domingo, 9 de octubre de 2011

Y por fin, domingo, de nuevo el sol, fingiendo verano, y gente a la playa, que mes que le arrebatemos al otoño es un mes menos de fríos y espantos, en el camino emprendido ahora hacia la Navidad, de que nos separan menos de dos meses y medio, con elecciones intercaladas.

Mala la habréis, quienesquiera que ganéis, que os vais a encontrar con la tierra asolada y las ruinas, si acaso, de algo tan irreconocible como aquel lujo y quien lo trujo de la entrada del euro, cuando pareció que habían bajado los precios y lo único que era más pequeño eran los números, y la gente, hermosa gente una vez más, se echó a la calle con sus euros enroscados y sujetos con una gomita, como en las “pelis” llevan los americanos más ricachos del Norte sus dólares, que ellos les llamaban “pavos” en las de gangsters. Los gangsters son los que más dinero han movido siempre “en billetes pequeños y sin marcar”, en cambio la gente lo que suele mover con mayor alegría son las ya famosas tarjetas de crédito. Las dos patas de la época son los teléfonos de bolsillo y las tarjetas de crédito, ambos cosa de nada y menudo par de sacacuartos. He observado que por donde antes iba la chavalería con un reproductor de música a todo vapor y unos auriculares mínimos metidos en las orejas, ahora, para entretener el camino, van dando la vara a alguien o haciéndole la corte, según, mientras hacen los recados, con sendos teléfonos de las más variadas formas y modelos.

Astutos comerciantes y empresarios, los regalan. Claro. Lo importante son las facturas de uso de fin de mes. Inexorables. Pagar o cortar. Hay, me dicen, quien se dejaría cortar partes y cosas increíbles, inverosímiles, con tal de que no les corten el telefonillo.

Me pregunto qué pasará cuando dejen de pagarse en masa las facturas del teléfono y los saldos de las tarjetas. Lo de las tarjetas está llegando, según mis noticias. De lo de los teléfonos me consta menos, pero también llegará.

Leo que ya hay más gente que dice en los periódicos que las deudas actuales de la humanidad son impagables y que no habrá más remedio que condonarlas en parte. Cuando eso llegue, será, auguro, como un terremoto económico del siete por lo menos de la escala equivalente a la de los seísmos.

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