Todo el mundo fue a ver el desfile, menos los cultivadores del flores, que las llevaban en brazadas a la plaza del Pilar de Zaragoza, donde una paloma, que ya habrá muerto, digo yo, que no sé cuánto viven las palomas, le cagó a mi hermano Emilio, que también murió, cuándo íbamos camino de Barcelona a ver a mi hermano Pepe, que también ha muerto.
Los desfiles siguen llamando la atención y la vocación de los niños, brillantes, marciales, musicales, enardecedores, llenos de entusiasmo y banderas, solo que los desfiles te dejan siempre recuerdos de guerra, cuando viviste alguna, y los niños de mi generación fuimos navegando por la orilla de todas las guerras habidas y por haber, grandes y pequeñas, todas horribles, catastróficas, salvo para quienes, que los hubo y muchos, se enriquecieron con ocasión o como consecuencia de alguna de las muchas guerras que a otros nos vapulearon, conmocionaron y al final nos dejaron como guiñapos inservibles, procedentes de un naufragio, en una playa lejana a unos, y a otros en la misma nuestra, pero ahora alcanzados por la parte sombría.
Aviones, cañones, soldaditos como de plomo, sólo que de carne, hueso y arrogancia, caballos que caracolean, hermosísimas marchas militares, gentío que aplaude, cuando mi padre, que nació en La Habana todavía provincia de España tenía unos trece años, estalló la guerra que llamaron “chiquita”. Iban soldados españoles, desfilaban e iban a liarse a tiros con los “insurrectos” y allí murieron, en los bosques de caña, en la manigua, entre habaneras y calima, y cuando tenía como dieciséis vinieron los yanquis e hicieron pedazos los últimos barcos de la Invencible, todavía de madera y se quedaron con el santo y la limosna, mientras en España inventábamos la decadencia y una y otra vez nos empecinábamos en venir a parar a la esperanza de una Unión Europea que no llega nunca y nos va a dejar, si se retrasa, en los puros huesos, a menos que …
¿Pero hay remedio? Pues claro que lo hay. No tendríamos más que cambiar. Quitar este disco rayado, este LP y darnos cuenta de que estamos a la salida de unas crisis amontonadas, enlodadas, confundidas y no haría falta más que aclarar las ideas y ponerse al tajo, cada cual a un tajo. Inventar y trabajar. De una vez, dejarse de la broma de Noel Clarasó cuando apuntó en sus deliciosas “máximas de Blas”, que eran tales el amor y la admiración que despertaba en Blas el trabajo que no podía vivir sin ver trabajar.
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