Cuando no hay nadie,
lo que me falta es el apoyo de las palabras,
que los demás, al final
no son más que eso,
palabras
que te ayudan a sobrevivir, te laceran,
te consuelan
o te matan con la misma indiferencia,
porque de los demás,
por más que te quieran o te odien,
sólo dos
te dieron
la vida
y cualquiera puede, sin embargo, matarte,
sin que por eso el mundo se acabe,
ni a veces
se entere nadie,
pero todos, vivo o muerto,
te cubrirán con el centón interminable,
la implacable letanía,
tan necesaria para sobrevivir,
y, en su caso, morir,
de sus palabras,
que,
si te faltasen, como a mí hoy,
te mantendrían en el oscuro silencio,
este miedo sin límites
de
la
soledad.
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