Llega un día, os aseguro, en que el lunes se humaniza, según humanismo y humanidad de los días y se convierte en otro como los demás. Pero para eso has de estar jubilado y ver pasar a los trabajadores de cabeza, los pioneros que abren camino de la caravana de la gente de cada día, desde tu puesto más bien de cola, allí donde lo más, procurar llevar el paso y enterarte de los gritos de asombro de los que delante, muy lejos, descubren los reflejos de la luz en otras cosas distintas en cada paisaje, cada vez que el camino de las caravanas, que lo hace con frecuencia, gira y cambia de dirección o elige en otra encrucijada en que siempre hay un crucero de granito tallado en la provincia de Orense, del antiguo reino de Galicia.
El lunes llega un nuevo cliente al despacho del abogado y le dice que quiere iniciar hostilidades contra un puñetero vecino; llega un cliente nuevo, amedrentado, al despacho del médico y le dice que mire doctor, que estoy muy preocupado, porque desde hace casi un mes tengo un dolor aquí; el lunes llega un ciudadano orondo, calvo, con aspecto de ricacho al despacho del arquitecto y le dice que ha decidido hacer una casa de verdad, para que su familia pueda convivir y sobrevivir y; el lunes llega el oficinista a su mesa de trabajo, enciende el flexo porque todavía no llega bastante luz por el tragaluz, que ventana no hay, directa, a la calle; el lunes, temprano, bien de mañana, se llena la calle de individuos de todo género, raza y condición, que van restregándose los ojos y bostezando de modo más o menos ostensible.
Un jubilado se lo toma con calma. Hay un día por delante, durante que podrá hacer esto y aquello y lo de más allá. Luego ya veremos. El, bien de mañana, apostado y arrellanado en su sillón crujiente, de anea, en la galería solana, echa sus cuentas, se rodea de libro, un portátil y el microteléfono, de momento desconectado, entrecierra los ojos, sueña despierto, se está un momento en ese incierto territorio del duermevela, regresa, duda, se aventura periódico arriba y abajo. Cada vez lo hacen peor, este periódico cuyo nombre omitiré deliberadamente porque al fin y al cabo, a mí qué más me da, pero lo cierto es que no se han enterado de que el mundo está cambiando. Ellos, que un día fueron jóvenes y recuerdo que alguno hasta combativo, se han convertido en flatulentos adultos cansados, satisfechos, escépticos y sobre todo conformes. Tenía razón el abuelo cuando decía aquello de que intellectus apretatus, discurrit qui rabiat. Y es que el latín macarrónico puede ser casi tan expresivo como el de una fogosa Catilinaria. Todavía me acuerdo más o menos: Quousque tandem, Catilina, abutere patientia nostra? Quandiu, etiam, furor iste tuus nos eludet?
Por cierto, ayer, una periodista airada, a quien evidentemente no gusta la ceremonia de entrega de los premios Príncipe de Asturias, criticaba con ardor en un diario nacional lo ocurrido en el teatro Jovellanos (sic). Tiene cierta gracia macabra. De algún modo, hace justicia.
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