¿Quién no se enamora perdidamente, de niño, de su compañera de ojos profundos, de la maestra primera, que mira y comprende, de la ternura incipiente de una prima lejana que se visita una tarde y establece con nosotros el silencioso diálogo de los niños callados, de visita, desconocidos? Lo mismo pasaba con el paisaje de la niñez, intrincada selva, campo de juego, abierta palomera, risco imposible, escenario cambiante de todas las aventuras en persecución de nosotros mismos, caballeros en los flacos corceles de nuestras frágiles adolescencias granujientas y crueles.
Viene la gente, luego y es como somos. ¿Quién podrá perdonarnos por haber formado parte de comisiones de fiestas, equipos de mando, clubes y asociaciones, de los que con la mejor sucesiva voluntad fueron destrozando los símbolos, las imágenes, los aspectos del paisaje primero que atravesó la caravana de nuestra historieta de vida minúscula de advenedizos, sin embargo indispensables, de este territorio, el viejo salón, los parques y las laderas, el llerón del río, la playa solitaria del invierno?
Un día descubrimos el amarillo radiante de la floración de la aulaga o esa tristeza súbita de la lividez del brezo y la primera gota de sangre en la espina de una cádava. No queda sino el imposible afán de regresar a la vigilancia de la familia de lagartijas, el chapuzón de una cría de nutria retrasada, el olor del muérdago machacado para hacer liga y cazar jilgueros distraídos-
Ahora ya tengo los ojos cansados del lector de incomprensibles filosofías. Y sin embargo hay un poso aquí en lo hondo del corazón donde están todos los amores, los caprichos, los desamores, los fracasos y el espejismo de los éxitos, destilados, cada uno con su etiqueta, cada uno con un vestigio de perfume que exhala la imposibilidad de retornar atrás o adelantarse. Los ojos cansados no lo están más que de esta necesidad de ir al paso de cada momento, que es un repiqueteo de sensaciones nuevas sobre otras antiguas, como si aquí no sé dónde de cada cual, nos fuésemos construyendo, al vivir, como estalagmitas de la cueva donde fingimos sombras hacia fuera, hacia la luz que vamos buscando con este doloroso anhelo.
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