Premios Príncipe de Asturias. Cada año se plantea la comparación con los Nobel. Son otra cosa. Lo mismo que Alfred Nobel y Graciano Garcia lo son. El primero, Alfred Nobel, crea una fundación porque admira el progreso de las ciencias y de las artes, Graciano abre la vía de una relación intelectual a tres bandas en que juegan el Principado de Asturias como pueblo, el Principado de Asturias como heredero de la Corona y la capacidad de magnificencia del ser humano cuando coinciden la capacidad y el trabajo.
El pueblo genera premiables a que admira y premia como ejemplos para el pueblo. Y los premia a través de una fundación creada por el pueblo y ofrecida al Príncipe como símbolo de esperanza –el heredero es siempre la esperanza que viene y justifica a la vez nuestro empeño y nuestra ilusionada esperanza- apuntando al futuro siempre mejor-, pero a la vez como ejemplo que colectivamente le proponemos.
Hay toda una simbología que admira, exalta, premia y genera o, si se prefiere, regenera, que siempre el futuro está hecho, además de materia nueva e ideas nuevas, de las cenizas de las del pasado y sus logros más admirables y por ello destacados.
Cuando cada año, el Príncipe, de pie, hace entrega de los atributos de cada premio, está reafirmando la solidez del triángulo, pueblo, Príncipe, premiados con que a partir de los cimientos de nuestra cultura y a través de nuestro hecho social, nos atrevemos a afrontar lo que viene y los premiados, mediante su esfuerzo y con su capacidad, nos anuncian y perfilan.
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