Loussier embarca a Beethoven en una barquichuela de jazz mientras escribo un pregón de Navidad que remato con versos descriptivos de un belén. El ordenador, que sabe hacer varias cosas al mismo tiempo, sin más traba que ralentizarlas todas un poco más, copia su renovación de programas. Astuta gente, ésta que vende ordenadores y software en general. Usted no se preocupe. Está actualizado para cierto tiempo. Cierto tiempo es una expresión ambigua, como las de algunas leyes fundamentales, que permiten cierto número de inciertas interpretaciones. Modifican el programa. Y ahora, las nuevas aplicaciones no podrán utilizarse si no está usted a la última.
Te convierten en friky, comoquiera que se diga y escriba, que ya sabéis lo que quiero decir. Esos que andamos después pendientes de la promulgación de sucesivos decretos de modernización del aparataje, que suelen, eso sí, vender a un precio generalmente razonable porque lo importante es el consumo sucesivo y en masa,
Mover la masa.
Ya lo decían las buenas cocineras “a dulces” antañonas. La masa hay que cansarla hasta que te canses tú de sobarla y sobarla para dejarla a punto, suave y a la vez untuosa, que no se rompa ni disloque esa textura como de caricia que el paladar sabía apreciar y que se ha perdido con los precocinados y los perros calientes, que mira tú que hay que tener hambre para calentar un perro y comérselo a fuerza de mostaza.
Observo, a propósito de esto del arte culinario, que los candidatos de las elecciones ya parece que se han dado cuenta de que en un mitin se cocina poco y mal. Que vale más reunirse con grupos pequeños de incondicionales, donde dejar que se escapen perlas ocurrentes, a poder ser urticantes para el prójimo antagonista. La ocurrencia es pocas veces ingeniosa, pero los incondicionales no vacilan en sazonarlas de parabienes, aplausos y sonrisas cómplices, que a lo peor, útiles no son para ganar, pero reconfortan y levantan el ánimo del candidato.
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