más tierra adentro, o se ensimisma con tanto aparato como te ayuda a leer, investigar, recorrer, mirar. Desde la mesa, a través de la pantalla, puedes tomar apariencia de contacto con el mundo.

El peligro está en que pienses que para vivir basta con ese contacto virtual, a todo más intercambio de palabras, pasada de imágenes, cuando es tan indispensable para estar vivo tener al otro, digan lo que digan los filósofos que somos reales u hologramas, al alcance de la vista y de la mano, estrechársela, percibir los matices y semitonos de la conversación, hacer la caricia, o, por qué no, sacudir el sopapo de que habrá que arrepentirse en seguida, es cierto, pero es parte de esa convivencia real en que la vida consiste, con la otra vertiente empeñada en el ensueño de ir a buscar el horizonte desde que los viejos venimos de regreso con la noticia de que de un modo u otro vale la pena haber ido, haber conocido gente, haber estado en este mundo, aunque sea con esta incertidumbre, este miedo final a seguir haciéndolo todo, como siempre, mal, con el que hay que aprender a conformarse para evitar los dos desordenados extremismos del escepticismo o la desesperación, sombrías antípodas del amor y la esperanza sin los que todo habría sido inútil camino hecho a ninguna parte.
Y por fin, domingo, de nuevo el sol, fingiendo verano, y gente a la playa, que mes que le arrebatemos al otoño es un mes menos de fríos y espantos, en el camino emprendido ahora hacia la Navidad, de que nos separan menos de dos meses y medio, con elecciones intercaladas.

Mala la habréis, quienesquiera que ganéis, que os vais a encontrar con la tierra asolada y las ruinas, si acaso, de algo tan irreconocible como aquel lujo y quien lo trujo de la entrada del euro, cuando pareció que habían bajado los precios y lo único que era más pequeño eran los números, y la gente, hermosa gente una vez más, se echó a la calle con sus euros enroscados y sujetos con una gomita, como en las “pelis” llevan los americanos más ricachos del Norte sus dólares, que ellos les llamaban “pavos” en las de gangsters. Los gangsters son los que más dinero han movido siempre “en billetes pequeños y sin marcar”, en cambio la gente lo que suele mover con mayor alegría son las ya famosas tarjetas de crédito. Las dos patas de la época son los teléfonos de bolsillo y las tarjetas de crédito, ambos cosa de nada y menudo par de sacacuartos. He observado que por donde antes iba la chavalería con un reproductor de música a todo vapor y unos auriculares mínimos metidos en las orejas, ahora, para entretener el camino, van dando la vara a alguien o haciéndole la corte, según, mientras hacen los recados, con sendos teléfonos de las más variadas formas y modelos.

Astutos comerciantes y empresarios, los regalan. Claro. Lo importante son las facturas de uso de fin de mes. Inexorables. Pagar o cortar. Hay, me dicen, quien se dejaría cortar partes y cosas increíbles, inverosímiles, con tal de que no les corten el telefonillo.

Me pregunto qué pasará cuando dejen de pagarse en masa las facturas del teléfono y los saldos de las tarjetas. Lo de las tarjetas está llegando, según mis noticias. De lo de los teléfonos me consta menos, pero también llegará.

Leo que ya hay más gente que dice en los periódicos que las deudas actuales de la humanidad son impagables y que no habrá más remedio que condonarlas en parte. Cuando eso llegue, será, auguro, como un terremoto económico del siete por lo menos de la escala equivalente a la de los seísmos.

sábado, 8 de octubre de 2011

¿Estáis seguros
de que he de morir?
¡Si ni siquiera recuerdo
haber nacido!
Sabes que es tu fotografía,
te conoces,
pero
¿sabes lo que pensabas?
¿Sabes qué hiciste, aquel día
que parece tan feliz,
puesto que sonríes ...,
por cierto, a quién?

Ni siquiera sabes
el nombre del autor
de esa conmovedora fotografía.

Mírate bien.
¿Eres tú?
¿Existió aquel día?
Antes -¿cuándo fue antes? ¿cuándo será después?-, escribía, cada poco publicaba un libro y luego me preguntaba si habría sido un buen libro. En mi defensa, añado que jamás cobré un duro, ni siquiera una peseta, por la venta de alguno de mis libros. Cedí siempre el eventual producto a alguna obra benéfica. Por lo tanto, excluido el interés económico, me movía una vanidad personal inevitable. Mala cosa, la vanidad. Cuando te acosa empiezas a tratar de escribir para que guste a alguien. Ha llegado el momento de recluirse, ensimismarse, escribir con la debida humildad aquello que se nos ocurre y ya está. Va quedando, se amontonan papeles, libretas, molesquines. Ahora a veces un poema es menos que un haicú, otras veces queda a medias de decir, porque ya nos hay más mensaje, o lo había, pero no alcancé, escribiendo, al viento que llevaba las palabras adecuadas en su buche de mil alientos.

Cuando no te importa si lo que escribes gustará a nadie, es como hundirse en una bañera espumosa de palabras, que vas diciendo como en una intimidad donde, como ocurre cuando sueñas despierto, puedes conducir hasta cierto punto las cosas y convertirte en Peter Pan o el Capitán Garfio, o hasta en viajero de las estrellas o descubridor del fondo del mar, donde ya no hay nada más que oscuridad y criaturas ciegas, de belleza o de fealdad inimaginables.

Avanzo lenta y deleitosamente por las páginas del “Yo confieso”, de Jaume Cabré, asisto a la presentación del un libro de poesía escrita en una de las falas de esta tierra, me apuntan, junto con varios muy queridos amigos a servir para algo en una eventual reconstrucción de sus esquemas, los de esta tierra. Sigo vivo. Una vez más, cito a Luis Rosales: “gracias, Señor, la casa está encendida”.

viernes, 7 de octubre de 2011

Hoy, por primera vez, me he perdido en el bosque. Es una sensación que no percibes hasta que has salido, ves de nuevo el paisaje y descubres que estuviste en ese otro mundo, más allá de los cuentos de hadas, donde nada es ni verdad ni mentira, pero es algo y allí estás tú, en este caso yo, con la cara de tonto que senos queda a los humanos cuando descubrimos que era cierto lo que nos decían de que había otros mundos. Para quienes no están en el tiovivo de la habitualidad, cogidos de las crines del caballo de cartón mientras permanezcamos asidos a la cual iremos medianamente seguros de no caernos donde estuve yo hoy, un poco más allá de lo más profundo del bosque, pero sin empezar a salir por otro lado, es decir, en esa parte de bosque donde sólo llegan los ilusos, los poetas, los tontos, los vagabundos y los ancianetes, cual es mi caso, que se creían que esta mañana era todavía jueves, cuando lo cierto, dice el calendario, era que es ya viernes. O yo estuve perdido hasta encender el CP o han puesto en marcha ya esa consecuencia de haber localizado a los neutrinos, que me sigue teniendo impresionado que digan que son más veloces que la luz, tal vez tanto como la tortuga de Zenón, a que todavía no ha sido capaz de alcanzar Aquiles, y yo hice con su ayuda esta mañana un ensayo cortito, de alrededor de veinticuatro horas, de los viajes en el tiempo. En mi caso, hacia atrás. Y durante alrededor de hora y media, estuve hoy en ayer. No duele.

jueves, 6 de octubre de 2011

Algo tendrá el agua, cuando la bendicen, y los botones, y los soldaditos de plomo, y las cometas, y el chocolate con churros, cuando todos sobreviven a las modas y se reimponen, cada poco, con su capacidad de encalabrinar y deslumbrar, más que entretener.

Los botones, por ejemplo, que todavía recuerdo aquellas broncas por un botón de nada, de la botonadura del abrigo, o, sobre todo, uno de los de gabardina, de hueso, con un bordecillo saliente hacia fuera en que se asentaban para el chut, y Marcelo los sacó a su blog, leído por gentes de las más olvidadas parcelas de este mundo traidor, pero sobre todo en Brasil, el lugar donde se juega el mejor y más abigarrado, deslumbrante y apasionado futebol do mondo, y algo tendrán los botaos cuando toda una multitud de colectivos, agrupa ya a miles de futbolistas de botones doblados sobre los más variopintos tableros, dale que ye pego a sus botones lijados, limados, perfilados, preparados para salir en busca del goooooooooool más deslumbrante, imposible, de rechuez con rebote a banda y amongongado, todo en una pieza.

Mira que habrán tratado de inventar un juego de futbol de mesa, desde mis años infantiles, a caballo entre los treinta y los cuarenta del siglo pasado, y setenta años después el mejor, inigualable, emocionado y vibrante sigue siendo, ha vuelto a ser, el fútbol de botones.

Por preinventar los holigans, apasionarme en un partido de fútbol de botones de que fui mero espectador, jugado en los escalones de un portal de la calle del Pilarín, de la Villa, sacudirle a un compañero de curso un carterazo y ocasionarle una herida en la cabeza, apenas un rasguño, comparado con las vicisitudes de la época, mi padre, a quien había acudido el de la víctima ejercitando la acusación particular, me motejó ¡a mí!, uno de los individuos más pacíficos de una generación como la mía, violenta entre las violencias de tantas guerras, de delincuente en ciernes, y, con absoluto desprecio de la presunción de inocencia y la concurrencia de atenuantes, me aplicó a mano una condena propia de la armada británica de cuando aquello del gato de nueve colas.
El único modo rápido y eficaz de iniciar la salida de la crisis económica sería consolidar la Unión Europea. Cada país pasaría a ser provincia, comarca, parcela de un todo, como tal ya no sólo solidario, sino unitario y por ello cada parcela pasaría a estar a las duras y las maduras de la economía del conjunto, con todas sus deudas vencidas y pagadas por vía de una especie de compensación.

La moneda única no es nada, si no es el primer paso de una unidad política, y, como consecuencia, económica del conjunto que en su día la acordó. –

Mientras no se consolide la Unión, los países yuxtapuestos mantendrán entre sí deudas impagables, y por ello una situación crítica progresivamente crispada. En el conjunto yuxtapuesto, la heterogeneidad económica es tal que mientras unos tendrán exceso, a otros no les llegará por ahora nunca la camisa al cuerpo.

Y entre tanto, el resto del mundo producirá grandes unidades económicas en torno a cada moneda competitiva en unos imprevisibles, crueles y desmesurados mercados financieros
Viene y zas, a cualquier edad, en cualquier momento, por ocupado que estés, proyectos que tengas y cosas que te queden por hacer. Steve Jobs tenía cincuenta y seis años. Estaba en esa parte de vida en que parece que el tiempo, clemente, se hubiera detenido y no pasan los años, nos sentimos en plenitud y capaces, todavía, de mover un poco el mundo, y capaces, por la experiencia que ya hemos adquirido, de moverlo en realidad, siquiera sea un chisquitín, que decía siempre mi madre, dejando así un punto o un asterisco en una de las páginas de su historia.

Lo que no es el caso de Jobs, que cada poco se subía a la tarima, todo vestido de negro, sonriente, y nos contaba lo que se había ocurrido para irle añadiendo trofeos a la manzana empezada a comer de su marca de empresa, su logo. Toda una serie de divertidos y encima útiles cacharros de que nos fuimos rodeando y que nos habíamos acostumbrado a esperar y, ahorrando de aquí y de allá, tratar de mudar cada año.

Ya se, hombre, que lo hacías para ganar dinero a costa de nuestro deslumbrado corazón de frikies hechizados, pero lo habías bien, con alegría y proporcionándonos, cada vez, un puñado de ilusión y otro de utilidad.

Desde este blog lejano, mi admiración, mi agradecimiento y una oración.

miércoles, 5 de octubre de 2011

Todas las ventanitas de la tele de España a ver cómo se casa ver si es verdad, la señora duquesa y se marca además unos pasos de baile, a la salida, de puro regocijo, que suecelencia se mofa de la vieyera agobiante, de las escaseces, de las crisis y se casa en Sevilla, en la capilla de una de sus casas, enormes casas en que debe ser tan tremendo vivir solo que suecelencia se ha casado para no estarlo, que, ya digo, para mí sería horrible, máxime cuando leo en una entrevista de hace días que las sillas son en su mayoría o hay muchas de adorno, y no conviene sentarse, no se desmoronen, piezas, como son, de museo.

Sevilla se ha puesto de fiesta, que mira tú lo que le hace falta a Sevilla para sacar las batas de cola y ponerse a bailar por sevillanas o como la señora duquesa, que se ha arrezagado la falda de volantes y el ya señor duque consorte tocó, que yo lo vi, las palmas.

Mañana, Deo volente, será otro día, pero el de hoy vino a rebosar de buenas noticias del fondo monetario y del banco de la comunidad y de los alemanes, que acceden a seguirse esforzando en dar largas al asunto de los pagos esos, pendientes, que a lo mejor, con las calores de este sorprendente otoño, maduran otra vez los membrillos y se produce el milagro y hay modo de ir pagando, aunque sea tarde mal y a trancas y barrancas.

A lo mejor es un regalo sorprendente, con ocasión de una boda sorprendente. Ya os había dicho que en cuanto apuntase allá lejos la lucecita de la salida del largo túnel nos empezaríamos a encontrar con signos, señales y síndromes de un nuevo mundo inimaginable, y ¿por qué no portentoso?
Zahorí. Eso es lo que quiero ser. Es la profesión del futuro de un mundo contaminado. Buscador de manantiales secretos, profundos hontanares de agua todavía potable.

Tanto dijo Pedro que había visto al lobo que cuando vino pudo acercarse impunemente a sus víctimas y rascarles con la uña de lobo el hombro: eh, tú, ¡que soy el lobo!, y el vecino, muerto de risa: ¡tú que vas a ser un lobo!; tú eres otra fantasía de Pedrito el del lobo. Y, glup, el lobo que se tragó otro vecino y otro y así quizá hasta mil o más.

No pasa nada. Son –dicen los entendidos entrecomillados- fantasías mendaces de los políticos, los científicos, los economistas. Ya veis lo que pasó el año pasado, cuando auguraban todos los males, las quiebras, la epidemia aquella de la gripe del gochu …

No pasa nada. La cuerda –dicen los optimistas-, resistiría tirones mucho más fuertes, el estómago guindilla más picante, la pirula males mayores. Hasta que todo de pronto y sin saber por qué, se desmorona o se rompe un eslabón cualquiera, el menos pensado. Que mira tú, a mí, que jamás me había hecho daño la puñetera guindilla. Pienso que más bien habrá sido el café, que ya dice mi mujer que el café hay que ir dejándolo, que luego no duermes y se te ocurren esas locuras fuera de tiempo y razón.

Algo así debió de ser lo de Babel, cuando se inventaron de súbito todos los idiomas y nadie entendía al otro, puesto que le pedías un martillo y te daba un sacapuntas. Y ahora es igual, nos dicen tantas mentiras y las entremezclan de un modo tan artero con las verdades a medias y las medias verdades que nos acostumbramos a tener que deducir que cuando el señor tal o cual dice lo que dice, en realidad quiere decir eso otro para que entendamos que está diciendo lo de más allá.

Por eso, de mayor, quiero ser zahorí, del agua clara y las palabras exactas.

martes, 4 de octubre de 2011

Es tragicómico el carnavalesco desfile de huelgas y caceroladas acreditativas de que nadie quiere ir a caja a pagar los platos rotos de la hasta hace poco juerga internacional de la abolición del dinero.

Echamos al cubo correspondiente toda aquella basura polícroma mediante que los bancos prometían pagar al portador diferentes cantidades de pasta, prescindimos del tintineante bolso del menudo, nos cambiamos al plástico y allí fue, como bien sabéis, troya.

De la rígida escasez, pasamos a la elástica abundancia. ¿Qué, si no había dinero en saldo? Ya lo habría dentro de más o menos tiempo, que ni hay plazo que no se cumpla ni deuda que no se pague. Al final, comerciábamos con la paciencia del acreedor, la estirábamos, le poníamos tramos y peldaños nuevos, puesto que, si era virtual, ¿dónde está el límite de lo imaginable? La gente no tenemos fecha fija, de caducidad. Podemos cascar en cualquier momento, a cualquier hora, pero también podemos sobrevivir hasta nadie sabe con exactitud el modo y momento, salvo el cejijunto galeno que un día llegas, te mira, remira y en vez de darte la consabida palmadita en la espalda y decirte que no es nada, hombre, no es nada, va e inesperadamente, te dice que tienes, como mucho, para dos o tres meses, mirándolo con cierto optimismo. Y cuando ese trance llega, ¿qué más da lo que debas? La voluntad era buena, de pagar, cosa que hasta cierto punto te exime de culpa y seguro que queda humanidad suficiente para que tu impago pase estadísticamente desapercibido.

Nadie sabe cómo ni cuándo, los aguafiestas de las cuentas dieron la voz de alarma. Más gente se iba sin pagar que previo pago de la consumición. Algo empezó a oler mal –lo dice Shakespeare- en Dinamarca. Diríase que en el mundo entero, mundial. Un montón de payasos, hombres de frac, señaladores con dedo de guante blanco, se desparramaron en busca de los culpables, que podríamos ser usted, tu yo o cualquiera, pero todos, como una disciplinada manada de avestruces, escondemos la cabeza. ¡Yo no tengo la culpa! Aulló una inconmensurable multitud.

¡Que les pongan impuestos a los más ricos! ¡Que expolien! ¡Que expropien! Nadie se para a pensar que si pasáramos una vara por el rasero del conjunto, quitasen de golpe a los que de buenos o de malos modos acopiaron y lo alguien lo repartiese con el mayor esmero y cuidadosa equidad, transcurrido cierto plazo, no demasiado largo, unos pocos se habrían vuelto a hacer con la parte del león. Hace mucho que una cultura milenaria aconsejaba que mejor que dar peces, se enseñara a pescar.

Esta no es una crisis sólo económica. Vivimos ahora mismo el apasionante medrío de una sociedad, la humana, que está cambiando de época y ha de mudar sus costumbres, de organización y de organigrama. Y también de modo de trabajar y de ir al mercado a competir y a vender. Y repartir la riqueza con arreglo a unos principios de que deriven unas reglas nuevas, diferentes desde luego a las existentes. La historia no vuelve nunca atrás.
Hablar, callar, escribir o no. Jugar con la materia y espacios aparentemente vacíos, el sonido o el silencio. Conjugar la luz con su ausencia.

Sin el silencio como contraste, no habría ni ruido ni música.

Por eso es tan difícil, llega a ser, cuando un privilegiado lo intenta, hasta obra de arte. Parece mentira, cuando vas leyendo pacíficamente un párrafo y encuentras la frase excepcional, poética, sencilla, expresiva. ¡Qué envidia!

Saber decir las cosas de tal modo que, a la par que inteligibles y sencillas, estén impregnadas de ese misterioso halo que sólo rodea las obras de arte.

La abuela de mi mujer no supo nunca explicar cómo lograba, mirando, apenas tocando, sin medir más que a ojo los ingredientes, la extraordinaria calidad de sus guisos, y Miguel Angel explicó en alguna memorable ocasión que la escultura estaba en el bloque de mármol o en el pedrusco y él no hacía más que quitar la materia sobrante.

Tuve amigos arquitectos que daban tanta importancia a los espacios en que o alrededor de que construían como a la parte material de su obra. Y me hechizaba mirar el boceto que pocos trazos hacían de su proyecto. Gaudí mismo, sólo diferenciaba su milagro retorciendo y dando inesperada forma a un remate, aprovechando un elemento indispensable para fingir adornos.

Esta naturalidad, me dijo un escritor, que parece fluidez, requiere muchas horas de pulir el lenguaje.

Personalmente, tengo algo de rústica condición al no corregir casi nunca, de tal modo que llevo las palabras y las frases como el río las piedras del cauce, a impulsos.

lunes, 3 de octubre de 2011

Envidio,
ahora, con la vejez a cuestas, como un hatillo
de menudencias pendientes,
vuestras piernas ágiles,
ese aire decidido con que cruzáis la calle,
trepáis,
escaleras arriba, inalcanzables.

Me acuerdo
cuando yo tampoco daba importancia a correr
a través de la plaza
llena de turistas y de palomas.


tienes esas piernas, yo
mis recuerdos.

Ambos podemos correr juntos a través de la plaza
entre el revuelo airado
de turistas
y de palomas,
bajo el mismo sol,
con la misma alegría esperanzada,
aunque no podamos ya nunca jamás
ir cogidos
de la mano.
La trilogía de Deptford, de Robertson Davies, La vida nueva de Pedrito de Andía, de Rafel Sanchez Mazas, Homo Faber, de Max Frisch, Sparkembroke, de Charles Morgan, y ahora Yo confieso, de Jaume Cabré.

Libros todos que merece la pena releer. Despacio, recreándose en el deleite de estar en ellos y con ellos, unos autores y personajes inolvidables, unas prodigiosas aventuras humanas.

No quiero dejar a un lado las aventuras todas de Guillermo Brown, su Jumble y los proscritos, de Richmal Crompton.

Los repaso todos ahora mismo, mientras recorro por primera vez la obra de Jaume Cabré, que en seguida uno al tren, junto con Dino Buzatti y Juan Perucho, algunos pasajes de Jerome K. Jerome y muchos de Joan Butler.

La incansable, ahora cualidad perdida, porque cuando la vejez aprieta, doblados esos ochenta años que no sé dónde he leído que autorizaban, en la China imperial, a vestirse de amarillo, que era el color del emperador y nos otorgaban la condición de “venerables”, a pesar de lo que insisto porque es realmente incansable la voracidad del lector, y lo que pasa es que a medida que se hace uno viejo, tiene que descansar, pero de leer, no de seguir experimentando la voracidad, el anhelo de seguir leyendo.

Subo al desorden de una biblioteca sin orden ni concierto, paso la mano por el lomo a los libros alineados, dóciles, dentro de que reposan miles de aventureros que casi soy capaz de escuchar cómo, al saber, sentir que toco el libro, se excitan y preparan por si lo abro, que lo hago a veces y recorro, rebusco, recuerdo un pasaje, una frase afortunada, una aventura.

Afuera se nota, incluso engarzado en el calor inusual y el sol dubitativo e impropio de la época, que es otoño. Algunas flores y arbustos se desconciertan, dan los prados inesperados cortes de hierba, pero las hojas de los árboles insisten en irse poniendo el hábito ocre y desprenderse.