martes, 29 de septiembre de 2009

La vida, me dicen, es esto y es lo otro.
Y cada cual trata de llevarme a su carromato, donde se cuecen
los agrios condimentos de su ira.
Habría que hacer, me insisten, milagros,
pero el milagro es como la cresta, la crin del esfuerzo,
su añadidura,
que unos decimos que pone en buen padre Dios y otros
que la casualidad, la naturaleza o es una parada
que hace el viento que pasa
para tomarse un respiro. Todo está en manos del viento.
Desde lejos, la ciudad no es más que un montón de recuerdos. Luego llegas y se aglomera la gente alrededor unos de otros, se apilan las palabras, se multiplican los gestos, en definitiva, hierve la humanidad. Aprovecho los semáforos para comprobar que también somos mayor número los feos, igual que lo somos, para decirlo con la mayor suavidad posible, los menos avispados, y a continuación se me ocurre preguntarme si la humanidad sería mejor o peor en supuesto de que fuera al revés y hubiese más genios que mediocres o que incluso tontos redondos –los tontos, decía aquel inolvidable amigo que ya se fue al otro lado, son redondos cuando no hay por dónde cogerlos-.

La ciudad es como si te comiese, cuando llegas. Me siento absorbido por un remolino, que en seguida me incluye con la mayor indiferencia en su cadena nutricia. Mientras estoy en la ciudad, tengo un vago temor de que me digiera y expulse con desdén los residuos, si es que quedan restos o reliquias. (Leo no sé dónde que somos una sociedad aficionada a las reliquias. Y puede que sea cierto. En algún relicario de un antiguo monasterio, durante la visita “guiada”, nos enseñaron el relicario, lleno hasta los topes de reliquias grandes y pequeñas, encerradas en ampollas o en cápsulas de cristal, plata y oro, alineadas o apiladas, en estanterías desde el suelo hasta el alto techo, todo brillando rodeado de velas, cirios, hachones y lámparas. Un turista extranjero farfullaba al así como que debía haber habido un tiempo en que se descuartizaba a los buenos para repartir huesos y porciones grandes y pequeñas, huesos, piel y hasta uñas)

lunes, 28 de septiembre de 2009

Balamos, gregarios, los corderos, pero sale el pastor, con su caña y su lanza, su flauta y los perros y dice, para tranquilizarnos, que está inventando un elixir mágico, hecho al parecer, según radio macuto, bulos y correveidiles, de polvo de ladrillo, alcohol de noventa y pis de vaca, a partes iguales, con un yogur y pizca de levadura, para que la cosa levante; un elixir dulzón, útil para ahuyentar, en su caso exterminar, a los lobos y dar en cambio de comer a los corderos hambrientos, por lo menos hasta que escampe la hambruna, que va para largo, aquí en la meseta, donde la palomera de los vientos y las ruinas viejas, de castillos antiguos donde los humanos dirimieron las escaramuzas galantes del medievo. No es nueva la idea de trasmutar los cantos del río en oro, ni la de fabricar billetes de los grandes en una máquina de aspecto fascinante, con manivela para facilitar la labor y a partir del papel de estraza, ecológico, para mayor aprovechamiento del conjunto. Otrora venían los vendedores de feria, con los lectores de los pliegos de cordel y los trileros de la esquinita del naipe doblada para tentación de nuestras incautas ambiciones; los vendedores de feria vendían la panacea, útil, como las improvisaciones de nuestro héroe, el pastor, lo mismo para remediar definitivamente un roto cualquiera que para rehilvanar cualquier descosido de nuestros entresijos y articulaciones de aldeanos sencillos.

domingo, 27 de septiembre de 2009

Siempre es motivo de estupor que echen fuera a quien todavía, digan lo que digan las máquinas del tiempo, podría servir un tiempo más. Y sin embargo, hay que darles la razón, nadie calcula su tiempo de emigrar, irse del puente, de la poltrona, del sitial y dejárselo al siguiente protagonista de otra ilusión. Da pena. Te avisa de que llegará tu tiempo, y en ocasiones conviene engancharse al que se va, con quien colaboraste y él contigo, e irse a mirar cómo lo hace el siguiente. Hay siempre un siguiente y hasta es posible que mejor, más moderno, más ilusionado. Y hasta puede que valga más no mirar, que siempre será nuestro juicio y la crítica que hagamos todo lo mediocre que se sigue de que subconscientemente, nos compararemos, con el plus de envidia nostálgica, que es la peor tal vez de las envidias posibles, con esa amargura incorporada que nos viene de la sensación de fracaso que muchos tenemos hacia el final del camino de la vida, cuando se acaba la trayectoria de nuestra vida útil.

No acabo de comprender por qué esta nostalgia que suele asaltar a los humanos cuando deberíamos sentirnos más jubilosos, tras de haber completado la mayor parte del camino y lo más arduo de nuestras obligaciones, que nos preocuparon tanto cuando nos preparábamos para afrontarlas y nos agobiaron, por lo menos en alguna ocasión, durante la madurez. Ahora lo lógico, al pasar sucinta revista a todo lo ocurrido en una vida a punto de culminar y completarse, es la tristeza de no haber logrado casi nada, con el consuelo, a la vez, de poder echar cuentas y ponderar nuestra frágil condición, que de algún modo, si no justifica, por lo menos aminora la escasez de resultados.

Hay quien echa de menos aquel vigor juvenil con que afrontábamos cada encrucijada y tomábamos las casi siempre precipitadas decisiones de entonces, pero yo también recuerdo que tuvimos vocación más de estudiantes que de maestros. Nos atrajo más el aprovechamiento del día, disfrutando del paisaje y de la alegría de la caravana, que el rigor ascético que cada camino requiere para ir dejando huellas.

Me diréis que a qué viene toda esta monserga ultradigresiva de esta tarde dominical. Es fácil de entender: me he enterado precisamente hoy de que quieren jubilar poco menos que a empellones a un amigo que considero pleno de facultades y proyectos.
Pasa cada cual su crisis, a la vez que el mundo y los volcanes y cada ratoncillo de campo las suyas, sin orden, coincidencia ni concierto, y te reconcomen las tremendas decisiones posibles, casi siempre disparatadas, porque las crisis, como el miedo, como la parte oscura de la noche y las puestas de sol en otoño, alargan las sombras y agigantan las figuras de los monstruos, a otras horas de dimensiones sólo entomológicas.

Y llega el domingo, anuncian los papeles de hoy encarecimiento de los impuestos y cacarean los políticos, si son de la zona de la izquierda, que es lo mejor, y, si son de la de la derecha que así se empobrecerá la sociedad víctima.

Componen una fotografía imposible los claroscuros del túnel por debajo del puente, con una modesta combinación de colores y luz del otro lado, el cielo azul, y, muy altas, dos solitarias gaviotas, tal vez amigas, enamoradas o compañeras. También hay, en el encuadre, un farol. Te vuelves, lo hago, a mirar, y una estructura de cemento te entristece, sucia y enorme, abrumadora. En el río, como participando de la absurda campaña contra las bolsas de plástico, flota una, semidesgarrada.

Los perros, cuando se cruzan como ahora mismo, esta mañana, en la calle, unas veces se ven, excitan y comunican con amenazadores, o con estridentes, o con sordos ladridos, o gemidos, otras se ignoran, supongo que deliberadamente, según secretos códigos cuyas características y cuyos propósitos ignoramos los humanos.

Hay en el otoño una desmesurada invasión de fútbol que alterna con la basura del impudor sentimental de unos programas de la televisión que disputan los espacios a ciertos cómicos sin gracia, banalidades y la terca repetición de sólo un escaso número de películas que alguien debe haber concebido la peregrina idea de que deberíamos aprender de memoria los aburridos, en seguida dormidos, espectadores, que aprovechamos cada interrupción publicitaria para conciliar un misericordioso sueño. Decía la abuelina que incluso todos los días gallina, amargan la cocina, y oí contar que los constructores de un salto de agua de cierto río salmonero, se declararon en huelga porque les daban todos los días, de comer, salmón.-

sábado, 26 de septiembre de 2009

La eternidad ociosa no tendría explicación. Debe haber algo en que consiste nuestra vida útil, ya fuera del tiempo y por tanto inimaginable, para la que sin duda nos prepara el continuado fracaso de ésta en que consiste la liberación de la esclavitud de los sentidos. Nos mantienen, los sentidos digo, aherrojados en caverna análoga a la de Segismundo. Nos suponemos limitados por las posibilidades de esos cinco, tal vez seis, según los más optimistas, cuando un poco más allá, intangible al parecer, ininteligible, al no poder ser objeto de ninguno de los cinco, el sexto es menos previsible, sin duda hay algo, ya que el vacío es improbable. Atravesar el espacio entre el nacimiento y la muerte, el orto y el ocaso de cada cual, ambos situados por los mismos cinco, tal vez seis, entre las rejas de una paradoja temporal, podría ser tanto como sufrir un examen, hacer un camino, completar una obra, en que cada uno consistiríamos, todo ello o cada una de sus partes indispensable para llegar a dondequiera que vayamos.
A mi lo que me importa es la literatura y lo que además me interesa es la exploración de mis propios entresijos personales, la escatología personal que me atañe. Lo demás es algo con mayor o peor fortuna para entretener, sin más, sin mejor propósito, y no me interesa –vino a decir-. El pobre, en su olimpo, ¿una sucursal del antiquísimo concepto del limbo?, se ha quedado solo y medita con profundidad en el entorno del dedo índice, tal vez el dedo corazón, de su existencia o no y en los debidos por qué adicionales.

¿Será ésa, en efecto, la única buena literatura? ¿Somos todos los demás unos invasores, que nos limitamos a hacer mal uso de las palabras? Tendríamos que deponer las armas, bajar cabizbajos a las playas, abandonar las cabezas de puente, marcharnos, de nuevo a casa, todos, con el buen Ulises, pero sin estorbar su recuerdo del deber cumplido al engañar a los defensores de Troya y ganar aquella tan cruenta guerra que acabó con protagonista y antagonista, con Paris y con Aquiles, total para nada, puesto que la mujer envejece y cada amor se acaba y no merecía la pena tamaño alboroto, salvo como motivo de la buena literatura que envuelve cada parábola, la inmensa paradoja del vivir colectivo de lo que llamamos los católicos la comunión de los santos, que integra a tantos que lo son sólo vocacionalmente. Y ya estamos de nuevo en la encrucijada que rompió el primer Renacimiento, ya a la puerta de otro, y habrá siempre varios, uno al principio de la salida de las crisis de crecimiento social, cada cierto número, imprevisible, de generaciones perdidas en una conversación banal, cuando haya muchos que suponen que la facultad de hablar no tiene otra última razón que la de intercomunicarse trascendentalmente. Y nos quedará siempre la duda de si decir: te quiero, cuando nos enamoramos, enardecemos, encalabrinamos, será o no una comunicación trascendental o la banal noticia de que han pasado una nube, una gaviota o una golondrina. O como cuando decimos que hay ya una rosa, en el jardín, como si cada rosa no fuese un paso del invisible segundero que mide no sé si lo que va o lo que nos queda o es solo un tic, vecino del tac, misteriosa sonda que hundimos en el vientre del tiempo para tratar de averiguar de una puñetera vez en qué consiste, por si sabiéndolo fuera posible apresurarlo, detenerlo o pararlo sin que ocurriesen cosas horribles.

viernes, 25 de septiembre de 2009

A una hormiga podrá –digo yo- ocurrírsele subir a lo más alto de un árbol. Ignoro cuáles pueden ser los mecanismos biológicos que la impulsarían, en su caso, a hacerlo y si se dará cuenta de que la subida puede ser el equivalente de una peregrinación, un camino iniciático.

La hormiga tendrá –supongo- a lo largo de su trabajoso camino -¿o no será para ella tan trabajoso como a mí me parece?-, momentos de exaltación y tentaciones de regreso. También puede ocurrir que al ser tan pequeña en relación con algunos árboles, en el supuesto de que haya elegido para realizar esta hazaña uno excepcionalmente grueso, la hormiga puede suponer que sigue caminando sobre la tierra y que ésta que hace no es más que otra exploración rutinaria en busca de comida que incorporar a las reservas del hormiguero.

De todos modos, a medida que suba, se hará posible y cada vez más probable que elija al azar una rama, cuanto más alta más delgada, al final de la cual estará lo que para la hormiga podría parecer el final del camino y el milagro de un extenso paisaje.

Tal vez –podría pensar la hormiga- éste sea el paraíso. Porque me atrevo a suponer que la capacidad visual de la hormiga no llegará a la posibilidad de abarcar la extensión y las dimensiones del paisaje, cuanto más arriba más amplio. Verá, supongo, que el camino se ha acabado y que más allá hay una explosión, mezcla de espacio y luz.

Tendrá entonces que tomar una decisión. ¿Toman, las hormigas, decisiones o se dejar ir según el dictado de un instinto que los humanos llevamos sepultado en el subconsciente?
El mundo robótico inspiró a Asimov una serie de leyes, especie de constitución, cuerpo legislativo con vocación de inmutabilidad, para proteger a los humanos contra las decisiones posibles de un robot, que se supone por este autor podrán ir siendo a lo largo del tiempo cada vez más sofisticadas y complejas, hasta llegar a parecérsenos de tal manera que conciban la idea de matar como salida posible de cualquier problema susceptible de motivar, ya que no justificar, los actos de un delincuente.

Me pregunto si en los mundos imaginario y de las hadas se habrá pensado en introducir por la autoridad en cada caso competente las convenientes reglas, el cuerpo jurídico, el ordenamiento jurídico positivo indispensable para tratar de regularizar y someter a limitaciones casi razonables el comportamiento humano. Supongo que sí.
La materia del sueño es huidiza, como la del alma. Hacen sospechar la inexistencia del sueño y del alma, cuando es tan evidente que el alma está ahí y el sueño es por lo menos probable que tenga algo de verdad, por más que sea posible, además, que sea en otra parte. Yo me manejo, a lo largo de cada día, con este andar tanteando en lo que llamo los mundos de afuera, aunque esté convencido de que están en éste. Pero no del todo convencido. Podría ser que el mundo de lo imaginado tenga un lindero con nuestro mundo y otro con otro mundo, más o menos imaginable.

Distingo entre el mundo de lo imaginado, es decir de lo ya imaginado, y mundo de lo imaginable, de que forma parte cuanto, siendo imaginable, todavía no he sido capaz o no he tenido tiempo de imaginar. Ambos forman parte de lo imaginario. Un territorio en que funcionan casi todas las utopías, a pesar de los esfuerzas del subconsciente por trasladar a él el miedo de este mundo de lo habitual y rutinario.
Ha venido, como una llovizna, el otoño. Apenas parece que ayer estábamos esperando el verano con ese cierto temor de que el cambio climático nos agobie un poco más y nos pase como a los hielos del norte, que cada año se van un poco más arriba y más frágiles, y los del sur, que asimismo se van retirando y parece que hasta los presidentes de gobiernos más reacios están entrando en el umbral del temor, mientras otros insisten en que no pasa nada.

Siempre pagamos los mismos. Pasa como con el arte, la política, la música y demás. No somos lo suficientemente entendidos como para llegar a conclusiones acerca de las últimas razones, y, como consecuencia, pagamos en impuestos, en cansancios, en escepticismos muchas veces injustificados, que nos van royendo y corroyendo las esquinas del alma.

Es cosa de la ambición y de ese anhelante, babeante empeño de lograr la imposible felicidad, que no logramos llegar a entender que es, cuando más, como una rosa, tal vez menos, una camelia, puro efimerismo. Si aprendiésemos a conformarnos, es probable que fuésemos todo lo felices que pueden ser estas criaturas humanas que llamamos personas.

martes, 22 de septiembre de 2009

Como soñar es barato y agradable, sueño despierto con un mundo feliz a mi manera. Para que todos fuésemos felices, concluyo tras de mi sueño, el mundo tendría que ser de muchas maneras, ya que a cada cual le gustan cosas distintas y modos diferentes de hacer, decir, que le hagan y le digan, gobiernen y administren los demás.

Por eso hace falta un espacio para cada cual. Incluso en la época feudal, cuando casi toda la tierra pertenecía al señor, que si acaso la cedía en foro o enfiteusis a sus colonos, más bien servidores, y, a cambio, de algún modo agnados, incluso el más pobre, disponía de un minúsculo huerto en que plantar y cosechar unos hierbajos y algún que otro tesoro hortelano, que eran, pienso, el rincón de asiento, el territorio, la base y el cimiento de su dignidad personal.

Según la plataforma que constituye el paisaje, se sueña de una manera o de otra. Lo digo esta mañana, que tengo pensado salir hacia Castilla y se por experiencia que los sueños que se sueñan desde cada valle de las muchas asturias son necesariamente distintos de los que se sueñan desde la anchura de Castilla, la única y llana, donde el horizonte, en cuanto te descuidas, te rodea, pero a cambio está lejos. En Asturias, el horizonte es como si lo mirásemos a través de un embudo puesto al revés y además está cerca, como no sea mirando a la mar.

El horizonte de la mar tiene un no se qué atrayente. Es como si allí, un poco más lejos de donde alcanza la vista, hubiera el equivalente de un imán, pero apto para tirar de nuestra piel humana, sobre todo cuando eras niño o cuando fuimos jóvenes.

Usa, ese imán, como sucedáneo de la magnetita, la sugerencia de fantásticas realidades y casi imposibles imaginaciones. Podría, sin embargo, tener razón, podría haber alguien, en alguna costa lejana, esperando ver aparecer las velas de nuestro velero o el humo de la chimenea de nuestro viejo patache, ahora que los barcos ni usan velas ni vapor para abrirle heridas a la mar paciente. Cuando la mar se cabrea, vale más irse un poco tierra adentro.

lunes, 21 de septiembre de 2009

Es tremendo –pienso- haber escrito tanto y sospechar en cualquier momento, como este por ejemplo, que es posible que nada de lo escrito tenga mérito, valor, utilidad, algo en fin que de algún modo justifique que haya sido escrito.
Kaleidoscopio, locura
frenética de colores
inesperados. Te me parecías
al viejo kaleidoscopio, ingenuo todavía
del abuelo
modernista.
Jamás supe
por qué eras siempre inesperada. Ahora
-decías- me gustaría
que nos diésemos
un beso interminable, una salmodia
de besos
entrecortados- Así no, otra vez, y otra y otra,
y, de pronto: ¿por qué
me tocas,
con tu boca asquerosa, mi boca?
Te quiero –dijiste un día- para siempre
y como siempre no existe
resulta que no te quiero,
y así,
sin más,
te fuiste para siempre.

domingo, 20 de septiembre de 2009

Domingo, superada la mitad de setiembre. Enormes nubarrones oscuros se pasean con aire ceremonioso, dejando entre ellos asomos de azul pálido. Vienen anunciando el otoño. Se diría que lo traen en brazos, como si de un recién nacido se tratara. Con mil y un cuidados de que no le pase nada, a punto como está, a horas, de nacer. El perro remolonea en su lugar de habitual desahogo. Huele con profundo interés donde pienso que habrá estado alguna de sus perras habituales, de los vecinos. Ahora, en verano, con tanto turista y tanta mascota, los olores se le multiplican, supongo, y se advierte en él un mayor interés en el olisqueo de hierbas y esquinas. La tarde es plácida, apenas con una brisa que casi no mueve ni las hojas de humero, tan frágiles de pedúnculo como las de los álamos blancos. Huele vagamente a humo, que es tanto como decir a otoño. Sabe la boca a moras, cuando el aire se tiñe de este olor. Uno, bajo la sombra del campanario de la aldea, está, en una tarde como la de hoy, fuera del mundo real, en ese limbo que permanece entre la realidad y lo onírico. Una tercera categoría de mundos, un lugar privilegiado, una atalaya desde donde todo lo demás se antoja al observador algo que está ocurriendo en otra parte, a otras personas. Creo que esto debe ser análogo a lo que se siente o se presiente desde el medio del ojo del huracán, donde dicen que hay un lugar impresionante y a la vez sólo provisionalmente tranquilo. Una delicia para estar, pero a la vez, una esquina donde el miedo se espesa. Los miedos los espesan las soledades, los silencios, las oscuridades y las situaciones de aparente tranquilidad sosegada y lindante con nuestro concepto de felicidad. De cualquier modo, una pura delicia, una inmerecida pausa entre las inquietudes de vivir y de morir.

viernes, 18 de septiembre de 2009

La sociedad en que vivo ha de regenerarse, so pena de llegar a la comprobación de si hay o no fondo, que es realmente dudoso, en la degeneración moral cuyo más evidente síntoma es la falta de respeto a los demás, cualquiera que sea su clase, raza, condición, clase, religión, y la multitud de etcéteras imaginable.

Con el único límite de que el prójimo a que he de respetar, tiene que respetarnos a todos los demás con la misma escrupulosidad afectiva.

Porque, digo y sostengo, y si hace falta razono, que quien deja de respetar a los demás está renunciando a sus derechos humanos. Lo hace, sin duda, de modo tácito, pero no por ello menos expreso, y quien renuncia a sus derechos, no tiene por qué ser respetado en ellos.

Una vez más, la prensa evidencia, al servir de observatorio sobre nuestro, no nos engañemos, microscópico cosmos, que hay desatada una vesánica locura, producto del contraste de los instintos en carne viva de las personas. Se mata a palos, se apuñala, se trocean o se esconden los cadáveres de las víctimas. Alguien tiene que poner orden, para que la sociedad mantenga sus probabilidades de supervivencia.

Tiene algo de oscura, pero brillante estética, la literatura maldita en que se describe la magnífica fuerza de cada instinto humano, pero las sucesivas aperturas de cajas de Pandora de las aberraciones derivadas de cualquier instinto sin educación, encauzamiento, sumisión a la razón, acreditan que al hacerlas o consentirlas no se consigue más que aproximar a la comunidad a los límites del caos y la catástrofe, por recuperación del imperio sucesivo de las leyes del más fuerte y del Talión.

La que Saroyan llamaba “hermosa gente” tiene mucha menos culpa de lo que parece en el deterioro social. A pesar de lo que se le engaña y manipula, trata de incuestionable buena fe deseleccionar a los mejores para que representen y gobiernen. Luego, sin embargo, esos pocos que representan y deciden, tienden a la iluminación, el deterioro de principios y el todo vale si puede generar adhesiones personales, beneficios egoístas o privilegios de grupo o persona. Nos intentan deslumbrar con los espejismos de sus juegos de luz y sonido y con la ficción de que “los otros”, son el enemigo peligroso a que tal vez –siembran la duda- incluso convendría tratar de exterminar.

Recientemente, ha sido un éxito editorial la monumental saga del “Millenium” de Stieg Larsson. Probablemente suscitará polémicas, se gastará mucho papel diciendo que está y no está bien escrita, es o no una gran obra literaria. Lo que es sin duda es una brillante y lúcida descripción del comportamiento, el modo de vida, en definitiva la cultura de la sociedad a que estamos llegando.

Aterroriza. -

miércoles, 16 de septiembre de 2009

Recuerdo haber estado
enamorado de un perfil
apenas entrevisto en el palco de un teatro,
de las manos de una joven
que aleteaban junto a una taza de café
en el viejo
salón
de cualquier miembro de la familia,
de unos ojos,
de la manera de mover la falda de vuelo
o los brazos, al bailar.

Recuerdo haber estado eternamente enamorado,
durante breves instantes, muchas veces
y luego, transcurrido mucho tiempo,
hurgando entre los daguerrotipos de los álbumes del desván,
donde las nostalgias,
donde los imposibles,
donde los sueños,
haber construido, una tras otra, decenas
de vidas
y de muertes enamoradas.

Ahora,
a esta hora de este día de este año,
tal vez inexistentes,
tal vez otra mentira de la imaginación
no sé si reírme o llorar
porque no sé cuál es la verdadera.
Se buscan siempre símbolos para las pinturas de van Gogh, y así como al parecer es pacífica la interpretación que adjudica a los girasoles el de la amistad, se discute desde la primera interpretación de Heidegger cuál podrá ser las del par de zapatos viejos que es único motivo de uno de sus cuadros. Heidegger consideró que eran los zapatos de una campesina y simbolizaban el trabajo, Shapiro opinó que eran los zapatos de un habitante de ciudad, y en definitiva querían simbolizar el autorretrato del autor. Un filósofo francés como Derrida, observó que a su parecer eran unos zapatos descabalados. Modestamente, me atrevo a intervenir en la discusión, y a partir de la que considero atinada observación de Derrida, pienso si no será el símbolo de un viejo matrimonio casi en sus bodas de oro.
La manera de hablar y las instituciones vienen evolucionando a medida que la técnica desarrolla consecuencias de cada conocimiento que la implacable curiosidad humana descubre en las entrañas, recovecos y entresijos de la creación, entre los mecanismos sorprendentes de la dinámica constante del universo. Y cada tiempo va siendo mejor y resolviendo de modo más adecuado las necesidades humanas.

Hay, porque es probable que tenga que haber de todo, una casta de personas que tienden a intentar repetir lo vivido y renuncian así a la maravilla imaginativa que nos permite intuir parte del torrencial futuro que se nos viene encima sin pausa ni tregua.

Son nostálgicos del Edén, que ignoran que al salir del Paraíso, la humanidad ha de caminar siempre hacia delante sin que nadie pueda nunca volver atrás más que en ficciones de remedo histórico que son cuando más como daguerrotipos hallados en el desván. Valen como recuerdos, pero no sirven para situaciones nuevas, no pueden ayudar ya al hombre de hoy, cada día diferente del de ayer porque como dice el refrán, no te acuestas nunca sin haber aprendido algo nuevo que te hace sutilmente diferente.

La historia puede repetir analogías, pero no identidades. En mi opinión gira sobre sí misma la torrentera del tiempo, que pasa y nos atraviesa y va erosionando y vaciando, pero no es un lendel, sino un helicoide y por eso el pasado se parece al futuro pero ya no es, ha sido ni será nunca igual
Se mata por capricho, por cabreo, por despecho. Hoy leo en el periódico que matan por tratar de evitar que unos adolescentes intenten obligar a unos niños a darles unos euros. Al que se interpone, lo matan a palos. En una verbena popular, acuchillan a un joven. En una calle cualquiera, afean a un ciudadano su condición de extranjero, lo amenazan de muerte y lo asesinan acto seguido, sin más trámite. Un grupo social en que pueden ocurrir y de hecho ocurren cosas como éstas y por añadidura todavía se mata a mujeres porque “has de ser mía o de naide”, es un grupo social necesitado de tratamiento sociopolítico urgente y eficaz, so pena de caos de impredecibles consecuencias.
Cuando como consecuencia de la implantación de un régimen de libertades se produce una evidente crispación, que desemboca en violencia y agresiones físicas y morales, no cabe deducir sino que el grupo social en que se hizo, se logró o se impuso el régimen de libertades no estaba todavía preparado para ello.

Un régimen de libertades, un desarrollo político en ámbito de libertad sólo es posible cuando el grado de civilización de sus destinatarios o protagonistas, según se mire, haya pasado la raya de separación que en su evolución histórica la separe de la barbarie.

Es relativamente fácil identificar a los bárbaros. Son los que todavía ignoran que la libertad tiene límites y que esos límites vienen definidos por los de la libertad del vecino, del prójimo, del hermano, del camarada, del colega o comoquiera que queráis llamarlo.

En seguida se advierte en las formas, la educación, un mínimo indispensable de cortesía, el primer síntoma identificativos de quienes pueden llegar a pensar que hay otros a su alrededor en que pueden apoyarse para obtener beneficios personales, cuando lo que hay alrededor son otras personas en concurrencia con las cuales pienso yo que debe intentarse la realización personal del conjunto.

Entender que las personas somos esencialmente iguales, pero individualmente todas distintas es indispensable asimismo para entender que la sociedad necesita organizarse con absoluto respeto de la dignidad de cada cual, pero con arreglo a las condiciones y capacidad de cada miembro.

martes, 15 de septiembre de 2009

¿Quién no se enamora perdidamente, de niño, de su compañera de ojos profundos, de la maestra primera, que mira y comprende, de la ternura incipiente de una prima lejana que se visita una tarde y establece con nosotros el silencioso diálogo de los niños callados, de visita, desconocidos? Lo mismo pasaba con el paisaje de la niñez, intrincada selva, campo de juego, abierta palomera, risco imposible, escenario cambiante de todas las aventuras en persecución de nosotros mismos, caballeros en los flacos corceles de nuestras frágiles adolescencias granujientas y crueles.

Viene la gente, luego y es como somos. ¿Quién podrá perdonarnos por haber formado parte de comisiones de fiestas, equipos de mando, clubes y asociaciones, de los que con la mejor sucesiva voluntad fueron destrozando los símbolos, las imágenes, los aspectos del paisaje primero que atravesó la caravana de nuestra historieta de vida minúscula de advenedizos, sin embargo indispensables, de este territorio, el viejo salón, los parques y las laderas, el llerón del río, la playa solitaria del invierno?

Un día descubrimos el amarillo radiante de la floración de la aulaga o esa tristeza súbita de la lividez del brezo y la primera gota de sangre en la espina de una cádava. No queda sino el imposible afán de regresar a la vigilancia de la familia de lagartijas, el chapuzón de una cría de nutria retrasada, el olor del muérdago machacado para hacer liga y cazar jilgueros distraídos-

Ahora ya tengo los ojos cansados del lector de incomprensibles filosofías. Y sin embargo hay un poso aquí en lo hondo del corazón donde están todos los amores, los caprichos, los desamores, los fracasos y el espejismo de los éxitos, destilados, cada uno con su etiqueta, cada uno con un vestigio de perfume que exhala la imposibilidad de retornar atrás o adelantarse. Los ojos cansados no lo están más que de esta necesidad de ir al paso de cada momento, que es un repiqueteo de sensaciones nuevas sobre otras antiguas, como si aquí no sé dónde de cada cual, nos fuésemos construyendo, al vivir, como estalagmitas de la cueva donde fingimos sombras hacia fuera, hacia la luz que vamos buscando con este doloroso anhelo.

lunes, 14 de septiembre de 2009

Algo ocurre hoy en Arenys de Munt, ese sitio del Maresme de Cataluña donde han convocado a la gente para que vote y diga si prefiere que Cataluña se independice o no de España. Yo diría que la pregunta correcta –supuesta la dudosa legitimidad del hecho en sí, de la pregunta misma-, debería ser si el votante prefiere o no deshacer y desmantelar España.

Creo que España es una idea –por encima de ser un territorio delimitado por mares o por fronteras y un conjunto de personas vinculadas por su condición de sujetos, activos o pasivos, del grupo social vinculado por esta idea- y como tal se compone esencialmente de todas las imaginables partes en que prefiera dividirse para contemplarla, definirla o considerarla. A falta de cualquiera de esas partes, que una historia y un proyecto común vinculan, lo separado o lo que quedase ya no sería España, sino otra cosa. Tal vez regresáramos a la condición medieval de la yuxtaposición o de la conjunción de reinos o similares y quedaría Castilla -¿insistirían los castellanos en ese dislate de separar dos Castillas? ¿seguirían prefiriendo los asturianos, gallegos, y leoneses trocear un poco más, rebuscar más hondo y más lejos en la historia y pensar que sus tribus fueron algo más que eso: tribus de pésicos y de albiones, unos cántabros y otros celtas?-, como podrían quedar los reinos de taifas, de un lado, y los caprichos feudales del otro, dependientes, para aliarse con cada vecino, del capricho de cada señor o de su enfado y ¿por qué no volver a los repartos de tierras y señoríos por decisión testamentaria de cada rey y señor de vidas y de haciendas, de cada guerra y de cada paz?

Un Wells redivivo, ha recaído en inventar la máquina supuestamente capaz, no sólo de explorar la paradoja del tiempo, sino incluso de vagar por ella, al azar, y cambiarle a la historia una y otra vez sus consecuencias. La humanidad está sumida en la crisis más prefunda de su historia, dudando nada que menos que de la utilidad, la existencia y la fiabilidad del dinero para organizar relaciones económicas y hay como por contraste unos anacrónicos personajes a quienes se ha ocurrido persistir en la idea de que es el sol, en este caso la sombra colectiva de las espadañas de sus monumentos históricos, el centro y ombligo del universo conocido.

No hay duda de que sería bonito que el dux recuperase su poltrona, que Florencia, Génova, Venecia y los almogávares incluso, y los templarios, recuperasen las playas mediterráneas y renunciando … ¿Se habrán dado cuenta los responsables de la utopía votada, de todo a lo que habría que renunciar si Europa reincidiese en el propósito de reconvertirse en el complicado tablero de sus orígenes.

A lo mejor, lo que hay que hacer es volver a las hambrunas y la peste, para reemprender el camino con otra humildad. Y el miedo de volver a hacerlo igual. Me temo que no aprendemos. Que reintentaríamos resolver todas y cada una de las ecuaciones existenciales con los mismos ensayos, los mismos guarismos, los mismos errores, y que si por desventura, como en el juego de la Oca, reemprendiésemos la tarea, nuestros tataranietos estarían, dentro de cierto tiempo aquí, ante las mismas incógnitas. Una pena que, disponiendo del futuro para poblarlo, se empecinen tantos en regresar a los barrizales del pasado, impregnados de tanta sangre, tanta ceniza, tanto sudor.

Cataluña me ha inspirado siempre, por su modo de ser, su gente, sus costumbres, singular atracción. Tal vez por eso, me afecta, duele más, esto que pasa hoy.

domingo, 13 de septiembre de 2009

Todo podría ser un sueño, la realización ficticia, holograma que, tiendes la mano y ni siquiera hay del otro lado quien reciba sino aquello que de momento le interesa y luego hemos de volver, con las orejas gachas, al lugar de los proyectos, a la rutina, que es como una yacija más o menos cómoda desde que podremos retornar al sueño que tuvimos, el que se repite, el de encontrar la verdad, la belleza o la felicidad, que, al no ser más que conceptos relativos, señuelos, imágenes, espejismos de su conjunción armónica, una y otra vez intentan disuadirnos de la búsqueda. Nada personal. Es que la vida es eso: búsqueda de lo que no puede hallarse sino como se encuentran una flor, un paisaje o un pájaro exótico y todos son, cuando más, efímeros, o, cuando tratas de tocarlos, revelan su frágil textura de humo policromado. La vida, pienso, es camino, y por eso nunca pude ser destino para ¿qué somos? ¿tripulación del holandés errante o peregrinos? Depende -me responde mi conciencia-, me ha asustado su voz inesperada esta mañana.

sábado, 12 de septiembre de 2009

Todo cuanto no sea consumirse
como el fuego a sí mismo se consume
y transforma en recuerdo,
brasa,
humo
y ceniza por fin,
no es amor,
será otra cosa
cualquiera,
pero el amor no es nada más ni puede ser menos que ese fuego capaz
de dar luz,
dar calor,
goce,
alegría,
al otro,
al ser amado.
Releo versos de hace treinta años y me resultan nuevos porque los versos los lleva y los trae el viento, se copian co la urgencia apremiante del caso y es imposible recordarlos. El viento mueve sin cesar las palabras y cuando componen un verso apenas hay tiempo de copiarlo sobre el papel. Confieso sin reparo que me gustan algunos de esos poemas de hace más de treinta años. No es ni soberbia ni presunción, dado que los versos y los poemas no son míos, cuando ni siquiera los recordaba, sino que son del viento del tiempo, que viene montado sobre el otro viento, con una especie de gran bandera o una estela como de cometa, ondeando al otro viento, aquel que definíamos cuando niños del cole como el aire en movimiento. El aire que se mueve lo conmueve todo, lo cambia, lo erosiona, lo transforma y lo hunde en el ocaso del olvido en que todo, que no en la mar, va a depositarse y desaparecer como si no hubiera existido, salvo que creamos en el buen padre Dios ante quien todo está simultánea y constantemente existiendo, siendo a la vez, que en eso debe consistir la eternidad de que provisionalmente vivimos expulsados consolándonos con copiar el eco de su armónica plenitud, que son las palabras, que componen los versos que mueve el viento.

viernes, 11 de septiembre de 2009

Perdemos habitualmente un tiempo precioso en advertirnos unos a otros que, como todos sabemos, todos y cada uno tenemos nuestra cara oculta, nuestras facetas malas, nuestras debilidades evidentes, a la vez que luminosas capacidades, ternuras inconcebibles e ingenio inconmensurable. Digámonoslo de una vez, en realidad se trata de repetir algo ya dicho con meridiana claridad: nada de lo humano es ajeno a cualquiera y a cada uno de nosotros. Se trata de elegir para cada función a los sólo relativamente mejores, conscientes de que en algo fallarán, en algo errarán y habrá que cambiar, que corregir, que enmendar. Con tanto trabajo por delante, me parece socialmente censurable que se pierda tiempo en proferir insultos y poner de relieve una picaresca que, si como también está dicho la novela es un espejo puesto al borde de un camino, nuestra novela picaresca pone de manifiesto que ni es cosa de un partido, una familia, una tribu o un grupo, sino viejo vicio colectivo.
Capitalismo y socialismo no son a mi juicio conceptos antagónicos, sino complementarios, en cuanto el capitalismo, que sabe crear riqueza, no sabe ni quiere repartirla, y el socialismo, que sabe y quiere repartirla, es incapaz de crearla.

Y esos son los dos movimientos fundamentales y a la vez básico para la convivencia pacífica: la tribu, llámese como se quiere al grupo social, debe crear riqueza y debe repartirla entre sus miembros. Esa es la columna vertebral del esqueleto social, en el que por añadidura hay multitud de huesos y articulaciones, órganos, músculos y una epidermis que lo envuelve todo y es la cultura colectiva del grupo, que ha de permitirle una relación armónica y educada entre sus miembros.
Nada es tan sencillo como parece. Ni cabe dogmatizar, desde que hemos descubierto, por medio de cabezas mejor usadas o con mayor capacidad que la mía, que cuanto sabemos es cuestionable y que todas y cada una de nuestras verdades admiten diversas interpretaciones, algunas casi contradictorias. Por ejemplo, cuando usted me dice que todos los ciudadanos merecen el respeto de sus, como humanos, humanos derechos, yo me pregunto hasta dónde puede tener razón quien hace poco defendía con ocasión de otra diferencia de criterios, el de que quien delinque contra otro ser humano de su grupo social, o lo que es lo mismo, el ciudadano de un estado de derecho que delinque contra otro conciudadano suyo, tácita, pero no por ello menos expresamente, está renunciando a su condición de ciudadano, y, en los casos de algunos delitos, incluso a su condición humana, con lo que a la vez está renunciando a que el estado de derecho le reconozca unos derechos que sólo como ciudadano y como ser humano, le corresponden.

Quedaría, en cualquier caso, servida una polémica que ya a primera vista tiene visos de la insolubilidad que suele seguirse del empecinamiento en toda una cadena inextricable de raíces y principios al final de los cuales está la recomendación, si quieres el mandato, de respetar siempre y en cualquier caso a los demás, incluso cuando enemigos, probablemente la única respuesta incontrovertible, que deja en pie una nueva pregunta: ¿qué puede hacer la sociedad con los recalcitrantes?
Cuando alguien dice que no admite lecciones de ética, es señal inequívoca de que ignora lo que es la ética, que necesariamente se aprende constantemente de los demás.

Se quiere a alguien en realidad cuando lo que buscas en tu relación con ella es su felicidad y no el disfrute propio.

Un presidente de cualquier gobierno del mundo empezará a poder ser admirable cuando se sienta en el cargo tan incómodo como habitualmente se sienten en el suyo los presidentes de cualquier comunidad de vecinos.

El Derecho lo inventa la gente al relacionarse, y los juristas, lo único que hacen es interpretarlo, redactarlo y aplicarlo para remediar el incumplimiento de las obligaciones resultantes de las relaciones humanas.

miércoles, 9 de septiembre de 2009

Echo un vistazo semidistraído a la guía del vino y en seguida vuelvo sobre mis miradas y me fijo en lo que dice que valen este vino y aquél. Miente. Lo cuestan, que valer, lo que se dice valer, no hay vino que valga lo que no sé quién ha escrito supongo que para reírse de nosotros. El vino vale lo que le pagan por él al labrador vinatero, al dueño o el aparcero o el arrendatario de la viña, señor de su dominio útil, que la trabaja con amor todo el año y la cosecha con delicadeza. Lo que le pagan a ése es lo que vale el vino. Lo demás son especulaciones de mal bebedor y mal bebedor el que bebe un vino porque figura en la lista de los inasequibles y no porque sea el que le gusta en realidad. Coincidir en una persona el dinero suficiente y la exquisita sensibilidad imprescindible para distinguir entre un buen vino y otro que sin duda podría merecer la calificación de excelso, no sé si habrá una docena en el devastado mundo de nuestros días.
Decidme de dónde viene el mal, quién lo inventa, de qué manantial brota cada día y hace cuanto puede por inundar la vega en que tratamos de sobrevivir otro día.

El mal es lo oscuro, cuando se llena de miedos, la tristeza, cuando llora de las brasas de cualquier olvido.

Es la soledad de no llegar siquiera a la posibilidad de inventar una criatura imaginaria con que intercambiar las palabras del monólogo a que la soledad reduce la necesidad de hablar, de cualquier criatura dotada de la facultad de comunicarse con el resto de su especie.

El mal es lo que reconduce a la parte oscura que todo lleva como nuestro cuerpo material hace cada día la sombra. Cuanto más grandes somos, en todos los sentidos del vocablo “grandeza”, mayor es la sombra que impartimos.

El bien se equilibra con mal tal vez, como la sombra con la luz, el día y la noche, la belleza y la fealdad.

Al pensarlo ¿no advertís el desasosiego? ¿Cómo se puede sobrevivir cuerdos a tanto misterio como somos y nos envuelve?

¿Es la verdad la que hace libres? ¿Cuándo se sobrevive alrededor de una mentira, dónde se restablece el equilibrio?
Escribo tu nombre
en la arena de la playa,
la mar
se lo lleva, a cambio
me deja conchas con el vientre de nácar,
restos de naufragios olvidados
y ese constante rumor,
tal vez un mensaje
dicho con viejas palabras que ya no entiende nadie
o con palabras nuevas, recién salidas del horno
de las palabras,
que no llego a entender
porque me queman el alma
cando trato
de escucharlas
La música, como un bálsamo, dulcifica el contacto de la piel con el aire, que, disfrazado, de nada, nos rodea lleno de minúsculas partículas, y, gracias a ella, a la música, somos a veces capaces de tolerar el recuerdo de que no sólo nacimos para vivir, sino también para morir y la previsión de que es probable que hayamos nacido y moriremos para algo más, desde aquí inimaginable.

Me pregunto cómo es posible que persista la escasa parte de humanidad que integran nuestros mandamases en sus reiterados, inexplicables proyectos, intentos y propósitos de enfrentarnos unos con otros o con otras personas de distintos grupos sociales, cuando tan fácil nos resulta a nosotros, la gente de a pie, relacionarnos con esos otros, nuestros semejantes, que siempre hay alguien dispuesto a tratar de convencernos de que son nuestros enemigos.

Se juntan y constituyen grupos que blindan, definen y defienden como enemigos de los demás grupos, todos enfrascados en lograr el poder y permanecer en él incluso cuando les faltan ideas para mejorar la convivencia y descubren, supongo que con horror, que las que tuvieron están haciendo la imprescindible convivencia más difícil cada día y desde luego, más difícil en paz.

Lo ideal sería que esos grupos se considerasen permeables y estuvieran dispuestos a interrelacionarse y permitirse ensayar las soluciones ideadas por sus miembros, todos empeñados de la mejor fe en procurar el equilibrio de la convivencia por lo menos educada y, preferentemente, amical-

Pierde mucha gente ingeniosa el tiempo miserablemente –nunca mejor dicho-, empeñada en revelar y hacer resaltar los defectos de los demás, cuando debería usar de su capacidad en intentar restañar las eventuales heridas del cuerpo social y tratar de que cicatrizasen en la convivencia.

La convivencia es una constante llamada a la paz, una voluntad firme de implantar sobre todo la paz, la libertad y la justicia. Y quienes atentan contra ella por la vía de denigrar a otros, deberían ser considerados incapaces de ocupar puestos de responsabilidad, gobierno, representación o asesoramiento de quienes tengan las responsabilidades de mando o representación.

Un mando y una representación que deberían ser cargas tan pesadas que quienes los ostentasen deberían estar deseando dejarlos a cargo de otros, en vez de defenderlos como sedes de privilegio y disfrute.

Hoy, en el arranque todavía de sus orígenes, pero sin duda en el siglo XXI después de Cristo, me sorprende, maravilla, y horroriza escuchar a una señora ministra que alardea públicamente de que justo no sé si estos días, estos meses o estos años, se haya superado en España la barrera de que por lo menos la mitad de la población disponga de certificado de estudios primarios. Tal vez esta noticia tenga algo que ver con las restantes digresiones previas de este día.

martes, 8 de septiembre de 2009

Un virus humillante, que no se si es el mismo o un primo segundo del de la gripe del cerdo, antes de las gallinas, luego del abecedario, porque dondequiera que se cuelgue la denominación, aparecerá un contribuyente que se sienta herido, enojado o perjudicado por la referencia y nadie quiere que lo asocien con algo molesto, perjudicial, peligroso y en más de una ocasión hasta letal, por desgracia, como ocurre con esto de los virus, esos desconocidos que es probable que les pase lo que al átomo, por ser tan pequeños. Que supongo que todo el mundo sabe que nadie ha sido capaz, ni lo será por ahora, de saber cómo es un átomo, ya que al parecer, para verlo, hace falta iluminarlo con una luz de baja frecuencia y altísima intensidad, que, al tocarlo como es indispensable que haga para verlo, modifica un aspecto, inalcanzable por lo tanto en reposo y sin que nuestra humana curiosidad lo altere-

Bueno, pues un virus se ha aposentado en este entorno y la gente se ha puesto a correr en busca de los evacuatorios –si, eso mismo, los retretes, las letrinas-, con angustias, escurribandas y desastres por la pierna abajo. Humillante.

Es, la humanidad, capaz de enfrentarse, arma al brazo, contra sí misma y contra los animales mayores, pero está de antemano derrotada y en franca huída cuando la atacan estos minúsculos organismos vivos, capaces de mutar, endurecerse, defender su territorio y conquistas.

Este cuerpo vivo, sistema en que residimos, la cápsula del mundo, encerrado con su atmósfera en una confortable esquina de la galaxia, a la distancia más conveniente del sol, donde todo, sospecho que hasta el reino mineral, está de algún modo vivo, no está sólo en peligros siderales, sino que depende de la actividad de unos seres minúsculos, difícilmente visibles y que casi seguro no pueden ser calificados de malignos, en cuanto probablemente encargados de restablecer el orden general y la armonía que los mejor dotados, los más capaces, los dotados de inteligencia más desarrollada, con tanta negligencia permitimos que se descompongan.

lunes, 7 de septiembre de 2009

Cuando no hay nadie,
lo que me falta es el apoyo de las palabras,
que los demás, al final
no son más que eso,
palabras
que te ayudan a sobrevivir, te laceran,
te consuelan
o te matan con la misma indiferencia,
porque de los demás,
por más que te quieran o te odien,
sólo dos
te dieron
la vida
y cualquiera puede, sin embargo, matarte,
sin que por eso el mundo se acabe,
ni a veces
se entere nadie,
pero todos, vivo o muerto,
te cubrirán con el centón interminable,
la implacable letanía,
tan necesaria para sobrevivir,
y, en su caso, morir,
de sus palabras,
que,
si te faltasen, como a mí hoy,
te mantendrían en el oscuro silencio,
este miedo sin límites
de
la
soledad.
Alternativamente, eres, soy pieza y estorbo, es decir, voz y silencio, en medio de este privilegio de vivir que incluso pienso ha sido conferido a quienes mueren en el claustro materno, o apenas abandonado.

Me llamaron siempre la atención, el requerimiento del viejo Código civil, tan sabio, de vivir veinticuatro horas separado del claustro materno para alcanzar la condición de persona y el adagio latino, tan previsor de que el nasciturus pro jam nato habetur cuotiens de eius conmodis agitar, que más o menos, dicho en el román paladino en que suele el pueblo falar con su uecino, según Berceo, quiere decir que el que se presume que va a nacer se tendrá, caso de lograrse, por nacido, para cuanto durante el período desde la concepción hasta el nacimiento le habría favorecido jurídicamente de haber nacido ya.

Lo considero mientras, aún sobrecogido, considero el modo y las sinrazones por que se quitó la vida Emilio Salgari, de quien en mis tiempos todos ahorrábamos porciones del menguado peculio adolescente para ir leyendo las vicisitudes imaginativamente ocurridas a Sandokan, sus amigos y sus huestes, los Tigres de Mompracén, cuando no las de un chino en China o los tuareg del desierto.

Si bien, por otra parte, cabe considerar el suicidio como otro de los actos trascendentes, y trascendentales para el común, que puede tocarnos realizar, por más o por menos que lo entendamos y partiendo de nuevo de esa tremenda verdad de que nada de lo humano es ajeno a cualquiera de nosotros, los humanos, por mucho que nos diferencie nuestra peculiar condición de fortaleza, debilidad, agilidad o torpeza, físicas o intelectuales.

Sonrío, en este punto, al recordar la expresión de perpleja de un mi amigo, cuando le aseguré muy seriamente que para nada me fiaba de mí mismo, ni aún cuando pareciese estar seguro de alguna aseveración o alguna decisión, que siempre hemos de aceptar o de tomar como humanos que somos, cosa que sentirnos acorralados puede que incluso hagamos de modo deliberado para defendernos de algo o para lograrlo, a sabiendas posiblemente de que nuestra decisión no es la adecuada, ni mucho menos la debida.

¿Habrá alguien, me pregunto, que pueda asegurar que obró siempre con la debida rectitud y obedeciendo todas las reglas, morales y positivas, desde que tuvo uso de razón hasta cualquier otro momento de su vida? Nos consolamos pensando que la respuesta a esta pregunta es negativa. Que lo sea, justifica nuestra voluntad de creer.

domingo, 6 de septiembre de 2009

Creo que eso que están haciendo cada día los medios de comunicación, esa constante comunicación del impúdico comportamiento de una parte de los más y menos anormales de nuestra sociedad es como sembrar a voleo la propaganda de sus decisiones, como si pudieran servir de pauta, en vez de ser exhibiciones de aberración.

No es “basura”, como le llaman, sino aberración pura y simple, derivada de tres motivos, dos principales, la ausencia de principios y la sin duda errónea convicción de que libertad es un concepto carente de delimitación, y otro, no menos importante, pero en realidad secundario, que es la falta de educación, y, como consecuencia, la ausencia de un mínimo de cortesía.

Considero lamentable que los responsables y los actores de la variada serie de comedias sociales que cada día se representan y relatan o no son conscientes de lo que están haciendo o no miden la posible hondura de las consecuencias de su impúdica desfachatez.

Estoy convencido de que la sociedad acabará por superarlas, sobrevivirá y lo hará con sorprendente vitalidad, pero para llegar a la salida, como para hacerlo n todas las situaciones críticas, habrá que hacer un camino iniciático lleno de dolor y ansiedad, dejando en sus cunetas muchas víctimas, probablemente cosechadas entre los más inocentes de la caravana de peregrinos.

sábado, 5 de septiembre de 2009

Somos vilanos en el viento, con la facultad de flotar, pero incapaces de dirigirnos más allá de los límites que nos condicionan. Y sin embargo, dentro de esos límites se halla comprendida toda la inconmensurable maravilla de vivir. Lo que nos ocurre –pienso- es que llevamos implantado en la naturaleza esencial la posibilidad que no acierto a saber quién, cómo y cuándo la implantó allí y por eso me aseguro a mí mismo que habrá sido el buen padre Dios, a la hora de la creación, de considerar posible una luz, una libertad, un amor, en definitiva, ilimitados.

La coincidencia en el tiempo y en el espacio nos proporciona oportunidad de auxiliarnos recíprocamente, y la paradoja que advierto esta mañana de otoño adelantado, con un perezoso sol apenas esforzado en matizar los ocres y los lívidos morados que juegan con los súbitos, casi insultantes amarillos del bosque, todos mezclados en el olor a humo, es la de que en lugar de hacerlo aprovechamos cada ocasión para desafiarnos, competir, intentar apoyarnos cada cual en el vecino para utilizarlo y si es posible sustituirlo en cada privilegio.

Concibo para el futuro del neorenacimiento que viene una sociedad que otorgue privilegios por merecimientos propios y desposea de ellos a quien ni siquiera sea capaz de perseverar en la razón o en el recuerdo de haberlos merecido, y me parece una prostitución de esta idea la de tener el impresentable propósito de sustituir a otros en sus honores aunque concurra la misma ausencia de razón de obtenerlos que justificaría arrebatárselos al injusto detentador anterior.

viernes, 4 de septiembre de 2009

Algo mueve esto que soy
hacia algo,
y es posible que ser no consista más
que en este movimiento silencioso
por medio del mar de las palabras,
que van tejiendo y destejiendo, dicen
sin decir
me aconsejan y desaconsejan, y al final
me dejan
tan solo como estoy –o tal vez no-
ante la necesidad de decidir
para lo que ellos consideran importante, justo hoy,
que acabo
de descubrir
que sólo es importante nacer, que implica
morir,
puesto que no hay más inmortales que aquellos
que no nacieron
y sin embargo pueden ser como nosotros eternos.
Convergen la crisis, la amenaza de la gripe y la agonía del verano en una suave melancolía sólo mitigable por una buena lectura, aplicando el término “buena” a una lectura agradable y sosegada, aunque no sea prodigiosa. A medida que se es mayor se encuentran menos prodigios literarios y uno rastrea en cada estilo la huella de algunas influencias, que sufre cada autor novel, casi siempre demasiado leído, antes de ser escribido y escribidor. La amenaza de la gripe es como una hipocondría artificial que alguien ha desparramado por delante, como una populosa avanzadilla del virus, que parece mentira que alguien tan pequeño incluso mate con esa aparente sencillez de usar la gripe, algo aparentemente banal, como cimiento o tal vez como aguijón. La crisis consiste en que somos más pobres por haber padecido los dos mayores vicios del euro: el redondeo y la impresión que produce de que son menores los precios cuando se expresan con cifras menores, en moneda de mayor valor. Por un momento, todos habíamos pensado que éramos más ricos y las cuentas de resultados nos están ahora informando de que somos más pobres. Puede que, considerados desde el engañoso punto de vista estadístico, los más pobres de los ricos del mundo. Y sin derecho a quejarnos porque más abajo en la escala figura la inacabable lista de los países pobres, los que no tienen tiempo para hipocondrías de ninguna clase.

miércoles, 2 de septiembre de 2009

Ocurre a veces. No me digas que a ti nunca. Has leído las sinopsis de varios libros y te gustaría leerlos todos a la vez. Cada uno por una razón, clara, sabiamente dosificada y exprimida, no es un galicismo por “expresada”, sino que dice lo que pretendo, que se ha destilado la esencia de lo que podría ser, aunque nunca es seguro, cada libro. Y no es posible decidirse por uno, postergando la lectura del otro y, en mi caso al menos, según las horas del día y su aspecto, el estado del tiempo y el de humor de quienes me rodean, determinan una lectura conjunta, alternativa, caótica, por medio de la que acabo por escoger y voy acabando o no las páginas de cada uno o tiro a la papelera ése decepcionante que siempre resulta de la habilidosa propaganda que me pregunto si no costará a algún crítico o a alguno de os publicistas, enfrentarse con su conciencia, tras de la lectura, el resumen, la valoración, ese zumo tentador …
Se me han quedado dormidos,
los pájaros
como se seca una fuente o como muere
cada verano vagabundo.

Se me han quedado dormidos
sin voz
-no se habrán muerto
de desesperanza-
y me falta su algarabía entre los ruidos
de la tarde.

La tarde, cuando anochece,
es la hora peor. Necesitas
que te escuchen,
decir
lo que no
deberías, porque cuando lo dices
descubres
el flanco débil
de tu alma. Descubres los más íntimos
secretos
de tu viejo
corazón.

Se me han quedado dormidos,
los pájaros que volaban
a mi alrededor.
Hay gente que llama por teléfono y gruñe.
-¿Decía usted?
Vuelve a gruñir, pones atención y con suerte, a poco, tienes una especie de resumen más o menos indicativo de lo que quiere la persona en cuestión. Te despides, pero sigue gruñendo.
Será, digo yo, algo equivalente, y desde luego ininteligible, a una cordial despedida.

Se advierte, nada más asomar por cualquier ventana, que el verano se ha hecho viejo y caduco, se arropa de nubarrones apelmazados y grisoscuros y el aire se adivina, ya antes de abrirla, que está mucho más frío que ayer desde que lo agita una brisilla que viene del norte nordeste. El perro no entiende ni de fríos ni de garambainas.
-¿Vamos a salir o qué?
Saldremos.

En la acera, aparcados con sus enormes culos brillantes sobre la raya amarilla de la prohibición de hacerlo y ocupando media acera, los coches. Cada vez hay más. Todavía me acuerdo de cuando no eran bastantes para cubrir la longitud de la ribera del río. Ahora entran por todas partes, lo ocupan y pisotean casi todo, y, desde luego, cuanto no se halla protegido por algún obstáculo insalvable para ellos.

Grazna una oca en el llerón del río porque se le ha acercado un cormorán, que ni la mira. El a lo suyo, que es tratar de comerse cuantos alevines pueda de las truchas. En seguida, la oca se enfada aún más porque su dueño ha dejado bajar al río a un perro grande, lanudo, que disfruta mojándose para luego sacudirse el pelo con violencia.

Busco en el periódico a que había enviado un artículo, que tampoco me publican. O lo hago mal o no interesa lo que digo o no interesa decirlo. Bueno, en realidad no escribo para nadie y por otra parte necesito hacerlo porque si no, me ahogarían las palabras. Tal vez sea mejor así. Solos el papel y yo, y ese lector casual que pasaba por el blog y se da de bruces con mi soliloquio.

También está el cocker. Cuando escribo en el Mac se mete debajo de la mesa y sólo rebulle de vez en cuando. El cocker tiene unas manchas blancas alrededor de los ojos que le dan aspecto, unas veces de que lleva antifaz y otras de que lleva el ceño fruncido, pero no. Si le hablo largo y seguido se desconcierta y tuerce un poco la cabeza como si pusiera en duda la utilidad práctica de tantas palabras. El y yo sabemos que nunca escribe más largo y en más prolijo un letrado que cuando dispone de pocos y poco convincentes argumentos de defensa de los intereses de su cliente.

martes, 1 de septiembre de 2009

Imaginad ahora que un poema, siquiera sea pequeñajo, está lleno de posibles sutilezas y cuando el aire mueve las palabras de que se compone, yo por lo menos confieso que no entiendo del todo bien y caben varias versiones de ideas sutilmente diferenciables.

Ejemplo: -

Nadie más que el río
sabe lo que el río lleva
de cada cosa
que refleja. –

Parece que todo queda,
pero algo se lleva el río
de cada cosa
que refleja. –

Lo que deja el río
no es más que memoria
de lo que refleja. –

Debe ser tremendo convertirse, que hay a quien le ocurre, en piedra del camino, que, llegado que hubo hasta el lugar que ocupa, ni podrá llegar, ni puede volver, ni siquiera llega a ser camino. -
El cultivo del haikú, lo mismo que el de cualquier bonsai, produce sorpresas. Te quedas pensando y el haikú se te encabrita en la punta de la pluma. Ejemplos:

Morir nunca es tan malo
como podría ser
seguir viviendo.-

Cuando no hay nada
es cuando el miedo puede
imaginar lo peor.-

Cuando compro un frágil jarrón,
ya estoy comprando
o tal vez me regala el vendedor
sus pedazos.

¿Sabe alguien cómo y qué siente el sexto sentido cuando nos proporciona sus evidentes, inesperados, inquietantes mensajes?