Envidio,
ahora, con la vejez a cuestas, como un hatillo
de menudencias pendientes,
vuestras piernas ágiles,
ese aire decidido con que cruzáis la calle,
trepáis,
escaleras arriba, inalcanzables.
Me acuerdo
cuando yo tampoco daba importancia a correr
a través de la plaza
llena de turistas y de palomas.
Tú
tienes esas piernas, yo
mis recuerdos.
Ambos podemos correr juntos a través de la plaza
entre el revuelo airado
de turistas
y de palomas,
bajo el mismo sol,
con la misma alegría esperanzada,
aunque no podamos ya nunca jamás
ir cogidos
de la mano.
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