“No es el dinero lo que importa” Lo ponen los filósofos, los ricos, los tontos y los poetas y soñadores alrededor del real o imaginario dosel de sus respectivos lechos, en el frontispicio de las entradas de sus chozas, casas, castillos roqueros o en los troncos de los árboles que rebordean los caminos.
Y es cierto, sobre todo cuando se tiene, y mejor si se tiene en abundancia. Porque cuando no se tiene, de repente, agiganta la figura, se convierte en pesadilla y se pinta al fuego en la preocupación nuestra por el pan de cada día que primum vivere, y sólo deinde filosofare.
Nadie regala nada, desde que se inventó ese que Papini llamaba miserable instrumento casi siempre manchado de sudor y sangre, oxidado de lágrimas, deshonrado, de traiciones, deslealtades y corrupción, y nos llevamos las manos a la cabeza porque menudean los desahucios y cada vez más gente anuncia que irá a dormir con los suyos en la calle, pero no hay remedio, al parecer para este modo de descomportarse, agredirse, desdeñarse y despreciarse que cada día perfeccionamos la gente sin perder por ello paso, sonrisa ni compostura.
Tendremos, si la pobreza se convierte como amenaza en epidémica, que abrir más sitios donde comer y dormir gratis, y, pronto, donde avellugar, ahora que viene el invierno, con yacijas y televisores para pasarse el tiempo de no hallar trabajo, ocupación y la consiguiente dignidad, viendo la telebasura del con éste me acuesto con aquélla me levanto y hoy te quiero, mañana te repudio y el mundo se tambalea porque éste o aquélla han dejado de quererse o se han empezado a manosear telecazados por un avezado paparazzi.
“No es el dinero lo que importa”, pero es lo que interesa, lo que se busca con frenesí y gestionan toda una multitud de ingeniosos explotadores, mediadores y comunicadores de esa nueva mercancía sobre que ahora cae con avidez la insaciable curiosidad humana y antes llamarían impudicia.
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