Llueven los problemas como sirimiri, lento, calabobos, implacable en su constancia, pero nosotros empecinados en buscarnos las cosquillas unos a otros, los más simpáticos y los antipáticos de cada cual, empeñados en levantar uno tras otro los pliegues de la túnicas y de las clámides: a ver, a ver qué escondes, qué trato hiciste, a quién dejaste que te llenara el puño, al engruño, decíamos de niños, y enseñábamos un puñado de fabas pintas: ¿sobre cuántas? y había que tratar de acertar, justo como ahora con esto de ir desprestigiando a un político tras otro, ora de la derecha, ora de la izquierda, que hay que reconocer que en esto somos ecuánimes, que hay quien dice que estos de la elegancia social del regalo, que propugna con tanto acierto nuestro buen amigo Isidoro, no es cosa de partido, sino vicio nacional, arraigado de cuando se pagaba en especie, pollos y jamones, mantecas amarillas y requesón prisionero en pulseras de cuero resobado, un copín de fabas o la prueba de la matanza.
Mejor estaríamos poniendo la imaginación a la parrilla, barbacoa de imaginación, amagosto de ideas para montar el estalache de vender en el mercado. Os lo digo otra vez. No se trata de reducir gastos, sino de idear, inventar, crear un río de ingresos, abrir cauces para que pase el agua viva.
Pero hay elecciones. Cuantas menos propuestas imaginativas puedas hacer, lo probable es que más caigas en la tentación de ver la mota en el ojo ajeno y tratar de mandar al ostracismo a cada vez más antagonistas. Cuantos más eche el árbitro del equipo contrario, más agujeros quedarán para tratar de pasar el pelotón y hacerle al último de la fila, que suele ser el portero, un furaco en la red, como cuenta la leyenda que hizo una vez Lángara, cuando jugaba en el Oviedín del alma –por cierto también en el ostracismo decretado por vía de expediente administrativo-.
Al final, viejas glorias, que no es que no tengan propuestas que hacer, sino que no hicieron ninguna a lo largo de los años, o las hicieron torcidas, pero vuelven, porque saben que el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra.
Cuando eres viejo, casi tanto como la carretera, y tienes tanto tiempo, bendito sea el buen padre Dios, que nos da la oportunidad, para detenerte a ver, mirar y hasta escudriñar, incluso una tragedia puede, según el color del cristal, que dijo Campoamor, con aquel decir suyo campechano, parecer una tragicomedia.
Dejaron a Paco Cascos un erial, le hilvanamos una esperanza, pero ya le están echando en cara que han pasado ¡cien días! Y todavía no ha hecho la labor de los diez o veinte años perdidos en Capua, a la lumbre de las prejubilaciones que sostuvieron la economía.
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