viernes, 28 de octubre de 2011

Cada vez tengo alrededor más diccionarios. Con esto del idioma, me pasa como con el trabajo de cada día. Difícil como sin duda era, fue haciéndose más, con el tiempo, pese a lo que dicen de que la experiencia proporciona agilidad, como entrenamiento asiduo que es. Lo que en realidad representa es una escuela de posibilidades, que es tanto como decir de dudas. Cuando joven, cuando novel, cuando empiezas, las cosas, con todo lo que llevas estudiado, parecen sencillas. Luego empiezas a descubrir tu particular teoría de la relatividad, los matices y posibilidades hermenéuticas que se siguen de utilizar una palabra o su parecida, ni sinónimo ni antónimo; parecida, pero no la misma. Entre usar una u otra, un mundo de grises tirando a cada color del iris e incluso a sus compuestos y sus tonalidades.

Por eso, los diccionarios. Haces descubrimientos asombrosos. ¡Pero dónde iba yo, en qué estaba pensando cuando dije, en vez de decir!

Sobre todo al escribir. Lo escrito queda ahí, como recordatorio, grillete, espejo. Y lo peor es que con tanto diccionario, todavía puedes caer en la tentación, sin duda incurres en el error de pensar que ésta sí que es la palabra.

En la duda, me contaban que decía aquel maestro, no te abstengas; estudia más.

En la duda, añadiría yo de buena gana, mira siempre. Lo que pasa, ya sabéis, es lo de aquel moralista que recomendaba a su auditorio que hiciesen siempre lo que él decía, no lo que hacía habitualmente.

Es un maravilloso bosque, éste de las palabras conocidas y desconocidas. Y tiene por añadidura el aliciente de que cuando se va siguiendo la pista de una palabra, siempre hay otra cerca, de que no sabías o que existía siquiera o que pudiera tener el significado primero, segundo o tercero que ahora descubres boquiabierto.

Digo todo esto porque hoy leo que existe otro diccionario que me parece que no tengo. Esa es otra. Piensas que dispones de las obras completas de alguien, de uno de tus autores preferidos, pongo incluso por ejemplo, y te encuentras, hay ocasiones en que en una de esas entrañables librerías de viejo que son como cuevas de isla de cualquier tesoro, con un ejemplar desconocido de una obra hasta posiblemente olvidada.

A cambio, me decía indignado en cierta ocasión mi inolvidable amigo y compañero Jesús Villa, mira estas obras completas, encuadernadas como con traje de los domingos y tan descuidadas por el mercachifle que las publica que hay dos o tres obras repetidas en el mismo volumen.

Cosas veredes. Tengo que acordarme de tratar de localizar el dichoso diccionario. Porque, para colmo, alguien que me merece confianza, dice que es un buen diccionario.

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