miércoles, 12 de octubre de 2011

Convocaba la Guardia civil, hoy, día de la Pilarica, el de su patrona, Nª Sra. del Pilar que “no quiere –dice la jota- ser francesa, que quiere ser capitana de la tropa aragonesa”, y se llenó como casi nunca, a misa de doce y media la iglesia parroquial de mi pueblo, lo que se dice de bote en bote, de hombres, mujeres y niños de todas la edades, comprendidos la adolescencia y el presenio. Que te digo que incluso cuando temible y antipática, la Guardia civil ha tenido siempre cosa de ser del pueblo y de que te sientes mejor cuando podría haber cualquier clase de peligro y aparecían por parejas los tricornios charolados y las capas, manchadas, dijo el poeta, de tinta y de cera.

Y mientras tanto ...

Los presidentes francés y alemana, venga de darle vueltas al hilito. Miren los dos, o se unen Europa de verdad y de una puñetera vez o el invento se atascará, con la única alternativa de una devaluación general y condonación de por lo menos media deuda. Lo demás, pamplinas, tortas y pan pintado, que no se empeñen, que ni hay más cera que la que arde ni más dinero que el real y no se anden jugando con el virtual, no sea que los ciudadanos les vayamos a decir que ya nos hemos dado cuenta de que una parte importante, papel de periódico recortado e intercalado con el otro bueno en el sobre, como cuando el timo de la estampita.

Y no insistan en poner el sambenito a los bancos. Cuando más, los bancos, cómplices, pero ¿desde cuándo y en qué código penal del mundo civilizado se considera más graves la culpa y la responsable del cómplice que las del autor?

Por lo que leo, mediante la siguiente vuelta del torno, ya en curso, vamos a “descubrir” cuánto de la deuda de las administraciones públicas del mundo y de cada país está congelado en el haber de unos bancos que, como es dinero que debe un deudor “seguro”, no es necesario provisionar la duda.

Aparecerán, aquí y allá, bancos cómplices de unas administraciones embarcadas en curiosas utopías a cual más fantástica o en la apariencia de cumplimiento de inasequibles promesas electorales o faraónicos proyectos de máquinas inservibles, carreteras sin destino, distribuciones por medio de obras públicas o contratadas de servicios inalcanzables, pero ¿cómo podían los bancos negarse? Abundaba en apariencia, parecía que rodaba el dinero. Alguien habría –tenían derecho a suponer los prestamistas- haciendo cuentas, aunque todavía fuese con gorra verde semitransparente y los manguitos haciendo juego. ¿O no lo había?

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